Gui: Hola a todo el mundo. Esto es el nuevo reto con, como no, Cookie, que ha resultado llamarse Zontaurop ahora. De todas formas, sigue siendo la misma amable personita a la que le debo dos retos ya. Esto es el primer capítulo y espero que te guste ;)
Explicaciones sobre el reto: Esto no es ni un reto de parejas enamoradas como lo fue NELQP ni un reto de malos momentos ni nada por el estilo. De buenas a primeras, es un long fic. Cada capítulo tiene como mínimo 2.000 palabras y este las tiene, aunque no muchas más. Puede que sean capítulos cortos pero están llenos de cosas y espero conseguirlo todo. Cookie me hizo una lista de personajes entre las que elegir un personaje principal y su enemigo o el que le pondrá trabas. Mi personaje principal es Regulus. El otro no os lo digo porque así es más divertido y además, Cookie no debe saberlo. Este tendrá una historia de amor, respetando obviamente el Cannon, con un OC creado por mi que conoceréis si leéis el capítulo. Sí, en eso se basa el reto, más o menos. Pero no es solo amor por amor. Esto va a ser distinto. Ya lo veréis.
Disclaimer: Nada de esto es mío, bla, bla, bla, ni siquiera el nombre de mi chica me pertenece, bla, bla, bla y toda esa mierda.
Fría Piedra
Primero
Una única lágrima solitaria caía por su mejilla, haciendo frente a toda su redondez y suavidad, acariciándola lentamente como el dedo de un amante. En cuanto llegó a la línea de su mandíbula intentó sostenerse con todas sus fuerzas pero la gravedad la hizo caer, precipitándose hacia el suelo sonoramente, mancha de agua salada entre los excrementos de lechuza grabados en el suelo de piedra desde hacía generaciones.
Cuando la lágrima llegó al suelo, su mejilla no presentaba rastros de la presencia de la lágrima, ni siquiera había hecho un surco en su maquillaje. Miró durante un largo rato el cuerpo de la que había sido Arthur, su lechuza parda, la cogió en brazos y la depositó delicadamente en el espacio previsto para ello. Más tarde la incinerarían y sus cenizas volarían como ella para la eternidad.
En realidad la quería mucho. Se la habían regalado sus padres el día que recibió la Carta de Hogwarts y se convirtió oficialmente en bruja. La había bautizado Arthur porque en esa época le enamoraban los relatos del Rey Arturo, los Caballeros de la Mesa Redonda y el mago más famoso de la historia: Merlín. Sus padres consideraban que una lechuza debe tener un nombre simbólico y que le dejaran elegir el nombre de su lechuza y no le pusieran reparos mostraba el nuevo rango que se había ganado por ir a Hogwarts, así como su gran inteligencia. Ahora, seis años más tarde, poco después de su decimosexto cumpleaños, el diez de septiembre de 1977, su lechuza Arthur había fallecido. No pensaba usar ninguna de las lechuzas del colegio para avisar a sus padres. Tampoco se la pediría a ninguna de sus compañeras de habitación. Esperaría pacientemente a que ellos le enviaran la carta de los sábados para, en la contestación, contarles la muerte de Arthur y lo que esta implicaba para su correspondencia. Seguramente su padre no tardaría más de tres días en encontrar una lechuza más bonita y de una raza más perfecta que Arthur con la que calmar su honda pena.
Pero no, Euríale Mulciber no estaba triste. Su lechuza Arthur era como un cartero. Estaba ahí para llevar y traer la correspondencia. En casa, a veces estaba en su cuarto, pero de ella se ocupaban los elfos domésticos. En Hogwarts estaba en la lechucería. No había lugar en el que le hubiese cogido cariño. Bajó la escaleras de la torre para dirigirse al Gran Comedor de Hogwarts.
El Hogwarts de 1977 en realidad no era muy distinto al de 1991 que conocemos. En veinte años, las únicas mejoras se han hecho en las reglas y el personal de limpieza. Se han contratado a más elfos y se le han dado más responsabilidades al guardabosques y al conserje. Por otro lado, se ha añadido una enfermera más competente y una bibliotecaria más cuidadosa. Además de nuevos profesores.
El Hogwarts de 1977, sin embargo, es muy distinto al Hogwarts de 1991. Las normas de seguridad son más estrictas, los castigos son peores, el toque de queda es más temprano y nadie en su sano juicio, ni en la más profunda locura, puede salir del castillo sin autorización. No hay que olvidar el contexto de miedo y guerra mágica. Lord Voldemort es un nombre que es pronunciado cada vez menos a menudo, y los valientes que se refieren a él como El-Que-No-Debe-Ser-Nombrado lo hacen con cada vez más temor. Además, las familias de sangre limpia, como la de Euríale Mulciber, apoyan abiertamente a este mago y el numero de sus seguidores que se hacen llamar mortífagos aumenta cada vez más.
No quedan muchos recónditos de paz en el Reino Unido, que no sean el colegio de Hogwarts y el Ministerio de Magia, así como el banco de Gringotts en el que el dinero de los magos sigue sin ser perturbado.
Euríale Mulciber terminó de bajar las escaleras con un ruido seco del tacón derecho contra el mármol del suelo. Sus zapatos resonaban severamente por los pasillos vacíos. Había madrugado esa mañana para enviar la carta a sus padres, pero esta tendría que ser modificada y esperar. Se dirigía hacia el Gran Comedor por el camino más corto que conocía. No era el más corto que existía, pero aunque se cruzaba con algún cuadro cuyos habitantes la molestaban era un camino agradable.
Justo antes de llegar a las escaleras de la entrada apareció el Barón Sanguinario, fantasma conocido de su casa que arrastraba las cadenas del castigo eterno. El fantasma inclinó la cabeza ante Euríale. La conocía por lo que se hablaba de ella y por habérsela cruzado, y las dos versiones no diferían. Eran de una belleza extraordinaria con una actitud altiva que alejaba a cualquier mago inferior a ella, grupo constituído por todo el alumnado de Hogwarts y algunos de los profesores. Sin embargo era amable y educada, ya que también inclinó la cabeza devolviéndole el saludo a la criatura.
La puerta del Gran Comedor estaba abierta de par en par sobre una sala llena de mesas vacías. Simplemente algunos alumnos repartidos de forma aleatoria desayunaban alicaídos. En la mesa de Slytherin, Euríale distinguió a Stephen Vaisey y Regulus Black conversando sin mucho interés con Aurora Vaisey, la hermana del primero. Había un par de alumnos que no reconoció. No entró a la sala, dio media vuelta y se dirigió hacia la Sala Común de Slytherin para encontrarse con sus compañeras.
Stephen Vaisey y Regulus Black eran dos de los cinco chicos de su mismo curso y casa. Los otros tres se llamaban William Wilkes, Harry Dean y Terence Gibbs. Euríale había hablado con todos al menos una vez pero realmente no se llevaba ni con Dean, ni con Gibbs ni con Black. Esos tres eran más reservados y sus familias eran demasiado importantes como para intentar considerar si debían o no dirigirse al resto de su casa. Stephen Vaisey siempre se metía con ella por algún que otro motivo, pero no le caía del todo mal y era de los pocos que sí hablaba con Regulus Black. William Wilkes era su amigo de infancia puesto que sus familias estaban emparentadas en algún lugar y ellos eran algo parecido a primos terceros. William Wilkes hablaba mucho con Gibbs y Dean y ellos le dirigían la palabra más a menudo que al resto de los Slytherins todos juntos.
Euríale Mulciber, en realidad, se llevaba mucho más con las chicas. Kimberly Stebbins era su mejor amiga y la única que sabía más cosas que las que un mago normal debía saber sobre Euríale si no quería verla enfadada. Lo único malo que tenía Kimberly era su relación de besitos con Stephen Vaisey. Cuando le hacía ir con ellos a comer y se dedicaban a besuquearse Euríale acababa realmente incómoda y terminó entendiendo que era mejor traerse un libro puesto que Regulus Black no le daría conversación. Luego estaban las otras. Daphne Boyle, Lena Lawrence y Stella Travers. Eran simpáticas aunque a decir verdad, Euríale las encontraba feas y desagradables. Siempre buscaban la atención de Gibbs, Black o Dean y obviamente nunca la encontraban. Sin embargo las fiestas que organizaban eran buenas y siemrpe conseguían colar alcohol. Ellas sabían sobre Euríale lo justo y necesario: que tenía tres hermanos, dos mayores y uno más pequeño, que sus padres eran realmente importantes y que siempre estaban haciendo cosas importantes, que ella era más rica que ellas juntas y que sus zapatos de charol estaban confeccionados por el mejor zapatero de la región y se los limpiaba su elfina personal que no la dejaba ni en Hogwarts. Obviamente la admiraban. Admiraban su belleza sin igual, caracterizada por sus enormes ojos almendrados del color del mar en un día despejado; admiraban su pelo suave y sedoso del color del más delicioso chocolate fundido y todos y cada uno de sus discretos pero no por eso poco elegantes peinados; admiraban su actitud altanera y su posición siempre por encima; admiraban su sabiduría y las buenas notas que sacaba; admiraban también el hecho de que se hubiese apuntado al equipo de Quidditch como cazadora suplente para hacerle un favor al capitán, su hermano, puesto que uno de sus cazadores no estaba del todo en forma y siempre podría decaer... Lo admiraban todo de ella y ella se sentía admirada por todos y cada uno de los seres que la rodeaban. Todos menos tres, por supuesto. Terence Gibbs, Harry Dean y Regulus Black. Por supuesto. Ella era de las pocas que tampoco les admiraba a ellos. Por lo tanto ellos eran admirados por todos y no admiraban a nadie.
Cuan Euríale llegó a la Sala Común de Slytherin le dijo pacientemente la contraseña a la puerta que se abrió sin hacer ruido para dejarla pasar. El fuego de la chimenea que por la noche había ardido con vigor estaba tan apagado que de él no quedaban ni las brasas de los troncos y algún elfo doméstico descuidado había olvidado quitar las tristes cenizas que revoloteaban cual polvo cuando alguien ondeaba su capa cerca del hogar. Todas las mesas estaban impolutas, tan limpias que reflejaban el techo gris y abovedado en su madera negra. Dos niñas estaba sentadas en un mismo sofá, tan separadas la una de la otra que un río entero habría cabido allí sin que les salpicaran gotas. Una de ella debía estar llorando, puesto que tenía la cabeza enterrada entre las manos. Un joven paseaba por la habitación con el ceño fruncido y removían sin tocarlas las cenizas de la chimenea.
Cuando vio a Euríale, el joven se sobresaltó y se dio un golpe contra una esquina del muro en el codo. Se le saltaron un par de lágrimas del susto y se apresuró a retirarse dándole la espalda. Era un chico de séptimo que se le había declarado una vez, hacía medio año, y que aún parecía sufrir las consecuencias de la negativa de la chica.
Euríale, sin inmutarse siquiera, dejó la carta a sus padres en una de las mesas negras, manchándola temporalmente. Sacó pergamino, pluma y tinta de su mochila y, abriendo la carta que no pudo enviar, volvió a empezarla, copiando partes y modificando otras. Sin embargo, no estaba muy concentrada, seguramente por los nervios del primer entrenamiento de Quidditch que tendría lugar ese mismo sábado por la tarde, puesto que derramó la tinta negra sobre la alfombra verde, justo a la altura de un círculo de arabescas que, una vez manchado, parecía un ojo llorando sangre negra. Euríale se asustó por eso, limpió todo con la varita, recogió sus cosas y subió a su cuarto a buscar a Kimberly.
Su amiga dormía plácidamente pero Euríale no la dejó seguir haciéndolo. La despertó llamándola y sacudiendo ligeramente su hombro.
-¿Euría?-preguntó la rubia, soñolienta, con las pestañas aún algo pegadas y un hilo de baba que se había secado desde su boca hasta la almohada.
-Por favor, Kimberly, límpiate esas guarrerías.
-Sí señora.
Kimberly se levantó haciendo un esfuerzo por llevarse su cuerpo al cuarto de baño. Salió de allí dos minutos después, con la cara limpia, el pelo bien recogido y los ojos abiertos. Aunque estaba algo más erguida, se notaba que acababa de despertarse.
-¿Qué ocurre?
-No he podido enviarles la carta a mis padres porque Arthur ha elegido justo este día para morirse. Claro que mejor eso que no que se muriese por el camino y que la carta quedase extraviada para siempre. Luego no había nadie en el Gran Comedor y he vuelto para volver a escribir la carta. Pero entonces se ha derramado la tinta sobre la alfombra y me he quedado sin, por lo tanto venía a pedirte que vinieras a desayunar conmigo y que después me dejaras un frasco de tinta porque ya no me queda negra y mi madre odia que le escriba con tinta azul.
-¿Se ha muerto tu lechuza? ¿Y estás bien?
-Sí. Me da rabia, simplemente. Pero eso ya no importa, está muerta y punto. Además, estoy nerviosa.
-¿Por el entrenamiento de Quidditch?
-Sí.
-¿Y por qué le pediste a tu hermano entrar de suplente si ahora vas a ponerte nerviosa?
-No se lo pedí, Kimberly, él me pidió un favor y yo lo hago como buena hermana.
-Euría, estaba delante cuando se lo sugeriste tú.
-Se lo sugerí porque él no es lo suficientemente avispado como para darse cuenta de que era una buena forma de arreglar su problema con el cazador enfermo.
-Ya, vale, así que tú querías ir en ese momento. ¿Por qué ahora no?
-¡No entiendes nada, Kimberly! Bueno, vístete y ven a desayunar. Te espero en la Sala Común.
Y Euríale Mulciber cerró la puerta del cuarto de chicas sin ruido, subió las escaleras a la Sala Común y se sentó en el sillón verde más grande de todos a esperar.
Bueno... Esto ha resultado ser un fic cargado de significado oculto, muchos símbolos y un buen incipit (principio), uno como Dios y Stendhal mandan, con todas sus revelaciones de las que no hablaré porque os destripo la historia.
Gui
SdlN
