Dean no tuvo una infancia normal. A la misma edad en la que a otros niños se les enseña a no hablar con extraños o a no cruzar la calle sin mirar, a Dean le enseñaron como averiguar si alguien había sido poseído por un demonio o a trazar líneas de sal frente a todas las puertas y ventanas. Luego, John Winchester se marchaba a asesinar lo indestructible y dejaba a sus dos hijos solos.

Dean solía pasar las noches en vela junto a lo que en aquella ocasión hubieran convertido en la improvisada cuna de Sam. El chico miraba cada sombra en la pared con recelo, recitaba mentalmente lo que tenía que hacer en caso de que algo los atacara e intentaba no preguntarse si su padre estaría ya muerto.

A veces Dean odiaba a Sam con aquel odio infantil y egoísta y honesto que tienen los niños. ¿Por qué Sam tenía derecho a no saber qué estaba pensando y él no? ¿Por qué no podía ser Dean el bebé al que un devoto hermano mayor cuidaba por una vez?

Con el tiempo, Dean hizo desaparecer esa clase de pensamientos. Su trabajo era cuidar de Sam, y eso era todo lo que necesitaba saber.
FIN