Capítulo 1
Severus Snape miró a su alrededor. ¿Era un sueño o su imaginación jugándole una mala pasada? Eso no podía ser real. El prado a su alrededor era antinaturalmente verde, igual que la visión del pueblo que había a unos cuantos kilómetros de su posición. Y de repente, se mareó. Fue como si todo se sacudiera y el Sol perdió intensidad y los colores se difuminaron. Frunció el ceño, oliéndose que allí había algo raro.
— ¿Dónde estoy? — se preguntó en un susurro. Podía oír el zumbido en sus oídos, un susurro lejano y, de repente, el pasto verde era gris. Cerró los ojos, con la cabeza adolorida, se puso las manos en los oídos y cuando pensó que todo había acabado, los volvió a abrir. Todo estaba en orden: la hierba seguía siendo verde.
"¿Estás seguro de que funcionará?" — la voz se sentía familiar, pensó Severus. Recordaba haberla oído antes. Se giró en redondo, escrutando todos los rincones del prado en el que estaba. Había un bosque frondoso cerca, un lago pequeño en el horizonte y un sol de justicia que le abrasaba, pero no había nadie. ¿Quién había hablado? ¿Dónde se escondía el charlatán? Severus sacó la varita y apuntó a todos lados, esperando que alguien saliera. Se escuchó un ruido extraño, como si estuvieran tocando una bolsa de plástico, y luego, silencio. De nuevo.
Severus se sentó en el suelo, no queriendo moverse de su posición actual. Antes debía discernir cómo había llegado allí, dónde estaba y por qué estaba allí. La hierba estaba húmeda a pesar de ser un día de verano; Severus pasó la mano por la superficie descuidadamente, sin prestar atención. Estaba en una misión para el Señor Tenebroso. Sí, su mente recordaba eso: un ataque a Londres, al Callejón Diagon. La Orden del Fénix había hecho su entrada magistral y, a la cabeza de ellos, Dumbledore.
Luego habían luchado en mitad de la calle. Recordaba a Lily: su dulce Lily, peleando contra él. Su marido estaba a su lado, por supuesto, pero entre Rosier y Malfoy se habían ocupado de él. Lo habían lanzado contra el Emporio de las Lechuzas y Lily y él se habían quedado solos. Un hechizo desviado había chocado contra ella, enrollando enormes sogas alrededor de su cuerpo y haciendo que su varita cayese al suelo, lejos de ella. Su oportunidad perfecta para matarla y acabar con ese dolor de cabeza.
Severus se presionó la sien: dolía recordar, parecía como la jaqueca al día siguiente de haber bebido hasta el coma etílico. Sin embargo, soltó una risa estridente y amarga: ¿matarla?, ¿en serio podía ser tan iluso? Por supuesto que no iba a matarla: la seguía queriendo a pesar de que ella le había dado la espalda. Quizás, estando muy, muy enfadado con ella, le habría zarandeado, gritado y escupido algún insulto como usualmente hacía pero, mientras ella estaba allí, en el suelo, retorciéndose como un vil gusano en el lodo, él se había quedado mirándola. Su varita en alto, su cuerpo en posición de duelo y sus ojos clavados en los de ella.
Y entonces había desaparecido. La Marca ardía y ésa era la señal para retirarse. Todo había salido bien. ¿Seguro?, se preguntó a sí mismo. Había aparecido en Spinner's End, su casa, y… Ya no podía recordar más. ¿Qué había pasado entonces? Alguien le había atacado, suponía. Y se había despertado allí, en un prado en mitad de la nada. ¿Qué sentido tenía? Si debía despertar en algún lugar, ése sería Azkaban, sin lugar a dudas, no un prado bucólico.
Suspiró, inspiró y luego golpeó el prado con los puños para, finalmente, dejarse caer en la hierba. El cielo azul claro parecía burlarse de él y, en ese momento, odió todo a su alrededor. La hierba, el lago, el pueblo, el cielo, el aire que respiraba. Y entonces, salió de la concentración de su odio para escuchar voces. Y esta vez sí parecían estar acompañadas de alguien material hablando, no sólo el aire.
Rápidamente, Severus se levantó, metió su varita, junto con la mano, en el bolsillo, y esperó, mirando hacia donde se originaban las voces. Y cuando por fin salieron los dos muchachos de su edad, Severus pensó que estaban vistiendo raro. Aquella ropa hortera parecía sacada de principio de siglo; y que los dos la llevaran sin verse como lunáticos le dio qué pensar.
Aunque los dos eran altos y delgados, lo que se podía corroborar con la ropa antigua y ceñida que llevaban, parecían bastante distintos. El primero tenía unos ojos azules de mirada fuerte que le recordó a alguien y el pelo castaño, mientras que el segundo, de ojos igualmente azules, tenía el pelo rubio y ondulado que, junto con la ropa, le hacían parecer de una época más antigua todavía.
El primero en verle fue el chico rubio; el otro seguía hablando con él, mirándole casi con embeleso, queriendo decirle tantas cosas con la mirada que parecía abstraerse de todo. Sonrió de una forma que Severus calificó como tétrica, le dio un codazo a su amigo y le señaló con descaro, acercándose a él. Severus se tensó en el momento: se parecían tanto a Potter y Black antes de comenzar otra broma estúpida que pensó que le atacarían.
— Hola, tú. ¿Quién eres? — preguntó el chico rubio con voz arrogante. Parecía verdaderamente interesado, pero de una forma sórdida: Severus podía establecer claros paralelismos entre la mirada del extraño y la que adoptaba su Señor cuando tenía curiosidad por algo para usarlo con fines malvados.
— Severus Snape. ¿Vosotros? — preguntó secamente, sin dejarse amilanar. El amigo les miró a los dos intermitentemente, puso mala cara al ver la mirada de Severus y luego se colocó entre ellos con una sonrisa un tanto falsa.
— Yo soy Albus y él es Gellert. — Severus boqueó un par de veces, viéndose más estúpido de lo que parecía: ¿Albus?, ¿Gellert? El único Albus que él conocía era Dumbledore, y era conocido por todos que Grindelwald tenía como primer nombre Gellert. Pero debía tratarse de otros, seguro; era imposible que ésos fueran Dumbledore y Grindelwald.
— Eres mago, ¿no… Severus? — preguntó Gellert, mirándole con suspicacia. Severus asintió y entonces Albus dejó de sonreír. Gellert levantó la mano y se la tendió para estrechársela y Severus se vio obligado a dejar la varita en su bolsillo y sacar la mano de ahí. El agarre fue firme y contundente, como de alguien muy confiado en sí mismo. — ¿Lo conoces tú, Al? Con apellido inglés, debe de haber ido a Hogwarts, ¿no?
— No, no lo conozco. ¿A qué casa has ido? — Severus le miró fijamente y, después de sopesarlo durante unos segundos, terminó diciendo:
— No he ido a Hogwarts; estudié en casa.
— Oh, vaya, eso debe de ser horriblemente aburrido, ¿no? — exclamó Gellert, perdiendo todo interés en él. — Bueno, nos vemos. Adiós. — se dio la vuelta, alzó la mano como saludo y comenzó a andar en dirección contraria. Como si fuera su asqueroso perrito faldero, Albus le sonrió y siguió a su amigo: no, ése no era Dumbledore. Dumbledore ya habría metido sus narices donde no le importaba y estaría ofreciéndole un caramelo, como siempre. Sin embargo, Severus se vio obligado a recurrir de nuevo a ellos: ¡ni siquiera sabía dónde estaba! Les llamó con reticencia:
— ¡Eh! Esperad. — Gellert y Albus se dieron la vuelta, quizás esperando a que él dijera eso. — ¿Dónde estoy?
— ¿Ni siquiera sabes dónde estás? — preguntó Gellert con socarronería. Al momento siguiente ya se estaba riendo de él. — ¡Menudo fraude de mago estás hecho, amigo!
Severus se acercó enfadado. Pensaba hechizarle o golpearle al estilo muggle si era necesario: ese tío raro se parecía a Malfoy cuando hablaba con un sangresucia, siempre burlándose del sujeto en cuestión. Pero antes de llegar a ellos, otro chico, parecido a Albus y con su mismo color de pelo, se le adelantó. Se interpuso entre ellos con los brazos en jarras y una actitud peligrosa y comenzó a recriminarle a Albus:
— ¡Albus! Esta mañana has dicho que me ayudarías con Arianna. ¿Por qué te largas así como así? — y mientras Albus y el otro muchacho (al parecer su hermano) hablaban, discutían, gritaban y metían en su discusión familiar a Gellert, Severus empezó a sentirse mareado.
Parpadeó varias veces mientras sentía cómo las voces de los tres extraños delante de él desaparecían. El suelo se movió y Severus retrocedió un par de pasos, confuso. ¿Es que ellos no notaban nada de eso? O quizás estaban acostumbrados a esas sensaciones. Notó la mirada extrañada de Albus durante un segundo antes de que se posara de vuelta a su hermano. No los oía, pero por cómo gesticulaban y movían los labios parecían haber llegado a la fase de los insultos.
"Parece como si estuviera despertando, Albus."
"No debería moverse todavía. Quizás el hechizo no ha funcionado como debería. Volveré a convocarlo."
"¿Estás seguro de que esto es lo mejor?" — Severus hincó una rodilla en el suelo. De nuevo esas voces: reconocía la de Dumbledore y la otra… Parecía McGonagall, pero no estaba seguro.
"Tiene que verlo, Minerva. Que vea el amanecer de un mago oscuro y decida por sí mismo si esto es lo que quiere." — Severus empezó a perder la visión. Los hermanos habían dejado de discutir y ahora los tres le miraban con ojos curiosos y extrañados. Antes de caer al suelo, sin embargo, escuchó el susurro. — "Que vea por sí mismo mis pecados y mi redención. Que vea que él y yo no fuimos tan diferentes en el pasado, tiempo atrás." — Cerró los ojos, volviendo a escuchar en la lejanía las voces de Albus, Gellert y el otro muchacho.
