HIJO DE PUTA

por Lorem Ipsum/MadameNoir

Disclaimer: El Manga/Anime "Shingeki no Kyojin" no me pertenece.

Art cover: edición fanart perteneciente a Sable [ PixivID: 274560 ].


CAPÍTULO I. Un mundo violento y lleno de contradicciones.

―Creo que lo mejor que puedes hacer es abortar.

Las palabras de su hermano provocaron que Kuchel Ackerman hundiese el rostro en la almohada y se pusiera a llorar en silencio, amargamente. Se hallaba débil, había sufrido tanto durante estos últimos años, había creído que moriría ya sea a manos de un soldado de la Policía Militar, de inanición o por uno de sus desaliñados y violentos clientes del negocio de la prostitución, y él no hallaba cosa mejor que venir a hacerle reproches por haber quedado embarazada. Esto era lo peor que le podía pasar a ella, en opinión de Kenny.

―Mira a tu alrededor. ―Aquel hombre alto, de aspecto amenazador, vestido con una gabardina negra y un sombrero negro, observó la humildad de la estancia de una sola habitación que había hecho Kutchel su hogar en la Ciudad Subterránea―. Este no es lugar para que crezca un niño.

Su llanto silencioso no cesó a pesar de ser consciente de que Kenny estaba siendo realista y que era este el mejor consejo que le podía dar ante su patética situación de vida. Ciertamente, él no quería entristecerla. Sin embargo, ella era mujer y, como tal, un hombre como Kenny no podría comprender jamás ciertas cosas; el amor que ya sentía por la vida que estaba creciendo en su vientre la cegaba; no veía que ese futuro ser pudiese causarle más penas; y era mejor ahorrárselas ahora.

Sintió un peso hundir el colchón relleno de paja de su cama. Kenny se había sentado en el borde con el cuerpo inclinado hacia delante y los brazos apoyados sobre sus rodillas. Tras unos segundos sin moverse ni un ápice, se quitó el sombrero y lo dejó sobre el colchón, para luego mirarla directamente a los ojos. Kuchel se volvió para mirarlo a su vez, apoyando su espalda contra el respaldo de la cama. Su cascada de cabellos negros que caía hasta su cintura ejercía un hermoso contraste con el blanquecino color de las viejas sábanas. Su rostro ovalado y pequeño, humedecido por las lágrimas, se dejó mostrar ante su hermano. Kuchel era consciente de que su cara se había redondeado un poco. Seguro que esa cosita pequeña le pedía al cuerpo materno que empezase a engordar. Desde que había alcanzado el sexto mes de embarazo apenas salía de su pequeño apartamento. Tenía veinte años, no superaba siquiera el metro cincuenta y cinco de altura y nunca había pasado de los cincuenta kilos. Pero, por esas fechas, supuso que había subido de peso. Su vientre abultado ya era notorio bajo las ropas.

Kuchel esperó más recriminaciones por parte de su hermano con idea de hacerle cambiar de parecer, pero no fue así. Kenny quedó en silencio, observándola con aquel par de ojos grises idénticos a los suyos, en tanto que por su cabeza pasaba un sinfín de pensamientos que, por supuesto, Kenny no estaría dispuesto a dar forma con palabras.

En un instante, su hermano bajó la mirada y, con cierta curiosidad, quedó contemplando su vientre hinchado, para seguidamente desplazarla hacia su rostro. Ella se limpió las lágrimas del rostro con ayuda de una de las mangas del vestido y siguió aguardando por un desplante, un mal gesto, de Kenny y el hecho de no recibirlo la agobiaba más que la única y previsible contracción de labios y un suspiro condescendiente por parte de este. De ahí a que no se moviera, que permaneciera quieta, rígida y asustada, cosa esta que debía saber que no era un error, un mal.

¿Debía interpretar Kuchel este embarazo como algo bueno, y recibirlo con los brazos abiertos?, ¿o debía considerarlo algo negativo e inoportuno? Los temores pendían oscuramente sobre su cabeza: era la angustia, cargada de dudas, la que realmente la hacía sentir insegura. Aún no había salido de su asombro; siempre había sido precavida con sus clientes para no quedar embarazada. Se sentía perdida, confusa, y en cierto modo, hasta dividida. Y, evidentemente, era todavía incapaz de afrontar la idea de ser madre.

A pesar de todo ello, no podía evitar sentirse llena de curiosidad y expectante ante aquella pequeña fuente de calor. Fuera lo que fuese, quería ser testigo de lo que le ocurriese a lo que estaba gestándose en su interior. Por supuesto, también sentía miedo. Eso superaba su imaginación porque nunca se había visto a sí misma como madre. Sin embargo, la embargaba una sana curiosidad. No esperaba que Kenny la ayudara cuando tuviera el bebé, pero tenía la esperanza de que al menos respondiera como el hermano suyo que era y aceptase su decisión.

Kenny Ackerman volvió a tomar el sombrero entre sus manos. Acarició unos segundos la superficie del mismo, hecha de una tela dura aunque aparentemente suave con la yema de los dedos.

―Imagino que vas a seguir adelante por mucho que yo te diga ―arguyó él―. No vas a ponerle remedio a eso.

A eso.

―No, no voy a ponerle remedio, ya es demasiado tarde para abortar ―repuso Kuchel un tanto molesta―. Si todo marcha bien, debería nacer entre diciembre y enero.

―Por si acaso, te lo preguntaré otra vez, Kuchel: no tienes ni idea de quién puede ser el padre, ¿verdad?

―Ya te he dicho que no lo sé. ¿Qué harías si lo supiera?, ¿matarlo?

En respuesta, Kenny soltó un hondo suspiro para luego colocarse el sombrero en la cabeza. Después permaneció unos largos instantes en silencio; él mirando al fondo de la habitación, con la mirada perdida; y ella, mirándolo con la esperanza de entrever tras su impenetrable muralla algún atisbo de comprensión, de afecto por ella y por el futuro bebé.

―Te enviaré dinero lo que queda de año ―dijo al fin―. Prometí ayudarte porque has estado mal de dinero y mantengo mi palabra. Pero a comienzos de año tendrás que buscar cómo apañártelas. Estaré un tiempo en la superficie realizando varios trabajos y no sé cuándo regresaré. Si es que consigo regresar de una sola pieza.

Kuchel asintió, agradecida a sabiendas de qué tipo de trabajos estaría involucrado Kenny. No obstante, esta no era la comprensión que ella buscaba. Kenny estaba cumpliendo su promesa de ayudarla como hermano, pero estaba dejando claro que no iba a apoyarla con el embarazo.

―Kenny... ―Kuchel titubeó dejando caer la mirada―. ¿Te gustaría conocer al bebé cuando regreses?

Su hermano mayor reflexionó durante segundos, como queriendo negarse a darle la respuesta.

―Desde que madre murió y padre nos dejó a nuestra suerte, prácticamente nos hemos criado sin ayuda de nadie. Yo como asesino a sueldo en Mitras y tú malviviendo como prostituta en el subsuelo ―comenzó a decir Kenny, con cierto resentimiento contenido―. No hemos tenido un modelo paternal que nos sirva de referencia y, a pesar de todo, pretendes traer ese bebé a este jodido mundo. A un mundo violento y lleno de contradicciones.

―Yo le daré amor a este bebé ―afirmó Kuchel.

Kenny rio, condescendiente.

―¡Oh, qué conmovedor! Un niño no se alimenta de amor, Kuchel. Por la miseria en la que vivirá aquí acabará sufriendo. Sufrirá igual que nosotros dos cuando éramos niños.

―Estás haciendo una comparación injusta, Ken ―replicó Kuchel, alzando esta vez más la voz.

―Escúchame bien ―replicó Kenny. La voz de Kenny, monocorde y grave, hizo especial eco en aquella vieja y enmohecida habitación―: desde el momento en que el puto ego nació en este mundo, lo hizo aportando ya una moral individual. Y tú estás actuando bajo tu maldito ego. Es decir, vas a obligar a un niño a vivir una existencia de mierda sólo porque quieres tener a alguien que permanezca a tu lado y te haga compañía.

―¡No es así!, ¡tú no lo entiendes!, ¡no entiendes mi situación! ―Kuchel intervino gritando, dolida por las palabras de Kenny. Sus lágrimas volvieron a brotar con la misma facilidad que en una bonita fuente de algún ostentoso jardín noble. Dejó de señalar con el dedo índice a Kenny y colocó la mano sobre su vientre―. ¿Quién soy yo para negarle la vida a alguien que no tiene la culpa de nada?

―Haz lo que quieras entonces, Kuchel. Ya sabes lo que opino al respecto.

Dicho esto, Kenny se puso en pie y marchó hacia la puerta sin mediar alguna palabra más o contacto visual. Luego, desapareció cerrando con un golpe brusco la avejentada puerta.

o o o

Kuchel no lograba conciliar el sueño. Se levantó de la cama, en la que había permanecido prácticamente durante todo el día tras la visita de su hermano. Marchó en dirección al pequeño aparador de madera que tenía y que servía como encimera de cocina, en donde guardaba un escaso número de cacerolas y recipientes de barro baratos. De uno de los recipientes sacó una pistola pequeña, de corto alcance, en la que solo contenía dos balas. La había adquirido gracias a Kenny, en un intento por protegerse en caso de que algún cliente se sobrepasase con ella. Nunca la había usado y pensó que tal vez aquel era el momento más idóneo para hacerlo.

No le apenaba tener que morir, no después de haberle dado vueltas a lo que Kenny le había dicho. Criar a un niño en un lugar como aquel y en las condiciones en las que Kuchel vivía no era lo más certero, sino una auténtica locura, y puede que demasiado egoísta por su parte. Tenía que ceder a la razón y hacer lo que más se ajustaba a una decisión correcta.

Si no había lugar en este mundo para su bebé, tampoco lo había para ella.

En medio de la desesperanza, la muerte no era algo oscuro ni temible. Era algo natural, evidente; igual que el líquido amniótico para el feto que crecía en su vientre. «Estoy haciendo lo correcto», pensó Kuchel. Incluso casi sonrió. ¿Qué podría definirse como correcto en un mundo cruel?

Se metió el cañón en la boca y cerró con fuerza unos ojos ya ahogados por las lágrimas. Sus manos temblorosas comenzaron a sudar y buscó a tientas con el dedo índice de la mano derecha el gatillo. Desde el instante en que Kuchel tocó el gatillo, todo el ruido que la rodeaba desapareció: los ladridos de los perros en la calle, el murmullo de actividad humana en los edificios colindantes y su respiración agitada. Quedó envuelta en una honda calma, como si se hallara en el fondo de unos de esos maravillosos lagos de la superficie.

En ese preciso momento, Kuchel recordó las palabras del ya fallecido jefe del clan Ackerman hablando sobre un dios, uno único y omnipresente, cuando era solo una niña. El jefe del clan oraba con el resto del clan cierto día de otoño, cuando soplaba un viento frío a orillas de unos de esos lagos. Fue entonces cuando también se percató que creía en ese mismo dios, descubriendo de pronto este hecho. Como si las plantas de sus pies hubiesen hallado unos cimientos sólidos en el fondo del cieno blando. Era una sensación inexplicable, una revelación imprevisible. Días más tarde, el rey había decidido derogar el tratado de paz tras la ejecución del jefe del clan Ackerman por ser, según su juicio, una amenaza para el bienestar dentro de las paredes. El clan Ackerman volvió a ser perseguido y sus miembros se dispersaron por los diferentes distritos. Por los azares caprichosos del destino, Kuchel acabó en el subsuelo. Meses antes de quedar embarazada había vuelto a dar con Kenny en el subsuelo, quien se dedicaba a la trata con las mafias y a asesinatos a sueldo; era un mercenario. Se enteró por él que su padre había fallecido, llevándose los secretos del clan a la tumba. Del resto de personas pertenecientes al clan, Kuchel nunca más tuvo noticia alguna.

Por ese entonces, siendo perseguida y delegada a las profundidades del infierno, la Ciudad Subterránea, Kuchel comenzó a odiar a esa supuesta divinidad. Más aún, al igual que Kenny, Kuchel odió profundamente a los Reiss por dejarla reducida a la decadencia y a la miseria. Durante mucho tiempo, para Kuchel, esa gente y su fe eran homónimos de Dios; odiar a los Reiss era odiar a Dios. En nombre de Dios y, por ende, de la familia Reiss, le había sido arrebatada la libertad. Su corazón quedó aprisionado, cargando la más pesada de las cadenas: ejercer la prostitución para poder sobrevivir. Vender su cuerpo como si un mero objeto se tratase, dominado por la pestilente lujuria inherente en la peor calaña de hombres del subsuelo.

«Si Dios existiera, mi vida y la de otros estaría repleta de luz», pensaba Kuchel a menudo. «Habría podido tener bellos recuerdos de una infancia normal y corriente, sin el tormento de la cólera y el miedo constantes. Y mi vida sería mucho más positiva, más reconfortante.»

A pesar de todo, mientras sostenía la pistola con el cañón metido en la boca y a punto de disparar, Kuchel no podía evitar reconocer que en el fondo de su corazón, creía en Dios. Como cuando de manera mecánica se ponía a rezar, cuando enlazaba las palmas de sus manos, realizando un acto de fe, por más que no fuera consciente de ello. La sensación de profunda calma que la inundaba en aquellos instantes era la misma: una sensación que la calaba hasta el tuétano y de la que no podía deshacerse mediante otras emociones ni con la lógica. Un click que se activaba desde su interior y que traía consigo una intensa sensación frugal de su propia noción de existencia. El rencor y la rabia almacenados durante años tampoco lograban apagarla.

«Pero este no es su Dios; ni el de los Reiss, ni el de los Ackerman, es mi Dios. Lo he aprendido porque he sacrificado mi vida, porque este Dios me ha lacerado la carne y desgarrado el alma. Dios me ha despojado de mi tiempo, de mi juventud, de mis ilusiones y recuerdos. No es un Dios con forma, no tiene que ver con esos muros, ni con los titanes, ni siquiera con nosotros mismos. No viste de blanco ni luce largas barbas. No tiene doctrina, ni libro sagrado o preceptos. Dios, mi Dios, no recompensa ni castiga. No concede ni arrebata. No ha dispuesto un Cielo al que ascender o un Infierno al que caer condenado. Dios simplemente está ahí, sea el fin o no.»

En ocasiones, Kuchel recordaba las palabras que el líder había pronunciado poco antes de morir. Jamás olvidó su profunda voz de barítono haciendo eco en el aire, con Kenny sentado al lado de ella escuchando atentamente, con la mirada perdida y del todo absorto. El líder había dicho al clan:

«Donde hay luz tiene que haber sombra, y donde hay sombra tiene que haber luz. No existe el Mal sin el Bien, ni el Bien sin el Mal. El mundo es una amalgama de luces y sombras, como también lo es cada uno de nosotros.»

Con todo, al final Kuchel no presionó el gatillo. En el último segundo aflojó el índice y se sacó el cañón de la boca, esta vez sin temblar y sin derramar ni una sola lágrima. Entonces respiró hondamente; se llenó los pulmones de aire y luego lo expulsó poco a poco, como quien emerge de las profundidades. Parecía querer renovar todo el aire contenido en su pequeño y frágil cuerpo. Bajó el arma y entreabrió los ojos. El vacío que la rodeaba, aquella calma en la que había quedado sumida, se desvaneció y, de golpe, como si hubieran quitado un tapón, volvieron todos los ruidos. Cuando Kuchel fue del todo consciente, la determinación de suicidarse había desaparecido de su interior. Bajó el martillo percutor del arma, puso el seguro y la guardó en el mismo recipiente de barro.

Ahora estaba segura de lo que debía hacer. Sólo sabía que, pasara lo que pasase, debía proteger esa cosita pequeña que había en su interior y, para ello, necesitaba creer en Dios. O reconocer que creía en Él.

En aquel instante, la cosita pequeña comenzó a moverse. Quería emanciparse de aquella tibia oscuridad y por eso daba patadas a las paredes del útero.

Ansiaba luz y libertad.


¡Saludos! He aquí mi primer trabajo en el fandom de Attack on Titan. Por supuesto, será un fic Eruri porque tengo una especial debilidad por estos dos viejos enamorados, así que si no te gusta el pairing tal vez deberías de dejar de seguir leyendo. Sin embargo, no será un Eruri céntrico; quiero centrarme en los aspectos de la historia, sobre todo en la vida de la madre de Levi y cómo permanece en la memoria de su hijo a lo largo de los años, destacando sus primeros años en la Legión de Exploración. Intento en todo momento seguir fielmente el canon, por lo que si hay algún tipo de fallo argumental (también incluyo gramatical, de expresión, etcétera), estaría más que encantada de saberlo y corregirlo sin problema.

Las actualizaciones serán algo lentas, pero espero acabar el fic antes de finalizar el verano (y si el capítulo 84 del manga no consigue matarme en un par de semanas xD).

¡Muchísimas gracias por leer! :D