No era habitual para Saga fingir ser la sombra, pero cuando se dio cuenta de que Kanon estaba afuera, a la sombra de una palmera en la playa más protegida del Santuario, tuvo que acercarse con toda clase de precauciones. Los gritos de los aprendices venían de demasiado cerca y no le cupo duda: tenían que haber visto a Kanon.

En otras palabras, Kanon estaba haciéndose pasar por él.

No era que le disgustara eso (al menos, era lo que se decía a sí mismo), pero era peligroso. Por muy bien que lo imitara su gemelo, Kanon era Kanon y estaba a mucha distancia de la persona que era Saga.

No se lo diría en la cara a su hermano, pero la verdad era que le preocupaba que sus travesuras ganaran para él una mala fama de la que no lograría desprenderse.

-¿Qué es ese ruido? –preguntó en un susurro, cuando estuvo convenientemente cerca, escondido detrás de unas piedras.

-Niños jugando –respondió Kanon, con tranquilidad e imitando tanto la voz como el ritmo que usaba Saga para hablar.

De acuerdo, la imitación era aceptable, para alguien que no conociera a Saga a profundidad. Decidió tomarse la suplantación con calma (de todos modos, no podía ponerse a regañarlo en ese momento, sería arriesgarse a que los descubrieran y entonces la culpa del desastre sería de Saga, no de Kanon).

Con mucho cuidado, se asomó por encima de las piedras y espió lo que hacían los aprendices.

Era la tarde de uno de los pocos días libres que se les concedía al año para hacer lo que quisieran y, como siempre, los niños de la Orden trataban de exprimirle hasta la última gota a esas pocas horas de libertad. En efecto, estaban jugando, pero Saga no le encontró sentido a lo que hacían.

-¿Qué juego es ese? –preguntó, confundido. Cualquiera que lo hubiese escuchado en ese momento, se daría cuenta que, a sus catorce años, no era demasiada la diferencia que tenía con los niños que jugaban en la playa.

-Aldebarán mencionó que es algo que se juega mucho en su país de origen y resultó que Shura también sabe cómo jugarlo. Así que se han convertido en capitanes de dos equipos y están tratando de enseñarle a los demás –explicó Kanon, con la risa vibrando contenida en su voz-. Si he entendido bien, el objetivo de cada equipo es meter la pelota en el área que resguarda el otro equipo.

-Ajá… -dijo Saga, invitándolo a continuar.

-Cada equipo tiene un portero, Afrodita es el del equipo de Aldebarán y Máscara es el del equipo de Shura. Su trabajo es quedarse ahí y evitar que los contrarios logren meter la pelota. Ellos pueden usar las manos… cualquier parte del cuerpo para evitarlo, pero los demás no pueden tocar la pelota con las manos. Todavía no logro entender el resto de las reglas, pero creo que al menos se están divirtiendo.

-Así parece.

Saga contempló un rato más el entusiasmo con el que los aprendices (todos descalzos y bastante sucios para ese momento) pateaban la pelota. Por un momento se preguntó dónde habrían conseguido ese juguete. Parecía hecha con trapos viejos amarrados apresuradamente.

-¿Cómo es que tú no juegas? –preguntó, con un tono mucho más amable del que solía usar al dirigirse a su hermano en esos días; era bastante fuera de lo común no tener que regañarlo por alguna travesura y se sintió un poco mal por la idea de que Kanon pudiera estar perdiéndose de la diversión por miedo a hacer algo que Saga no haría normalmente.

-Oh, me invitaron a jugar –nuevamente, tuvo la impresión de que había risa contenida en la voz de Kanon, ¿tanto le alegraba ver a los demás así de contentos?-, pero me pareció mejor observarlos por esta vez, tal vez así termine de aprender las reglas… Me confundieron contigo antes de que tuviera tiempo para esconderme y tuve que seguir la corriente, ¿sabes?

-Es lo que imaginé.

-¿Tomas mi lugar? Ya me cansé de estar sentado aquí.

Por un momento pensó en negarse, le sentaba mal negarle a su gemelo la poca libertad que podía disfrutar cuando se hacía pasar por él, pero no percibía nada de disgusto. Así que asintió y cambiaron de lugar aprovechando que los demás estaban completamente distraídos con el juego, celebrando que Milo acababa de lograr lo que parecía ser la sétima u octava anotación. O Afrodita era un pésimo portero, o estaba apenas fingiendo resguardar la portería para que el niño pudiera celebrar.

-Milo acaba de empatar –indicó Kanon-. Siete a siete.

-Entiendo. ¿Pudiste recoger mis camisas nuevas?

-Oh, sí, lo hice. Eh… si los chicos te dan las gracias, será como la novena vez que lo hagan. Aldebarán especialmente estaba muy entusiasmado porque los "ayudaste" con el asunto de la pelota. El chico es una montaña de buen corazón, ¿sabes? Y este juego es su favorito, parece que lo echaba mucho de menos.

-Entiendo… ¿Eh? ¿Y de dónde "saqué" la pelota?

-La hiciste "tú" mismo, en menos de lo que canta un gallo, con lo primero que "tenías" a mano.

-¿Kanon? –la voz de Saga se tiñó de alarma-. ¿Kanon?

Pero Kanon ya estaba lejos y Saga no se atrevió a gritar.

Tampoco se atrevió a perseguirlo, porque de vez en cuando los niños miraban en su dirección y agitaban la mano, saludándolo. Realmente parecían felices…

Solo le quedaba rezar para sus adentros porque el insinuar que había hecho la pelota de trapo con sus camisas nuevas fuera solo una broma de Kanon…