Arthur POV:

La tormenta era espectacular. Los relámpagos atravesaban los ventanales, iluminando toda la estancia. Ni mis hombres ni yo habíamos visto nada igual, pero como buenos lobos de mar, intentábamos que nuestra querida Amelia sobreviviera ante tal ataque divino.

La vela había caído, y el agua empezaba a ocupar nuestros camarotes. En el fondo sabía que era inútil seguir luchando, nuestros pecados como piratas eran imperdonables. Pero queríamos creer, que al ver la cara de la muerte, existía la posibilidad de redención.

Entonces una luz, un rayo realmente potente, me cegó. Mi visión se volvió oscura, y mi cuerpo no parecía reaccionar. ¿Estaba muerto? Después de tantas batallas, ni hombre ni arma cualquiera pudieron matarme, sólo la madre naturaleza. Nunca había estado cerca de morir siquiera, por eso no sabía qué se sentía al morir, y pensé que estaba caminando rumbo al infierno que me esperaba, con las puertas abiertas. O eso creí.

Empecé a escuchar un zumbido. Estaba por todas partes, no entendía que podría ser. Ese zumbido se convirtió en susurros. Apenas pude distinguir nada, salvo la voz de una mujer. La única palabra que dijo fue "bienvenido". Finalmente la oscuridad fue despareciendo, y mi cuerpo fue reactivándose con una sensación nada agradable, una mezcla de frío y entumecimiento.

Observé un cielo azul, hermoso, parecía como si hubieran pasado miles de años desde que lo observé por última vez, porque no entendía ese "sentimiento" que me invadía al verlo. Estaba sujeto a un trozo de madera, en medio del mar. A mi alrededor había restos de Amelia, y mis compañeros flotaban inertes. Algunos muertos por congelamiento, otros con diversos daños, otros simplemente ahogados. Mientras buscaba supervivientes, observé en la lejanía una isla, probablemente mi única oportunidad de sobrevivir. Así que empecé a nadar con todas mis fuerzas hacia esa "tierra prometida". Al menos, retrasaría mi muerte un tiempo más. Eso si no estaba muerto ya.

A medida que me acercaba, pude ver que la isla era realmente enorme, la playa a la que me dirigía debía medir por lo menos 3 o 4 millas de longitud. Me pareció ver a una mujer joven, de pelo castaño y ropajes rosas, mirándome desde la playa. Pero en cuanto parpadeé, desapareció. Podía ser una ilusión, por el hambre, o la deshidratación, pero deseaba con todas mis fuerzas que se tratase del paraíso.

Han pasado varios días desde que llegué a este lugar. Desde el primer momento sentía que estaba en una isla especial, extraña. Cuando mi tripulación y yo, a bordo del Amelia, nos encontramos aquella tormenta catastrófica, estábamos al norte de nuestra patria, donde se suponía que había fuertes marejadas y mal tiempo. Sin embargo, en este lugar, no he visto ninguna nube en el cielo desde entonces. Igual de extraño es este calor, que hace que mis ropas se apeguen tanto a mi, como si fuera una segunda piel (y apestosa, para completar).

Durante días estuve esperando ver en el horizonte algún navío, sin resultado. Entonces decidí no quedarme parado esa playa, sino investigar la isla, ver lo que me podía ofrecer. Ya sea cobijo, comida, o con suerte suficientes materiales para construir algún pequeño barco y volver a la civilización.

Algunas de mis pertenencias en la Amelia llegaron a la orilla, incluido uno de mis sables favoritos, el cual usé para abrirme paso a través de la maleza. Seguí durante un rato hacia lo que creía que era el norte, hasta dar con un descampado. La vista era magnífica. La isla parecía ser realmente enorme, tardaría semanas en investigarla al completo. Entonces, noté algo detrás de mí, momento en el cual me giré rápidamente y ataqué con mi arma, que resultó chocar contra otra similar.

Ante mí estaba un hombre, moreno y alto, blandiendo otro sable como el mío. Sus ropajes me sonaban, parecían los de un pirata español, sin embargo estaban tan desgastados y destrozados que eran apenas reconocibles. Cuando le ataqué no parecía tenerme miedo, pero en cuanto vio mi cara, su expresión cambió. Le miré fijamente, me resultaba muy familiar, y en ese instante un nombre vino a mi cabeza: Antonio. Bajé mi espada ante ese hombre, movimiento que imitó, y le abracé.

Antonio Fernández Carriedo, un conocido pirata español con el que combatí en numerosas ocasiones. Si yo dominaba los mares del norte, él era mi digno rival del sur. Sin embargo hacía años que no le veía. A pesar de su apariencia muy desastrosa, estaba claro que era él. Eso también significaba que no estaba en el paraíso, ya que de ser así, el pobre hombre al menos podría haberse cambiado de ropa.

Hablaba con mucha dificultad, pero conseguí enterarme de lo que le pasó. Para mi sorpresa, era parecido a mi experiencia: una tormenta "perfecta" que destruyó su navío, y cuando despertó ya estaba aquí. Se pasó varios años en la isla, totalmente solo. Supuse que por eso ahora parecía un poco paranoico y tenía esas dificultades al hablar. Estuvimos hablando de su estancia en la selva, pero cuando le pregunté si intentó crear un barco, se quedó totalmente callado. Entonces se escuchó un ruido de un ave por todo el descampado, y Antonio se puso muy nervioso, casi llorando. Lo siguiente que me contó, logró asustarme.

"Desde que llegué aquí escuché ruidos en la selva, siempre por las noches. Investigué y me adentré en lo más profundo, pero parecía como si el sonido siempre se alejase de mí. Entonces, cuando decidía rendirme, escuchaba como pisadas y susurros a mi alrededor, y una risa de chica joven que parecía perseguirme a donde quiera que fuese, atormentándome. Durante mucho tiempo, cada noche sucedía eso, y tenía que dormir de día, para que cuando llegase el atardecer, estuviese alerta."

Su mirada entonces cambió a una más alegre, como si hubiera una oportunidad de que sobreviviera al fin del mundo.

"¡Pero por alguna razón no se atreven a seguirme a mi refugio! Ven conmigo, ¡te lo enseñaré!"

Aunque creí que su mente y su espíritu estaban totalmente destrozados por la soledad, le seguí la corriente por el momento y fui con él.

Seguí a Antonio a través de la selva. Realmente se encontraba ansioso de enseñarme su hogar. Le comprendía, pasar años perdido en este lugar podría destruir la moral hasta del más fuerte, y encontrar un lugar en el que sentirse realmente a salvo de cualquier peligro, donde pudiera descansar sin problemas, sería el mayor tesoro de esa persona. El cielo empezaba a volverse anaranjado, pronto anochecería, así que acampar en mi nuevo "hogar" sería una gran idea en este momento.

Tras un largo trecho, llegamos a una especie de cueva, en cuya entrada había una antorcha, al lado de una especie de hoguera. Antonio recogió algunas hojas y madera de los alrededores, y con un par de piedras consiguió prender un fuego con el que encender la antorcha. Entonces me señaló que le siguiera adentro de la cueva. A medida que avanzábamos iba viendo por el suelo restos de animales, probablemente antiguas cenas de mi compañero. Al final llegamos a una zona más "ordenada": había estantes improvisados con madera recogida de la selva, cajones, armas como espadas de madera, lanzas y arcos. Pensé "Antonio no ha perdido el tiempo después de todo.". Le dije que yo había recuperado algunas de mis pertenencias del Amelia, y que mañana me gustaría traerlas a la cueva también y guardarlas junto a las suyas. Mientras Antonio encendía otra hoguera en la habitación para iluminar mejor, me respondió: "¿Mis cosas? No son mías. -observó a su alrededor- Todo esto ya estaba aquí cuando llegué."

Sin darme tiempo a sorprenderme, escuchamos una especie de aullido o grito procedente de la entrada de la cueva. Nos quedamos totalmente callados, mirando el oscuro sendero que habíamos recorrido desde allí, y entonces un gran vendaval nos sacudió. Era tan fuerte que nos tiró al suelo y apagó cualquier luz que hubiera en esa estancia.

Grité el nombre de mi amigo, pero cada vez había más ruido alrededor. Ese ruido se fue convirtiendo en un zumbido ensordecedor, que estaba a punto de reventar mis oídos. De repente paró.

Abrí lentamente los ojos, con mi cuerpo algo dolorido. No reconocía la estancia, pero sin duda era más interesante que la cueva de Antonio. Miré a ambos lados en su busca, pero parecía estar totalmente solo en ese lugar. Una habitación iluminada por varias antorchas, con muebles mucho mejor elaborados, incluso retratos de gente que no reconocía. Eso no encubría totalmente que seguía estando en una fría y húmeda cueva. Cuando intenté levantarme no pude, entonces me di cuenta de que estaba atado a una silla. Me encontraba demasiado débil como para intentar romperla, por lo que no podía hacer nada en ese momento. De repente escuché pisadas que se acercaban a mí por detrás.

Un pequeño cuchillo se puso delante de mi cuello, mientras una mano agarraba mi cabeza y la hacía mirar al techo, el cual tenía símbolos extraños, de hombres con máscaras de animales como cocodrilos, perros o gatos. Un hombre de aspecto imponente, con gafas, un lunar en su cara y con expresión indiferente, me miraba desde el lado derecho y apretaba el cuchillo contra mi cuello. Entonces, detrás de mí también, surgió una voz que me heló totalmente. La misma voz femenina que cuando me dio la bienvenida a la isla era cálida, ahora tenía un tono diferente. De imploración y súplica.

"Ayúdame".

Tras escuchar aquella voz, como si hubiera sido una orden, me lancé hacia atrás, cayendo de espaldas al suelo y rompiendo la silla con mi propio peso. El hombre se apartó, sorprendido, e intentó apuñalarme en el pecho. Logré esquivar la puñalada y ponerme de pie. Me lancé sin pensarlo contra aquél hombre para intentar obtener respuestas. Le empujé contra la pared y forcejeé para intentar conseguir el cuchillo. Cuando por fin lo conseguí, le dí una patada en su entrepierna, para que cayese al suelo y así poder sujetarle mejor. Puse su propio cuchillo contra su garganta, y empecé a preguntar.

"¿Qué es este lugar?, ¿Quién eres?, ¿Quién es ella?, ¿Por qué intentabas matarme?" A todas las preguntas, su única respuesta fue el silencio y una mirada de frustración. Golpeé su nuca y le dejé inconsciente en el suelo.

La chica estaba muy nerviosa. Me apresuré a atar al hombre con las cuerdas que usó en mí y fui a ayudarla. Empecé por quitarle la venda que tenía y observar entonces unos ojos de color azabache hermosos, enrojecidos y llorosos por el miedo. Le quité las sogas y entonces ella me abrazó, mientras lloraba. No quería meterle prisa para escapar, dejé que se tranquilizase mientras la abrazaba. Aunque dentro de mí seguía teniendo muchas dudas con respecto a ella y la isla.

Cuando dejó de llorar me miró a los ojos. Sentí algo raro en ella, ni siquiera me hablaba. Le pregunté si estaba bien, pero ella solo se limitó a bajar la mirada, posiblemente atemorizada. Llevábamos demasiado tiempo en ese lugar, así que le dije que se agarrase bien a mi mano, porque iba a sacarla de allí. Ya habría tiempo para hablar más tarde.

Usamos un candil que había en la habitación, seguramente era del hombre que nos secuestró, para guiarnos mejor por las cuevas. La chica todavía temblaba un poco, pero parecía decidida a querer escapar conmigo. Tras un rato caminando ella se adelantó corriendo, y la seguí. Se quedó agachada en una encrucijada de dos túneles, mirando el suelo. Había marcas extrañas justo en medio del cruce. Cuando me acerqué a ella me agarró de la mano y empezamos a correr en la dirección que ella señalaba. De alguna forma ella parecía conocer el camino, porque me llevó directamente a la salida, de nuevo en la selva.

Al final nos detuvimos a la orilla de un riachuelo. Ambos tomamos agua, y pudimos descansar un rato. Observé su ropa, y se parecía a la de aquella chica que vi en la playa cuando llegué. Mientras pensaba eso, ella me habló.

Se presentó como Mei y se disculpó por todos los problemas que, según ella, me causó. Le pregunté varias cosas, pero me daba respuestas bastante ambiguas. Mencionaba que era necesario que escapáramos lo más lejos posible, antes de que se enterasen de que se había ido. Cuando pregunté "quienes" la tenían secuestrada, escuché un sonido extraño al otro lado de la selva. Mei entonces se quedó helada, mirando a un punto fijo de los árboles. Volvía a estar asustada, pero mucho más que antes, y lo único que pudo decir es "¡CORRE!".

No entendía qué estaba pasando en esa isla pero no quería perder de vista a la chica, así que corrí tras ella. De repente, detrás de mí comencé a sentir algo. Pisadas. Y muy fuertes, como si estuviera corriendo alguien que pesase igual que 20 hombres. Cuando me giré para mirar, lo único que vi fueron árboles siendo arrancados de cuajo, a medida que pasábamos por ellos. Con mi corazón a punto de salir por la boca corrí todo lo que pude, tanto que no me di cuenta que Mei se había detenido delante de una cuesta difícil de superar. Choqué con ella y caímos rodando colina abajo.

Caímos al lado de unas rocas grandes, doloridos y con muchos rasguños, pero vivos. Lo primero que me vino a la mente fue coger a Mei y ocultarnos detrás de dichas rocas. Escuchábamos al "monstruo" arriba caminando alrededor de la colina, seguramente buscándonos. Mei me abrazó, asustada, y ambos nos tapamos nuestras bocas para evitar hacer cualquier ruido. Tras unos instantes, las pisadas parecían alejarse, al igual que el ruido de los árboles siendo sacudidos por esa "cosa".