Un negro espectro como Ángel de Angustia brotó entre los robles del Bosque Prohibido, arrancando un destello al disco de la Luna Llena.

Era una niebla oscura de alas o velos ondeantes, girando en aspas, vaporosa, animada por una silenciosa y quizá siniestra inteligencia.

El espectro emitía un viento que azotó los sicomoros, y he aquí que hojas sueltas en el aire lamieron las piernas de la asombrada Hermione Granger, paralizada, cuya corbata y rizos aletearon por la corriente de aire frío.

El viento sopló más fuerte, y las hojas revolotearon en torno de la castaña, que entreabría los labios y no lograba parpadear, en el remolino creciente de hojas doradas de la noche.

Aun para ella, valerosa, la impresión fue total: regresaba al colegio con Harry y Ron luego de hablar con Hagrid. Pero se alejó unos pasos de los chicos, pues creyó ver un macizo de raras plantas que necesitaba, cruzó los sicomoros y al doblar, se dio de frente con aquel espectro, que se detuvo a metros de ella.

En el caos de hojas volando, la castaña notó que, en el centro de aquel fantasma, tras velos impalpables, un diamante brillaba, y Hermione creyó vislumbrar que esa piedra la veía y que ese cíclope fantasmagórico igualmente la estudiaba, con cruel interés.

Es una niebla viva, entendió, paralizada, pero aun así analizando. Sí, se repitió entre las gotas doradas de los sicomoros y su asombro, aquella aparición vivía, era una sombra de Artes Oscuras, un ente convertido en noche en vuelo y en alas de ónice por prohibidos conjuros que venía de la profundidad del Bosque e impulsaba aquella corriente de aire, fría, como fría es la desolación.

Sin apartar la vista del espectro, Hermione tomó lentamente su varita... Aunque Harry y Ron la esperaban a pocos metros y debían notar el repentino viento, de llamarse no alcanzarían a oírse... Ella pensó en su hechizo a lanzar, e intuyó que ese espectro seguía su propio camino, que también se la encontró inesperadamente, pero que ahora, no la rehuía. No le temía. Moviéndose en negros velos de seda, analizaba qué hacer con Hermione. Era ella quien corría el peligro ante esa presencia que se contorsionaba en sí misma, lentamente.

Hermione dirigió veloz su varita hacia el espectro, ¡pero, tarde! La sombra saltó sobre ella sin darle tiempo de nada, ni de gritar, y he aquí que la castaña se vio elevada y abrazada por velos de negra nube, alejándola de los chicos en el centro de un ciclón.

Un ciclón sin sonidos por dentro, ni viento, de rápidas franjas oscuras entre las que la Luna brillaba, haciendo volar a Hermione entre los sicomoros.

Las franjas de seda etérea pasaron tras la espalda de Hermione, rodeándola, mezclándose, confundiéndose.

Ella no gritó. Le parecía absurdo gritar por alguna impresión, incluso ésta; pero no evitó la sensación de que esas franjas eran brazos.

Otras franjas se dirigieron a las manos de ella... Hermione sintió dedos entrelazándose con los suyos... Y no eran de material etéreo: era la calidez de dos manos firmes en las suyas y dedos estrechando los suyos... Y no era desagradable. Eran manos firmes, endurecidas en algunas partes, pero tersas, que cruzaban sus dedos con los de ella, deslizándose con interés.

El Sendero Oscuro es helado, y es cruel... pero así debe ser.

Ese susurro de la negra aparición la estremeció, pero no lo escuchó, fue un sonido en su mente, tan real como si le hablaran al oído, un susurro de Luna quebrada que Hermione percibió en sus sienes, le vibró en los labios, una voz de viento grave, profunda, que acompañó a su tomarla de las manos.

Fue veloz: vuelo, abrazo, entrelazar los dedos y pese a lo repentino, ella recibió esos contactos con inesperado, repentino placer, mezclado con inquietud... Era una emoción desconocida y al mismo tiempo sabida de antemano, imposible de rechazar. Manos en su rostro, con tacto de piel, la distraían al ser llevada a otro sitio ¿Para qué?, se preguntó ella, y su respiración aceleró.

No obstante, de la helada aparición también manaba un ser frío: astuto, desalmado. Y aquel diamante u ojo volvió a aparecer, más arriba de la castaña, rodeado de hilos nubosos. Y Hermione supo que la miraba.

Notó que los contornos de la piedra preciosa, a ratos cobraban la silueta de un ojo humano, y ella supo que aquel ojo, ese diamante espectral, no la miraba por vez primera... Hermione tuvo la certeza que desde sus primeros días en Hogwarts, aquella mirada escondida en velos de noche la había analizado fríamente, estudiado con cuidado, y también a lo largo de los años, pero que este encuentro le daba una oportunidad... ¿Para el Bien, para el Mal? Tal vez eso daba lo mismo. El alma encerrada en esa armadura de noche alada no creía realmente en nada.

Hermione no pudo preguntarse qué sería, pues insinuados labios de sombra se acercaron a su rostro... Ella entrecerró los ojos, llena de súbita emoción violenta: era difícil resistirse. Todavía más, porque entre los nubarrones que la envolvían, otra mano le hundió los dedos en los rizos sedosos.

La sombra hizo que Hermione extendiera los brazos a los lados. El abrazo la curvó hacia delante y esos labios espectrales, pero tersos, se acercaron a los suyos.

El Sendero Oscuro es infinito... le susurró de nuevo la voz, y Hermione percibió que fuera de la sombra, el viento enloquecía el revoloteo de las hojas sueltas, removiendo la falda de Hermione, la túnica, sus cabellos, estremeciéndola cuando unos labios varoniles se acercaron a los suyos, insinuantes, en locura de alas, de abrazos, de roces, envuelta en un hechizo que la hacía desconocerse, y tal vez no importarle.

Esos labios, su calidez, su firmeza, su cercanía, hicieron jadear a Hermione. Era casi un beso. Pero no como los imaginados con Ron, ni como los de Krum... Eran los labios firmes y conocedores de un hombre oscuro, y le rozaban la boca...

La sensación la estremeció, y abrazada y sujeta de las manos con suavidad, se desconoció. Con los brazos extendidos por las manos de esa presencia que le entrelazaba los dedos, con la espalda arqueada por esos brazos y otros que le sostenían las piernas, con el rostro en esas manos, Hermione cerró los ojos y movió la cabeza, jadeando, rozando sus labios entreabiertos con los de la presencia, sintiendo que sería capaz de perder la cabeza.

Un firme abrazo inquisidor rozaba sus labios con cálido deseo. Y con desprecio del deseo... porque no tenía intenciones de besarla. Porque aquella sombra era cruel y esta noche era una presencia embriagada de condena, cínica, desencantada, esperanzada sin fe.

Hermione soltó un leve gemido cuando un rostro le susurró al oído.

Tu Oscuridad es tu aliada, si te alías con tu Oscuridad... añadió el tornado sordo, y esa frase, imprevista o trampa, puso a Hermione Granger en el camino de sus Tinieblas, y de sus deseos inconfesados, y de su revelación de Esplendente Oscuridad.

Los labios etéreos pero sedosos se apartaron de los labios de Hermione, y la sombra se esfumó sin más, súbitamente, y las hojas dejaron de susurrar

Hermione se vio de pie, recargada en un árbol. Comparado con el ciclón apabullante, el silencio fue ensordecedor.

Jadeó, sorprendida, escuchando pisadas acercándose, y al comprobar su ropa y cabello, los notó intactos. Como si nada hubiera sucedido.

-¡Herms! –dijo en una suerte de grito en voz baja, Ron.

Las hojas crujían por la carrera acelerada de ambos, y cuando Harry pasó frente al árbol, una mano lo sujetó.

-¡Hermione! –susurró Harry a su vez, asustado o aliviado o enojado- ¿Dónde te has metido?

Lo soltó y ella salió de atrás de un roble, en choque. Ellos, portando las varitas, estaban alarmados.

-Yo... me perdí... -atinó a decir- Me perdí, lo siento...

Eso no bastó para tranquilizar a Ron.

-¿Te perdiste? –reprochó con risa irónica y asombrada - ¡Vaya! ¿Es hora de recoger flores para la lección?

Harry la observaba, preocupado.

-Hermione... ¿estás bien? –enfatizó- Llegó un viento fortísimo y te llamamos, pero cuando fuimos a verte, no estabas. ¿Qué ocurrió? Sabes que Umbridge...

-¡Te hemos buscado como locos! –gruñó el pelirrojo.

-¡No grites, Ron! –ella alzó un poco la voz, intentando disimular su confusión; señaló hacia el camino por el que llegaron- Nada ocurrió, también sentí ese viento, fue raro, así que en vez de regresar y que nos encontrara a todos, decidí ocultarme y me perdí.

Eso resultó más sensato, pero aun así algo en la voz de Hermione la delataba distraída o concentrada en un problema.

-Regresemos –apremió ella, llevando las manos a los bolsillos de la túnica- o el hechizo que coloqué en el pasadizo quedará sin efecto antes de entrar al colegio.

Los tres volvieron presurosos a Hogwarts, pero Hermione nada les contó, decidida a descubrir cuál fue esa presencia, a entender su propia reacción y sobre todo, a desentrañar el misterio de la imagen que quedó dibujada en una palma, luego que aquel ente se la soltó, y por lo cual ocultaba las manos en la túnica.

Volvieron hacia la masa negra del castillo, Hermione pensando en aquel encuentro.

Y en un contacto que todavía la agitaba.