Ni Inuyasha ni sus personajes me pertenecen. No hago este fic con fines de lucro.
Sincronía
c.c.c.C.c.c.c
Te lo ruego, escúchame y sigue sonriendo, Virgen María
Si me oyes hacerme pedazos, aguantando la respiración y temblando en este rincón del mundo,
Ilumina mis ojos, que están nublados por las lágrimas y no pueden ver ni el cielo.
(Rurutia – Hohoemi no María)
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Capitulo I.- La vida de una miko
"Duérmete, duérmete…"
La fría noche había caído. Kaede estaba sentada en la oscuridad de su choza; sus fríos, delgados brazos rodeando sus piernas flexionadas y su frente apoyada en sus rodillas. Recargada en la esquina más alejada de la puerta, la niña temblaba en espasmos y sus parpados se sentían pesados por tanto llorar.
Aferrándose a sí misma en la oscuridad, Kaede intentaba esconderse del mundo.
"Duérmete" – se decía desesperadamente en susurros una y otra vez, como si fuera el mejor mantra del mundo. Su cuerpo se mecía involuntariamente al compas de su voz – "Duérmete, duérmete, duérmete…"
Pero su mente no la obedecía, parecía un revoltijo de ideas; tantos oscuros pensamientos, tantas tristes emociones, tantas cosas dentro de ella que gritaban y luchaban unas con otras por ser escuchadas, todas empapadas por la tristeza, hundiendo todo lo que la mantenía a flote. Ahogándola.
Había sido un día extrañamente largo y corto a la vez. Habían pasado tantas cosas en tan poco tiempo que Kaede no podía recordar con claridad ni siquiera cómo y cuándo entró en su cabaña junto al templo, y se sentó en el frío suelo de madera a llorar. Pero ahora que estaba sola, era el momento para ordenar sus pensamientos.
Dentro de ella todo era un oscuro caos, demasiado revuelto para siquiera tratar de arreglarlo, así que, distantemente, Kaede decidió que lo mejor era comenzar con lo que estuviera fuera de ella. Lo primero que notó fue el agudo dolor en su cavidad ocular derecha, y se dio cuenta de que estaba apretando demasiado fuerte sus parpados, lo cual seguramente había causado que su herida se abriera de nuevo. Ella lo había olvidado por completo; ya no tenía su ojo derecho. Todo ese día había sido tan impactante, que la había hecho olvidar incluso su dolor. Al menos el físico.
Levantando un poco su cabeza – que parecía tan pesada como una piedra - relajó sus parpados y levantó una de sus pequeñas manos hacía donde antes había estado su ojo. Tocando suavemente el vendaje que cubría el hueco, se alivió vagamente al no sentir la tela húmeda y caliente; al menos no estaba sangrando. "Una preocupación menos" pensó tontamente, casi sintiéndose mejor.
Abrió su ojo sano y lo dejó acostumbrarse a la profunda oscuridad que la rodeaba. Mientras lo hacía, sintió algo áspero bajo sus dedos y volteó hacía su mano, solo para ver que era cubierta por una enorme manga. Forzándose más, intuyó que era de color blanco y de pronto su cerebro se desentumió un poco, haciéndola recordar que llevaba puesto - por primera vez en su vida – el atuendo de una miko. Se sentía áspero y algo pesado a comparación de su habitual sencillo kimono. Además, éste nuevo traje le quedaba un poco grande pues, si dejaba sus brazos descansar a su lado, las mangas del haori le cubrían las manos por quizás dos o tres centímetros. Eso era porque ese traje en particular, no estaba diseñado para ser propiedad de una niña de diez años, le recordó su mente.
Supuestamente, ella debía ganar el derecho para usar un traje de sacerdotisa cuando tuviera la preparación necesaria, quizás en un par de años, pero, las circunstancias la habían orillado a saltarse ese valioso tiempo de entrenamiento, y ponerse el atuendo que había sido reservado para cuando estuviera realmente lista. No ahora.
Definitivamente no ahora.
Aún peor, lo que la había obligado a vestirse así –recordó Kaede -, estaba muy lejos de ser un evento alegre o esperado: el funeral de su hermana mayor, Kikyo.
Su mente, que la había mantenido alejada de la comprensión de la realidad, ahora la forzaba a enfrentarla por cruda que fuera; ese día, Inuyasha había atacado la aldea, solo para hacerse con la perla de las cuatro almas, y había traicionado la confianza de su hermana, causándole una herida mortal.
Al principio, Kaede no entendió lo que estaba pasando. Estaba en la cabaña descansando para terminar de recuperarse de su reciente perdida ocular, cuando escuchó un terrible estruendo y luego muchos gritos. Torpemente, se levantó y salió de la choza para ver que estaba sucediendo; y lo que vio la confundió e impresionó al mismo tiempo: Inuyasha se dirigía al templo, con un puñado de aldeanos con lanzas y palos persiguiéndolo. Entró destrozando el techo y luego salió de nuevo, esta vez, con la perla de Shikon en sus garras.
Kaede no podía creer lo que estaba viendo, y la única idea que llegó a su mente fue la de buscar a su hermana para que ella pusiera orden o le explicara lo que sucedía -lo que se pudiera hacer primero- así que salió de la cabaña con dirección hacia el bosque, donde Kikyo le había dicho que iría a recoger plantas medicinales, pero, mientras corría, escuchó un grito que sonó por sobre el ruido de la aldea.
-¡Inuyasha!- gritó Kikyo antes de lanzar una flecha hacía el hombre mitad bestia, que atravesó su pecho.
Y por un instante, todo quedó en silencio.
Kaede se quedó petrificada en su lugar, "¿Qué está pasando?" se preguntaba, y, sin voltear a verlos, supo que los aldeanos pensaban lo mismo. Todos se quedaron quietos sintiendo como el mundo a su alrededor se detenía.
-Kikyo…miserable ¿cómo te atreviste?- escucharon decir a Inuyasha antes de que cayera dormido bajo el efecto de la flecha selladora, atrapado en el árbol Goshinboku, el árbol del tiempo.
Entonces, el mundo comenzó a girar de nuevo y todos corrieron hacía Kikyo, quien se había arrodillado mientras se tocaba el hombro con dolor. Kaede fue la primera en llegar a ella.
Aún con todo lo que había pasado, y todo lo que había visto, Kaede le preguntó quién la había lastimado, porque le parecía imposible que Inuyasha, el chico que tantas veces las había protegido y ayudado y en quien Kikyo confiaba plenamente, hubiera podido hacer algo así. Simplemente no podía ser cierto y aún con toda la evidencia, su mente luchaba por alejarla de lo obvio y cuando su hermana colapsó frente a ella, Kaede gritó desesperada, como si así pudiera evitar que se fuera. Pero no importó lo mucho que gritó o lo fuerte que la abrazó, su hermana se fue y ella se quedó allí, sentada en el suelo, aferrada a un cuerpo que perdía su calor a cada segundo.
No podía creer lo que sucedía; Kikyo siempre había sido tan fuerte y había salido victoriosa de tantas y tantas batallas, que la mera idea de que pudiera morir le había llegado a resultar irreal, ilógica.
No supo exactamente cuánto tiempo estuvo llorando hasta que sus sollozos se volvieron silenciosos y sus ojos ya no tuvieron más lágrimas que derramar. Entonces pudo escuchar de nuevo el mundo alrededor de ella; gemidos y llanto flotando en el ambiente.
Enfocando para ver más allá de sus propias lágrimas, Kaede observo a su alrededor; los aldeanos estaban allí, junto a ellas, algunos llorando, otros en un sepulcral silencio pero todos tenían una profunda tristeza en su mirada, y en el aire estaba impregnada una terrible sensación de angustia e inseguridad. De pronto, como si alguien le hubiera arrojado agua, Kaede se despabiló y recordó lo que su hermana había dicho sobre quemar la perla de Shikon para que no hiciera más daño.
Para que no causara más tristeza.
Viendo la fragilidad en la que el pueblo se sumergía, Kaede no supo bien como, pero reunió fuerzas de donde no tenía para dejar el cuerpo de su hermana reposar en el suelo y se levantó casi sin ser consciente de ello. Algo en ella le decía que debía ser fuerte para darle fuerza a todos a su alrededor.
-¡Traigan una camilla y ayúdenme a llevar el cuerpo de mi hermana Kikyo hasta el templo! – gritó ella, sorprendida de que su voz saliera tan clara.
Como si se acabaran de despertar, algunos hombres corrieron a alguna choza y trajeron la camilla, para luego levantar con cuidado a Kikyo –en cuyas manos estaba la perla de Shikon- y llevarla al templo de la aldea, dejando un rastro de sangre detrás de ellos.
Fue entonces cuando Kaede se dio cuenta de que la parte delantera de su kimono estaba empapada con sangre, tornando el amarillo anaranjado en un rojo profundo. Se quedó parada un momento, sintiendo unas aplastantes ganas de llorar al ver la sangre que Kikyo había perdido. La sangre que debería estar en el cuerpo de su hermana y que ahora manchaba su kimono.
-Señorita Kaede – escuchó la voz de una aldeana que se acercaba con lágrimas en los ojos hacía ella. – Señorita, debe darse prisa y quemar esa joya, por su hermana – le dijo. Seguramente había notado que se había paralizado. Volviendo a la realidad, Kaede miró el rostro de la mujer, que estaba lleno de arrugas y con una mirada de dolor en sus ojos, luego asintió, distante, y corrió hacía su cabaña.
Parecía moverse automáticamente. Su cerebro le mandaba toda la información que podía sobre funerales. Sabía que, a falta de una miko o monje en el pueblo y sin tiempo para ir a buscar uno –pues la perla de Shikon debía ser quemada inmediatamente- ella tendría que hacerse cargo del funeral; recitar las oraciones, hacer los rituales necesarios y luego incinerar el cuerpo.
Todos esperaban que ella lo hiciera, y su hermana así lo querría.
En alguna ocasión había visto apoyar en algún funeral a Kikyo, y tenía al menos la idea de cómo hacerlo.
Cuando entró a la cabaña buscó entre las ropas de su hermana el traje de miko más pequeño que había. Extrañamente, ningún recuerdo fue removido en su memoria al ver las ropas, parecía estar totalmente distante de todo lo que pasaba a su alrededor, como suspendida lejos del alcance del dolor. Cuando lo encontró, Kaede tomó el traje y -quitándose el manchado kimono que llevaba- se lo puso lo más rápido que pudo, tomó los pergaminos con oraciones que había en el templo y corrió al patio donde ya habían llegado con el cuerpo de su hermana.
Kaede no lloró mientras leía las oraciones, ni sintió nada cuando fue el momento de quemar el cuerpo. Ella solo se quedó mirando fijamente el fuego que se movía suavemente mecido por el viento, como si algo en el fuera inevitablemente atrayente, aunque no sabía que era. Escuchaba llanto a su alrededor pero no podía apartar la vista del fuego mientras las tibias lagrimas bajaban por su rostro, una detrás de otra.
Pero ella no las notó. La negación la mantenía alejada de todo.
Ella incluso no sintió nada cuando las cenizas fueron llevadas y enterradas frente al santuario que había pertenecido a su familia desde algunas generaciones atrás. Y tampoco sintió nada cuando los aldeanos se acercaron a ella para darle su pésame.
Pero, al anochecer, cuando todos regresaron a sus hogares y ella se quedó sola viendo la tumba de su hermana, un remolino de emociones la golpeo de pronto y se percató de la aplastante tristeza que había estado con ella todo el día, acompañándola, cubriéndola, y se dio cuenta de que el estómago le ardía horriblemente también.
De pronto, sintió el frío de la noche y escuchó el sonido de los grillos escondidos en la hierba, ella sabía que los grillos habían estado allí todo el tiempo, pero – al igual que la tristeza - no los había notado hasta ese momento. Parecía como si sus oídos hubieran estado tapados todo el día.
Kaede tampoco había notado realmente que se había hecho de noche hasta ese momento. Se dio cuenta de que todo se había oscurecido pero no parecía importante. De repente, nada parecía importante.
Viendo fijamente la tumba frente a ella se sintió más sola de lo que nunca se había sentido y más pequeña de lo que creía que era. El mundo se cernía sobre ella y Kaede era muy pequeña aún para saber enfrentarlo.
Giró y corrió hacía su cabaña, buscando un lugar para esconderse del dolor, un refugio que no existía. No se molestó en prender el fuego para alumbrarse o tratar de calentarse, solo se dejó caer contra una esquina y se abrazó a sí misma sintiendo su estómago aún arder mientras lloraba y gemía sonoramente. Se sentía muy cansada, quería que el sueño viniera por ella y la llevara muy lejos de todo el sufrimiento y la carga que ahora descansaban sobre sus hombros. Ella deseaba que alguien viniera a rescatarla, que alguien se sentara con ella en la oscuridad y la abrazara y la consolara.
"Duérmete"
Que alguien le dijera que todo iba a estar bien.
"Duérmete, duérmete, duérmete"
Pero nadie llegó.
Ya nadie llegaría nunca a salvarla. Y ella lo sabía. Porque desde ahora, ella tendría que cargar con la abrumadora responsabilidad que su rol implicaba. Tendría que recorrer sola el doloroso camino de la batalla, oscuro y tantas veces triste. Porque ese era su destino. Porque así era la vida de una miko.
"Duérmete…"
Kaede no durmió esa noche.
Hola! vuelvo con otro fic de Inuyasha. Siempre me pregunté cómo habría sido un encuentro entre Sesshomaru y Kaede, y de esa duda surgió este fic. Creo que estos personajes tienen potencial para escribir sobre ellos (en especial Kaede, de quien no sabemos tanto). Este capítulo y el siguiente exponen la situación que cada personaje está viviendo en el momento antes de encontrarse.
Subiré el siguiente capi "La vida de un Taiyoukai" lo más pronto posible.
Como siempre, me encantaría saber sus comentarios y opiniones! Gracias por Leer.
