El joven Conde Vincent Phantomhive, celebraba hoy su veinteavo cumpleaños. Al igual que los años anteriores, se efectuó una no muy modesta celebración en el palacio de la reina Victoria. Un nuevo día en el que le inundaban en obsequios; un nuevo año monótono en su vida… Vincent se prometió a sí mismo no volver a tener esos pensamientos, ante todo por su prometida, Rachel Phantomhive, pues lo último que deseaba es darle a conocer su amarga situación emocional, en la que honestamente, no deseaba casarse, y mucho menos recibir continuamente los cumplidos de cualquiera que se cruzara con él. Apreciaba a Rachel… Pero desgraciadamente no de la misma manera que ella a él, pero así eran los matrimonios en la alta sociedad.

Vincent, en unos valiosos segundos a solas que logró conseguir, se escabulló hasta uno de los amplios balcones, dónde quedó solo, a merced de la fría noche y la caprichosa luna, embaucado por el silencio que le rodeaba. Alzó la vista y una bella imagen casi logró conmoverle; el cielo parecía haber sido pintado por el más diestro pintor; desde cada pequeña estrella, hasta el gran astro que daba luz a la noche. Vincent se sintió dichoso por poder ver tan hermoso paisaje, pero más aún cuando vio pequeñas luces que surcaban el cielo para desaparecer en un corto segundo, como si se tratara de un gentil suspiro.

-Estrellas fugaces...- susurró.

Nunca tuvo la oportunidad de verlas si no en libros. Sonrió y recordó que su difunta madre le contaba que si pedías un deseo a una estrella fugaz, ésta lo cumpliría.

-Así que un deseo… Mmm…- musitó llevandose un dedo a los labios, pensativo.

Vincent tuvo un descabellado deseo que no dudó en formular divertido.

-Deseo… -hizo una pausa cerrando los ojos -poder encontrar una persona como ninguna otra; una persona a la que pueda considerar un tesoro. Alguien que cambie mi vida…- estas ultimas palabras sonaron débiles y apagadas, como si la esperanza lo hubiera abandonado de golpe.

Tomó una bocanada de aire y la soltó en un pesado suspiro abriendo los ojos con lentitud.

-¿Cómo sabré si mi deseo fue cumplido?- preguntó al aire, luego sonriendo con su optimismo habitual. –lo sabré, no sé como, pero seguro que lo haré- y tal y como pronunció esto, volvió a la celebración.

Una vez el reloj hubo marcado las doce en punto, se presentó la ansiada hora de retirarse y dar por finalizado el día.

Se despidió amablemente de los invitados, y de su señora reina, agradeciéndole un año más haberse tomado la molestia en él.

Montó en su carruaje, y su fiel mayordomo Tanaka se encargó de manejar a los caballos.

Rodó la pequeña cortina sedosa del lado derecho, dónde se encontraba sentado y suspiró con relativa tranquilidad, sintiéndose en paz, sin nadie más a su alrededor que su mayordomo azuzando a los caballos.

Fue en el paso boscoso para acceder a su propia mansión, dónde Vincent vio un bulto entre la oscuridad que le alertó. Se fijó mejor y le pareció que era una persona tirada en el suelo.

-¡Tanaka!- Vociferó exaltado.

Y acto seguido, el carruaje paró de golpe, no sin antes lograr que el Conde casi cayese hacia delante de no ser que se agarró justo a tiempo.

Abrió él mismo la puerta del carro y se bajó de un brinco, donde lo recibió Tanaka con gesto confuso.

-Mi señor, ¿Qué es lo que ocurre?- preguntó preocupado.

-Creo haber visto a alguien- murmuró el Conde mirando a la oscuridad del camino por donde antes venían.

-¿Una persona, aquí?- a Tanaka le asaltó el temor de que pudiera tratarse de algún grupo de bandidos que quisieran agredir a su amo.

-Sí… Creo que estaba en problemas- contestó concentrado.

A grandes zancadas, Vincent comenzó a adelantar hasta el borde del camino, seguido por su mayordomo que le rogaba que tuviera cuidado.

-Lo sabía…- dijo en voz baja parándose frente a un bulto negruzco que no lograba ver claramente por la gran oscuridad.

-Mi señor, iré a buscar una lámpara.

Vincent asintió la idea mientras que su mayordomo se dirigía raudo a por el objeto y él se agachaba lentamente.

-Vamos a ver…- susurró.

El Conde Phantomhive acercó su mano a lo que parecía una capucha y la retiró con cautela. Solo pudo distinguir entre la oscuridad que se trataba de alguien con el cabello claro, muy largo. Rondó con su mano hasta que encontró su muñeca, la cual agarró para tomarle el pulso. Seguía vivo.

Tanaka pronto volvió con el objeto luminoso sujeto, el cual acercó mientras que se agachaba al lado de su señor.

Lo que contempló Vincent, lo dejó sin aliento por alguna razón.

Esa persona era un hombre de nívea piel pálida, hermoso con una fina cicatriz recorriéndole el rostro desde el comienzo de la mandíbula derecha hasta el párpado izquierdo, recorriendo así el puente de su nariz. Poseía un cabello grisáceo claro, y su cuello lucía con un corte profundo alrededor, fue eso lo que hizo al Conde reaccionar, girando su rostro para mirar a Tanaka sobre su hombro, a la vez que, sin ningún miramiento agarraba con delicadeza la nuca del hombre incosciente, y después colando su mano libre tras sus rodillas, para en un impulso, pegarlo a sí mismo y levantarse, a pesar de que el otro individuo fuera un poco más alto que él.

-Tanaka…

Vincent miró a Tanaka con una expresión en su mirar que ni él mismo podría describir, una expresión viva, como las que solía tener años atrás. Eso le bastó a Tanaka para entender que su señor se sentía con los ánimos que creía perdidos por siempre.

-Lo entiendo, mi señor- dijo sin necesidad de explicaciones.

Vincent le sonrió cálidamente y asintió.

-Vayamos hacia el carruaje.

Y así hicieron. A paso rápido el mayordomo abrió la puerta del carruaje, y ahí entró el Conde, que se sentó con el otro hombre encima, sin siquiera soltarlo para asegurarse que no se golpeaba en ningún bache. Tanaka cerró la puerta nuevamente y azuzó a los caballos rumbo a la mansión, que no quedaba a más de unos pocos kilómetros.

Vincent miró el rostro ajeno a la luz de la lámpara de aceite que se mantenía en el suelo. Lo contempló como hace unos momentos en el borde del camino, sin palabras, sin aliento…

-Tú eres mi estrella fugaz- dijo esbozando una cálida sonrisa en su rostro, apartando con suma suavidad unos cabellos del rostro del otro hombre. –estoy seguro de eso…

Pronto llegaron a la mansión, dónde el mayordomo mayor se bajó y abrió la puerta, por la que salió Vincent con el extraño cogido en brazos.

-Tanaka, llama al doctor, comunícale que es una urgencia. Yo iré a mis aposentos- dijo con determinación entrando a la mansión una vez le abrieron las puertas.

-Entendido, señor- asintió su fiel mayordomo y con una reverencia, se retiró a hacer la vital llamada.

Vincent subió las escaleras raudo, soltando un pequeño jadeo una vez llegó al final. Los sirvientes de la mansión empezaban a mirar preocupados o con temor la situación por los pasillos, pero el Conde Phantomhive tenía otra prioridad ahora, y no tenía tiempo para explicaciones.

Entró a su habitación una vez que una sirvienta le abrió la puerta temblorosa. Entró no sin antes darle un ''gracias'' con una amable sonrisa, como acostumbraba.

Dejó al hombre de cabello claro acostado sobre su cama con suma delicadeza para no causarle más daños de los que traía.

Vincent dio un brinco de sorpresa cuando Tanaka entró excusándose al dormitorio comunicándole al Conde que en diez o quince minutos, el doctor ya estaría ahí. El Conde sonrió asintiendo, con esperanzas.

-Estate atento a la espera, por favor- pidió el hombre joven sin poder retirar la vista de aquel misterioso personaje.

Tanaka asintió y con una nueva reverencia, marchó del cuarto a la entrada de la mansión, a la espera del doctor.

Vincent tomó aire con lentitud y miró las ropas maltratadas del hombre de cabello gris. Eran negras en su totalidad, excepto una camisa blanca que parecía asomar por entre los cortes de su gabardina. Pensó que lo mejor sería deshacerle de la ropa inservible para que así el doctor pudiese comprobar si poseía algún daño más. El Conde Phantomhive iba muy decidido a cumplir la tarea él mismo. Logró retirar la gabardina, la cual dejó sobre una mesita para mandar arreglarla, o en su defecto, que hiciesen una igual. Pronto llegó el momento de la camisa blanca, la cual empezó a desabrochar botón a botón con lentitud. Vincent tragó saliva aclarándose la garganta sin poder darle explicación al porqué su corazón empezó a latir con demasiada velocidad.

Se quedó apreciando el pecho desnudo del hombre de cabello claro.

-Parece que tienes frío…- susurró acomodando la camisa sobre la gabardina y sentándose al borde de la cama, al lado de su inconsciente acompañante.

No había más que rasguños en su pecho, nada grave aparentemente.

Cedió ante su irremediable curiosidad, y con lentitud acercó su mano derecha hacia el torso del individuo, sintiendo que estaba helado en comparación con su propio calor corporal.

De repente escuchó el primer sonido que emitió el hombre desde que lo encontró en el camino del bosque. Fue un tranquilo y apacible suspiro tembloroso.

Vincent sintió sus mejillas arder por alguna razón cuando se dio cuenta de la reacción que había causado en el hombre de nívea piel pálida.

En ese momento Tanaka dio tres toques en la puerta y seguidamente el doctor entró delante de él quedándose estupefacto al encontrar al herido sobre la misma cama del Conde.

-Conde Phantomhive… ¿Qué significa esto?- se llevó la palma de la mano a la boca con sorpresa.

-Haga el favor de mantener esto en secreto, más tarde le contaré lo que quiera saber mientras tomamos un té- el hombre joven le sonrió.

El doctor asintió y se acercó al cuerpo inconsciente mientras que Tanaka y el Conde salían de la habitación, cerrando la puerta tras de sí para poder dejar trabajar bien al médico.

-Mi señor… Déjeme preguntar por qué ha cometido un acto tan temerario- dijo Tanaka con su amable voz, solo demostrando su preocupación por el Conde.

-Verás… Realmente no sé exactamente qué contestar- hizo una pausa mirando a su mayordomo con una cálida sonrisa, luego desvió su vista hacia sus propias manos. –Pero… Solo sé que esto será algo bueno.

-Comprendo, señor- suspiró el mayordomo mayor apaciblemente.

Y en unos minutos en los que el Conde permaneció contemplando el suelo en silencio, el doctor abrió la puerta después de la eternidad que le pareció al hombre más joven.

El doctor traía una gran expresión de sorpresa en el rostro, con las cejas alzadas.

-He tenido que realizar muchos puntos de sutura alrededor de su cuello para cerrar la herida, posteriormente tan solo desinfecté leves cortes repartidos por su pecho- explicó al Conde de la mansión.

-Está bien, gracias por todo, doctor- miró con cierta confusión al doctor. -¿Qué es lo que ocurre?- preguntó refiriéndose a la expresión alarmada de éste.

-Conde Phantomhive…- tragó saliva sacando un pañuelo con el cual secó algunas gotas de sudor de su propia frente. –El corte de su cuello era demasiado profundo, hasta el punto de poder distinguir el hueso y que la tráquea estaba seccionada… Pero sus tejidos parecían regenerarse de una manera asombrosa, esto es imposible en una persona, señor…- a cada palabra, se notaba más el terror en la voz del hombre.

El hombre joven alzó las cejas atónito, intercambiando una fugaz mirada con su mayordomo, y luego ambos dirigiendo la vista al doctor nuevamente.

-Bueno, no sé qué decir- Vincent acarició su mentón también sorprendido.

Tanaka ofreció a ambos hombres tomar un té, y así hicieron. El Conde le explicó a el doctor en qué circunstancias había encontrado al hombre herido, y éste escuchaba atentamente.

Por último el doctor le avisó al Conde de que, probablemente el herido no podría emitir sonido alguno hasta que, confiando en su regeneración, pues sus tejidos volvieran a unirse del todo, y que incluso podría tener problemas respiratorios.

Pronto cuando las tazas quedaron vacías, se levantaron del salón principal y Vincent se despidió agradeciéndole nuevamente su trabajo. El Conde empezó a subir con prisas por las escaleras hasta que llegó a la puerta de sus aposentos.

Tomó aire hondamente antes de entrar.

El desconocido estaba en la misma posición en la que lo había dejado, con la diferencia de que tenía algunas vendas repartidas por su cuerpo, y otra más gruesa en su cuello, tapando la gran brecha.

Vincent se acercó lentamente a él y se sentó al borde de la cama como había hecho tiempo antes.

-¿Soportarás el dolor cuando… estés despierto?- preguntó más para sí mismo en un susurro, viendo su rostro.

Era demasiado bello, esa expresión suave y tranquila de su rostro, su piel, su cabello… Simplemente a Vincent le parecía hecho por los ángeles.

Recordó el tacto frío que había sentido antes, así que se levantó a rebuscar en uno de sus armarios una mullida manta azul marino.

Se acercó nuevamente y estiró la manta sobre su cuerpo, arropándolo.

Se sentó nuevamente a su lado y los minutos pasaron, pero para el embelesado Conde le parecieron una hermosa eternidad…

Con un fugaz pensamiento, se rindió al sueño, quedándose profundamente dormido al lado del otro cuerpo en aquella gran cama, acurrucado.

El último pensamiento de Vincent fue…:

¿Quién se despertará antes en la siguiente mañana?