Cortos capítulos, pequeñas escenas sobre Hiei y su familia, narrados desde diferentes ángulos, no son correlativos. Los personajes no me pertenecen, si no al gran Togashi.

Disfruta de mi alocada imaginación y cualquier tipo de comentario es bien recibido.

Agradezco la aparición de ShootingStvr y sus traducciones, las cuales me han inspirado a finalmente ponerme a escribir drabbles. A mi querida GranHana, con quien comparto la gran pasión que le tenemos a nuestro Jaganshi. A Daiuu quien me ha prometido tantas veces escribir juntas que ya perdí la cuenta. Y a todos ustedes. No prometo actualizar con regularidad; en cuanto tenga ideas, iré subiendo capítulos. Si gustas, visita mis otros trabajos.

¡Gracias por leer!

"Éxodo": del latín exodus, que significa salida.

Abrió la ventana al oír unos golpes tan sutiles que la despertaron. La lluvia no cesaba y los truenos me daban miedo. Estaba aterrada pero aún así no interrumpí ese momento. De un salto entró; la capa se encontraba tan mojada que dejó un charco en el medio de la habitación. Estaban frente a frente, iluminados con una pequeña e insignificante lámpara en la mesa de noche de esa hermosa mujer de pelo castaño y ojos avellanados.

Se quitó el pañuelo que rodeaba su cuello, mi madre se llevó las manos hacia la boca, incrédula, y luego tocó el fornido pecho, como si quisiera saber si lo que se encontraba delante de ella, era real y no un sueño. Recuerdo escuchar un sollozo.

- Regresaste-

La mirada rojo sangre, penetrante y seria, se clavaba en ella. Asintió. Todo lo que debía hacer era regresar con vida. Mukuro había sido una desconsiderada al llevarlo un año al Makai para saciar su maldita sed de venganza con cuantos monstruos se le presentaban. Me acerqué un poco más, sabía que él podía notar mi presencia, pero no me importaba. Quería verlos; sonreí. Arrojó la capa.

Y es en ese instante cuando se aferra a ese cuerpo, el cual durante un año, tuvo tan lejos, notando que sus vendas estaban ensangrentadas y a pesar de que la oscuridad no dejaba ver su color, sabía exactamente el por qué. Era un asesino por naturaleza y no iba a cambiar. No importaba cuántas veces le rogó ni cuántas veces me utilizó como excusa, no iba a hacerlo. Simplemente se aferró más atrayéndola con una mano en la nuca de la mujer. De corazón duro y frígido, logró admitir mentalmente que anhelaba oler el dulce aroma a vainilla que desprendía su pálida piel.

Lentamente sus labios se juntaron en un cálido beso que duró segundos. Ahogados en desesperación y necesidad. Su cintura seguía pequeña, la abrazó con fuerza y a la vez firmeza, porque le pertenecía. Con el pulgar secó su pómulo, mojado por las lágrimas de esos preciosos ojos. Jamás la vi llorar.

- ¿Dónde está?-

Sentí que debía correr, descubriría que no estaba en la cama y seguro que regañaría por husmear donde no me llamaron, aunque en parte, eso ya lo sabía. De un respingo me acurruqué debajo de las sábanas; la noche era fría. Abrió la puerta sigilosamente cuan ladrón hábil, y yo intenté viajar al mundo de los sueños, o al menos calmar mi agitada respiración.

- No puedes engañarme-

Lo miré, sonrió de lado divertido y yo entendí que estaba bajo el mismo techo que un demonio de fuego con un jagan en su frente. Claro que ibas a leer mis pensamientos, por supuesto que me seguirías donde fuera que vaya. Mi héroe de capa negra.

- ¡Papá!-