Bienvenido.

Antes de tirarme tus tomates, por favor, lee lo que tengo que decir y a continuación lee el capitulo, entonces, si gustas, puedes llenarme a tomatazos, eres libre de hacerlo.

Esta es una extraña idea que surgió un día mientras veía la película de La Bella y la Bestia. No sé porqué pero los personajes me recordaron a la maravillosa pareja Draco/Hermione, así que un día me puse a escribir y bueno, esto es lo que ha salido. Es una extraña combinación entre algunos personajes de HP junto con la historia de dicha película Disney. Siempre ha sido una de mis películas favoritas, así que creo que estoy bastante contenta con ella.

Antes de nada me gustaría aclarar algunos puntos:

1º. Esto es una simple adaptación de la película original La Bella y la Bestia, de Disney. Yo sólo haré algunos cambios convenientes para la historia.

2º. Draco (la Bestia) no será una bestia en sí, pues no me pareció apropiado además de que me era imposible imaginármelo así. Por lo tanto, he quitado al monstruo del medio. Solo queda un Draco algo desmejorado y un poco malhumorado. Digamos, que he creado mi propia bestia.

3º. En esta historia los personajes de HP son limitados, por no decir prácticamente nulos, puesto que no concordarían con la trama. Así que, que no os sorprenda no ver por ningún lado a un Harry, ni a un Ron.

4º. Si he elegido a Viktor Krum como el representante de Gastón (¿recordáis a este... personaje? Yo sí, y no era muy de mi agrado) es simple y llanamente porque era el mejor que daba el perfil. Ya sabéis, grande, rudo, musculoso... poco inteligente...etc. Claro que esta personalidad que yo le voy a dar no tiene nada que ver con la suya realmente. Así que no me matéis por ello, pero necesitaba un Gastón.

5º. Este fic no será muy largo, de ocho a diez capítulos, más o menos.

6º. Los sirvientes de la bestia (ya sabéis, Lumiere el candelabro, Ding Dong el reloj...) no aparecerán en mi propia y descabellada versión. Los sustituiré por elfos. (Gracias a esa personita que me ayudó con esta decisión^^)

Bien, creo que eso es todo. Así que si después de leer esto sigues queriendo empezar a leer este fic, adelante, yo estaré eternamente agradecida.

¡Ah! Se me olvidaba. He de aclarar que el primer fragmento del capítulo no es mío, yo no lo he escrito. Lo he sacado del prólogo original de la película, solo para recordaros de que iba todo, aunque no todo sea igual en mi historia, pero básicamente.

Os dejo aquí el link con el vídeo del prólogo con las imágenes de la película, no por nada, simplemente me encanta la voz del locutor y como se expresa. Con pasión. Con sentimiento.

Está en castellano.

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Disclaimer: Los personajes de esta historia no me pertenecen, son la obra maestra de la increíble JK. Rowling, excepto los elfos, estos son de mi propia creación. La trama tampoco me pertenece, con excepción de algunas modificaciones, todo lo demás es de propiedad de Disney, yo solo la utilizo como entretenimiento y a modo de experimento.


Capitulo 1

"Érase una vez, en un país lejano, un joven príncipe que
vivía en un resplandeciente castillo.
A pesar de tener todo lo que podía desear, el príncipe era egoísta, déspota, y consentido.
Pero, una noche de invierno llegó al castillo una anciana mendiga, y le ofreció una simple rosa a cambio de cobijarse del horrible frío.

Repugnado por su desagradable aspecto, el príncipe despreció el regalo y expulsó de allí a la anciana.
Pero ella le advirtió que no se dejara engañar por las apariencias, porque la belleza se encuentra en el interior. Y cuando volvió a rechazarla, la fealdad de la anciana desapareció, dando paso a una bellísima hechicera.
El príncipe trató de disculparse, pero era demasiado tarde, pues ella ya había visto que en su corazón no había amor.
Y como castigo, lo transformó en una horrible bestia y lanzó un poderoso hechizo sobre el castillo y sobre todos los que allí vivían.

Avergonzado por su aspecto, el monstruo se encerró en el interior de su castillo, con un espejo mágico como única ventana al mundo exterior.
La rosa que ella le había ofrecido era en realidad una rosa encantada que seguiría fresca hasta que él cumpliera veintiún años.
Si era capaz de aprender a amar a una mujer y ganarse a cambio su amor antes de que cayera el último pétalo, entonces se desharía el hechizo.
Si no, permanecería condenado a seguir siendo una bestia para siempre.
Al pasar los años, comenzó a impacientarse y perdió toda esperanza.

Pues, ¿quién iba a ser capaz de amar a una bestia?"

La brisa primaveral mecía las hojas de los árboles en una danza dispar que era interrumpida intermitentemente y sin previo aviso. El sol mañanero recientemente brillaba en el cielo, iluminando un pequeño y humilde pueblo al caer de las montañas.

Como cada mañana, Hermione bajaba la pequeña colina donde se encontraba su casa, algo apartada del resto del pueblo y donde vivían ella y su padre, para dirigirse al centro del pueblo y comprar lo necesario para un buen desayuno.

De su mano colgaba la cesta de mimbre que siempre llevaba consigo cuando bajaba al pueblo, donde había transportado alimentos, medicinas, alguna que otra herramienta que le había pedido su padre y, sobre todo, libros. Sus preciados y adorados libros.

Al llegar a la calle principal donde se encontraban las principales tiendas y el mercadillo, no le pasó inadvertido las miradas de algunos pueblerinos, algo que no le sorprendió en absoluto. Sabía lo que las malas lenguas decían de ella y de su padre y, desgraciadamente, las malas lenguas eran prácticamente el pueblo entero. Para la mayoría de los pueblerinos su padre era un chiflado inventor y ella la hija rara del chiflado inventor.

Pero eso a ella no le importaba, ¿qué más daba lo que la gente dijera? Lo importante realmente era saber quién era ella y quién era su padre, y eso lo tenía muy claro.

Tras hacerse con un poco de pan y un par de huevos fue directamente a su lugar preferido de todo el poblado, la pequeña biblioteca.

El tintineo de unas campanillas anunció su llegada.

-Buenos días señor Gallagher.

-¡Hermione! Hoy llegas muy temprano.- El señor Gallagher era un hombrecito de pequeña estatura y complexión delgada, rondaba los sesenta años y todo el poco pelo que le quedaba era completamente blanco, aunque su coronilla estuviera completamente pelada a él le gustaba llevar una pequeña melena, algo que le hacía parecer descuidado y desaliñado. A pesar de todo era un hombre respetado por todos los habitantes, pues Hermione no conocía hombre más sabio y bueno.

El señor Gallagher bajó de la escalerilla donde había estado subido hace un momento, colocando libros, para atender a Hermione como se merecía.

-Nunca es demasiado temprano, señor Gallagher.- le contestó Hermione con una sonrisa.

-¿Y qué te trae hoy por aquí?

-He venido a devolver el último libro que me llevé.- explicó mientras sacaba un libro con la tapa rojiza de la cesta de mimbre.- ¿Han traído algo nuevo?

El señor Gallagher cogió el libro que Hermione le devolvía mientras sonreía al oír la última pregunta de esta.

-Desde ayer no.

A él hacía mucho tiempo que no le sorprendía la habilidad de Hermione para leer libros en menos de un día, conocía perfectamente su afán por la lectura y el conocimiento. Desde pequeña era su clienta más habitual y fiel.

Hermione pareció decepcionada por un segundo. Se paseó por las estanterías, observando detenidamente los libros que descansaban en su sitio, pensativa, hasta que se detuvo con la vista clavada en uno específico. Una sonrisa se dibujó en su rostro.

-Me llevaré este.- dijo extrayendo un libro con la tapa azul marino y las letras de la portada en plateado.

El señor Gallagher soltó una risita divertida.

-¿Otra vez? Si ya te lo has leído tres veces.

-Lo sé, pero es tan fascinante… Lo leería una y otra vez y jamás me cansaría.

El señor Gallagher la observó detenidamente, esa joven era tan diferente a las demás jovencitas de ese pueblo de mala muerte; inteligente, bondadosa, cariñosa, con carácter…, ansiaba saber, algo que no se veía mucho por estos tiempos que corrían. Le recordaba tanto a él en sus tiempos mozos… Tal vez por eso le tenía un cariño especial. Era una lástima que no tuviera mucho futuro en un pueblecito tan pequeño como este, perdido entre las montañas, en este lugar la mujer tenía menos derecho a pensar que en las grandes ciudades, aunque allí tampoco es que fueran muy libres de pensamiento. Algunos días había visto que la característica alegría de la joven se veía ensombrecida por la tristeza, él sabía que aquí se sentía atrapada, estancada, sabía que ella no se sentía como parte de todo esto. Ni ella ni su padre habían formado nunca parte de este lugar y de esta gente tan atrasada en los nuevos tiempos.

Por eso cuando la vio tan entusiasmada con la idea de volver a leer ese libro que tanto le gustaba, no pudo evitar que una tierna sonrisa apareciera en su rostro.

-Bueno, pues si es así, puedes quedártelo.

Hermione le miró sorprendida.

-Pero señor… no puedo…

-Nada de peros. Es un regalo que quiero hacerte. Al fin y al cabo eres mi mejor y más fiel clienta.

-Oh, señor Gallagher, ¡muchísimas gracias!- exclamó dándole un pequeño abrazo al hombrecito- ¡Hasta mañana, señor!

-¡Adiós, muchacha!- se despidió con la mano.

El tintineo de las campanillas de la puerta siguió sonando una vez Hermione desapareció de la vista del librero, con una sonrisa, volvió a sus quehaceres. Esta juventud, pensó alegremente.

Hermione caminaba con el libro en las manos abierto por las primeras páginas, iba distraída con su lectura mientras caminaba hacia las afueras de la aldea, donde se encontraba la pequeña colina, y en la cima, su casa.

El señor Gallagher había sido muy amble con ella al regalarle ese libro, sabía que no corrían buenos tiempos para su pequeña biblioteca, la gente ya casi no leía y el pobre hombre había veces que se las veía negras para poder sobrevivir como era debido.

Ella y su padre siempre lo ayudaban en todo cuanto podían, que no era mucho pues ellos tampoco nadaban en riquezas precisamente.

De repente, el libro le fue arrebatado de sus manos, interrumpiendo su lectura, su caminar y fastidiándola extremadamente.

Cuando se volvió con el ceño fruncido, vio como Viktor Krum, uno de los chicos del pueblo más alto, guapo, musculoso y estúpido, mantenía su libro en el aire con una mano, mirándolo de forma extraña, como si fuera la primera vez que veía uno en su vida.

-Viktor, ¿me devuelves mi libro?, por favor.- dijo con amabilidad fingida, conteniendo su rabia.

-¿Cómo puedes leer esto? No tiene dibujos.

-Hay quien utiliza su imaginación, ¿sabes? Y ahora, devuélvemelo.- exigió extendiendo una mano.

-Las mujeres no deberían leer, después empiezan a pensar y se vuelven muy molestas.

Hermione puso los brazos en jarra y entrecerró los ojos. Si tan solo fuera un poco más alta, ella misma le quitaría el libro y se alejaría de ahí con paso rápido para librarse de su molesta presencia. No le sorprendía el comentario que acababa de hacer, decía ese tipo de cosas demasiado a menudo y ya estaba acostumbrada, aunque eso no quería decir que no le molestase. Simplemente había aprendido a ignorarlos.

-¿Por qué no dejas estas cosas inútiles y te vienes conmigo?- preguntó tirando el libro al suelo.- Serás la envidia de toda las mujeres que nos vean paseando por la aldea.

Hermione recogió el libro del suelo y lo limpió con la falda de su vestido.

-No gracias, tengo que ir a ayudar a mi padre con su nuevo invento.

-¿A ese viejo loco?- preguntó con una sonrisa burlona.

-¡Mi padre no está loco! Es un genio.- exclamó enfadada.

Justo después de decir aquello, se produjo una pequeña explosión que provenía del sótano de su casa, la cual se veía perfectamente desde la distancia que estaban.

Hermione, que antes había estado de espaldas a su casa, se volvió y vio como salía un humo negro. Corrió por la senda lo más rápido que pudo mientras oía las carcajadas burlonas de Viktor krum.

Cuando llegó, abrió las puertas del sótano de golpe y el humo le golpeó en la cara.

-¡Papá!- gritó mientras tosía y se adentraba al desastre que tenía montado su padre.- ¡Papá! ¿Estás bien? ¿Qué ha pasado?

Cuando se despejó el humo pudo ver a su padre tirado en el suelo, espatarrado y lleno de hollín, pero por lo demás parecía estar bien. Se arrodilló a su lado y le ayudó a sentarse.

-Ese maldito cacharro inservible, no consigo que funcione.- dijo fulminando con la mirada a lo que Hermione le pareció un montón de cosas metálicas superpuestas con un hacha sobresaliendo por un extremo. Pero tratándose de su padre, seguramente se trataba de una genialidad. Lo único que le faltaba era hacer que funcionase.

-Papá, la próxima vez lleva un poco más de cuidado o terminarás por volar la casa como aquella vez.- le regañó cariñosamente. El señor Granger hizo una mueca al recordar ese desastroso incidente. Lo peor de aquello es que al final no pudo hacer que funcionase.

-No te preocupes, eso no volverá a pasar.

Hermione observó como su padre se levantaba, se ponía sus gafas de aviador de culo de vaso y se metía debajo de su nuevo invento para hacer nuevos retoques.

Hermione se levantó con un suspiro. Admiraba a su padre, de eso siempre había estado segura, era inteligente e imaginativo, con la perspectiva de mejorar la vida del ser humano en la tierra, pero en su vida siempre habían estado presente la mala opinión de la gente. No recordaba no haber vivido sin la burlas de los demás. A veces se preguntaba como sería vivir en un sitio que los aceptaran tal y como eran.

-Oye, papá –dijo mientras se apoyaba en una de las tantas mesas llena de las extrañas herramientas de su padre. Miró la tapa de su nuevo libro.- ¿tu crees que soy rara?

El señor Granger salió un momento de debajo de su invento y la miró a través de las gafas de aviador, que hacían que sus ojos lucieran como tres veces más grandes de lo que en realidad eran.

-¿Mi hija, rara? ¿Quién se ha atrevido a decir semejante estupidez?

-No sé. Nadie. Todo el mundo. Yo misma. –suspiró- A veces siento que no encajo en este lugar.

-Cariño, eso es normal a tu edad. Créeme.

Hermione miró a su padre no muy satisfecha con su respuesta, pero decidió dejarlo pasar. No tenía caso seguir hablando de eso. El señor Granger volvió a meterse debajo del invento.

-Dime una cosa, Hermione. Hay…- carraspeó, nervioso- ¿Hay algún chico que te guste?

Hermione miró a su padre sorprendida. Jamás, nunca en toda su vida, había hablado de chicos con su padre.

-Pues… no, no. Ninguno.

-¿No? ¿Y qué me dices de ese Viktor? Es guapo.

-Sí. Y un bruto, ególatra con la inteligencia de un ladrillo. No papá, no es para mí.- sentenció sentándose en un taburete.

-Bueno, creo que esto ya está.

El padre de Hermione salió de debajo del invento, puso las gafas sobre su cabeza y le dio a una palanca. El descabellado invento hizo una serie de ruidos extraños y movimientos agarrotados, Hermione y su padre se apartaron un poco y se cubrieron la cabeza con las manos, por si acaso.

Tras unos segundos de incertidumbre, el hacha se puso en movilidad y descendió en un golpe seco y fuerte, simétrico, que cortó el tronco que ahí se hallaba por la mitad.

-Funciona. ¡Papá, funciona!- exclamó Hermione con alegría, abrazándolo.

-Funciona…oh, dios mío, ¡funciona! ¡Soy un genio!

-Podrás ir a la feria de mañana.

-Prepara mi bolsa de viaje y el caballo, Hermione, tu padre va a ir a ganar esa feria. Y nuestras vidas cambiarán para siempre.

Y su padre no se equivocó, como bien dijo él mismo, a partir de este momento, sus vidas cambiarían por completo. Porque el destino así lo quiso, la vida de Hermione Granger cambiaría, sufriría y lloraría incontables veces, porque el destino puede ser muy cruel cuando se lo propone y le gusta ponernos a prueba, pero a veces, el destino también puede depararte gratas sorpresas que jamás habrías podido llegar a imaginar.

Cuando ese atardecer el señor Granger partió hacia la feria de inventos con su caballo tirando del carro donde transportaba el suyo, que tanto esfuerzo y sudor le habían costado, jamás llegó a pensar que nunca llegaría a dicha feria.

Antes de llegar, la noche se les fue encima, entorpeciendo su avance, pues lo único que tenían para alumbrarse era un pequeño farolillo de aceite.

-No lo entiendo Medianoche, ya deberíamos haber llegado.- El caballo relinchó a modo de respuesta. Medianoche era un precioso caballo negro como el carbón, o como Hermione había dicho la primera vez que lo vio, como la noche sin luna y sin estrellas, de ahí el nombre.

Cruzaban un espeso bosque que, echando cuentas, ya deberían haber dejado atrás hacía unas cuantas horas.

Llegaron a un cruce de caminos que se dividía en dos, destartaladas señales indicaban el camino a seguir, pero eran tan viejas que resultaba imposible leer lo que había escrito.

Al final, el señor Granger escogió el camino de la izquierda, el que creyó que sería un atajo, pero conforme avanzaba, el camino se volvía más siniestro y oscuro. Los árboles tenían un aspecto aterrador y una niebla se había levantado y para colmo, a lo lejos se oían los aullidos de los lobos. Medianoche comenzó a ponerse nervioso, los animales siempre han tenido un agudo sentido del peligro y las sensaciones que tenía de ese lugar no eran precisamente buenas.

De repente, los lobos que parecían estar a lo lejos, aparecieron ante ellos, peligrosos y hambrientos de carne. Medianoche, asustado, emprendió una veloz carrera impulsiva, lo único que movía al caballo era el instinto de supervivencia y por mucho que el señor Granger insistiera, Medianoche no obedecía. El caballo se paró de golpe al llegar a un precipicio y, con la habilidad del señor Granger, ambos consiguieron evitar la caída, sin embargo, el caballo relinchó asustado y se puso a dos patas, tirando al señor Granger al suelo. Medianoche huyó, abandonando a su amo a su suerte, movido por el pánico.

Medianoche, espera!

El señor Granger no se quedó parado para ver como su caballo lo dejaba tirado, corrió hacía a saber donde, con la única idea en la cabeza de escapar de esos lobos. No supo por cuanto tiempo estuvo corriendo, sólo era consciente de que había dejado el bosque atrás y ahora cruzaba un puente de piedra que desembocaba en un enorme y tenebroso castillo.

Vio la verja que lo rodeaba abierta y sin pensárselo dos veces corrió dentro de los límites del castillo, tropezando y cayendo al suelo. Los lobos habían llegado donde estaba, iban a entrar pero el señor Granger fue más rápido y pudo cerrar la verja con el pie, quedando a salvo de los lobos.

Se quedó un momento en el suelo, bajo la fina lluvia que empezaba a caer, recuperando el aliento. Él ya no estaba para esos trotes. Había tenido mucha suerte de encontrar ese lugar sino… no quería ni imaginarse que hubiera pasado.

Se levantó del suelo con dificultad y volvió la vista hacia el castillo. Realmente era aterrador. Sus altas torres parecían inclinarse hacia ti, intentando intimidarte, y las fachadas estaban llenas de gárgolas y bestias aterradoras. No sabía si quería averiguar quien vivía en ese lugar, pero si no quería morir de una pulmonía, no le quedaba más remedio que pedir cobijo.

Se adentró y fue hacia la gran puerta que veneraba el castillo, grande e imponente, de hierro y madera, impresionante. Iba a llamar a la puerta cuando se dio cuenta que estaba abierta, así que sin más, entró.

-¿Hola? –el eco le devolvió el saludo- ¿Hay alguien? ¿Hola?

Estaba en un gran recibidor que carecía prácticamente de muebles, eso sí, había grandes columnas, paredes que ascendían varios metros hasta el cielo, ventanas enormes, cuadros extraños y –seguramente- valiosísimos, también de medidas gigantescas… todo en ese castillo parecía ser enormemente… enorme.

Frente a él, había unas –también extrañamente enormes- escaleras con una alfombra roja que las cubría, que se dividían en dos caminos distintos. A la derecha, había un pequeño salón con una chimenea encendida y a la izquierda un pasillo oscuro lleno de armaduras. Una pequeña mesa hecha de lo que parecía mármol descansaba a la izquierda del recibidor.

El señor Granger dio unos pequeños pasos hacia el interior, oía murmullos y no sabía de donde venían, estaba comenzando a ponerse nervioso.

-Me he perdido y necesito un lugar para pasar la noche.

-Por supuesto que es bienvenido.- oyó de repente que decían en un tono unas notas más agudo de lo normal. Miró en todas direcciones pero no vio a nadie.

-Aquí abajo.

Cuando el señor Granger miró hacia abajo, se topó con una extraña criatura de no más de un metro de altura, piel rugosa y verdosa, nariz y orejas puntiagudas y ojos grandes y brillantes.

-¡Ah!- gritó dando un traspié y cayendo estrepitosamente al suelo.

-¡Cuidado! ¿El señor está bien?- preguntó la criatura.

-¿Qué… qué eres?-dijo con voz temblorosa, sin salir de su asombro. Jamás había visto nada parecido en su vida.

-Galdor es un elfo, señor.

-Un… ¿elfo?

-Así es, señor.-asintió.

-¡Galdor!-dijo una tercera voz y de repente, otro elfo apareció al lado de Galdor- Genial. Maravilloso. El amo se pondrá furioso cuando se entere que Galdor se ha dejado ver por un humano.

El señor Granger puso su atención en ese segundo elfo que había aparecido, en lo esencial era igual que Galdor, solo que este era más bajito y rechoncho.

-Calafalas debería tranquilizarse. El amo no tiene porqué enterarse. El señor está calado hasta los huesos y no tiene donde dormir. Galdor solo intenta ser amable.

-Galdor no tiene que ser amable, sólo obedecer al amo.

Galdor puso los ojos en blancos y le sacó la lengua a Calafalas. Ayudó a que el señor Granger se levantase, algo que él aceptó con mucho gusto.

-Venga, venga, el señor puede calentarse al fuego.

Galdor lo guió dando saltitos al pequeño salón que había a la derecha donde el fuego crepitaba y daba calidez al lugar. El elfo Galdor invitó a que se sentara con un gesto en un sillón de tapizado carmín y de grandes y altas orejas. Todo esto mientras Calafalas los perseguía negándose a ser hospitalario con el pobre señor Granger.

-Gracias Galdor, eres muy amable.

-Galdor está a sus pies señor.

Un relámpago rompió por unos segundos con la oscuridad de la noche, seguido por el arrollador sonido del trueno.

De pronto, las puertas se abrieron de golpe, resonando por toda la estancia y en el umbral, una figura rompía la calma de la estampa.

-¡Galdor!-gritó furioso- ¿Qué crees que estás haciendo?

El pequeño elfo palideció y empezó a sudar frío, le habían pillado con las manos en la masa, su amo estaba furioso con él y sabía perfectamente lo que eso significaba.

-Amo, Galdor solo intentaba…- empezó a decir con voz temblorosa.

-Calafalas intentó impedírselo, amo. Calafalas le advirtió pero Galdor no hizo…

-¡Silencio!- el grito resonó por cada recoveco del salón. El señor Granger temblaba en su asiento y no solo de frío. Ese hombre, al cual no podía ver debido a la oscuridad, transmitía un aura de maldad que le puso los pelos de punta.

A paso lento, la figura se fue acercando, era escalofriante la manera tan tranquila con la que actuaba, teniendo en cuenta que estaba furioso. Era tal la frialdad e indiferencia que se cernían sobre ese hombre.

Se detuvo unos instantes al borde de la estancia iluminada tras el cual dio un paso y dejó al descubierto su aspecto. El señor Granger lo miró horrorizado.

-¿Contemplando la belleza humana, viejo?

-Yo, yo no…no.- tartamudeó.

-Si sólo va a decir estupideces será mejor que no abra la boca. Es un desperdicio inútil de oxígeno.

-Amo, perdone a Galdor. El señor estaba perdido y empapado, Galdor solo intentaba ser amable.- su amo posó los ojos en Galdor perezosamente, el pequeño elfo se había arrodillado ante él y suplicaba su perdón.

-¿Amable? Una vez intenté serlo y mira como acabó tu amo.

-Galdor lo sabe, amo. Galdor lo siente.

-No basta con sentirlo, sabes cual es tu castigo.

Galdor lo miró horrorizado, pero asintió sin ninguna protesta. Sabía que había actuado justamente como su amo había ordenado no hacerlo. Se lo merecía.

-Calafalas, lleva al prisionero a la torre.

Calafalas quedó un poco impresionado y miró al hombre que se sentaba en el sillón de su amo, se había quedado de piedra y miraba a su amo con los ojos desorbitados. Calafalas dudó.

-¿A la torre, amo?

-¡¿Es que no me has oído? Es una orden.- Su amo lo fulminó con la mirada y eso bastó para que Calafalas obedeciera. El amo había ordenado, y el no podía negarse, daba igual lo que él pensara. Era su deber complacer al amo.

Agarró al hombre de un brazo y lo tiró del sillón. El señor Granger ahogó un grito y miró horrorizado a ese hombre. ¿Hombre? No, hombre era demasiado para él, sólo era un muchacho no mucho más mayor que su hija. Pero parecía como si lo hubiera poseído el mismismo diablo.

-¡No, por favor! ¡Se lo suplico! ¡Por favor!- rogó desesperado mientras el elfo lo arrastraba con increíble facilidad por los suelos para llevarlo a la torre. Él no podía ser el prisionero de nadie, tenía una hija a la que cuidar.- ¡Por favor!

Sin decir ni una palabra más, el muchacho dio media vuelta y desapareció por donde mismo había entrado. Se dirigió al ala oeste, pasó de largo decenas de puertas y cruzó varios pasillos hasta llegar al lugar donde solía pasar horas y horas, encerrado.

Entró y cerró la puerta tras de sí, ese lugar estaba echo un desastre, los muebles desperdigados por el suelo, llenos de polvo, las cortinas sucias y rotas al igual que los cristales… Un lugar horrible donde descargaba toda su frustración y su ira. Todo estaba roto, sucio y viejo, todo excepto una pequeña mesa redonda de madera colocada en los límites de la habitación, donde terminaba ésta y empezaba un enorme balcón. Sobre ella, una rosa protegida por un cristal flotaba unos centímetros por arriba, brillante y hermosa. A su lado, un hermoso espejo le hacía compañía.

El joven golpeó la mesa con un puño. Maldición, era la primera vez que alguien conseguía llegar hasta ahí. ¿Cómo pudo suceder? El camino era peligroso, estaba infestado de lobos y si te descuidabas podías terminar cayendo por un precipicio. Era casi imposible llegar hasta ahí.

Una sonrisa cruel deformó su rostro. Pobre desgraciado, ahora tendría que pagar su mala suerte, porque jamás saldría de ese lugar. Nunca lo permitiría, antes muerto. El que entraba en su castillo, jamás salía.

De repente, un movimiento captó su atención y, al alzar la vista, vio como un pétalo caía lenta y agonizantemente a la base de la mesa. Era el primero que veía caer, el primero.

El aire pareció faltarle y por un momento su corazón dejó de latir, su mirada se oscureció, el primer pétalo, el tiempo se le agotaba, pero hacía tiempo que había perdido toda esperanza. Ahora solo le quedaba esperar y observar como se iba marchitando la rosa lentamente, y con ella, lo haría él.

Hermione leía tranquilamente sentada en la mesa de su casa, ya había terminado de hacer todos sus quehaceres y ahora, por fin, tenía tiempo para dedicarse a lo que más le gustaba, leer. Ayer su padre la dejó sola para ir a la feria de inventos, así que el silencio reinaba en toda la casa, algo que no pasaba muy a menudo, y que en esos momentos agradecía profundamente. Sin embargo, nada más pensar esto, unos golpes rudos en la puerta la interrumpieron en su lectura.

Con un fuerte suspiro fue a abrir, y cual fue su sorpresa –desagradable sorpresa- que al otro lado de ésta se encontraba el increíblemente guapo y fortachón, el mejor cazador de toda la aldea y el más palurdo también, Viktor Krum. Hermione intentó que no se notase su descontento, algo que no consiguió.

-Viktor.

-Hola, preciosa.- saludó apoyando un brazo en la puerta, inclinándose innecesariamente hacia ella. Hermione se echó para atrás un poco al tenerlo tan incómodamente cerca.

-¿Qué quieres?

-He venido a cumplir tus sueños.- dijo sonriendo seductoramente y entrando sin permiso a su casa.

Hermione frunció el ceño.

-¿Y qué sabes tu de mis sueños?- preguntó cruzándose de brazos. Viktor apoyó un brazo en el borde de la chimenea y miró a su alrededor, observando la casa de Hermione.

-Mucho más de lo que crees.

-¿Ah, si?- dijo alzando una ceja, obviamente incrédula.

-Si. Hoy es cuando realmente empieza tu vida. Conmigo.-Se acercó hasta ella, que seguía en la puerta, apoyada. Viktor la acorraló apoyando una mano a cada lado de ella.- Serás mi esposa. Todas las mujeres del pueblo te envidiaran y tu podrás ser feliz a mi lado, esperándome en casa con la comida hecha cuando llegue de trabajar, lavándome la ropa, podrás masajearme los pies… En fin, todas esas cosas que hacéis vosotras. ¿No soy genial?

Hermione pareció horrorizada por un momento. ¿Cocinar para él? ¿Lavar su ropa? ¿¡Masajearle los pies! ¿Qué le estaba pidiendo, que fuera su esposa o su esclava?

Se llevó una mano al pecho.

-Oh, ViKtor, yo… no sé que decir…

-Di que te casarás conmigo.

-Yo…creo que…- buscó a tientas el picaporte y cuando lo encontró lo giró lentamente y abrió la puerta, escurriéndose por un lado, haciendo que él saliera disparado hacia fuera.- ¡No te merezco!- Y cerró la puerta.

Se apoyó en ésta y gruñó. ¿Ella, la esposa de ese estúpido? Jamás. Ni loca. Prefería quedarse soltera para el resto de su vida antes que acabar con alguien con la inteligencia de un mosquito.

Esa tarde salió a tomar un poco el aire fresco, estaba cansada de estar encerrada en su casa. Lo bueno de vivir en lo alto de una colina era que vivías a la par con la naturaleza, le encantaban los campos de flores silvestres que se extendían ante ella, que puede que no fueran muy grandes pero sí hermosos y frondosos. Estaba sentada entre las flores, disfrutando de la brisa de la tarde cuando su tranquilidad se vio interrumpida por el ruido de un caballo y un carro siendo arrastrado por este. Levantó la vista y vio que se trataba de Medianoche, su caballo, el caballo que su padre se había llevado a la feria. ¿Pero… y su padre?

El corazón le dio un vuelco, se levantó de golpe y corrió hacia él.

-¿Qué ha pasado Medianoche?-dijo acariciándolo, intentando tranquilizarlo- ¿Dónde está papá?

Medianoche relinchó y le hizo una señal con la cabeza, como si de verdad hubiera entendido a su dueña y le estuviera respondiendo. Sin pensárselo dos veces, corrió hacia la casa en busca de su capa y regresó lo más rápido que pudo al lado de Medianoche, le soltó del carro que todavía llevaba enganchado y se subió a él con habilidad.

-Vamos, pequeño, llévame hasta donde está papá.

Galopó velozmente guiada simplemente por el instinto del animal, atravesó el bosque, cruzó caminos desconocidos para ella que cada vez le parecían más siniestros, conforme avanzaban se daba cuenta que se sumergían más y más al corazón del bosque, donde todo parecía más salvaje.

No supo exactamente cuánto tiempo estuvo cabalgando pero cuando Medianoche se detuvo, a las puertas de un enorme castillo, ya había anochecido.

Hermione bajó del caballo con la vista clavada en la figura imponente del castillo, intimidada ante su imponente presencia.

-¿Estás seguro, Medianoche?- el caballo relinchó a modo de respuesta. Hermione avanzó lentamente hacia los terrenos que rodeaban el castillo, con cautela. Apoyó una mano en la verja, la cual resbaló hacia atrás con un chirriante sonido. Estaba abierta. Era una clara invitación a su curiosidad por lo que se abrió paso y entró en los terrenos del castillo. Una gran puerta de metal y madera le daba la bienvenida, imponente y majestuosa. Sin vacilar, la joven fue a llamar a la puerta y cual fue su sorpresa al ver que ésta también estaba abierta.

Extraño, pero oportuno. Avanzó y entró dentro del castillo, yendo a parar a un gran recibidor, amplio y oscuro.

-¿Papá?- el eco fue su única respuesta.- ¿Papá?

Avanzó algo insegura por los pasillos de ese lugar, subió las escaleras y tomó uno de los caminos al azar llamando a su padre sin descanso. De repente, vio una luz alejarse por uno de los pasillos y sin vacilar la siguió. La luz la llevó por unos pasillos más estrechos y oscuros que los anteriores, también algo más descuidados, cruzó una puerta que daba a unas escaleras que subían en caracol y cuando llegó a lo alto vio a su padre. Estaba sucio y despeinado y unos barrotes lo encerraban en una oscura y húmeda celda.

-¡Papá!-gritó nada más verlo. Corrió hasta él y se arrodilló para quedar a su altura. Bajó la capucha que había llevado puesta todo el camino para dejar a la vista su rostro- Oh, papá, ¿quién te ha hecho esto?

-Hermione, Hermione.- el señor Granger cogió de las manos a su hija.- Tienes que mar…- un ataque de tos le interrumpió.

-¡Papá! Oh, dios mío, estás tiritando.- exclamó acariciándole la cara como malamente podía.

-Escucha, escucha Hermione, debes…-intentó decirle desesperadamente, pero antes de que pudiera terminar la frase, una tercera voz le interrumpió.

-¿Qué haces tú en mi castillo? ¿Cómo has llegado hasta aquí?

Hermione se estremeció al oír aquella voz que le pareció tan fría y cruel, lentamente se giró hacia el lugar de donde provenía y vio la figura de un hombre que se interponía entre ella y las escaleras que hacía un momento había subido.

-He venido a buscar a mi padre.- dijo con voz decisiva, interponiendo su propio cuerpo entre esa figura y su padre. No entendía porqué, pero no quería que se acercase a él.

-Pierdes el tiempo. Es mi prisionero y jamás saldrá de esa celda.

-Por favor. Está muy enfermo.-suplicó. La figura dio un solo paso hacia delante.

-Todavía no me has respondido a todas las preguntas. ¿Cómo has encontrado esta torre tan fácilmente?

Hermione pareció confundida por un segundo y al ver que no le contestaba, el hombre pareció impacientarse.

-¡Galdor!- llamó a voz de grito.

De repente, y para gran sorpresa e incredulidad de Hermione, un pequeño ser rugoso y verdoso apareció de la nada delante de sus ojos.

-¿Ha llamado a Galdor, amo?

-Dime, Galdor –empezó a decir con exasperación y a lo que Hermione le pareció amenaza- ¿tu sabes algo de todo esto?- señaló a Hermione.

El tal Galdor se arrodilló ante su amo, haciendo una reverencia exagerada.

-Disculpe la osadía de Galdor, amo. Pero es que…es una muchacha.

-Ya sé que es una muchacha.- gruñó el hombre al que ese extraño ser llamaba "amo".

-Galdor sólo busca el bien de su amo.

El hombre se llevó una mano a la cabeza. Suspiró fuertemente, más bien parecía un quejido.

-¿Qué voy a hacer contigo, Galdor?

Hermione se puso en pie, cansada de esa situación. Iba a solucionar aquello e iba a hacerlo ya, no veía la hora en sacar a su padre de ese maldito lugar.

-Se lo suplico, libere a mi padre. ¡Podría morirse!

La atención del hombre recayó toda en ella, sintiendo como su mirada la traspasaba, intimidándola.

-Eso lo hubiera pensado antes de colarse en mi castillo.- Hermione frunció los labios e intentó contener las lágrimas de rabia e impotencia. ¿Cómo alguien podía ser tan despiadado?

-Hermione, no te preocupes por mí.- Hermione miró a su padre, tirado en esa celda como si fuera un despojo humano. Y entonces tomó una decisión.

Volvió a mirar al hombre que seguía oculto bajo las sombras de la noche, sus ojos mostraban determinación.

-Y si… -cerró los ojos por un instante- ¿Y si yo me cambiara por él? ¿Lo liberarías entonces?

Lo que siguió fue un silencio incómodo, tan tenso que podría cortarse con un simple movimiento. El hombre dio otro paso hacia ella, algo sorprendido por la proposición de la muchacha.

-¿Serías capaz de hacer algo así? ¿Cambiarías tu propia libertad por la de tu padre?- preguntó arrastrando las palabras.

Hermione alzó la cabeza, con orgullo.

-Quiero verte a la luz.

El hombre no dijo nada inmediatamente, después de unos segundos se encogió casi imperceptiblemente de hombros y caminó hacia la tibia luz que proyectaban las antorchas. Cuando se expuso a la luz, Hermione dio un paso atrás llevándose una mano a la boca, ahogando una exclamación. El hombre con el que había estado hablando no era más que un chico más o menos de su edad, pero lo que había provocado la reacción de la chica fue la horrible cicatriz que cruzaba la cara del muchacho, deformándola desde su ojo izquierdo, el cual mantenía cerrado, hasta la mitad del cuello. Era como si el lado izquierdo de su rostro lo hubiesen quemado, destrozándolo por completo.

Cuando la miró directamente pudo notar la indiferencia ante su reacción, era como si no albergara ningún sentimiento, sólo indiferencia ante todo.

-¿Y bien?- Hermione se recompuso de la primera impresión, tragó en seco y respondió con un susurro.

-Tienes mi palabra.

-¡Galdor!

Galdor asintió y fue hacia la celda del señor Granger, la abrió y sacó a rastras al pobre hombre que gritaba en contra de la decisión de su hija.

-Llévalo a su casa.

Galdor asintió y empezó a arrastrarlo hacia la salida.

-¡Espera, espera por favor!

Hermione hizo el ademán de seguir al elfo pero la imponente figura del muchacho se interpuso en su camino.

-Ahora tú eres mi prisionera.

Hermione calló de rodillas y sollozó en silencio mientras de lejos oía las súplicas de su padre.

- Bienvenida al infierno.


Gracias a todos por molestaros en leer este disparate. Espero vuestra más sincera opinión, así que ya sabéis, a dejar rewiews como unos locos.

Achuchones para todos!