Tomodachi [友達]
Komori Yui, así se llamaba la mujer de diecisiete años que tuvo la osadía de hacer amistad con los herederos de la mansión Sakamaki.
El primero al que se acercó sin duda fue Ayato. El joven pelirrojo de los increíbles ojos verdes se pasaba las horas molestándola, incluso se podría decir que era su bully personal, de no ser porque a Yui no le importaba realmente. Del aula pasaron a desayunar juntos, probablemente porque Ayato no tenía quien lo aguantara y Yui acababa de transferirse.
Con el tiempo, claro que la joven rubia de apellido Komori estableció vínculos con otras mujeres, pero con ninguna de ellas se le veía tan frecuentemente como con Ayato. Sus compañeros estaban muy sorprendidos: aquella relación tenía todo para ser tóxica, pero no lo era. Yui sonreía gentilmente cada vez que Ayato se vanagloriaba, quizás su actitud infantil le parecía tierna.
Por parte del hombre, su rutina seguía sin cambios, empero, ya no actuaba con intención de fastidiar. Más bien, sus acciones figuraban un lenguaje cifrado exclusivo de él y Yui. Aquella era quizás la manera más próxima que el muchacho de apellido Sakamaki tenía de mostrar afecto. Aparentemente, Yui lo había entendido.O quizá no.
Tal vez sólo se había resignado a que Ayato era así: creído, desconsiderado y tosco. Quizás sólo sucedió que sus temperamentos encajaron, y la aceptación desinteresada de Yui era justo lo que Ayato requería para sentirse en paz. A lo mejor ella podía enseñarle a querer sin hacer daño.
Al cabo de unos meses, Ayato invitó a Yui a la mansión que compartía con sus medios hermanos, advirtiéndole que podían ser desagradables. Ella pensó que estaba exagerando, hasta que un hombre de edad no mayor a la suya la recibió agresivamente, amenazando con lastimarla si se convertía en una molestia. Si bien Yui poseía un detector de peligro defectuoso, supo interpretar aquello como señal inequívoca de que debía alejarse.
Ciertamente la situación le intrigaba... ¿qué habría ocurrido en la familia Sakamaki para que fueran así? Se vio privada de sus cavilaciones cuando Ayato se mofó con un «te lo dije» y la tomó de la mano para ir a su alcoba. Tras subir las escaleras, la joven notó una cabellera rubia apoyada en el suelo del corredor contiguo y preguntó a su acompañante de quien se trababa, a lo que éste respondió que no se fijara, era sólo un vagabundo que dormía en cualquier rincón.
Al llegar al cuarto que buscaban, Yui apreció los extravagantes gustos del pelirrojo con una sonrisa nerviosa: en la habitación había una doncella de hierro enorme, collarines con púas y otros objetos espeluznantes propios de la inquisición. ¿De dónde los habría obtenido? Para su mala suerte, el hombre describió cómo se usaba cada pieza. Ella se estremeció. No sabía del escalofriante talento de Ayato para la historia.
Buscando una forma de interrumpirlo, Yui pidió un momento para ir al baño; él le indicó cuántos pasillos debía recorrer, pero no se ofreció a guiarla pues se le antojó la imagen de una rubia perdida. Yui se dirigió al dichoso cuarto con cautela, no quería coincidir con el explosivo joven que la apabulló apenas llegar. Se detuvo frente a una puerta que creyó podría finalizar su búsqueda, sin embargo, al abrirla, notó que no era lo que pensaba: en el interior únicamente había un muchacho de apariencia pueril rodeado de peluches.
Dubitativa, Yui preguntó si podía especificar dónde quedaba el baño, a lo que él contestó: «Dos puertas más adelante». Quizás aquel episodio sería menos absurdo si tan solo el varón le hubiese respondido en primera persona, no a nombre del osito de felpa con el que, una vez le dio la espalda, continuó charlando con toda naturalidad.
Escuchando las palabras del joven, por fin dio con el lugar correcto. Entró y, tardando demasiado poco para ser una señorita, retomó el camino a la habitación de Ayato. A mitad del último pasaje, se encontró con otra persona transitando hacia ella: se trataba del dueño de los cabellos claros que vio yacer en el piso.
Decidida a avanzar sin ser inoportuna, inquirió en los orbes del rubio la dirección que éste tomaría, sin embargo, vaciló ante el par de iris azules glaciales como el hielo. ¿Qué había visto allí? «Apártate», la voz estoica del muchacho hizo eco y Yui obedeció. Había ocurrido justo lo que intentó evitar, pero el hecho no le trastornaba tanto como la apagada voz del hombre que, en conjunto con sus ojos, le inspiraba un gran vacío. Vacío y mucho dolor.
Eligiendo no dar vueltas al asunto, optó por reanudar su marcha. El resto del día consistió en escuchar las críticas de Ayato hacia los profesores, los alumnos y la mayor parte de las personas que conocía; analizando el contexto, resultaba sospechoso que el adolescente no nombrara a sus hermanos. De nuevo, Yui se preguntó: ¿qué situaciones habrían vivido para que fuesen así?
