Capitulo 1: La joven maga, y la estrella caída.

Libre. Después de tantos años, por fin era libre.

Habían pasado muchos años desde que cayó del cielo. Muchos años desde que quedara atrapado en aquel lugar, tan diferente a su hogar, junto con aquel extraño joven de mirada clara y decidida. Al principio, había estado asustado y confundido, pero a medida que iba aprendiendo de aquel extraño mundo de abajo del cielo, la pequeña estrella caída notó que empezaba a cambiar. Pronto, se convirtió en un habitante más de aquel mundo. Incluso decidió adoptar un nombre, como era costumbre en los seres conscientes de aquel mundo, por el cual pudiera ser conocido y diferenciado del resto: Calcifer.

A pesar de haberse adaptado tan bien a lo que ahora sería su nuevo hogar, con frecuencia miraba al cielo, y soñaba con poder volver a su morada, entre el resto de las estrellas. Poder volver a observar los diferentes mundos desde su posición en la eterna bóveda celeste, junto a sus hermanos y hermanas, mientras estos bañaban con su brillo y poder a los habitantes de los mundos inferiores. Había sido, precisamente, su fascinación por estos mundos lo que le había llevado a abandonar temporalmente su hogar, en pos de ver de cerca uno de aquellos mundos, que tanto fascinaban a las estrellas. Sin embargo, la cosa no había salido como esperaba…

El joven con quien se había unido, el mago Howl, había sido un compañero bastante interesante, un claro ejemplo de lo extraños y fascinantes que podían llegar a ser los humanos, aquellos seres tan vivaces, pero que poseían tiempos de vida increíblemente cortos. Desde sus humildes orígenes en su niñez, pasando por su aprendizaje con Sullivan, hasta el día en que finalmente recuperó su corazón, Howl había sido su primer amigo de verdad. Y hasta el día que conoció a Sofie, el único.

Aquella joven lo había cambiado todo. Cambió a Howl, cambió el mundo, e incluso le cambió a él. Gracias a ella, aprendió más sobre los humanos: sobre su coraje, sobre su compasión, sobre su indomable voluntad para conseguir cosas que cualquier otro ser hubiera considerado imposibles, incluso a pesar de disponer de poderes mayores que los de los humanos corrientes. Sofie, quien había entrado en su vida como una anciana con un extraño y confiable carácter, había acabado transformándose en una bella joven, radiante y preciosa como una flor en primavera, con sus brillantes cabellos que brillaban como las estelas de las estrellas que recorrían la inmensidad del espacio. Ah, Sofie… Cuantas cosas tenía que agradecerle…

Mientras su cuerpo empezaba a brillar, revelando su verdadera forma de cuerpo celeste, mientras se libraba de las ataduras de aquel mundo al que había llegado incluso a guardar algo de cariño, y se preparaba para volver a su hogar entre los suyos, la joven estrella miró atrás, a su familia adoptiva en aquel peculiar lugar, y sintió como algo dentro de él se helaba. Aquello era lo que siempre había querido, y ahora se daba cuenta del alto precio que pagaría para conseguirlo: jamás les volvería a ver. Sin embargo, la estrella sabía cual era la decisión correcta, lo que debía hacer.

Aquel era el final del camino. Se acabó. Fin. La batalla estaba ganada. Cada uno obtendría lo que siempre había querido: Howl y Sofie vivirían juntos para siempre en el castillo, Marco tendría la familia que siempre quiso, e incluso la Bruja del Paramo y el perro de Sullivan serian muy felices viviendo con ellos allí. Por su parte, la estrella sabia que debía volver a su hogar. A pesar de que le gustaría mucho quedarse, era imposible, ya que las estrellas no podían vivir fuera del cielo. Solo uniéndose a un ser de aquel mundo, y por tanto convirtiéndose en un demonio, podría quedarse. Pero hacerlo no haría más que traer pesar e infelicidad a la estrella y a quien fuera con quien se uniera, de manera que la estrella decidió volver.

Despidiéndose de sus seres queridos, la estrella salió disparada hacia el cielo, gritando de júbilo y felicidad, al ver cumplido su tan ansiado sueño.

...

En la Academia de Magia de Tristania, los estudiantes de segundo año se encontraban inmersos en la realización de la, tal vez, mayor prueba de aptitud que los jóvenes magos realizarían durante su estancia en la Academia: la Ceremonia de Invocación de Familiares.

De todos era bien sabido que el nivel de un mago se podía medir en función de lo poderoso o exótico que fuera su familiar. Si bien lo normal era invocar animales comunes, como gatos o pájaros, muchos eran los que acababan con bestias mágicas, como unicornios, elementales, o incluso dragones. Triunfar en esta ceremonia equivalía a triunfar como estudiante, por lo que todos se mostraban más o menos ansiosos por descubrir que obtendrían al acabar su invocación.

A medida que las horas fueron pasando, los estudiantes fueron pasando uno a uno por el círculo de invocación, llamando a los seres que les acompañarían durante el resto de sus vidas como sus fieles sirvientes. Muchos obtuvieron animales comunes, pero un buen numero de ellos llamó a alguna clase de criatura mágica, y una de ellos llegó incluso a invocar a un dragón. Al acabar, el profesor al cargo se disponía a poner fin a la ceremonia, cuando…

-Espere, aun falta la señorita Vallière- comentó divertida una joven de piel oscura y cabellos rojos como el fuego, agazapada junto al familiar que acababa de invocar, una salamandra de fuego de gran tamaño.

A medida que los murmullos y las risas se extendían entre los estudiantes, la estudiante mencionada, Louise Françoise le Blanc de la Vallière, dio un paso enfrente.

-Es Louise, la Cero.

-¿Qué creéis que invocará?

-Dudo que llegue a invocar algo siquiera. Seguramente todo acabe en una explosión, como de costumbre.

Los estudiantes miraron con divertida crueldad a la pequeña joven de cabellos rosados, esperando poder divertirse a su costa. El apodo de la joven venia de su bajo nivel de éxito con los hechizos, los cuales acababan todos con una violenta explosión, sin excepciones. A pesar de todo, Louise se negaba a rendirse. Ella era una Vallière, y una Vallière nunca se rendía, mostraba debilidad, o se echaba atrás cuando otros dudaban de ellos. Agarrando decidida su varita, cerró los ojos para concentrarse, y empezó a recitar su invocación.

-¡A mi sirviente que está en algún lugar en los confines del universo!- dijo, alzando la varita. En su mente, rezaba a Brimir porque, por una vez, tuviera éxito con su magia. Aquello podía ser lo que necesitaba para, por una vez, ser reconocida como algo más que un fallo constante. Si conseguía hacer aquello bien…-¡Al sagrado, hermoso, y, por mucho, más poderoso familiar!- Su madre la aceptaría. Sus compañeros la reconocerían. Podría alzar la cabeza orgullosa, sin tener que sentirse tan dolida por dentro- ¡Te invoco desde mi corazón mientras pido…!- Si tenía éxito…-¡Responde a mi guía!-…por fin todo iría a mejor… ¡BUM!

...

La estrella avanzó hacia el cielo a gran velocidad. Ya lo veía. Un poco más, y estaría otra vez entre los suyos.

Un destello de luz, más brillante que cualquiera de sus hermanos, y una especia de portal ovalado apareció justo enfrente de él.

Demasiado cerca para esquivarlo. Demasiado rápido para poder detenerse.

La estrella apenas fue consciente de nada, cuando atravesó aquella extraña forma a toda velocidad.

Tan pronto como había aparecido, aquella extraña forma desapareció. Y con ella, la estrella.

...

En comparación con lo que los estudiantes de la Academia y la propia Louise estaban acostumbrados a presenciar, aquella explosión, si bien había sido impresionante, había sido de las pequeñas. Louise se vio impulsada hacia atrás, y la zona del pentagrama mágico había acabado negra por la explosión, pero todos los demás se encontraban bien, si bien un poco impresionados de que, efectivamente, la joven Vallière se las hubiera arreglado para hacer explotar algo tan sencillo como aquello.

Antes de que nadie alcanzara a comentar mordazmente lo sucedido, algo surgió a toda velocidad de entre el humo, dispersándolo rápidamente. Los sorprendidos estudiantes siguieron con la mirada aquel veloz proyectil, tan brillante que apenas podían distinguir su forma.

Aquel brillante punto de luz recorrió el patio de la Academia como una exhalación, pasando a toda velocidad por entre los estudiantes, que trataban en vano de seguirle el ritmo a tan misteriosa figura. Algunos trataron de echar a correr, mientras otros se apartaban, trataban de ver qué diantres era esa cosa, o echaban mano de sus varitas, por si acaso. Mientras todos a su alrededor se asustaban y reaccionaban de diferentes manera, Louise se limitó a contemplar el caos a su alrededor, todavía sentada en el suelo. Sus ojos contemplaban con sorpresa aquel veloz punto de luz, mientras una tenue esperanza nacía en su corazón. ¿Era posible? ¿Acaso ella había invocado eso? ¿Un familiar? Contra todo pronóstico, ¿había tenido éxito en la Ceremonia de Invocación?

Los erráticos movimientos del punto de luz entraron en el campo visual de Louise, a medida que la luz esquivaba a los estudiantes y a sus familiares, mientras se acercaba velozmente hacia donde se encontraba la joven. Esta se puso de pie, y con una sonrisa abrió los brazos, preparándose para darle la bienvenida a su tan esperado familiar. Puede que no fuera muy grande, ni muy impresionante, pero era algo, y eso le bastaba.

-Bienvenido, mi familiar. No sabes cuánto te he estado esp-…- La bienvenida de Louise se vio interrumpida cuando, de pronto, aquella esfera de luz le entró por la boca, tan rápido que la joven volvió a caer al suelo, esta vez de espaldas. Sus compañeros contemplaron asustados como la joven se retorcía brevemente en el suelo, con los ojos muy abiertos (de la sorpresa, o tal vez fuera del dolor), mientras contemplaban asombrados como sus mejillas se ponían azules y brillaban a causa del inesperado huésped que contenían. El brillo abandonó sus mejillas, a medida que este descendía finalmente por su garganta, con un sonoro ¡GLUBS!, mientras Louise se quedaba rígida, mirando al cielo con una expresión congelada de sorpresa, temor, y algo de horror.

¿Acaso…acaso acababa de hacer lo que creía que acababa de hacer…? ¿Se había TRAGADO a su familiar, el mismo que supuestamente iba a resolver todos sus problemas? ¿Cómo había acabado ella llegando a aquella extraña situación? Sin embargo, ninguna de sus preguntas llegó a ser respondida, porque de pronto llegó el dolor.

Louise se llevó una mano al pecho, donde sentía como algo caliente y a la vez frio se le clavaba profundamente en su interior, a medida que sentía como la sangre de sus venas se helaba, y como cada parte de su cuerpo ardía con un calor febril. El resto de los estudiantes contemplaban la escena con pánico y horror, sin saber que hacer por la joven que en aquellos momentos se retorcía en el suelo, con los ojos apretados y un grito atrapado en su interior, mientras esta apretaba los dientes para no gritar.

Kirche, la misma joven que momentos antes había disfrutado viendo pasar a Louise un apuro, había corrido la primera a socorrer a la joven, tratando de hacerla reaccionar como fuera, gritando su nombre con urgencia y preocupación. En poco tiempo, el profesor a cargo de la ceremonia, Jean Colbert, llegó también junto a la joven, gritando al corro de asustados estudiantes para que dejaran espacio, y fueran a buscar a un sanador. Mientras uno de los estudiantes corría en busca de ayuda, Colbert se unió a los intentos de tratar de ayudar a Louise, maldiciéndose en silencio por no ser capaz de ayudar más a una estudiante que sufría delante de él. Si al menos dominara algo la magia de sanación…

De repente, Louise abrió los ojos, y se incorporó de golpe. Jadeaba ligeramente, y el sudor cubría su frente y le pegaba los cabellos, mientras miraba hacia adelante sorprendida.

-¡Louise! ¿Qué ha pasado? ¿Estás bien?- preguntó Kirche, muy preocupada. A pesar de lo tensa que era su relación, no quería ver sufrir ningún daño a la joven Vallière.

-¡Señorita Vallière! ¿Cómo se encuentra? –Preguntó Colbert, ligeramente aliviado de que su estudiante pareciera encontrarse mejor, aunque nunca se sabía-. No se preocupe. Dentro de poco, vendrá uno de los sanadores de la Academia. Louise se limitó a llevarse otra vez la mano al pecho, esta vez más calmadamente, y miró a su profesor con confusión.

-Profesor… ¿qué…?...- trató de decir la joven, cuando de repente sintió unas ganas tremendas de vomitar. Louise se llevó ambas manos a la boca, y trató de contener lo que fuera que estuviera tratando de abandonar su cuerpo. Puede que se hubiera comido a su familiar, y que hubiera sentido más dolor del que nunca antes hubiera llegado a sentir, pero ni de broma iba a atreverse a vomitar delante de sus compañeros. Si lo hacía, ella sabía bien que nunca se lo dejarían olvidar con facilidad.

A pesar de los esfuerzos de la joven, las ganas de vomitar fueron superiores a ella, y finalmente liberó lo que había estado reteniendo en la boca. Sin embargo, en vez del acre contenido de su estomago, sus manos atraparon una singular bola de fuego que parecía no haberle quemado la boca, y que ahora no le quemaba las manos, a pesar de sentir su calor. Aquella pequeña llamarada, de un color rojo cálido, como la llama de cualquier chimenea, ardía plácidamente en sus manos, sin que estas se quemaran o sufrieran ninguna clase de herida, algo que incluso un mago de fuego experimentado tendría problemas en conseguir. En el centro de aquella pequeña hoguera, se encontraba un pequeño núcleo más oscuro, algo pequeño y palpitante que sembró la sorpresa y la incredulidad entre los estudiantes cuando lo vieron, y el horror en Louise cuando comprendió que era lo que estaba sosteniendo entre sus manos. Era un corazón. SU corazón, envuelto en llamas, y fuera de su cuerpo. Louise tuvo que recurrir a todo su autocontrol para no desmayarse ahí mismo, delante de todo el mundo.

De pronto, de las llamas surgieron dos ojos y una pequeña boca, que parecían oscilar acompañando los movimientos de las llamas. Aquellos pequeños y simples ojos se clavaron en los de Louise, antes de mirar a todos y todo lo que le rodeaba. Para sorpresa de todos, la boca se abrió, y una voz salió de su interior, mientras aquellos pequeños círculos volvían a centrarse en la paralizada joven.

-¡Venga ya…! ¡Otra vez no!- dijo aquella voz, una voz socarrona y adulta, proveniente de aquella extraña llama.

Louise gritó. Algo bastante normal cuando tu corazón arde en llamas en tus manos, y encima te habla.


Y aquí empieza la historia de Louise y Calcifer, mi cuarto relato.

Sé que aun no he acabado ninguno de los otros tres, pero ahora mismo me encuentro en una especie de bloqueo, mientras intento escribir nuevos capítulos para el resto de historias. Mientras tanto, he decidido escribir este prologo/primer capítulo, porque es una historia que llevaba un tiempo deseando escribir, y porque de esta forma me despejo un poco, y así tal vez me libre de mi bloqueo, y pueda seguir con las otras historias.

Comentad que os parece esta historia, y si creéis que tiene futuro. No os preocupéis por cómo voy a trabajarla, tengo varias ideas sobre cómo estos dos pueden trabajar juntos a lo largo de la historia.