Los repudiados
Por Muinesva
Disclaimer: El Potterverso le pertenece a J.K. Rowling.
Este fic ha sido creado para los "Desafíos" del foro "La Noble y Ancestral Casa de los Black".
Nota: Esta vez he decidido hacer la Lista del Lado Oscuro, y me han tocado las siguientes palabras: crueldad, egoísmo, misantropía, desprecio, humillación y odio. Decidí escribir sobre algunos de los Black que fueron borrados del árbol familiar y a cada uno le daré un rasgo negativo, por lo que las viñetas estarán por orden cronológico.
I
Crueldad
Phineas Black II
Era muy joven cuando Phineas se dio cuenta de que había algo extraño en las enseñanzas de su familia. Su madre le había dicho una vez que los muggles eran como los animales: ni sentían, ni pensaban. Pero Phineas comprobó que los animales sí sentían y también pensaban. Así se lo había dicho a su madre y ella le dio la razón.
—Así es, querido. Hasta los dragones son bestias razonables comparadas con los muggles.
Por eso cuando conoció a Máiréad la trató como creyó que se lo merecía. Con gran desprecio. La primera vez que le dijo una frase hiriente ella lo miró fijamente y dijo que era un ser abominable. Phineas se calló y no volvió a decirle nada más y fue aquella noche cuando se puso a pensar en que quizás era algo excesivo tratar a los sangre sucia de esa forma. Tal vez lo mejor era ignorarlos. Algunos de sus compañeros de casa ni siquiera gastaban saliva en dirigirles una simple palabra. Los trataban como si no estuviesen ahí. Pero otros no perdían ocasión en recordarles que su lugar estaba por debajo de ellos, incluso por debajo de los elfos domésticos.
Pero había algo que le gustaba, y eso era herir. No importaba si era un sangre sucia o un compañero de su casa, le gustaba dar comentarios mordaces e hirientes. Pero tras decir algo, le sobrevenía una especie de leve arrepentimiento. Claro que no lo reconocía y se marchaba como había venido, altivo y arrogante.
Se sentía poderoso al herir a alguien con palabras. Ver el dolor que ocasionaba le hacía sentirse superior, aún más de lo que era.
Pero Máiréad insistía en ser su amiga, era amable con él independientemente de sus comentarios. Se enfadaba y lo insultaba, pero volvía para hacer las paces. Phineas no comprendía la manía de aquella chica, parecía ser masoquista.
Fueron pocas palabras, encuentros en los pasillos y en clases, cosas que se van de la mente en pocas horas. Sin embargo lo que sucedió un día jamás se iría de la memoria de Phineas.
La noche previa a regresar a casa tras su último año en Hogwarts, Máiréad se le acercó mientras se dirigían al Gran comedor para el banquete de fin de curso. Estaban retrasados, pero ella insistió en hablar en ese momento, sin importar el gesto de molestia del joven. Estaban en el vestíbulo, a unos pasos del Gran Salón donde ya se podía escuchar las voces entusiasmadas de los estudiantes.
—Phineas —empezó ella cruzando las manos sobre su vientre—, ¿puedo llamarte así?
—Creo que ya lo has hecho —contestó de manera cortante el chico, ella sonrió rápidamente, nerviosa, como disculpándose.
—Bien, Phineas, creo que empezamos con mal pie —habló con decisión, moviendo la cabeza levemente, enfatizando de esa manera sus palabras—. Me agradas y podríamos ser buenos amigos. ¿Qué dices?
Máiréad calló esperando una respuesta de su interlocutor, mirándolo esperanzada. Phineas la observó con desconcierto, preguntándose como la chica podía ser tan estúpida. Unas palabras se formaron en su mente con desprecio, en respuesta a lo que veía: "Es una Hufflepuff". Ella solo quería que fuesen amigos y ni siquiera estaba molesta por el trato que recibió de su parte durante todos aquellos años. Frío y cruel. Humillándola por ser hija de muggles. Y ahora venía y le sonreía con amabilidad.
Casi prefería que le gritara, que le insultara o le lanzara hechizos. Pero no podía soportar verla actuando de manera tan comprensiva, tan buena y dispuesta a perdonar todo, a hacer borrón y cuenta nueva. No quería ser su amigo, no quería que le perdonara, no quería que le hablara, no quería que se le acercara y menos que lo llamara por su nombre.
Y todo eso fue lo que desencadenó la avalancha de frases hirientes y crueles. No tuvo ni que levantar la voz, él no hacía eso. Las palabras por sí mismas dolían más que un grito. Lo sabía y lo veía en los ojos de Máiréad, lo veía en su rostro. Le dolía como nunca antes. Porque jamás le había hablado de esa manera como ahora.
Y cuando ella lo miró con la boca entreabierta y los ojos llorosos, supo que acababa de comportarse como un completo idiota. Pero era muy tarde. Máiréad le propinó una fuerte bofetada mientras le gritaba amargamente que se callara.
Con la mejilla palpitándole, Phineas la miró aturdido. Ella le dedicó una mirada llena de odio mientras se le escapaban unas lágrimas.
Quiso pedirle disculpas levantando la mano para coger la de la chica, pero ella la alejó de un manotazo y salió corriendo del lugar, rumbo a su Sala Común.
El bullicio del Gran Comedor seguía, nadie se había percatado de su discusión. Eso tranquilizó a Phineas, no quería que nadie se enterara de lo que acababa de suceder.
Volvió a mirar al pasillo que conducía a las cocinas y se mordió la lengua con fuerza, odiándose. Por primera vez lamentaba haber hecho llorar a alguien. Quizás fue porque nunca había visto a nadie llorar por su causa.
No supo más de Máiréad hasta dentro de cinco años, cuando se enteró que había muerto. No supo lo que realmente había sucedido con ella, pero la culpa lo envolvió, convirtiéndose en una pesada carga que le impedía hasta respirar.
Al final se dijo que no podía seguir así. Se dio cuenta que ya no era el mismo, que los últimos años algo había cambiado dentro de él. Las enseñanzas y convencionalismos eran más fuertes y habían opacado su verdadero yo. Y que había sido necesaria una desgracia para comprenderlo.
Aquella fría mañana de enero se dio cuenta que todos tenían los mismos derechos, que no importaba que unos podían hacer magia y otros no. Eran iguales, con características diferentes. Pero la esencia era la misma.
