Disclaimer: Fullmetal Alchemist, sus personajes y situaciones le pertenecen a Hiromu Arakawa, yo sólo los tomé prestado para crear mi historia, sin fines de lucro.

.


.

El camino hacia la luz

.

Riza

.

.

Finalmente una nueva mañana había llegado dejando atrás aquel horrible día prometido. Desperté en una habitación de hospital, pero no me encontraba sola, al lado habían colocado una cama más y en ella estaba el coronel Roy Mustang. Sentí una molestia en el lado izquierdo de mi cuello. El día anterior lo habían curado y vendado, pero aún así dolía, especialmente al tragar mi propia saliva. Me habían puesto un catéter por donde me alimentaban con suero, así que no podría moverme al menos en un par de días.

Sin embargo, no era eso lo que me preocupaba. A pesar de que ya me encontraba despierta, el coronel no me había dirigido la palabra. Incluso después de luchar juntos el día anterior, y la fortaleza y determinación que había mostrado, parecía que se había desvanecido por completo el día de hoy.

—Buenos días, coronel —decidí hablarle, aunque me punzara el hacerlo.

—Buenos días —respondió secamente. Se giró al otro lado dándome la espalda—. ¿Cómo está tu herida?

—Sólo tengo una leve molestia, supongo que pasará pronto.

—Sí… —y no dijo más.

Quise preguntarle cómo se encontraba, que sentía, pero no pude. Me era imposible saber que podía estar sintiendo él al quedar en ese estado de oscuridad permanente, él no merecía eso, nunca lo eligió. Así que me quedé callada, con una melancolía que rasgaba mi corazón.

Durante la mañana, tuvimos una breve visita de Edward que se fue rápidamente. El coronel sólo mencionó un par de cosas y me pareció notar que el chico se daba cuenta de su estado, sin embargo no dijo nada, además, su hermano Alphonse necesitaba más de él. También llegaron Breda, Falman y Fuery, quienes también tuvieron que irse pronto. Tenían que arreglar varias cosas y documentos. Además debían esconderse un par de días, aunque el ser castigados por insubordinación y desacato no sería un problema, ya que el Führer estaba muerto. Aunque por si las dudas…

El resto del día, el silencio reinó. Y al día siguiente sucedió lo mismo.

Podía sentirlo respirar. No de manera relajada, estaba angustiado, herido, tampoco dormía. De vez en cuando lo observaba, pero siempre tenía su brazo encima de su cabeza, de sus ojos, tapándolos y llenándolos de más oscuridad; o simplemente me daba la espalda. Seguramente pensaba en lo que vendría después, ¿qué pasaría ahora con él? ¿Cómo podría convertirse en Führer ahora que no podía ver? Y tenía miedo de decir algo que lo hiriera más… ¿Cómo decirle: "sí, sigue adelante", "puede hacerlo" cuando ni yo misma sabía? Cómo indicarle palabras de aliento, cuando me sentía igual que él, culpable por no haber podido protegerlo como debía, por haber permitido salir herida antes y no haber podido luchar para ayudarlo. Sabía que estaba equivocada en ese pensamiento, pero no podía evitarlo.

Me di un golpe mental… ¿no nos conocíamos desde que éramos unos niños? ¿No vivimos juntos durante ese tiempo? ¿No le mostré yo el secreto que mi padre no quiso enseñarle? ¿No lo apoyé cuando entró en la milicia? ¿No vivimos ambos aquella guerra que casi destruye nuestra razón? ¿Acaso no había prometido yo apoyarlo, seguirlo hasta el infierno? ¿Acaso no le tenía una lealtad que traspasaba todo tipo de obstáculos? ¿Acaso no había puesto mi arma en su cabeza cuando se desvió del camino prometiendo desaparecer yo con él? ¿Acaso no llegaba a eso y más mi cariño y devoción hacia él? ¿No me conocía lo suficiente? ¿Yo no lo conocía lo suficiente? ¿En vano habíamos tenido tantas experiencias de dolor y felicidad juntos? Prácticamente adivinábamos nuestros pensamientos, él es como un libro abierto para mí, puedo leerlo y saber qué le pasa por su cabeza y a él también le pasa lo mismo conmigo, por eso… ¿qué diablos pasaba conmigo? ¿Por qué no podía calmar su dolor?

Esta vez también estaba saliéndose del camino. Debía hacerlo volver, haría lo que fuera necesario.

Me levanté de la cama, felizmente me habían sacado ese molesto catéter en la tarde. Aunque era casi media noche, sabía que él no estaba dormido. No lo hacía hasta altas horas de la madrugada, podía oír las sábanas moviéndose contra el colchón y su cuerpo se tensaba. Me coloqué frente a él. Vi que se movió un poco, pero no movió su brazo.

—¿Qué sucede, teniente? —preguntó con voz seca. Pude percibir su desgano y su decepción al hablarme.

—Levántese, coronel —ordené como si yo fuera su superior. Si hubiera sido otro hombre hace tiempo me hubieran echado de la milicia por cargos terribles de insubordinación. Pero le hablaba a él, a Roy Mustang, al hombre que era mi compañero en batallas y también cuando había paz.

Vi que se sacó el brazo de sus ojos e hizo el intento de mirarme levantando un poco su cabeza. Observé su cara de decepción y volvió a echarse.

—Vaya a dormir, teniente. ¿Sabe la hora que es?

—¿Lo sabe usted? —cuestioné con dureza. Lo sentí tensarse.

—Está siendo cruel…

—No voy a negarlo, coronel —mis manos temblaban, pero no se lo hice notar—. Levántese —volví a repetir.

—Acaban de cortarle el cuello, necesita descansar —mencionó con acidez.

Sonreí con sarcasmo —Lo diré por última vez… levántese, señor. O lo haré levantarse yo misma —esta vez no obtuve respuesta, así que lo tomé de la camisa con una fuerza que no pensé que poseía en esos momentos y lo obligué a sentarse.

En ese momento, una enfermera abrió la puerta al escuchar nuestra discusión.

—¡Váyase! —grité—. ¡Y no deje entrar a nadie! —se dio media vuelta asustada de la habitación.

—¡¿Qué carajos te pasa, Hawke…?!

—¡¿Qué carajos te pasa a ti?! ¡Dímelo! ¡¿Hasta cuándo vas a seguir lamentándote de esta forma?!

—¡Cómo podrías entender…!

—¡No necesito entenderlo! ¡De todas maneras, tu silencio es absurdo! ¡Te comportas como alguien que no tiene nada ni nadie!

—¡No te atrevas a hablarme de esta forma! ¡Sabes lo que me quitaron! ¡Nunca vas a entender lo que es vivir esta basura!

—¡¿Y qué eres?! ¡¿Un incapaz?! ¡¿No le dijiste a Havoc que no se rindiera y que lo esperarías en la cima?! ¡¿No tienes un objetivo que cumplir?! ¡¿Vas a dejar pasar así esa meta por la que hemos luchado tanto, por la que derramamos tanta sangre y dolor?! Este hombre que veo ante mis ojos no es aquel que decidí seguir... Prometí acompañarte hasta el infierno, pero no hemos llegado a él aún —mi voz se quebró finalmente y sólo atiné a darle golpes leves en su pecho mientras me sentaba a su lado. Sentí que se le quitaron las ganas de replicarme—. ¿Piensas rendirte así de esta forma tan patética? ¿Ya no tuvimos suficiente de esto?

Lo vi intentar controlar su dolor. Cubrió su rostro con ambas manos mientras agachaba su cabeza.

—¿Así es como se siente estar en el infierno? —susurró con desconsuelo—. No sé qué debería hacer…

—¿Te estás rindiendo? ¿Cederás el puesto de Führer tan fácilmente? Si es así, entonces te ayudaré a preparar tu discurso de despedida o tu carta de retiro…

—Qué cruel eres, Hawkeye.

—Así de cruel es la vida, sin embargo debemos continuar viviendo, por eso somos seres humanos. Vinimos aquí a sufrir, pero también a luchar y aprender a sobrevivir. ¿Cuántas cosas hemos vivido ya y todavía no nos hemos rendido?

—Sigo dándote recuerdos dolorosos… a pesar de que hace tres días prometí no hacerlo…

Me levanté de nuevo, quedando frente a él. Mis manos tomaron sus muñecas y descubrí su rostro; pude observar su expresión apesadumbrada. Sus ojos sin vida estaban húmedos con aquella agua salada. Sólo una vez lo había visto así, cuando el general de brigada Hughes murió. Puse mis manos en sus mejillas, y lo acaricié suave y lentamente, percibiendo la textura de su piel. Él se dejó hacer. Y deseé calmarlo… a pesar de que sólo salieron palabras duras de mi boca, percibí que él lo había comprendido finalmente. Necesitaba desahogarse, si no lo hacía en frente mío, no hubiera tenido a nadie más. Pero yo también me había quebrado, seguramente él también lo notó.

—Está bien si empieza a llover ahora... —le susurré. Después de todo, el agua lo volvía inútil, no porque no podía usar su alquimia, sino porque lo obligaba a expresar su dolor—. Señor… —volví a mi tono formal al que me había acostumbrado hablarle—. Permítame abrazarlo.

No opuso resistencia, tampoco lo hubiera hecho. Estaba sentado sobre la cama y sus brazos rodearon mi cintura, puso su cabeza en el inicio de mis pechos, mientras yo colocaba ambas extremidades en su cabello. Aún continuaba estando de pie.

Finalmente lo solté, mis manos viajaron nuevamente hacia sus mejillas mientras lo acariciaba sutilmente. Acerqué mi rostro al suyo y lo besé. Después de tantos años, volví a hacerlo, suave y calmadamente como la primera vez. Percibí su mano rozando mi cuello herido y cubierto con una venda. Se sentía culpable…

—No pude protegerte… —expresó con tristeza. Podía sentir su respiración sosegada sobre mis labios.

—No diga eso… yo también soy culpable por lo que le pasó, no pude protegerlo como debía. Por eso… calme mi dolor también, señor… —sentí que se sorprendió por mi afirmación, pero luego me abrazó como al principio. Había sido sincera, sin embargo, no iba a rendirme y no quería que él lo hiciera. Después de todo pasamos juntos por muchas cosas.

—No sabes lo que daría por verte en este momento.

—No necesita verme para saber cómo es mi expresión ahora, seguramente se la imagina y acertaría. Después de todo, me conoce demasiado.

—Gracias…

Esas fueron nuestras últimas palabras durante esa noche. Nos echamos juntos en aquella cama estrecha. Lo observé dormirse por primera vez en dos días. Finalmente me levanté y lo cubrí con las sábanas. Su expresión ya no mostraba aquella angustia, sino que era calma y serena. Volví a mi lecho un poco menos tensa y no desperté hasta el día siguiente.

Había pasado el peligro y Breda, Falman y Fuery vinieron de visita. Pero esta vez habían sido llamados por el coronel. Le había ordenado al subteniente Falman traer varios libros de historia y se había encargado de empezar a estudiar todo lo concerniente a Ishbal.

Comprendí que seguiría luchando hasta el final, ese era el hombre que conocía bien. Y sonreí mientras el teniente Breda corregía sus errores.

.

El doctor Marcoh curó a Havoc primero, por petición del coronel y había empezado rápidamente su rehabilitación. Mustang se encontraba esperando en aquella habitación de hospital. Finalmente el médico entró mientras me quedé esperando afuera. No podía evitar estar nerviosa, por momentos algunos pensamientos negativos de incertidumbre llegaban a mi cabeza ¿y si no funcionaba? ¿Y si justo la piedra filosofal se rompía antes de poder curar al coronel?

Posteriormente escuché que abrieron la puerta y el doctor Marcoh salió de la habitación donde se encontraba el coronel. Observó mi rostro que seguramente lucía preocupado.

—¿Todo está bien? —pregunté con impaciencia.

—Teniente Hawkeye, ¿podría usted venir conmigo? —dijo con calma.

Yo no podía con la ansiedad, pero asentí. Cuando entré vi que el coronel no había recuperado aún su vista… ¿por qué? ¿Acaso no había funcionado? Aunque la expresión serena de ambos me desconcertaba.

—Verá, teniente... Mustang dijo que quería que usted estuviera presente en el momento que recuperara su visión.

—Pues sí, usted es como un amuleto, teniente.

Mi espalda se relajó, suspiré brindándole una leve sonrisa —¿No puede hacer nada sin mí?

Él sonrió —Usted es mi más valiosa subordinada, así que quería que estuviera presente en uno de los momentos más importantes del futuro Führer —agregó con ironía.

—No diga eso tan despreocupadamente, alguien podría oírlo, señor.

—Estoy seguro que el doctor Marcoh es alguien de confianza también.

El médico miraba divertido la escena. Si tan sólo no existieran las leyes militares, ambos podrían llevar una vida más plena —Bueno, empecemos entonces —finalizó.

Me llené nuevamente de incertidumbre que él percibió al instante.

—Todo va a estar bien… ya fuimos castigados lo suficiente, ¿no es así? —mencionó con serenidad intentando subir mi ánimo.

Sólo atiné a asentir, a pesar de que sabía que él no podía verme.

Una luz roja iluminó la habitación. Pude ver sus ojos cambiando el color, la capa gris que los cubría se desvanecía mientras daba paso a esos ojos negros, llenos de brillo, vida y determinación que conocía. Cerró los ojos un momento por la claridad incómoda que entraba por la ventana y por aquel paso abrupto de la oscuridad hacia la luz, los frotó con sus manos y finalmente los abrió de nuevo parpadeando rápidamente en el intento. Sus ojos nuevamente podían ver aquella luz que iluminaba nuevamente su camino.

—Al menos habría podido ponerse una minifalda, teniente.

Fruncí el ceño —Sabe que eso no será posible, coronel.

Soltó una pequeña carcajada y luego se giró para mirar al doctor —Le agradezco profundamente, doctor Marcoh.

—Sólo cumpla con su promesa de ayudar a la gente de Ishbal, ese será su verdadero agradecimiento. Creo en usted, coronel Mustang —y sin decir más le brindó una sonrisa de satisfacción y se retiró de la habitación.

—Sí —agregó con determinación—. Tendremos mucho trabajo a partir de ahora, teniente. Llame a todos, tendremos una reunión de urgencia.

—Sí, señor —realicé el saludo militar y le di la espalda dispuesta para salir.

—Gracias…

—No tiene que agradecer nada. Finalmente podemos lograr todo por lo que hemos luchado y...

—…Riza —mencionó mi nombre y yo callé. Aún así no me detuve y abrí la puerta que tenía delante de mí. Supuse que estaría sonriendo, sí, seguramente lo hacía. Con esa sonrisa coqueta pero llena de inteligencia, audacia y determinación; aquella sonrisa con la que lo conocí y a la que decidí seguir sin pensarlo ni un minuto.

.


Notas: Hola a todos. Quería escribir algo sobre Roy cuando queda ciego, me parece un punto de quiebre para él, y menos si no se lo ha buscado, así que pienso que cualquiera se deprimiría. También sé que al final del manga, Arakawa no los mete a ambos en una habitación y ocurre todo muy rápido, pero me pareció más bonita la escena en el anime, así que hice que todo ocurriera allí. Estaba pensando en hacer otro capítulo pero desde la perspectiva de Roy, ¿les gustaría?

Bueno, espero que les haya gustado. No duden en comentar.

Gracias por leer.

Un beso.