Capelli dolci di una fanciulla

A Cordelia le gustaba el cabello de Julieta. Nunca había cepillado uno igual. Siempre, todas las mañanas, después de hacer las labores desde madrugada y dejar la comida cociéndose en su salsa, cien cepilladas, porque era su princesa secreta. Nadie, ni Antonio sabía que era una mujer de las más hermosas. Su cabello, suave y brillante, quedaba oculto por la peluca de chico, que era áspera y opaca. Pero a Cordelia no le importaba que nadie notara su ardua tarea, le bastaba con que Julieta se sintiera hermosa frente al espejo (lo era) y que le dejara hundir la nariz en el penetrante aroma de su piel, antes de que se manchara con el sudor y el polvo, propias de los hombres que buscaban pelea en la ciudad. Porque ella sabia que contribuyó a embellecerle, del mismo modo en que sabía que sus especias ayudaban a que la comida que conseguían en el mercado negro se adecentara al paladar, aunque su aspecto no fuera el más suculento.