Dedicado a mi francesa favorita, quien me dijo la palabra en la que he basado este drabble: frío. Pertenece a una serie de historias inspiradas en una sola palabra (tendría que subir el resto pero mi cobardía me lo dificulta). Mi bokuaka morirá enterrado entre el polvo (y no entre polvos, ya me gustaría). Pues sin más preámbulo: disfrutad de la lectura.


Un escalofrío recorrió su cuerpo tras una racha de viento un poco más fuerte de lo que se supone que debe ser una brisa primaveral. El invierno ya había quedado atrás, pero todavía quedaban algunos días en que el tiempo hacía lo que le apetecía y pillaba a cualquiera sin abrigo. Esto afectaba especialmente a ese tipo de gente que tiende a cambiar al uniforme de verano antes de tiempo, como era el caso de Iwaizumi.

Un estornudo interrumpió el silencio que había entre los dos jóvenes, seguido de una risita mal reprimida.

–¿Quieres mi chaqueta, Iwa-chan~?

–Vete a la mierda.

El más alto de los dos caminaba tan feliz, abrigado por su bufanda y sus guantes. Esa misma mañana su mejor amigo se había burlado de él por seguir llevándolos, pero ahora había llegado la hora de devolvérsela y reírse de él.

–Si quieres puedo calentarte las manos –sugirió con un guiño, levantando los brazos para hacer ver que era una propuesta inocente. Pero como se veía venir no coló, puesto que se llevó un capón de marca Iwaizumi. Exacto, de esos que dejan huella y dolor durante días–. ¡Oye, que duele!

–Te jodes y te callas, pesado. Ni que hiciera tanto frío.

Por mucho que se hiciera el fuerte se veía a leguas que se estaba helando, solo había que fijarse en su postura. Y Oikawa había tenido muchos años para conocer todos y cada uno de los gestos de su tan querido amigo de la infancia.

Sin decir nada se quitó uno de sus guantes, mirando de reojo al más bajo mientras hacía eso. Aún callado se lo ofreció, volviendo a guiñarle el ojo. Esta vez solo se ganó una mirada de odio, seguramente por haber perdido esa batalla; era demasiado orgulloso, ya que aceptó su regalo y se lo puso en la mano contraria a la que el otro lo llevaba.

Solo una risa victoriosa cortó el silencio: puede que fuera a arriesgar su vida –y más importante: su cara– con su siguiente movimiento, pero merecía la pena. Alargó la mano que llevaba descubierta hasta llegar a tocar la de su compañero. Recorrió con los dedos desde su muñeca hasta uno de sus nudillos, esperando a que el otro reaccionara. Oh, y tanto que respondió. Sin siquiera mirarle Iwaizumi le tomó de la mano, a lo que Oikawa contestó dándole un apretón cariñoso.

–Te queda muy bien el rojo, Iwa-chan.

Lo último que se escuchó al final de la calle que daba a la casa del armador fue un quejido de dolor, acompañado de un insulto entre otros gritos.