Paul y Ash no tenían casi nada en común, hasta podría decirse que eran diametralmente opuestos: a Ash le gustaban los fines de semana en el parque jugando con otros niños y meciéndose alegremente en los columpios, las visitas al zoológico y se le daban bien los deportes; Paul rara vez sonreía o hablaba con otros niños, prefería la compañía de los adultos y las melancólicas noches de lluvia leyendo un libro en su habitación.

Pero ambos amaban "Pokémon", el juego de capturar monstruos de bolsillo.

Ash pasaba las tardes después del colegio llenando su pokédex, pero no sólo con el objetivo de desbloquear un logro; para él, cada una de esas criaturas era fantástica y se imaginaba cómo sería su vida si aquellos seres existieran, ¡qué hermosa sería una vida donde no tuviese que preocupar más por la escuela para dedicarse a ser todo un maestro pokémon! Todas sus capturas tenían un nombre e intentaba subirlos de nivel, así eso significara pasarse la liga una y otra vez para poder ganar experiencia. Su pokémon favorito era un Pikachu llamado 'Pika' a quien había atrapado en su primera partida y que siempre llevaba consigo sin importar el tipo de enemigo al que se enfrentara… incluso si ese rival era Paul, a quien jamás le había podido ganar.

—Pierdo mi tiempo contigo, nunca vas a ganar si no juegas en competitivo.

Ash odiaba que para su conocido de cabellos morados todo el juego se redujera a números y un par de cálculos complejos; le aburría que su equipo casi siempre fuese el mismo y que lo confundiera con términos extraños como 'genes perfectos', 'evs' o 'ivs'.

—Ni siquiera creo que te guste el juego, sólo te gusta ganar.

Paul odiaba que ese niño de mejillas manchadas no se tomase nada nunca en serio; que a sabiendas del coste del juego –porque en su casa el dinero no estaba sobrado– no le sacase el máximo potencial que sólo se obtenía combatiendo contra jugadores reales y que simplemente fuese un pretexto para malgastar su tiempo en algo improductivo.

—Bah, está bien, pero sólo una batalla.

Pero cuando conectaban su consola, a ambos los llenaba esa sensación de que su batalla era real, que ahí mismo ante sus ojos ese montón de datos se materializaban y que, al compás de su voz, lanzaban poderosos ataques que desafiaban todas las leyes de la física. Ambos creían en la magia del mundo pokémon, a su manera.

Al terminar el combate, lo que ninguno de los dos se podía creer era que Ash hubiese podido ganar usando sus pokémon favoritos.

—¡Patético!