Notas: Siempre dejo todo para último minuto, es que soy tonta y no aprendo... Pero bueno. Esta historia está inspirada en "Of crushes, crazy, tenderness and sex" de Gusari (aplausos a la diosa), así que si hallan algún parecido, pues no, no es coincidencia xD Y aviso al tiro que esto es crack (Miyaji x Hayama), que debería irme al infierno y que en ningún momento del fic Miyaji le dice "Kota" a Hayama. Así es.

Disclaimer: Ni Kuroko no Basuke ni sus personajes son míos; sí que lo son de Fujimaki Tadatoshi.


Con todo el corazón

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El clima frío hacía silbar al viento, revolviendo, a su paso, sus cabellos dorados y congelando su pulgar descubierto del guante colorido que tenía puesto a medias, con el simple fin de revisar su bandeja de entrada a la vez que se preguntaba en silencio quién rayos sería la persona que le atestaba los oídos todos los días junto al ya molesto tono de mensaje desconocido desde hacía una semana aproximadamente.

Decidió, con una sutil preocupación —le estaban acosando, joder—, investigar un poco a través del chico de primer año que se trasladaba de un lado a otro parloteando en los adentros de Shutoku —Midorima a su lado, pasando el trapeador—, cuando este hubo terminado su deber.

—Oye, Takao —llamó alto, como si estuviese fastidiado con el mundo. Alzó el celular al notar cómo se aproximaba con una miedosa curiosidad, sin tomarle importancia, y le dejó visualizar la pantalla—. Alguien ha estado enviándome mensajes sin parar…

—Uh, ¿no sabes quién podría ser? —Al recibir una negativa, se limitó a hacer lo que le pedían.

La luz artificial del aparato permitía ver, efectivamente, el rezo de unos cuántos mensajes chillones llenos de emoticonos cada dos palabras, cabía destacar, de un completo desconocido. Cada uno podría resumirse en: «Miyaji-san, quiero conocerte más, ¡me has interesado! ¿Cuándo podríamos vernos~?». Miyaji no se sentía con la confianza de saber de quién se trataba. Pues, claro, era común que te acosasen por mensajes siendo un chico guapo, como Takao —muy a su pesar, entendía que para las mujeres algo tenía ese revoltoso—, a pesar de que eso no le quitase lo desagradable al asunto, pero, ¿él? Él no estaba interesado en ello, y ni aunque lo estuviera, no aceptaría verse así como así con un extraño que utilizaba ese medio para tratar de conocerle. E ignorando el hecho que no tenía una puta idea sobre si era una mujer o un hombre. Quizá hasta resultaba ser transexual, que quería jugar un rato. O sólo era un chiquillo con ansias de molestar… ¡Ni idea! Eso era lo más desconcertante.

Lo que también resultaba inquietante era el sin fin de contactos que Takao disponía. Por eso le preguntó a él, y no a otro. Tal vez sabía algo, como podía que no. Igual no perdía nada.

—Ah, ¿puede que sea Hayama de Rakuzan…? —se interrogó más a sí mismo que dar una respuesta firme, posicionando su mano en un puño flojo en su mentón, en un gesto indeciso. Miyaji ladeó la cabeza un poco, intentando atribuirle un sentido coherente a sus palabras.

—¿Por qué él? —inquirió mientras puso su celular en su lugar original; su bolsillo derecho del uniforme.

Bueno, me dijo que estaba interesado en ti, que te quería y deseaba acercarse… —dirigió su vista grisácea a la de Miyaji, para luego agregar sin aparentes remordimientos—: Puede que le haya dado tu número por accidente... —su voz se desvaneció hacia el final, con un tono demasiado calmado (como expresando un «ya qué, diré la verdad y me tiraré a un barranco sin dejar rastros») para la irritación creciente del rubio.

—Qué. —exclamó sin fuerzas. O quizás demasiadas, pero suprimidas en su tono plano y semblante vacío—. ¿Por qué hiciste eso? ¡Es un hombre diciendo tales cosas! ¡Es…!

El raciocinio nublado por una fe ciega en principios irrompibles, inculcados en él —por él mismo—, no le facilitaron el poder de cavilar la situación como se debía. Estaba ensimismado en sí, sin ser capaz de responder.

Vamos, Miyaji-san, que ser homofóbico no pega en estos tiempos —intentó tranquilizarle, y le hubiera palmeado quedito el hombro si tuviesen más confianza entre sí. Que no la tenían, por lo que se quedó con su expresión de pánfilo esperando no morir tan pronto. Quería ir a comer kimchi con Shin-chan ese día, después de todo.

Pero aquello no le importaba en lo más recóndito a Miyaji que estuvo a punto de desmentir lo que Takao dijo, aunque finalmente se decidió por regalarle una mirada colapsada de desaprobación, silenciosa pero que transmitía el enfado sentido.

¡Se había entrometido en su vida al facilitarle su número a ese tipo!

Miyaji no quiso hacer más que echarle con la mirada como si quisiera destrozarle por siquiera existir (vale, como casi siempre ocurría). Takao sólo se resguardó con Midorima y, después de un rato (en el cual con los demás de primero limpiaron y ordenaron todo el gimnasio), se fueron juntos.

Esos dos lucían demasiado apegados para sólo conocerse por unos meses. Shutoku entero lo sabía. Y Miyaji quería lanzarle una piña a Takao por metido y a Midorima porque era amigo del traidor.

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Todo, al final, fue obra (culpa) de Takao. Metiendo sus narices en donde no le llamaban.

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{…}

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«Mira, yo le voy al otro equipo, ¿captas? No me interesa envolverme contigo de ninguna manera que no sea a través del baloncesto; y ni eso, así que ríndete de una buena vez, ¿me harías el favor?».

Miyaji botó su celular de carcasa negra al (único) sofá del mismo color, luego de enviar el escueto mensaje. Se dirigió a su estrecha cocina para calentar su almuerzo precocinado del que tuviera que alimentarse desde que comenzase a vivir por su cuenta, con esporádicas visitas de su hermano menor, Yūya, a alegrarle un poco los que ya eran sus últimos días de Instituto. También le contó cómo había sido su primera práctica con uno de los Reyes de Tokio, el desolado —dicho de un tal pelinegro bajo, según el menor, que se ganó una buena tunda con un pesado balón naranjo. El ex ocho de Shutoku se rió como nunca al oír aquello—, y vaya que ayudaba a mejorar su ánimo tener la compañía de alguien que no fuese de tercer año como él, loco por estudiar y los exámenes de admisión.

Por supuesto, pasando de largo el asuntito con Hayama que continuaba haciéndole la vida de cuadritos con sus mensajes acosadores.

Golpeteó la parte superior del microondas con sus uñas creando un ritmo constante sacado de una canción de jrock que Takao le había mostrado hasta que sonó el timbre chillón que le recordaba a ese tipo raro de Rakuzan (Aunque, a decir verdad, ¿quién ahí no era un raro?).

Mientras abría el cajón a la altura de su cintura para buscar los cubiertos, un diferente timbre sonó, más estruendoso y lejos. Provenía de su celular y sabía perfectamente quién era, gracias al tono que le puso a ese número.

Era chillón, irritante y fastidioso.

Bastante característico de Hayama.

Sacó con cuidado el simplón arroz con curry humeante, y lo dejó encima del microondas. Iría a apagar su teléfono, dejaría que Hayama le mandase las estupideces que se le vinieran en gana y él, durante ese lapso, estaría viendo la repetición del live de «Miyu-miyu» en su modesta televisión, estudiaría historia, y se dormiría temprano.

Sí, sonaba bien.

Tomó el aparato, disponiéndose a checar en contra de su voluntad (pues debía verlo sí o sí, aparecía de los primeros) los susodichos mensajes.

«No, me temo que no puedo hacer eso».

Y, exactamente un minuto después, el sonido predeterminado para cualquier llamada, retumbó en su mano con vibraciones nerviosas.

¡Yo, Miyaji-san! —una voz emocionada y alta le molestó al oído. Él suspiró cansado.

El rubio de verdad no entendía cuál era el catalizador que motivaba a Hayama a ser tan tozudo, tan insistente. Con resignación, resolvió bromear por una única vez, para luego abandonar la conversación y disfrutar de la linda Miyu-miyu. Bueno… y las otras.

Esa, sin duda, debía ser la razón de su buen humor.

Yo, acosador personal, ahora comeré arroz con curry; ¿quieres venir?—alargó las «o» sin siquiera fingir más emoción que la de siempre; dura, sin una pizca de broma que, esperaba, Hayama entendiera.

¡¿EN SERIO?! ¡AMO EL CURRY! —afirmó gritando al otro lado de la línea. Miyaji se lo imaginaba saltando como un conejo—. ¡VOY AHORA!

Miyaji casi se atragantó, sin motivo aparente, con su saliva.

—¡NO SEAS IDIOTA! ES MENTIRA, ¡NO VENGAS! —se apresuró a decir.

¡No planeaba hacerlo! —canturreó y soltó una risa al añadir—: Me has hecho reír un con tu reacción~ —confesó sin culpa.

Y eso era todo. Miyaji cortó, apagando su celular en el camino. Le había tocado las pelotas. Ciertamente él no era famoso por su paciencia y le importaba una mierda si era verdad o no. Personas que se preocupaban un pelín sabían que él tenía un lado amable, como cualquier persona, pero ese tal Hayama no se lo merecía. Se habían visto una vez. En el contexto deportivo, encima.

Entonces, ¿por qué alguien como ese tipo de dientes de perro querría algo con él? No tenía ni pies ni cabeza la terquedad del aun, a diferencia de él, miembro titular de su equipo.

Se acomodó en el suelo alfombrado, su almuerzo-cena en el mesón negro enfrente de él, sin ningún otro ruido superfluo además de la melodiosa y dulce voz de su idol favorita acompasada con la de las demás.

Sin embargo, Miyaji recordó apenas que no comprobó si su teléfono tenía batería para el día siguiente, por lo que a regañadientes tuvo que prenderlo de nuevo, pillándose con un mensaje que le paralizó:

«¡Ahora estoy viendo el concierto del viernes pasado de Miyu-miyu! Bueno, y las otras… Oí de Takao que te gusta ella, ¿no? :D ¡Qué pasada, a mí también!».

Tal vez… Hayama no le estaba cayendo tan mal en ese momento.

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Se corregiría unas semanas más tarde: Hayama le seguía cayendo igual de mal que el día uno, o peor.

Pues, ¿a quién se le ocurriría, usando su inteligencia y razonamiento común, ir de la nada misma al departamento de alguien que no vio más de dos veces…?

—¿Qué haces aquí de nuevo? —indagó, enarcando una ceja sin soltar la perilla de su puerta, alargando su brazo al frente de Hayama; una pose que bajo la percepción del alero de Rakuzan era muy genial.

—Me cerraste la puerta en la cara las otras tres veces que vine, ¡así que me he redimido y he traído esto! —Arrimó hacia él con entusiasmo una bolsa en la que Miyaji no se había fijado; y, cuando lo hizo, apreció que la recorrían unos tonos rosáceos y otros morados, y se balanceaba de un lado a otro debido a que Hayama no dejaba de moverse.

«Hasta sus bolsas son unas raras», pensó Miyaji antes de contestar:

—¿Y me dirás qué es? Si fueras tan amable, claro.

—¡Kappamaki! —Un brillo amarillo centelleó en sus irises negruzcos, tan repentino como penetrante.

—Ya, ¿y porque traes eso yo tengo que dejarte pasar y comer contigo? —quiso saber, sarcástico. Mantuvo su peso en uno de sus pies mientras el ánimo aplastante de Hayama le hastiaba -y sólo habían estado hablando por un rato.

—¡Sí! —Miyaji frunció el ceño y, ante ello, Hayama decidió mejorar su oferta—, ¡pero eso no es todo! Mira. —Entreabrió la dicha bolsa y comenzó a revolver su contenido hasta que por fin extrajo una blanca cinta con más líneas rosas y palabras que Miyaji no logró leer de primeras, aunque sí halló algo que captó su completa atención, como un niño que ve un peluche en el crane game y lo desea.

—¿Es Miyu-miyu? —su tono de voz se había oído más agudo de lo usual al ver el dibujo de su idol favorita junto a un «¡Ánimo!», por lo que intentó estabilizarlo tosiendo un poco. Intentó.

Hayama le extendió el género. Él y sus instintos fanáticos de idols no pudieron más que aceptarlo gustosos. Aunque parecía que Hayama esperaba que le agradeciera su existencia pues adoptó un porte arrogante (incluso más que antes) luego de entregárselo; otro agente cansador para Miyaji que ya tenía suficiente con él y sus visitas venidas de la nada.

—Sí, genial, ¿verdad? —Se cruzó de brazos, orgulloso de sí mismo—. Sé que estás estudiando mucho, Miyaji-san, así que es para la ¿buena suerte?, o algo así. Podemos aprovechar esto para conocernos más con los kappamaki también, ¿a que es una buena idea?

Miyaji se tragó un suspiro. No podría rechazar ni a la persona más malvada del mundo si se estaba comportando correctamente. Incluso le había llevado comida…

—Uh, pasa.

Así, Hayama inició su estadía esporádica en el departamento de Miyaji revoloteando hacia adentro, ojeando el lugar sin ocultar sus ganas de revisar hasta el cajón de utensilios, dejando en manos de Miyaji lo que sería su cena de dos.

El energético estudiante de segundo año de Rakuzan, el «Raijū», se sentó en el suelo, a un lado de la mesita de centro, cuando Miyaji le gritó un «¡deja de fisgonear, idiota!» después de que se adentrase en la única habitación, que se encontraba en mantención o en un hiatus de limpieza pues los mentados exámenes le restaban tiempo al casi universitario dueño y le avergonzaba que alguien más que su hermano lo viese en ese estado. Mas, Hayama sólo se mostró impresionado por la suciedad que yacía en un espacio tan pequeño.

—Bien. —Miyaji posicionó respectivamente los kappamaki para él y su auto-invitado además de unos vasitos de té oolong como humildes acompañamientos—, ahora aclárame qué tienes conmigo.

Hayama musitó algo inentendible a la vez que se engullía una bolita de arroz entera y sus mejillas se inflaban.

—Come como se debe, eres un invitado —recriminó asqueado y sin delicadeza, mientras él mismo saboreaba las rodajas de pepino.

—Es que me gustan —alargó las «u» y, luego de digerir por completo, tomó un sorbo de su té y se limpió la boca con una servilleta. «Al menos tiene decencia», pensó Miyaji—. Y no sé qué quieres saber, te lo dejé claro en los mensajes, ¿no?

—Sólo recuerdo que fuiste muy insistente y pesado.

Hayama desvió despreocupado la mirada hacia un cuadro que enmarcaba una foto de dos pequeños rubios que sonreían felices con pescados en las manos en un fondo verduzco, pensativo.

—Te encuentro alguien interesante. Supongo que es porque ambos nos especializamos en el dribleo, y pues tú eres muy bueno. —Sus ojos volvieron a brillar para Miyaji y él los enfrentó con seriedad—. Cuando me rebasaste esa vez que jugamos pensé que eras alguien genial, ¡lo sigo pensando! —Finalizó comiendo con más recato que la primera vez.

—Pero tú me ganaste. Eres mejor que yo —afirmó de vuelta.

Esa vez, las piernas de Miyaji atentaron con fallar, haciéndole desplomarse en el suelo, para dar pasada a las lágrimas que él tenía derecho a llorar (aunque gracias al capitán eso no ocurrió). Sin embargo, los intensivos entrenamientos que se impuso él mismo durante esos tres años en Shutoku no fueron del todo en vano. Él sabía y había asumido que no tenía talento rebosante como el de Midorima para lanzar tiros de tres puntos, ni los increíbles ojos de halcón de Takao; él sólo era alguien normal que trabajó como burro para conseguir lo que tenía, que ansió con todo el corazón y trató de cuidar cuando lo obtuvo con más sudor, lágrimas, y palabras duras para sí mismo y los demás (porque aunque fuesen compañeros de un prodigio, aun así todos necesitaban esforzarse por superarse; y lo hacían). Por ello Miyaji también comprendió al instante que Hayama era mejor que él: una simple realidad que él no negaría, porque aunque que le doliera y guardara recelo, sería absurdo hacerlo.

—Lo soy, claro que lo soy. ¡Pero tienes potencial! Además, eres guapo —prorrumpió con una arrogancia aniñada y una sonrisa tan bobalicona que Miyaji de verdad consideró llamar a Kimura y pedirle una piña para incrustarla en su rostro y dejarle marcas. Omitiendo la última frase de su memoria.

Se estaba dirigiendo a él como si fuesen iguales, como si él no fuera mayor por un año, y eso siempre le había molestado horrores a Miyaji; los mocosos altaneros y sus faltas de respeto. Así que, fastidiado, elevó una de sus manos y dobló los dedos de tal manera que quedasen en posición para darse impulso con el pulgar e incrustarle el dedo medio en la frente a Hayama.

Lo que no sopesó fueron los excelentes reflejos de Hayama. Una rápida mano le detuvo a medio camino con una naturalidad inhumana que atontó a Miyaji quien, aun con la mano levantada, se silenció en su estupor.

—¿Por qué hiciste eso, Miyaji-san? Fue peligroso.

—Tienes buenos reflejos, bastado —recriminó más que alabar y el otro sonrió de todas maneras—, mejor dime quién te dio mi dirección —cambió de tema, a uno que le hacía mantenerse alerta. Dependiendo de quien fuese el culpable; una gama de reacciones.

—Fue ese pelinegro más o menos bajito, Takao, ¿no es amable?

—Ese idiota… —murmuró.

Sí que tendría que darle una visita a su entrometido kouhai…

—¿Dijiste algo? —interrogó después de terminar su té oolong de una y pedir más. Miyaji accedió y, siendo cuidadoso, tomó el jarro de diseño de flores cortesía de su madre, y lo vertió en el vaso. Miró de reojo a Hayama quien estaba demasiado ocupado en su tarea tragarse más kappamaki en un tiempo record como para notarle.

Por más que pensase (o quisiese pensar) mal de Hayama, no hallaba razones concretas para ello. Además de su arrogancia, esa actitud demasiado entusiasta y ese interés obstinado e imponente, no veía nada merecedor de su propia actitud reacia para con él. Sólo se habían encontrado dos veces, contando esta, y no lucía como un «mal» chico. Al menos, no un delincuente, porque si lo fuese Miyaji no contaría ni hasta dos en son de echarle a patadas de su departamento.

Y a decir verdad Miyaji sí guardaba un interés por el Hayama jugador, el Raijū; y no estaría salido de contexto volverse «conocidos» para, por ejemplo, jugar de vez en cuando un uno a uno y presenciar qué tanto había crecido como alero.

—Nada.

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Midorima se comenzó a arrepentir desde el segundo en que Takao nombró al senpai más temible —en palabras del base—, para después obligarle a alejarse de la multitud de los de segundo año y hablar de forma más «discreta y tranquila» sobre un tema de importancia.

—Como te decía, Shin-chan, ¡te apuesto lo que quieras a que Hayama se echa a Miyaji-san en unos cuantos meses!

Importancia en el diccionario de Takao Kazunari no quería decir más que chismes baratos, al parecer.

Midorima sabía que su compañero era un inconsciente sobre muchas cosas y que se fijaba en nimiedades la mayoría de las veces debido su actitud frívola, pero no pensó que caería tan bajo como para cotillear sobre eso. ¿A quién le importaba si Miyaji quería meterse con ese tipo? No a él, y Takao lo sabía.

Actuó su mejor expresión de indiferencia y se dispuso a irse. Sin embargo, Takao era rápido y le agarró un brazo antes de que pudiera escapar sin daños.

—Ay, vamos, vamos… —una sonrisa bobalicona se mudó a su rostro, sin soltar a Midorima—. Será entretenido, ya sabes, ver si de verdad Miyaji-san cambia su cara de pocos amigos nada más ni nada menos que por un novio —su tono era obsceno en un modo despreciable, pero aun así logró captar la atención y, más que eso, curiosidad del escolta.

Las señales en son de que Takao no continuase afianzando su agarre fueron las maldiciones bajitas que Midorima le dedicó a él y al mundo.

—¡Vale! ¿Cuánto das?

—No da ni una mierda porque antes de eso lo arrollo con el camión de Kimura.

Takao se heló al sentir un fuerte y para nada cuidadoso apretón en su hombro, y solo bastó que se volteara unos 20° para confirmar quién era la persona detrás de él. Midorima y Takao temblaron, uno más visible que el otro, pero compartían el mismo miedo en sus interiores.

Estaban muertos.

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{…}

Su perspectiva sobre Hayama fluctuaba entre no saber si abrirse a él, ser verdaderamente «amigos» y dejar de ser «conocidos que toman té juntos a veces», y sólo parar de fingir porque hace meses ya pasaron esa etapa de no conocerse; y, aun así, él continuaba siendo tortuosamente terco; Hayama seguía siendo pertinaz por su parte.

Miyaji ya no sabía cómo proceder.

Sus palabras mordaces ya no funcionaban como deberían con Hayama. Sólo recibía sonrisas petulantes, tontas, fáciles; Hayama solía sonreír mucho. Cuando se enfadaban, ambos, el departamento de Miyaji se convertía en una trifulca, un debate sin solución. Pero nunca era sobre las secas palabras de Miyaji, o las sonrisas animosas de Hayama (esas peleas sí se resolvían puesto que eran nimias); el último, como se le hizo costumbre y a Miyaji no le importaba, se comenzó a quedar habitualmente a dormir después de una maratón de conciertos de idols, o a veces de bandas que Hayama recomendaba. Entonces, las discusiones se centraban en quién lavaba los platos, quién dormía en la cama y quién en el futón, qué función cumplía «x» en tal ecuación, cuál era la variante en «y» problema, quién hacía el desayuno o quién cocinaba los kappamaki, que, luego de un tiempo, Miyaji descubrió eran los favoritos de Hayama.

Y, por defecto, sí que era un problema. Hayama ya no era sólo un conocido o un amigo, sino que un cercano que le infundía cierto nivel de confianza que no compartía con muchas personas. Dos años frecuentándose dosificaron un milagro, según Miyaji. Hayama sólo decía que eran buenos amigos y ya, que no se ahogase en un vaso de agua; el rubio respondía sorprendiéndose pues sentía que Hayama le leía la mente.

Sin embargo, pensar en esas estupideces no era lo peor.

Haya —formuló pausado y bajito, adormilado a pesar de que sólo se había acostado hacía unos minutos.

—¿Qué? —Se acurrucó más alrededor de la espalda de Miyaji, emitiendo un calor agradable. Además del susurro que le provocó cosquillas a la nuca del rubio.

—¿Por qué rayos estás aquí? —profirió apenas.

—Porque pensé que tendrías frío. —Pasó una de sus piernas por encima de la rodilla de Miyaji y dormitó.

Esa cercanía íntima que había nacido era extraña. Y, sin embargo, Miyaji no guardaba aprensiones sobre ella, o molestia alguna.

Hinchó el pecho y exhaló lentamente. Morfeo comenzó a apoderarse de su cuerpo.

Lo peor era que la situación no era tan enrevesada como Miyaji quería que fuese. De hecho, él sólo estaba renegando lo obvio.

{…}

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—¡Por nuestra graduación y —no supo cómo agregar a los demás—: los senpais, kanpai!

Vasos de jugo y jarrones de cerveza topándose corearon la afirmación a las palabras de Takao. El reducido espacio en el cual celebraban era más que suficiente para ellos cinco.

Los tres mayores habían elegido senderos distintos; Ootsubo estudiaba para convertirse en chef, Kimura desde el principio había decidido hacerse cargo del negocio familiar, y Miyaji estudiaba psicología en matemáticas pues descubrió, aparte de que era su mejor materia en el instituto, que poseía un deseo por transmitir sus conocimientos a nuevas generaciones (junto, por supuesto, a sus instintos disciplinarios poco ortodoxos –que tendría que suavizar si se convertía en profesor); y en ese momento Takao y Midorima ya eran unos graduados voraces por las pruebas de admisión.

Pero a pesar de todo ello no cortaron el contacto. A veces tenían salidas como aquellas y disfrutaban de las anécdotas de cada uno y se acompañaban.

—Sigo sin entender por qué vienen ustedes a tomar jugo.

—Porque son menores y no pueden tomar bebidas alcohólicas, Miyaji —respondió Ootsubo con un toque de humor que a todos les hizo gracia, menos al rubio, quien quería responder un seco «ya lo sé, no soy estúpido, es que si solo tomarán jugo no tiene sentido que vengan», mas Takao interceptó en la conversación otra vez.

—También hay una noticia que tenemos que darles, Shin-chan y yo —canturreó alegre, y a Miyaji le pareció oír a Hayama.

Se había librado de un revoltoso, pero llegó otro después. Las ironías de la vida.

—No lo hagas ver como…. —Midorima quiso protestar (como siempre) a lo que Takao decía, pero la elocuencia del ojo de halcón ganó la batalla:

—¡Nos vamos a mudar juntos! —anunció con una sonrisa tan radiante que a Ootsubo y a Kimura no les quedó más que pronunciar unas interjecciones («¡oh!»). Aunque Miyaji no se forzó a hacerlo y bebió el líquido amarillento con espuma por mientras.

Enhorabuena —felicitó con malicia limpiándose la boca de la espuma.

—¿Y cuándo lo decidieron? —Kimura ignoró a Miyaji y preguntó.

Takao no notó la doble intención en el tono del rubio, por lo que sólo contestó:

—Hace tiempo que lo teníamos pensado —Y Midorima lo secundó con un «habla por ti» que nadie tomó en cuenta.

—No, Kimura no se refería a eso —Miyaji negó—. ¿Desde cuándo están saliendo?

El silencio inminente llegó. Incómodo cuando la realización les golpeó, titubeante a la hora de replicar. Al final, la indignación de Midorima pudo más.

—¡¿De qué habla?! —La agitación en su cuerpo se hizo evidente, además de un ligero tono rosáceo en sus mejillas—, ¡no estamos… eso! ¡Takao va a…!

La mano de Takao, tranquilizante y como si estuviese hecha sólo para ese fin, apareció en el hombro de Midorima, brindándole un apretón tan suave e íntimo que a Miyaji le dieron escalofríos.

—Shin-chan tiene sus circunstancias, y yo le ayudaré viviendo con él. Eso es —explicó con mesura cuando Midorima se hubo calmado.

A Miyaji le invadió un sentimiento indiscernible al presenciar la madurez de Takao. No podía hilar palabras debido a él. Quería excusarse con cualquier cosa para lograr irse. Pero la junta continuó.

—De todos modos… ¿por qué, Miyaji-san, asumiste que estábamos saliendo? —Los ojos grisáceos le hallaron con astucia y el rubio se figuró a dónde quería arribar.

—¿Acaso ustedes no lo hicieron? —preguntó Miyaji a su vez, a Ootsubo y Kimura.

—Bueno… sí —admitieron ambos.

—¡¿Eh?! De ninguna manera. Shin-chan y yo somos amigos, no más —aclaró sin problemas, y optó por echarle sal a una «vieja» herida—: no como Miyaji-san y Hayama de Rakuzan.

Miyaji hizo ademán de regurgitar el pobre teriyaki que debía mantenerse en su boca y tosió varias veces producto de ello. Incluso necesitó que Kimura le palmease la espalda despacito. Miró a Takao con odio después.

—No te metas conmigo, Takao. Sabes que no te irá bien —se defendió como siempre supo hacer: su tono varonil, grave y duro reprendiendo fuertemente, sumado a su semblante que te decía que incluso podría matar a un lindo conejito si tenía ganas.

—Ah, ¿dije algo malo? —Sonrió al apoyarse en Midorima, quien no se molestó por ello puesto que igual tenía pinta de querer reírse—. Pero en serio. —Se acomodó en la silla y prosiguió como si aquel fuese un tema inexorable—. La apuesta que hice con Shin-chan aún está en pie. Te has tomado tu tiempo, ¿no? —Takao parecía inmune a las amenazas de Miyaji ahora que tenía dieciocho, pensaron todos.

—Mi relación con Haya no te incumbe, idiota.

—¿Haya? —repitió Kimura ya que nadie respondía, pues Takao estalló en risitas y se tapaba la boca para camuflarlas y Midorima le miró como si tuviese tres cabezas y dos colas. Ootsubo era el más normal; sólo oía y se callaba.

—Haya; Hayama; odioso; qué más da cómo le diga. —Sacudió la cabeza y bebió cerveza, actuando casual. Cosa que ninguno de los presentes se tragaba. Ni él mismo, que al pronunciar aquel nombre la molestia —ya le tenía mote— de antes, que había logrado olvidar momentáneamente, volvió de sopetón.

—Pues veo sus avances, Miyaji-san, los veo.

Aquello fue lo último que el socarrón Takao logró decir. Pedazos del mentado teriyaki de Miyaji fueron a parar a su rostro sin ninguna estación.

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{…}

Miyaji, de algún modo, pudo aceptar lo que su amistad con Hayama significaba: Su molestia interior, las burlas (porque así las veía él) de sus padres en plan «¡al fin conseguiste un buen amigo!», más mofas de Yūya cuando iba a quedarse a su departamento y notaba accesorios que antes no estaban y sabía que no eran de su hermano, como la gran cantidad de pepinos en el refrigerador (el rubio mayor nunca fue fanático de ellos hasta que mágicamente un día empezaron a sobrar allí), un cepillo de dientes morado que disfrutaba su estancia en el lavamanos, unos parlantes para quién sabe qué, y ropa totalmente ajena a la que su hermano usaba. Por no decir rara, pero eso no le incumbía, así que sólo destacaba esos detalles y dejaba que el ex alero de Shutoku sacase sus propias conclusiones.

—Sabes que nuestros padres tienen razón —apuntó—, nunca te había visto siendo tan amiguito de alguien así. Exceptuando a Ootsubo, que era bien normalito.

—¿Qué pasa con ustedes? Haya aquí, Haya allá, ya me hartaron —Subió la vista a través de sus gafas de leer pero sin mirar directamente a Yūya.

—Si varias personas te lo dicen es porque algo de cierto debe tener, ¿no?

Miyaji se sobó las sienes. Lo peor y el motivo de su irascibilidad no era lo que los demás dijesen o pensasen (básicamente se resumía a que Miyaji no tenía amigos; una total mentira), sino sobre lo que él mismo divagaba esas noches sin sueño, donde creía que no incordiaría a Hayama si le mandaba un mensaje y se distraía un rato hablando con él.

Hayama se había acercado a él con «diferentes» intenciones. Y si bien se habían vuelto buenos amigos que dormían juntos («¿cuán incorrecto suena eso?, quiero no saber»), que se la pasaban excelente con la compañía del otro, quizá por la relación explosiva que llevaban (respetando los límites de cada cual las mismas disminuían en grado y la diversión aumentaba), Miyaji no comprobó en ninguno de aquellos dos años si Hayama seguía empeñado en conquistarle.

Qué difícil sería preguntarle de frente. ¿Y si se reía de él por haberse quedado en el pasado (o alguna de esas frases idiotas que Hayama decía de vez en cuando)?

Bueno, nada perdía con intentarlo. Inclusive, era mejor que darle vueltas al asunto en círculos en solitario.

{…}

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Miyaji no sabía qué estaba haciendo con su vida.

De hecho, debería haber estado estudiando, como buen universitario que era; no en esa casa gigante que era más bien como una mini mansión, de juerga.

La música ensordecedora (que no era de idols ni nada parecido, así que Miyaji se aburría como ostra) y la interacción social con desconocidos de la cual no había tenido desde hacía tanto tiempo que ya ni recuerdos le restaban eran lo más destacable. Y penoso.

Miyaji había asistido porque Hayama se lo imploró. Influyó también su evidente preocupación, pues Miyaji había estado estudiando sin descansos desde hacía unas semanas y él mismo notó que así era. Su cansancio no le daba abasto, no se iba, y pensó que tal vez distraerse en la fiesta de Mibuchi, a la que había sido invitado Hayama, sería un buen modo para comenzar a librarse de ella.

Sabía que si se abría a los excesos acabaría más, absurdamente, exhausto que antes; así que tomó la sabia decisión de aislarse en un rincón bebiendo Bepsi y mirando cómo la gente se avergonzaba bailando La Macarena.

Bueno… quizá no había hecho una correcta elección de palabras. La verdad era que aquella fiesta estaba llena de caras desconocidas para él y que Hayama se haya desaparecido a tontear por ahí sin avisarle era un factor a valorar a la hora de elegir si socializar, o cómodamente alejarse (lo que resultaba obvio a esas alturas). Y tampoco habían puesto La Macarena. Había un DJ que, siguiendo la lógica de Hayama, era muy genial, por lo que sólo era él siendo un amargado.

En otras palabras, Miyaji había ido a la fiesta de ese chico raro por Hayama. Y si el revoltoso no estaba, no tenía sentido.

De igual manera, la comida era riquísima. Valía la pena quedarse allí, en el rincón, aunque lo suyo no fuese observar (que no lo una observación tal, pues se perdía en sus pensamientos en vez) y sí participar.

Era una buena oportunidad para olvidar por un rato los estudios, fuese como fuese.

La tranquilidad que Miyaji se creó, dentro de la burbuja de Bepsi y papas, se vio rota por un Hayama animadísimo que se aproximó a él trotando y con una sonrisa digna de ser fotografiada.

—¡Vamos a bailar! —pidió, acompañado de un golpe a la mesa de Miyaji, y un acercamiento tal a su rostro que el rubio podía distinguir sin problemas en dónde empezaban sus irises negruzcos y dónde yacía el verde olivo en sus apasionados ojos.

Iba a rehuir de la invitación que parecía más una obligación, pero Hayama le sujetó de los brazos, recorriéndolos, hasta llegar a sus muñecas y lo levantó. Miyaji se hallaba en un estado tan calmado que ni tiempo de quejarse apropiadamente le quedó, así que resignado le siguió. Ya estaban en la pseudo-pista cuando sintió unas indiscretas manos le tomaron por la cintura, afianzando el roce de sus tórax.

—¿Estás borracho? —cuestionó incrédulo.

—Nooo. —Y Miyaji supo que sí lo estaba.

Nueva faceta de Hayama desbloqueada.

Su rostro estaba teñido de un rojo sutil, sus movimientos eran bruscos y desconsiderados, sus palabras eran torpes y vagas. Sin contar que olía como pordiosero.

—¿Cuánto has bebido? —Aunó sus cejas con el fin de demostrar su desazón y Hayama elevó las comisuras de sus labios—. Compórtate. —Se soltó de las manos ajenas y situó las suyas en los hombros del huracán con patas.

—Un poquito~. Ven, bailemos.

Miyaji se tropezó con los pies de Hayama al encontrarse, de nuevo, en sus redes. La diferencia de altura no era abismal, de unos once centímetros, pero derivaba en un engorroso y embarazoso asunto si Miyaji de verdad ponía sus manos en los hombros de Hayama y el último le acaparaba la cintura sin descaro.

El rubio cambió el orden de las cosas: Obligó a Hayama a aligerar su aprisionamiento; él bajó sus extremidades y sólo le rodeó hacia la altura de los codos. Una pequeña transformación que atenuó su bochorno en una importante medida.

Que dos hombres bailoteasen tan apretados y confianzudos no era algo sorpresivo para nadie. La fiesta era un desmadre, Miyaji ni siquiera quería volver a mirar a su alrededor ya. Cuando se jactó de «observar» no vio ni por asomo los besuqueos, o flirteos, las apuestas con cerveza, y… de verdad no quería recordar nada más comprometedor que eso.

Y, apremiantemente, debíamos retornar a «lo peor». El disgusto que debería percibir en sí. El brillo de los ojos de Hayama que no debería notar. El espontáneo danzar de sus cuerpos, juntos, acompasados a su ritmo creado por ellos mismos, ignorando el de la música.

¿Prolongar lo obvio, lo irrebatible e innegable, serviría de algo a fin de cuentas?

Miyaji comenzaba a creer que no.

Y al parecer Hayama tampoco, quien, masajeando su espalda y tanteando pobremente su rostro con su propia mejilla, halló buena parte de los labios de Miyaji con los propios, a la vez que emitía un quedo «esta fue mi intención desde el inicio» sin oírse ebrio en lo más mínimo.

Se merecería un canasto de piñas por ello. Pero después, cuando el rubio prescindiera del sabor de cerveza mezclado con vodka, y lo agradable de él.

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Más notas innecesarias o no tanto: A decir verdad, esta pareja no me gustaba. Pero leí el dj que nombré al principio y luego oí a Hayama (que Oha-Asa bendiga a Masuda Toshiki, lol), me enamoré, me entusiasmé con esto y ahora resulta que este es el one-shot más largo que he escrito. Por cierto, mientras buscaba información de Hayama y Miyaji (que me sirvió un montón) descubrí que el motto del alero de Shutoku es, de hecho, el título: "con todo el corazón", y pues me gustó. Además, ahora se me han ocurrido dos historias para estos dos y yo no puedo estar más llena de fics pendientes. Tiene que ser el karma.

En fin, estaré infinitamente agradecida si alguien se anima a leer la historia y me deja una crítica constructiva (que siento que necesito), así como los comentarios con sus impresiones. Siempre acepto que me lancen piñas, también.