Todos los personajes de esta historia son propiedad de J. K. Rowling, y yo no poseo ningún derecho sobre ellos, a excepción de Morailyn, que es fruto de mi invención. Por otro lado, dedico mi historia a mi colega Sapito Feliz, en cuya historia me inspiré (¡sin copiarme, que quede bien claro!). El título lo saqué de un perfume, pero tampoco tengo derechos sobre él.
AGUA DE LUNA
1. El encuentro.
-¡Por favor, Trevor, vuelve aquí¡Trevor, no me hagas esto!
Como muchas veces, Neville Longbottom se veía obligado a correr detrás de su sapo Trevor, un fugitivo en potencia. Pero aquella vez era la peor que podía imaginarse: el cariñoso animalito no sólo se había escapado, sino que encima había tenido que hacerlo de noche, y para colmo la puerta de la Sala Común se había abierto y Trevor había salido al pasillo.
Muy enfadado con su sapo y al mismo tiempo aterrorizado ante la idea de encontrarse a Peeves o algún profesor haciendo la ronda (sobre todo Snape, por supuesto), Neville iba detrás de Trevor, que se alejaba saltando más rápidamente de lo que nunca había hecho hasta entonces. Pero si las cosas iban mal, se pusieron aún peor: cuando parecía que Neville por fin iba a pillar a Trevor, el sapo cambió inesperadamente de rumbo y se dirigió ¡a las escaleras!
-¡No, no vayas por ahí¡Mecachis, ven de una vez, Trevor!
Por su parte, Trevor seguía a su bola y arrastraba a su amo a través de los pasillos de Hogwarts, ante las risas de las armaduras y de algunos cuadros.
Al llegar al extremo de un pasillo Neville logró evitar justo a tiempo un inoportuno encuentro con el Barón Sanguinario, el encantador fantasma de la casa Slytherin. Aquella noche el Barón andaba de un humor de perros y segurísimo que si hubiera visto a Neville lo habría convertido de inmediato en su chivo expiatorio. Por suerte, Neville se escondió a tiempo tras un armario y el Barón pasó de largo sin percatarse de su presencia. Por desgracia Trevor seguía empeñado en dar su paseo nocturno y no se detuvo a esperar a su amo.
El sapo continuó su camino a través del castillo, saludando a base de croacs a cuantos fantasmas y cuadros encontraba, mientras Neville corría detrás de él y se llevaba miradas de enfado y comentarios despectivos.
Después de bajar por un pasadizo secreto ("¡Por Merlín, se sabe los pasadizos mejor que yo, de dónde sacará tiempo para aprendérselos!", mascullaba Neville) llegaron al Vestíbulo y Trevor se dirigió nada menos que a la puerta principal. ¡Lo que faltaba!
-¡No¡Esto ya es el colmo¡Eso sí que no¡Trevor, vuelve aquí!
Trevor, siempre a lo suyo, pasó olímpicamente de las órdenes de Neville y fue directo a la puerta, que se abrió permitiéndole la salida sin problemas. Llevándose las manos a la cabeza, Neville fue detrás de él y salió también del castillo. Un viento frío azotó las mejillas de Neville ("Menos mal que me he puesto la bata, si no me congelo aquí mismo") y le hizo estremecerse. Sacó la varita e invocando un ¡Lumos! la utilizó como linterna para guiarse en la oscuridad y buscar a su sapo, que ahora saltaba feliz y contento por la hierba en dirección al lago. A pesar de la luz de su varita, Neville se tropezaba con las ramas caídas en el suelo y las piedras. Trastabilló y cayó al suelo a pocos centímetros de Trevor, que se había detenido y lo miraba fijamente de frente como si se estuviera burlando de él. Neville alargó los brazos para cogerlo, pero el sapo hábilmente se giró y continuó su loca carrera con su amo ya en pie y detrás de él. Sin embargo, la huida no duró mucho más tiempo: cuando se encontraban ya a varios metros de distancia del lago Neville se lanzó en picado sobre Trevor y logró atraparlo.
-¡Por fin, te pillé! –exclamó Neville lleno de alegría-. ¡Eres mío, Tre…!
Las palabras de Neville se ahogaron en el silencio de la noche ante la visión que se mostraba ante sus ojos. Se llevó tal sorpresa que tuvo que abrir y cerrar los ojos varias veces (no podía frotárselos con las manos porque entonces Trevor volvería a escaparse) para asegurarse de que lo que veía era real.
Cerca de un grupo de árboles, una chica estaba sentada en una roca a la orilla del lago, y trazaba círculos en el agua con uno de sus pies. Tenía el pelo negro largo y muy lacio, con una diadema de flores blancas, y vestía una vaporosa túnica blanca de tirantes que dejaba ver la espalda. Neville la miraba sin poder creerse que fuera tan ligera de ropa en pleno mes de noviembre y aparentemente no pasara frío y él fuera con bata, pijama y calcetines de lana y zapatillas y estuviese helándose vivo. Pero lo más increíble estaba por llegar.
La chica se quitó la diadema y la colocó a su lado, Después se puso en pie, sin dejar de mirar el agua ni un solo momento, y se llevó las manos a los hombros. Muy, muy despacio, con una ligera sonrisa en los labios, deslizó los tirantes sobre sus hombros y los soltó. También con lentitud, como si fuera una caricia, la túnica se deslizó por su cuerpo hasta caer al suelo.
Neville estuvo a punto de sufrir un colapso nervioso, un infarto y un desmayo a la vez. ¡No llevaba nada bajo la túnica! Se acordó entonces de que aún llevaba la varita con la luz y la apagó frenéticamente para no ser descubierto. "¡Demonios, qué vergüenza¡Tengo que irme de aquí ahora mismo!". Neville se dio la vuelta para escapar de allí y no volver, pero la orden cerebral de salir pitando con Trevor en las manos fue poco a poco vencida por la curiosidad y sobre todo por los inevitables instintos masculinos, de modo que cuando llevaba sólo un par de pasos de huida se volvió lentamente y contempló cada vez más embelesado la suavemente excitante visión.
La piel desnuda de la chica relucía a la luz de la luna con una blancura comparable sólo al pelaje de un unicornio, y formaba un marcado contraste con la negrura de su cabellera, también brillante a la luz lunar. De pronto, sin que Neville se lo esperara, la joven se lanzó al agua de cabeza con un elegante salto y echó a nadar con suaves brazadas, sumergiéndose de vez en cuando para salir poco después. Neville no era capaz de despegar los pies del suelo, inmerso como estaba en la belleza de la misteriosa muchacha.
Después de nadar un rato, la chica salió del agua y trepó hasta la roca donde antes había estado sentada. Cuando se subió cogió su túnica y volvió a ponérsela. Ya vestida volvió a sentarse y se puso a mirar al cielo, cerrando los ojos cada vez que alguna brisa agitaba su pelo.
Neville no podía dejar de mirarla, hipnotizado por aquellos encantos que nunca había podido ver y que ahora iban a marcar su alma durante toda su vida. Un rubor intenso recorría sus mejillas y sudaba a chorros como si estuviera en una sauna. Pero ese sudor se enfrió de golpe cuando Trevor saltó de sus manos y fue en dirección a la chica.
-¡Dios mío, Trevor, no vayas allí!
Pero nada podía detener al intrépido sapo, que iba como una flecha hacia la chica. Neville iba tras él procurando no hacer el menor ruido posible, pero tropezó con una raíz y cayó rodando cuesta abajo. Mientras tanto, Trevor, ignorando el percance sufrido por su amo, seguía su camino hasta subir de un salto sobre el regazo de la chica.
Cuando Neville logró incorporarse se encontró cara a cara con la chica. Sostenía a Trevor en sus manos y lo acariciaba suavemente. Miraba fijamente a Neville, y ahora que él la tenía cerca se dio cuenta de que tenía los ojos de un extraño color, un violeta grisáceo, similar al de las lavandas.
-Es tuyo¿verdad? –preguntó cortésmente.
Neville asintió tímidamente tratando con gran esfuerzo de mirarla a los ojos, ya que su túnica se transparentaba al contacto con su piel mojada y no ocultaba el menor detalle de su piel.
-Toma –ella le ofreció el sapo y él lo cogió-. Es un animalito muy agradable. ¿Cómo te llamas?
-Neville… Neville Longbottom.
-Yo soy Morailyn –contestó con una sonrisa. Neville creyó que iba a derretirse allí mismo ante su voz-. Encantada de conocerte, Neville. ¿Quieres dar un paseo conmigo?
