Todo el mundo está a nuestro alrededor, felicitándonos por haber contraído nupcias hace apenas unos minutos pero tu no, no te incluyes en esa marabunta de personas, aunque viniendo del gran Sherlock Holmes lo veo algo bastante normal.

Como mi padrino esperaba que al menos tuvieras un gesto conmigo, aunque supongo que traerme a la iglesia muerto de resaca y haberme arreglado para estar presentable ante el altar se puede considerar un gran gesto, sin duda.

Sin embargo, estaba impaciente por escucharte susurrar en mi oído tras haber contraído matrimonio cualquier comentario jocoso únicamente para ti, realzando quizá que la unión de dos personas es un infierno o algo por ese estilo.

Pero no. Te mantuviste alejado, aplaudiéndome desde el otro lado del jardín.

Entre abrazos y empujones de los asistentes, conseguí mirarte por encima de sus cabezas.

Sonreías, pero no era algo natural en ti hacerlo de esa manera.

Parecía que habías forzado a tus labios a tomar aquella forma.

Sabía que la idea de que acabáramos el caso y yo me fuera a vivir con mi esposa no te agradaba en absoluto, ni mucho menos.

¿Qué sería entonces de nuestras vacilaciones y nuestros juegos?

¿En sí, qué sería de nosotros?

Tu te acabarías matando lentamente, lo sé; la dieta del tabaco, las hojas de coca y el formaldehído no es sana pero claro, eres demasiado cabezota y si te apetece envenenarte poco a poco no hay quien te saque la idea de la cabeza.

¿Sabes? No eres un gato, para nada.

Los gatos son independientes y tu apenas eres capaz de sobrevivir sin alguien a tu lado.


Consigo escaparme de entre la gente y me acerco hasta ti, todo el mundo está tan encandilado con el vestido de la novia que apenas se han dado cuenta de mi ausencia.

-Vuelve con ella, déjame morirme solo –intentas que sea uno de tus comentarios a los que apenas doy importancia, pero noto el tono de tu voz apagado, pareces triste.

Eres muy malo actuando ante mí, Holmes.

-No voy a dejarte.

Por un momento puedo notar un brillo en su mirada, como si lo que le hubiera dicho le hiciera feliz.

Enarca una ceja.

-Eso suena muy mariquita, señor Watson –contesta con una sonrisa en los labios, esta vez sincera, pondría la mano en el fuego por ello.

Contra todo pronóstico, Sherlock acerca su rostro al mío y apenas soy capaz de apartarme cuando recibo un beso en la mejilla.

-Gracias por estar conmigo, John –susurra en mi oído antes de separarse y largarse caminando, como si nada de esto hubiera pasado.

-De nada...-murmuro al aire.

Por un momento, un breve lapsus de tiempo, me imagino compartiendo mi vida con aquel hombrecillo que se aleja de mi lentamente.

Y no puedo evitar pensar que sería una agonía bastante divertida.