Epílogo
"Cuenta la leyenda que nacerá una niña destinada a cometer los actos de mayor oscuridad en los últimos mil años y que sumirá los reinos en una terrible maldición que durará 28 años.
Pero siempre hay una chispa de luz en toda oscuridad.
La reina buscará su redención y la hallará a manos de su opuesta y gemela, que será el faro de luz que traerá a su hermana de regreso al bien"

Esa profecía fue escuchada por una única persona, una poderosa hechicera que vivía recluida en una antigua Isla, cuna de magia blanca. Al oír dicha profecía decidió averiguar sobre quién hablaba pues le preocupaba el destino de esa desdichada criatura a la que le auguraban tal sufrimiento y oscuridad en su por venir.
En el mismo momento en el que le era revelada la profecía a la hechicera en su Isla, un oscuro duende ofrecía un trato a una campesina encerrada en una torre. Enseñarle magia a cambio de su primogénita…

Xxx...xxX

-¡AAAAAAAAAAHHHH! – los gritos de la princesa Cora vibraban por los pasillos del castillo, que era un hervidero de actividad. Las criadas subían y bajaban por los pasillos en un frenesí de velocidad. Los guardias se miraban unos a otros. El rey y el príncipe esperaban noticias en el salón del trono.
Las horas pasaban y los únicos ruidos que se escuchaban en todo el castillo eran los alaridos de dolor de la princesa.
Disfrazada de partera, la hechicera Viviana ayudaba a nacer a la primera de las niñas. Se apresuró en limpiarla y envolverla en una pequeña toalla blanca, y en colocarla en brazos de su madre, quién miró a la niña con expresión calculadora. Supo así la hechicera quien sería la infortunada niña cuyo fatal destino debía proteger con la ayuda del siguiente bebé que estaba por nacer. Retiró a la pequeña de los brazos de su despiadada madre para que pudiera concentrarse en traer a su siguiente hija al mundo.
Fueron largas las horas del parto de ambas niñas, pero la joven Cora era fuerte y se recuperó pronto. Tomó a sus hijas en brazos el tiempo justo para mirarlas a sus caritas dormidas y elegir el nombre de la que eligió como su primogénita.
- Cuidad bien de la primogénita del príncipe y deshaceos de la otra. –dijo con crueldad en su ronca voz.
- Pero, Alteza, la niña está sana y… -Viviane intentó proteger a la niña, más sabía de antemano que sus intentos serían en vano. Cora era innecesariamente cruel con cualquiera que se cruzase en su camino, y su hija recién nacida no sería un estorbo, no cuando nadie más sabía de su existencia y eliminarla era tan sencillo.
Cora estudiaba el rostro de la niña que tan fácilmente había condenado a morir. Estaba plácidamente dormida en los propios brazos de su madre, quien la miraba como una araña vigila a una mosca atrapada en su red. Viviane no veía ni pizca de remordimiento en el rostro de Cora. Tan solo reflejaba desdén por esa pobre criatura. Cora pensaba en todos los planes que había hecho para su hija mayor. Pensaba criarla personalmente para que fuera fácilmente manipulable por ella misma y por nadie más. Ello incluía a su padre o su hermana. La niña solo sería una distracción o un posible desastre. No. La niña era su puerta a la nobleza y su instrumento de venganza. La decisión era sencilla, y ya estaba tomada.
- Haz desaparecer a esta niña. No me importa lo que hagas con ella, si la vendes o la abandonas en un bosque, pero no quiero saber nada de ella de lo contrario, tu vida será breve y agónica. Me encargaré de ello personalmente. ¿Lo has entendido?
- Si, Alteza. No os preocupéis. No volveréis a ver a la niña. –sin decir una sola palabra más, Viviane tomó a la niña en sus brazos y la retiró de la presencia de su cruel madre y su hermana mayor. – Pero, si todo sale como ha de ocurrir, vuestra princesa si se reencontrará con ella. Dentro de 50 años, en otro reino y tal vez, otra vida.

Los truenos retumbaban en el cielo, oscurecido por una nube de tormenta que iba devorando rápidamente todos los reinos.
Viviane y Anjélica la observaban desde lejos como quien observa el renacer de una mariposa al salir de su crisálida. Era el cambio de una vida.
Los bosques desaparecían en su negrura. Los animales que trataban de huir veían impotentes como la maldición se los tragaba inmisericorde. Nada ni nadie podría salvarse de la ira de la Reina Malvada.
- Ya ha empezado, ¿verdad? –preguntó la joven.
- Así es, pequeña, pero no temas. Ella no sabe nada de ti ni de mi, ni del destino que le fue predicho desde antes de nacer. Para ello te eduqué conociendo tu verdadera identidad. Para que un día pudieras salvar a tu hermana.
- Lo se, madrina. Regina está tan sumida en su venganza que no hemos podido acercarnos a ella hasta ahora. Espero poder estar a la altura del trabajo que me ha sido impuesto desde la cuna… -la joven empezó a dudar, ahora que la prueba final se acercaba.
- Es normal tener miedo de lo desconocido, mi niña. -sonrió la anciana- la Reina no tendrá escapatoria tampoco del reino que ella misma está por crear.
Ambas compartieron una sonrisa y una mirada cómplice.
Lanzaron su último hechizo, uno que les permitiera cambiar su aspecto para que cuando la maldición las alcanzase, nadie en aquel nuevo reino pudiera reconocerla por su parecido físico con la reina, y a la vez pudieran mantener todos sus recuerdos de este.
El viento se lanzaba contra ellas como si tratase de lanzarlas al vacío, pero se mantuvieron en pie hasta que la maldición se las tragó.
Y de repente, todo se volvió negro…