Todo estaba oscuro. Realmente no podía ver nada, todo era oscuridad a su alrededor. Pero si que oía. Oía voces conocidas a su alrededor, aunque no podía distinguir bien qué es lo que decían esas voces conocidas que muchas veces se mezclaban con unas que no había escuchado nunca. A veces era capaz de escuchar palabras sueltas. "Despertará" "operación" "sobrevivirá" "quizás" "imposible" "nunca" "incapacitado" "lo siento" "culpa" "Steve". Su nombre. Siempre que oía su nombre provenía de la misma voz y no se escuchaba a nadie más. Reconocía esa voz, él sabía quién era, pero… ¿qué es lo que había pasado? Quería que le explicara, que le explicara esa penumbra que le rodeaba y por qué no era capaz de distinguir bien las voces que oía. Quería que esa voz le explicara tantas cosas. Pero siempre solía decir lo mismo una y otra vez, a veces pedía perdón, otras veces se culpaba por algo. No tenía claro por qué se disculpaba pero seguramente el hecho de no ver nada era una de las razones. Steve ni siquiera sabía cuánto tiempo había pasado así, no lo tenía seguro. Podían ser horas, días, semanas o meses.

Un día dejó de escuchar voces, simplemente desaparecieron, y eso no hizo más que preocuparle. ¿Por qué ya no había voces que le acompañaran? ¿Por qué ya no estaba él? ¿Por qué seguía en completa oscuridad? Solo podía esperar a que sucediera algo, a que esa voz volviera, parecía que ese día no iba a llegar nunca. En cambio, llegó el dolor, un dolor general que le ahogaba y provenía de lo que él creía que era su pecho y le recorría todo el cuerpo hasta las rodillas. Luego ese dolor se centró en ese mismo punto, sus rodillas. Quería gritar, pero su garganta no emitía ningún sonido.

Y volvió la luz. Una luz cegadora, blanca, que le quemaba los ojos, por lo que volvió a sumirse en la oscuridad unos minutos más antes de volver a abrirlos de nuevo. El dolor quedó en un segundo plano cuando la felicidad llegó a él. Por fin volvía a ver, por fin sabía dónde estaba y sus dudas podían disiparse al fin.

Miró a su alrededor, la habitación completamente blanca y llena de aparatos médicos, de los cuales la mitad estaban conectados a su cuerpo por lo que pudo comprobar a ver todos los tubos que salían de él, parecía un hospital. Y es lo que hubiera dicho si no hubiera estado nunca en esa habitación, pero la reconocía, no era la primera vez que se había visto en una de las muchas camillas que había por allí desperdigadas o en uno de los sillones esperando a que sus compañeros que habían sufrido más daños se recuperaran.

Pero verse en esa camilla, específicamente en la que estaba, le dejó descolocado. ¿Tan mal era su estado para estar ahí? ¿Y cuánto tiempo había pasado? Se aclaró un poco la garganta, sintiéndola más seca que nunca, e hizo el amago de levantarse, causando que volviera a darse cuenta de todo el dolor que había sufrido antes, concentrado en la zona baja de su cuerpo.

Bajó la vista, para hacerse un chequeo rápido, nada del otro mundo. Y ahí fue, ahí fue cuando su corazón se saltó varios latidos. Cuando su respiración se congeló por completo. Con una mano temblorosa, tocó el espacio vacío, comprobando que, exactamente, no había nada donde su supone que debían estar sus piernas. La postura en la que se encontraba era dolorosa, teniendo en cuenta que seguramente también tendría alguna costilla rota o algo por el estilo, pero no se movió.

No se movió cuando escuchó la puerta abrirse y dos voces conocidas inundar la sala. No se movió cuando exclamaron su nombre con asombro y cuando le tocaron el hombro. No se movió cuando le pidieron disculpas con ese tono lastimero. Steve no movió la mano del espacio vacío, agarrando la sábana con fuerza y aguantando las ganas de llorar.