Thanatos
Entre la bruma la podía ver correr. Las perras ladraban, frenéticas, con ansias, con la esperanza de ser recompensadas por su labor. Y lo serían si lograban darle caza.
Sus gritos desgarraban el cielo, delatando su posición. Así no era divertido. Frunció el ceño y masculló, espoleando a su caballo, iniciando la persecución. Sentía la adrenalina vibrando sobre su piel, el tambor que era su corazón embargado por la emoción de la partida, del recuerdo que prometía su final. El éxtasis le hacía perder la cabeza, deleitándolo con imágenes de sangre y dolor, de ojos rasgados por un miedo primitivo, de sollozos y peticiones de piedad. Su boca trazó una leve sonrisa mientras el viento azotaba su cabello negro.
La encontró tendida en el suelo. Sobre su cuerpo desnudo, blanco sobre el verde del musgo y hojas caídas, sus perras se retorcían, arrancando pedazos de ella, relamiendo el rojo que emanaba de sus heridas. Sus pupilas le buscaban, súplicas calladas que su voz no alcanzaba. Y allí, en la espesura del bosque, en la inmensidad de la nada, la tomó hasta quebrarla, hasta que sus piernas se doblaron y su vida expiró entre sus manos.
