Los ojos de Nico miraban extrañados el techo de aquella extraña habitación. Estaba tendido boca arriba, sin camiseta, rodeado de placas metálicas, llaves inglesas, tornillos y clavos. Todo el lugar poseía una extraña mezcla de aromas: polvo, óxido, sudor y muerte. Corría una helada brisa, sin embargo algo le impedía sentir frío. De repente siente un sobresalto y un leve bostezo a su lado derecho. Él lo miro como si fuera algo de lo más cotidiano despertar a su lado, pero Nico no paraba de estar extrañado. ¿Dónde estaba? ¿Seguía en el campamento? ¿Qué hacía leo a su lado? ...Entonces comenzó a recordar todo... Otra noche de juegos más, donde, para variar, la cabaña de Ares había ganado todo. -Campistas, a cenar- había indicado Quirón. Aquella noche era diferente, casi excepcional: el campamento había recibido la visita de las cazadoras de Artemisa, lo cual había traído de vuelta a Nico esa inexplicable sensación de pena por el recuerdo de Bianca, el cual evocaban aquellas jóvenes cazadoras. Esa tristeza sumada al halo de "odio a todos" típico de un hijo de Hades no eran para nada una situación agradable. Era de extrañar que nadie prestar mucha atención al estado anímico de Nico esa noche, excepto Leo. -Vamos a caminar un rato después de cenar- le ofreció a Nico. Así hicieron, aunque Leo comenzó a entrar en pánico cuando notó que los ojos de Nico se aguaban mientras le hablaba de su hermana. -Avancemos un poco más- dijo leo -nos estamos acercando el Búnker 9, ahí podrás calmarte y descansar un poco, sí es lo que quieres- Desde aquella conversación hasta la entrada al búnker 9 no recordaba mucho. Comenzó recordar un poco más de a poco... La cabeza de un dragón metálico... Planos de... ¿de un barco?... Nico recordaba a Leo alcanzándole una polera, la cual él acomodó a modo de improvisada almohada. -¿Te sientes mejor?- preguntó Leo. Nico había comenzado a notar cómo lo miraba su amigo... Conocía esa mirada... Era la misma que Percy le otorgaba a Annabeth, la misma que Jason le daba a Piper, la misma, si, la misma que él mismo en ocasiones dirigía a Leo. ¿Realmente sentían lo mismo? Trataba de articular palabras, pero no lograba que salieran. Leo fue más ágil, no lo pensó dos veces y se acercó en una milésima de segundo. De repente ambos se vieron envueltos en un cálido abrazo, luego un beso pequeño, más largo, más largo, que terminó por prolongarse varios minutos. Qué acogedor había sido el suelo esa noche. Qué inexplicable y agradable había sido por fin dejar en libertad sus sentimientos. Gracias a los Dioses, Nico recordaba todo... Y no, no se arrepentía de nada. Se miraron por última vez, acostados en el piso del Búnker 9, se besaron lentamente y salieron, caminando juntos de vuelta al campamento.
