No sé cuándo se empezó a celebrar San Valentín, pero dudo que en esta época se hiciera, al menos no como se hace ahora. Aun así, he decidido celebrar este día escribiendo esto para mi awor con w, Cathe, porque Ilias y Regulus son muy aiñs. Ella me entenderá. Espero.

Disclaimer: The Lost Canvas no me pertenece.


El cielo estaba teñido de tonos rojizos y anaranjados. Ilias disfrutaba de una vista casi privilegiada desde lo alto de una roca, como cada día. El frío viento jugueteaba con su cabello, su barba y su capa y no pudo evitar echar de menos la calidez que solía acompañarle en su costumbre de admirar el atardecer en la naturaleza. Como si lo hubiera invocado, el objeto de sus pensamientos llegó corriendo hacia donde estaba el caballero de Leo y se apresuró a sentarse en su regazo en busca de calor. El pequeño Regulus luchaba por recuperar el aliento, ajeno al hecho de que tenía toda la atención de su padre. El hermoso atardecer había pasado a un segundo plano.

—Hace mucho que no te entretenías tanto—comentó el hombre.

Un padre normal hubiera empezado a preocuparse hacía ya varias horas, pero Ilias no era precisamente normal. Se preocupaba por su hijo como el que más, pero no por cosas tan triviales como el incumplimiento de un horario que él nunca había impuesto. Simplemente tenían una rutina y él comprendía que a veces surgían cosas que la rompían. De haber ocurrido algún accidente, el viento le habría alertado. De haber habido algún ataque, él mismo habría sentido el cosmos de sus enemigos mucho antes de que se acercaran al pequeño. No pretendía atar al niño a su vera; con saber que estaba cerca y a salvo tenía bastante.

—Es que me he enterado en el pueblo de que hoy es un día especial—dijo, respirando todavía con cierta dificultad mientras el adulto le envolvía en su capa para protegerle del viento. Se giró para estar de cara a su padre, haciendo que éste le rodeara con sus brazos para que no se cayera de espaldas—. Es San Valentín.

San Valentín, si el hombre no recordaba mal, era conocido como el día de los enamorados. No era algo que él solía celebrar y pensó que su hijo tampoco estaba en la edad de hacerlo. El pequeño solo tenía cinco años; era imposible que ya mostrara interés en el amor. ¿O no? Él mismo le había enseñado a amar la naturaleza... ¿Acaso había llevado más allá sus enseñanzas? Regulus, interpretando su silencio como ignorancia, decidió explicarle lo que había aprendido aquel día.

—¡Es el día de los enamorados!—exclamó, con una gran sonrisa—. Unas chicas me han dicho que cuando quieres mucho a alguien, tienes que demostrarle tu amor dándole chocolate en forma de corazón y se han ofrecido a ayudarme a hacer alguno.

La expresión del caballero no había variado a lo largo del breve discurso del joven, pero su mente estaba que echaba humo pensando en quién había capturado el corazón de su leoncito. Era demasiado joven como para tener que preocuparse por esas cosas. Tenía que ser una falsa alarma. Estaba tan absorto en sus pensamientos que casi no notó cómo Regulus se movía para sacar algo del bolsillo de su pantalón.

—¡Por eso te he hecho uno con todo mi amor!—anunció, ofreciéndole algo envuelto con torpeza en un papel bastante arrugado—. ¡Te quiero, papá!

El sorprendido Ilias sonrió, tomando el regalo con una mano sin dejar de sujetar al joven con la otra. Lo desenvolvió con ligera dificultad y su sonrisa se ensanchó al ver el chocolate que pretendía asemejarse a un corazón. Su hijo era un genio, pero en momentos como aquel quedaba claro que aún era un niño. Un ser puro e inocente al que amaba con todo su ser. Viendo cómo éste miraba el chocolate, rompió el corazón en dos mitades y le ofreció una al pequeño, que sonrió y no dudó en empezar a comer.

—Qué dulce es el amor de un hijo—susurró mientras su hijo se giraba para apoyar su espalda en su pecho y disfrutar de la vista de las primeras estrellas asomándose por el cielo nocturno.