En Los Confines del Averno.

Por: Charles Magnus.

Capítulo I: Heridas (Parte I)

En el abismo más profundo nace una tierra que poco es relatada en las historias de la superficie, este lugar que descansa en el vientre de las tinieblas, es llamado por el insano juicio que rige sus límites como Mitleid. Morada de los crueles y los marginados. Tú, reino maldito que cobijas en tus oscuras piedras a la muerte y haces sollozar a la vida, marchitas sean las almas de aquellos que gobernaron siglos atrás en la superficie con insidia y miedo a mil generaciones, y que detrás de tu muro de cenizas se lamentan bajo las sombras puestas hasta el último rincón. Queda escrita con tinta roja la historia de tus enemigos quienes ahora se retuercen en tus fríos desiertos y suplican al cielo de tinieblas por abandonar este profundo acantilado, este lugar donde solo los más mezquinos osan posarse en busca del poder y la gloria sin importar la instigación, y aunque solo unos pocos lo han vivido en carne propia, el precio a cambio de tanta grandeza se consuma en lo inefable.

Sea entonces la insaciable ambición de aquel que quiera maldecirse, la que finalmente otorgue una condena que perdurará milenios sin descanso. Grande sea tu enferma gloria reino maldito, donde gobiernan los crueles y los marginados, y que el día en que se rompan tus fronteras alzaras a tu gente para que sea libre de esta que es la infratierra llamada por los renegados como Mitleid.

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Vasto es el cielo pintado de negro, suave y reluciente a la vista como una fina capa de musgo sobre la cual descansa la magnífica centella plateada que alumbra el camino de cientos de sombras errantes, los susurros ahogan la fría noche en un momento de tranquilidad que lentamentese sucumbió en un cruel ensueño cuando miles de astas ardiendo cayeron como un diluvio frente a las puertas del castillo. Las tropas se movían entre tinieblas sitiando cada vez más la plaza principal del reino, viviendas y establecimientos , arrancados por la furia del ejército rojo quien paso a paso, sometía a sus enemigos. Las defensas estaban al margen del gran umbral cuando los gigantescos driders y manticoras aparecieron, el choque del acero y el rugir de las bestias consumaba cada rincón donde proyectiles, escudos y zarpas, danzaban en una interminable batalla que complacía a la muerte.

En un intento fallido por hacer frente a la incursión, los enemigos consiguieron entrar hasta la sala principal donde yacía el rey esperando paciente su llegada, la brigada, conformada por minotauros, grifos y ortros, se hizo a un lado y permitió el paso a un pegaso de pelaje azúl obscuro con crin negra, ojos felinos de color amarillo e inmensas alas de murciélago, el cual se acercó hasta el trono oculto en la penumbra.

—Así que es verdad, lograste escapar de las fosas del Tártaro —exclamó con voz grave la silueta apartada en la obscuridad

—Es adorable escuchar que aún se acuerde de mí ¿No lo cree? Un gran placer el poder vernos frente a frente majestad, y mejor aún, sin la necesidad de que cientos de flechas nos apunten tratando de matarnos —dijo el pegaso postrando reverencia ante el trono—. Y como lo he prometido, Raserei ahora mismo sucumbe ante mis fuerza y no hay nada que pueda hacer. Muy pronto Feuerstein y Kante compartirán el mismo destino una vez se reúnan las piezas.

—Estás desafiando un poder que está totalmente fuera de tu alcance —respondió el rey—. El convenio no será tan piadoso está vez, comprende, estoy tratando de evitar tu condena, todavía hay tiempo de enmendar todo este error.

—Ya no hay tiempo majestad, ni de echarse atrás, ni de seguir mintiendo —contestó el pegaso ufano y dibujando una leve sonrisa—. Quizá pueda escuchar sus advertencias desde el Tártaro, claro, si es que alguna vez descansa del castigo que le depara en sus fosas.

—Una verdadera pena tener que llegar a esto, eras tú, la proeza que se alzaría para ocupar el lugar que te corresponde en el gremio de Pain —opuso el rey—. Ahora, solo uno más en esta perversa tierra.

—Parece que usted no parará de juzgarme, cree que todo esto pasa sin motivo alguno, que solo soy un monstruo desalmado que jamás conoció el afecto y solo quiere saciar una avidez vana que fluye en el interior —replicó el pegaso con cierta frustración—. ¿Acaso ya lo olvidó? ¡Fue voluntad suya que me convirtiese en un campeón! Mi horda se expande más allá de las sombrías tierras de Alte Kneipe, muy pronto será tan grande como para hacerle frente a la mismísima orden de Das Siegel, soy todo lo que siempre deseó ¿Y se atreve a decir que solo soy uno más dentro de este agujero? Siéntase orgulloso mi señor, pues usted fue quién forjó a tan excelente guerrero —afirmó el pegaso mientras se colocaba a un lado del trono y extendía una enorme cadena que en uno de los extremos terminaba en una amplia cuchilla curvada—. Admiré a aquel que en su nombre derribará a los cuatro reinos, que por su honor, vencerá una vez más.

—Has cometido muchas ofensas contra la infratierra Death Wish, pero esto, esto revela que solo eres una criatura patética —gruño el rey extendiendo sus enormes alas de murciélago—. El día de tu derrota está cerca, y cuando llegue, el Hades no tendrá compasión por tí.

Liberando el filo de su espada, el rey ondeo un corte hacia el costado del pegaso. Este salto hacia una columna evadiendo el ataque y replegando la cadena, la cual impacto en el trono despedazándolo al instante, una pequeña nube de polvo se alzó recorriendo el lugar disfrazando al rey, quién resurgió de las sombras cargando contra la columna y arrojando un orbe que persiguió a Death Wish, una vez más, este respondió con la cadena la cual hizo rebotar el orbe hacia el suelo. El rey prosiguió embistiendo con fuerza para luego arrojar varias estocadas, todas y cada una de ellas, fueron recibidas por la gruesa capa de acero de la cadena, el pegaso aseguró distancia para poder contraatacar con fuertes azotes mientras el rey por su lado, respondía bloqueando y atacando con su espada, la acción se repitió varias veces hasta que en cierto momento la cadena se atascó con el mango de la espada dejando a ambos rivales atrapados. El rey no vaciló, con una rápida embestida fue directo al pegaso con el fin de clavar su acero y estando a unos pocos centímetros de él, fue tumbado por una coz.

El pegaso cogió la espada y a punto de clavarla en el lomo de su rival, varios orbes brillantes asestaron en su cuerpo, el rey se levantó y agarró su hoja, pero antes de poder propinar un ataque, Death Wish acometió con sus alas logrando al instante liberar la cadena para proceder nuevamente a azotar con la misma. El rey precipitó más orbes hacia el pegaso pero este sin dificultad lograba erradicar a cada uno en tan solo unos cuantos movimientos de la mortal arma.

—Admito majestad, que me tiene desilusionado —exclamó el pegaso bloqueando el último orbe—. Recuerde que nuestra magia es bastante limitada, por eso solemos recurrir a ciertos... Beneficios —sus ojos se prendieron como dos grandes flamas y de su boca surgió una especie de vapor verdoso, tan solo un segundo después, un enorme rayo rojo salió disparado de su hocico. El rey se apartó bruscamente dejando que el rayo impactará contra una columna y está prácticamente se hizo añicos.

—Así que ahora eres un infame —respondió el rey tratando de disimular su asombro—. Habrá sido en vano.

El rey se envolvió en sus inmensas alas mientras se convertía en un nubarrón que se desvaneció casi al instante, Death Wish disparaba rayos a cada rincón en busca de su adversario pero solo consiguió polvo y escombros mientras que los bruscos movimientos y el uso descontrolado de magia le debilitaban hasta tal grado de sentir un fuerte mareo, esto no paso inadvertido, pues en un pestañeo, la nube surgió a través de varias grietas en el suelo esparciendose por el cuerpo del pegaso. Este sujetó la cadena a su cinturón y extendió sus alas tratando de cubrirse de la nube, pero apenas esta lo tocó, su piel comenzó a marcarse con fuertes quemaduras. El rey apareció detrás de él asestando un fuerte golpe y llevándolo al suelo donde finalmente el cúmulo le atravesó el cuerpo haciéndolo gritar de dolor y despojándolo de su armadura, luego de un minuto, la nube se dispersó y frente al moribundo pegaso la figura del rey se hizo presente.

—Aunque la magia de Imbolc corriera por tus venas, seguirías siendo muy inferior a mí Death Wish, que te quede claro —dijo el rey a punto de cortar la cabeza del pegaso.

—Quizá sea verdad mi señor —contestó Death Wish riendo sádicamente—, pero esto solo es el inicio, recuerde lo que le dije una vez, nunca confunda una sola derrota con una derrota final.

Las últimas palabras retumbaron fuertemente en el rey cuando los enormes ortros se abalanzaron sobre él hundiendo sus enormes dientes y desgarrando con sus afiladas garras, el pegaso replegó la cadena nuevamente y la sometió contra el cuello del rey para luego arrojarlo al otro lado de la sala lejos de las bestias, una vez más, Death Wish cargó en su hocico un rayo, pero este lentamente fue tornándose del rojo al púrpura y el brillo que irradiaba era tal que algunas de las criaturas en la habitación cubrieron sus ojos ante la luz. El relámpago impactó explotando violentamente donde antes estaba el trono y luego de que la gran ola de polvo se desvaneciera, frente a Death Wish yacía el rey tratando de levantarse, nuevamente el pegaso arrojó la cadena atrapando a su presa del cuello y con fuerza lo arrastró por toda la sala, una y otra vez azotando su cuerpo, hasta que finalmente se detuvo y liberó al rey frente a su tropa.

—No tiene porque ser así —dijo Death Wish mientras hacía irradiar un intenso brillo a través de sus ojos—. Pero ha fracasado en su labor de gobernar a nuestro pueblo, el gran Apsú está inconforme y pronto hará que usted y los suyos paguen, estaré complacido cuando sea hora de arrojarlo al Tártaro y créame —sujetó la cadena alrededor del cuello de su víctima—, suplique porque se le diera el castigo que se merecía dentro de los pozos del ese ruin agujero pero para su fortuna, Apsú se apiadó de usted. Aún así no lo crea conveniente, ambos sabíamos desde aquel juicio que este día llegaría, por lo pronto me despido, ya hemos terminado —una fuerte descarga eléctrica recorrió al rey haciéndolo retorcerse de dolor, Death Wish lo liberó y al instante, el resto de los soldados arremetieron contra el rey.

El pegaso admiró por unos segundos la escena mientras sus heridas sanaban con rapidez, luego salió de la gran sala acompañado de un minotauro de pelaje marrón obscuro que llevaba puesta una armadura negra resplandeciente, ambos seres cruzaron por un pasillo en ruinas donde cada estatua, pintura y vitral habían sido destruídos .

—La zona sur ha sido diezmada señor, pero aún no hay reporte de civiles o soldados presentes —afirmó el minotauro caminando a un lado de Death Wish.

—Eso ya no importa. Mañana la noticia de nuestro ataque se esparcirá Bálcar, necesito que prepares todo y que el escuadrón se aliste, partiremos a la superficie en setenta y dos horas —dijo Death Wish guardando su cadena y generando con su magia una armadura similar a la del minotauro.

—Por supuesto señor. También quería informarle sobre las pruebas con la célula, los efectos son muy favorables y estamos cada vez más cerca de obtener el resultado final —afirmó el minotauro empuñando una enorme hacha de doble filo—. ¿Qué pasará con el Leviatán y el obstinado teniente?

—Más tarde nos encargaremos de ellos, por ahora debemos mantener el objetivo principal ¿Tus exploradores ya han hallado algo? —preguntó Death Wish con cierta impaciencia.

—Nada señor, ningún indicio —contestó Bálcar—. Incluso los nativos de la región niegan cualquier posibilidad de encontrar el sello por sus tierras, y no es por ofender pero ¿Usted creé que sea verdad aquella leyenda? Llevamos buscando por décadas en las profundidades de Mitleid y más allá de la gran nube, si en verdad hubiese algo con una fuerza tan poderosa descansando bajo tierra, ya habríamos tenido siquiera alguna señal de que existe.

—Mi gran y tonto general, aún no captas que estamos buscando ¿Cierto? Trata por una vez en tu insípida vida de comprender que no vamos trás un simple artilugio como solemos acostumbrar, está vez obtendremos la victoria definitiva si conseguimos este regalo del universo. Iremos más allá de la vida y la muerte —objetó el pegaso orgulloso mirando a la centella ascender hasta su punto más alto. Si bien el minotauro vaciló ante las palabras de su líder, optó por guardar cualquier réplica posible ¿Podría ser verdad, la capacidad de portar una energía tan pura? ¿O podría tratarse del simple balbuceó de un desquiciado?

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El silencio absoluto se tendió sobre el reino entero luego de un par de horas. Cruzando entre las oscuras calles de la villa, yendo desde la desolada plaza hasta al gigantesco umbral, dos seres se adentraban entre la fría noche a aquel palacio donde atravesaron los inmensos pasillos destruidos y recorrieron unas cuantas habitaciones que fueron saqueadas hasta más no poder, el fino eco del viento retumbaba por las paredes hechas pedazos y los pocos vestigios de vida en el lugar no eran más que sombras en lo desconocido ¿Adónde fueron todos? Era quizá el pensamiento más recurrente, pues no había algún cadáver o sangre embarrado en los suelos fruto de la encarnizada batalla. Pasaron unos cuantos minutos antes de que un breve alarido recorriera por los muros de cada habitación, este provenía de la sala principal donde al llegar, encontraron a una criatura arrastrándose por los suelos.

—¡Rey Argos! —gritó uno de los individuos mientras corría hacia la débil luz que alumbraba el cuerpo—. Señor es un alivio verlo con vida.

Uno de los seres a simple vista tenía el aspecto muy similar al de un unicornio, con pelaje añil y melena de azul marino, pero había un cierto aspecto que lo difería inmediatamente de ellos y eran sus brillantes ojos felinos de color turquesa que penetraban en la obscuridad. El compañero por su parte era de igual forma, un pegaso con alas de murciélago, solo que de pelaje rojo y con una melena que se dividía en dos colores; escarlata y negro.

—¿Nuestra gente? ¿Qué ha sucedido con ellos? —preguntó temeroso el pegaso.

—No se preocupe teniente —contestó el rey mientras era levantado por el unicornio—. Todos están a salvó en las minas, Sannhet no consiguió acercarse a esas regiones para nuestra suerte. —El rey era poseedor de un espeso pelaje negro que recorría hasta donde comenzaban sus enormes alas, una melena corta de color blanco y ojos relucientes de color púrpura.

—Un ataque sorpresa... —afirmó el unicornio, observando con detalle las marcas de mordidas, cortadas y golpes que el rey llevaba por todo su cuerpo—. ¿Qué pretendían al arriesgarse de esa forma? Sannhet jamás había hecho algo así, si el convenio se entera podrían...

—La guerra es impredecible general, podeís aspirar a sentirte seguro dentro de los muros de un castillo, pero en tan solo un segundo te pueden estar ahorcando con una cadena hasta morir —interrumpió Argos andando lentamente por la sala—. Creo que Sannhet no buscaba conquistar el reino, al menos no aún, parece que esto fue una especie de advertencia y de ser así, estar seguros de que no será la última.

—En verdad lo lamento señor, pero la llamada del este no fue más que una trampa, cuando habíamos caído en lo que estaba pasando, nos dirigimos aquí lo más rápido posible —dijo el unicornio observando el rincón dónde antes estaba el trono—. No llegamos a tiempo para evitar esta desgracia.

—Desprended esa idea de vuestras mentes ahora, logré evacuar el reino gracias a nuestros aliados en el exterior así que no hubo pérdidas por las que llorar, excepto claro, aquellos soldados que se negaron a ir a las minas y en su lugar prefirieron hacer frente al enemigo —aludió Argos con cierta tristeza.

Dichas palabras causarían un escalofrío en el pegaso y un breve temor en el unicornio, poco era lo que podían imaginar cuando recorrieron los pasillos sin encontrar resto alguno de sus camaradas, y ahora que el rey había citado sus hazañas, hizo que en ellos naciera una rabia enorme. Antes de poder decir una palabra más, notaron que el rey se había parado al pie del umbral mirando el desolado paisaje, el horror y la inquietud definían poco sobre lo que en ese momento, Argos sintió en su interior.

—¿Qué... Qué fue lo que hizo ese infeliz? ¿Nuestros caídos, dónde... ? —limitando sus palabras, el rey se volvió hacia sus acompañantes quienes mantenían la vista en toda la sala—. No esperaremos hasta que les de por volver aquí

—¿Qué haremos ahora señor? —preguntó el pegaso—. Nuestra ciudad ha sido destruida, tomará tiempo para recuperar todo lo perdido, la orden ya no querrá interferir por más tiempo en este asunto.

—Yo me encargaré de eso —contestó el rey mientras volvía la vista a la enorme centella llena que abarcaba los cielos—. Nuestros aliados aún juegan un papel fundamental en la batalla y Sannhet no tiene idea del error que acaba de cometer al no asesinarme, el final de esta guerra está muy cerca, y cuando el momento llegue, será la hora de atacar. Debo saber entonces, si puedo contar con ustedes.

—Con todo el honor señor —asintió el unicornio mientras hacía una reverencia.

—Con todo, el honor... —dijo el pegaso seriamente.

—Excelente, entonces hay que apresurarnos. General aliste a nuestras tropas, que recorran el reino entero, alzaremos lo que aún quede de nuestras tierras —ordenó el rey dirigiéndose al unicornio. Este solo asintió e hizo brillar su cuerno desapareciendo en el acto—. Teniente, tengo un trabajo especial para usted, prepárese, pues partirá esta noche —concluyó Argos hacia el pegaso. Este solo desató un pesaroso suspiro que concluyó en la mirada puesta por sobre su rey hacia la inmensa plateada que resplandecía sobre las tinieblas.

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Desde los albores del tiempo, han surgido relatos como finos hilos que tejen al mundo y viven para impregnarse en la memoria de aquellos que los escuchan, historias sobre grandes imperios o poderosos seres que arribaron al mundo son un claro ejemplo de lo que hablo, pero ¿Qué hay de aquellas que se fragmentan y se pierden entre recuerdos? Viven aunque no sean contadas o alguien las escuché. Pertenecen al mundo y serán parte de él hasta el último día, porque aunque nadie les recuerde, habitarán como una herida que jamás sanará, un eterno error que nunca podrá corregirse.

Es como aquel vasto reino gobernado por dos hermanas alicornio que ha sido claro testigo de lo que estás historias tan bellas pueden conceder, no obstante, siempre suele haber algún defecto que nos hace dudar sobre si esas historias realmente concluyeron ¿Puede ser posible que aún continúen escribiéndose? Quizás sea así, y Equestria ha sido claro, un reino con un enorme elenco de historias, y luego del regreso de sus leyendas más aclamadas, y la derrota de Storm King, la vida en sus interiores parecía adoptar su aspecto jovial otra vez.

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La penumbra que cubría las calles de la capital comenzó a desvanecerse entre los rayos de luz salientes del horizonte, el silencio se hacía eco entre los umbrales de cada hogar mientras, inmerso en tinieblas, un unicornio solitario deambulaba a través de la plaza principal. Era como una sombra inerte guiada por el crujir del viento, llevando a rastras una gran alforja ocupada en su mayoría por libros y pergaminos mientras que con su abrigo, tan negro como el carbón, era prácticamente invisible. Después de algunos minutos merodeando por Canterlot, el unicornio llegó a la zona más lujosa de la capital, al sentir como la luz y el calor empezaban a quemar su piel apresuró el paso hasta que dió con una de las casas más amplias de la calle, antes de continuar, miró con cautela sus alrededores como si se tratase de algún cazador al acecho de una presa yendo y viniendo varias veces, mantuvo esta rutina por unos cuantos minutos hasta que la luz ya había alcanzado a cubrir más de la mitad de la ciudad, esto para él ya era una tortura y lo dejaba en claro con las interminables muecas de dolor en el rostro, las cuales desaparecieron luego de ingresar en la casa. El lugar tenía una apariencia muy rústica donde cada pasillo y habitación estaban decoradas con muebles y antigüedades que daban un aire sombrío pero hermoso al observarlo de forma más detenida, el segundo piso, al cual accedió por unas enormes escaleras, mantenía la misma temática.

Luego de recorrer gran parte de la casa, el unicornio conjuró un hechizo que le permitió cruzar lo que parecía ser un muro falso entre un librero y un armario, y una vez traspasó, se encontró con un lugar frío y obscuro donde para guiarse mantuvo brillando su cuerno, vislumbrando así, una habitación inmensa que no podría ser posible dentro de la casa. Libros por todas partes en interminables estantes y grandes filas de mesas que se distribuían por el lugar, la vista podía perderse al tratar de dilucidar hasta que altura llegaban los estantes, el contorno de sombras en cambio, era bien apreciable ante la débil extensión de luz que comenzó a emerger en el lugar. Poco a poco unas cuantas velas se extendieron hasta que la habitación entera se aclaró ligeramente y aunque casi nula, la falta de luz natural parecía contentar al unicornio.

Este se acercó hasta un escritorio donde había un reloj, varios pergaminos y un bote de tinta, las dos únicas ventanas de la habitación daban vista a las abultadas nubes que se hallaban sobre la misma mesa en la que se sentó, miró el reloj por unos segundos para luego volverse con la vista hacia las ventanas y en un instante, los débiles rayos del luz tocaron su pelaje gris y obscuro. No hizo gesto alguno al sentir el calor cubriendo su piel, la cual comenzó a cambiar de su habitual tono gris a uno muy similar al crema, su melena negra acogió un color marrón y la blanca punta de sus cascos hizo igual, sus ojos, que antes eran de un color bermellón, ahora se habían vuelto pálidos y amarillos.

—Todo está listo —exclamó con voz profunda—. Si quiero adelantar el proceso necesitaré más Dei-sana —hizo brillar su cuerno abriendo uno de los cajones del escritorio, de ahí extrajo una estatuilla de obsidiana en forma de lobo y un libro de caras plateadas—. Esta vez no podremos fallar viejo amigo, el cruce ocurrirá pronto y debemos estar ahí cuanto antes —sobre la mesa colocó un mapa que señalaba varias posiciones en Canterlot, después puso la estatuilla en el piso y acomodó el libro sobre el escritorio—. La última vez fuí muy claro, y si aún decides insistir... No intentes esconderte.

—Aparte de imprudente, solo me has demostrado lo necios que pueden llegar a ser algunos mortales —respondió una voz cavernosa detrás suyo—. Te lo advierto, el plano espectral está reservado solo para los maestros más eruditos, no estás listo para conjurar algo de el, y mucho menos para invocar.

—Conozco todos los riesgos y sé muy bien que aún no estoy del todo preparado, pero es ahí donde entra mi pequeño truco —afirmó el unicornio sin volverse mientras acariciaba la portada del libro—. Existe algo que me permitirá tener el control sin importar cuánto tiempo mantenga su presencia en este... Plano —su cuerno brilló nuevamente haciendo aparecer un pergamino algo deteriorado.

—¡No subestimes las fuerzas espectrales! —replicó la voz, amenazadora—. No tienes nada que te permita poseer tal energía sin que tu interior se corrompa. ¡En la biblioteca de Türilli nunca habrá algo así!

—¿Eso creés? Tú eres la prueba más grande de que puede existir una simbiosis entre dos energías que poco o nada tienen que ver —aseveró el unicornio riendo ligeramente—. Tus quejas son inútiles. Si quieres impedir mi objetivo, inténtalo mientras aún puedes, no pretendo seguir soportando tu desprecio.

—Esto no tiene porque ser así —repuso la voz aclarando su sonar—. El tiempo para enmendar tus deudas ha pasado, no tienes porque seguir soportando toda esta absurda situación ¿Qué no lo ves? ¿Valdrá la pena perder cuanto has conseguido solo por una frenética necedad?

—¡Basta! No olvides con quién estás tratando —contestó el unicornio a punto de volverse, pero se aferró a mantener la vista oculta—. Durante años te he sido firme y siempre te respeté ¿Dónde estabas cuando fui aprisionado en esta... Forma? Cuando tuve que lidiar con el dolor de haber manchado mi ser con tanto odio y perversidad ¿Dónde... ? —gritó mirando su reflejo a través del borde cristalino del libro, luego apoyó los cascos sobre su rostro y con un tono apagado adornó sus palabras—. Es momento de permitirme seguir adelante, y aunque no tenga tu aprobación, haré lo que tenga que hacer.

—No habrá marcha atrás, si eliges este camino, quizá no pueda seguir a tu lado —comentó la voz con cierto pesar—. Yo no te abandoné, jamás haría eso, tú te alejaste de mí muchacho.

—Entonces tus reclamaciones ya no son mi problema —contestó el unicornio severo. Antes de poder instar nuevamente, el unicornio abrió el libro en una sección que exponía varios símbolos y runas, en particular todas parecían señalar un pentáculo decorado con tinta dorada, se levantó y caminó de un lado a otro recitando entre trovas desconocidas un hechizo que generó un aura carmesí alrededor suyo, luego se volvió hacia la estatuilla y proclamó—. Amarök hazte presente.

La estatuilla comenzó a desprender una columna de humo negro como si fuera una hoguera apagándose, al cabo de solo unos segundos esta se disipó dejando en su lugar una enorme silueta que andaba a cuatro patas. Con un voluminoso pelaje negro que irradiaba ante los débiles fuegos de las velas, garras enormes que brillaban como reluciente plata y dos enormes ojos verdes, Amarök era tan magnífico como intimidante, su respiración profunda y suave parecía emitir un gruñido amenazador mientras avanzaba hacia su amo, una vez estando frente a él, se echó dando suaves empujones con su enorme cabeza.

—También te he hechado de menos amigo —dijo el unicornio rascando las orejas de la criatura—. Pero entiende que ya no estamos en casa como para que te suelte por cualquier lado, lo siento.

La bestia gimoteó cariñosamente mientras se levantaba a la espera de una orden, el unicornio entonces, se acercó hasta su oreja y susurró por un par de segundos para luego apartarse y dirigirse hasta su escritorio, donde cogió una bolsa y la colgó en el cuello de su compañero.

—Debes tener mucho cuidado Amarök —dijo el unicornio mientras hacía brillar su cuerno—. Te estaré esperando frente a la biblioteca y procura llegar después de la medianoche, recuerda, que lo último que vean sean tus enormes fauces —a continuación expulsó un rayo que hizo desaparecer al enorme lobo por completo, dejando en su lugar, la estatuilla de obsidiana—. Suerte hermano mío.

—Al menos no estarás solo —exclamó con aflicción la voz—. Puede que no sea preciso interferir, pero no hemos terminado todavía. Aún queda una prueba más si crees que todo cuánto hemos hecho fue en vano. La espera término, ahora solo falta el ingrediente principal.

—Cuando termine todo esto, no quiero saber absolutamente nada de ti, aunque no haya forma alguna de redimirme yo sé que... —Las palabras cesaron al ya no sentir presencia alguna acompañándole, se volvió a mirar a la estatuilla en el piso, y con cierta interrogante citó sus palabras—. Aún me estimas.

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Más allá de los bordes de Equestria yace un lugar donde no hay más que tormentas de nieve y bestias confinadas al encierro, desolado y tranquilo, es el Páramo Ártico. Aquella prisión que durante siglos fue y será el hogar de los monstruos más antiguos que Equestria no pudo contener, carece del encanto del que fue dotado el Tártaro y durante la desaparición del imperio de cristal, todo lo que este extraño sitio oculta en sus interiores se ha perdido y quizá sea mejor así.

A unos kilómetros del imperio de cristal, un pegaso apareció errático fragmentando el suelo con fuerza. La criatura se hallaba en medio de aquel gélido desierto cargando consigo una alforja de cuero rojo mientras liberaba un denso humo púrpura de su cuerpo, se sacudió un momento para apartar la gruesa capa de escarcha que caía en su melena y procedió a dirigirse rápidamente a una cueva que estaba a un par de metros de donde apareció, una vez dentro, sacó de su alforja un mapa donde vió seis posiciones marcadas en los lugares más apartados de la vasta tierra en la que se encontraba.

—Cuanto antes termine con las regiones al este para después pasar a las del sur —dijo mientras miraba lo que parecía ser un reloj que marcaba el ciclo de día—. Es muy probable que me encuentre en Canterlot al anochecer —guardo en la alforja los objetos y caminó hacia la salida de la cueva donde algo lo detuvo.

Era su reflejo el cual pudo ver a través de los brillantes cristales de hielo que se hallaban impregnados en las paredes. Con una melena dividida por el blanco y el celeste, una piel grisácea que resplandecía en la obscuridad y unos ojos de color ultramarino, el pegaso se sintió nostálgico al mirarse, pensar que habían pasado casi tres décadas desde la última vez que piso este lugar donde nació, creció y posteriormente abandonó siglos atrás, pocas eran las ocasiones en las que tenía que regresar aquí y solo lo hacía bajo un pedido o asunto real. Aunque explorar un mundo que ha cambiado desde el día en que su condena empezó era algo no tan alegre para él. Después de recobrar la compostura, el pegaso salió de la cueva y comenzó a volar sin rumbo aparente, aunque minutos después, el resplandor del cristal surgió del horizonte.

Una vez en el imperio, se dirigió a una de las zonas más apartadas, aterrizó frente a una casa pequeña hecha de cristal azúl obscuro rodeada por unos cuantos ponis de cristal que parecían disimular una formación, no tenía ventanas y el techo parecía estar blindado con una especie de hechizo. El pegaso se acercó y fue interceptado por una yegua de pelaje naranja que llevaba puesto un conjunto de esquimal, al ser un poco más alto que ella, pudo notar entre su ropa una espada lista para ser desenvainada, también observó al resto de ponis mirarlo atentamente, como si aguardarán cualquier oportunidad de atacarlo por detrás.

—Miren a la escoria que nos visita —anunció la yegua—, Unbounded Dark, no creí verte por estos rumbos luego de nuestra última excursión, parece que después de todo, estábamos destinados a encontrarnos de nuevo.

—Lotus Elise —respondió el pegaso—. Que el gran Apsú brinde fortuna y deleite en sus días, en nombre de su majestad vengo para... —de forma repentina fue interrumpido por una risa sarcástica proveniente de la yegua.

—Guarde las formalidades para los dignatarios, teniente —añadió Lotus—. Tu sola presencia me da cierta sospechas de lo que haces aquí ¿Te parece si nos saltamos la bienvenida y pasamos al tema? —volvió a reír y le indicó a Unbounded seguirla—. Cuando recibí las instrucciones de suplementar nuestras regiones más aisladas, esperaba no tener que lidiar con algún lacayo molesto, claro que cuando nos indicaron que un oficial de alto mando vendría a supervisar las operaciones tuve un presentimiento horrible.

—Pues espero que tengas todo listo para recibirlo, porque yo solo estoy de paso —contestó Unbounded mirando por un momento la alforja que llevaba en el lomo—. Me enviaron aquí para encargarme de un par de asuntos con nuestros allegados de Equestria, la situación en Raserei está empeorando y necesitamos un poco de ayuda.

—Pues verte aquí presagia malas nuevas, no quiero que empecemos con el casco izquierdo, así que habla claro y posiblemente sea generosa contigo —dijo Lotus dando un ademán al resto de ponis para que volviesen a sus puestos—. ¿Qué es lo que se te ofrece realmente?

—Parece que la paciencia no es clave en tus adeptos —contestó Unbounded con cierta conmoción—. En fin, solo se me autorizó informar a los aliados sobre la operación, así que tal vez no habrá inconveniente alguno si te pongo al tanto de las condiciones. El rey ha otorgado el permiso de iniciar con la maniobra Paradise.

Un ligero gesto de intranquilidad apareció en la yegua cuando cesó el paso para luego tocar con su casco el mango de su espada, el pegaso notó está acción y se detuvo en seco.

—¿Sannhet atacó? —replicó Lotus eufórica

—No fue como tal... —Unbounded balbuceó repentinamente al sentir la mirada fría que Lotus le planto.

»Recibimos una llamada en las llanuras de Dunkel, ha habido desde hace algún tiempo informes sobre varias desapariciones en el exterior y fuimos lo más pronto posible, pero todo fue una trampa, cuando caímos en lo que estaba pasando regresamos al reino lo más pronto posible. Pero era demasiado tarde, aunque por fortuna... —no pudo terminar de hablar cuando un fuerte golpe en la cara hizo que cayera al suelo.

—¿Cómo es posible qué fueran unos completos tontos? —dijo Lotus mientras lo cogía de la melena—. Sea cual sea tu excusa me sorprende que aún continúes con vida ¿Y que sucedió con nuestra gente?

—El pueblo se ocultó en las minas —respondió Unbounded apresurado—. No hubo muerto alguno ¡Ya suéltame!

—Bien, creo que puedo perdonar eso —dijo Lotus frunciendo el entrecejo, luego dió un último tirón a la melena de Unbounded y siguió caminando—. Hay que apresurarnos si queremos prevenir otro ataque ¡Rápido!

—De acuerdo, de acuerdo, no tienes que ponerte así —contestó Unbounded mientras se levantaba adolorido de la cabeza—. Ahora mismo Argos está en el convenio tratando de obtener ayuda de la orden.

—¿Qué hay de los demás reinos? ¿Han hecho algo al respecto? —preguntó Lotus atravesando el umbral de la casa—. Dudo que este asunto lo pasen por alto.

—Es difícil saberlo —respondió Unbounded—. Las decisiones sobre este tipo de cosas solo se quedan entre los miembros del convenio, el mismo Argos no sería capaz de contarle ni a su consejero de más confianza sobre de lo que ahí se habla. En todo caso debemos mantener la guardia alta y prepararnos para cualquier imprevisto, llevo una semana recorriendo este mundo, preparando todas nuestras bases, hice que las unidades principales recorrieran el reino entero y en caso de un nuevo ataque, Aloes se encargará de ello.

—Veo que finalmente te estás tomando enserio lo de ser teniente —comentó Lotus—. Pero si crees que voy a aceptarte como mi jefe estás muy equivocado.

Unbounded sonrió por unos segundos al oir tales palabras que le provocaron recordar los tiempos en donde formaba parte de la división de Raserei, su poca disciplina y obediencia frecuentemente lo metían en problemas, aunque al final, siempre conseguía salirse con la suyas. Lotus le recordaba mucho a él en varios aspectos, aunque esto no lo animaba del todo, ya que fue también ese comportamiento el que provocó uno de los más grandes infortunios de su vida, no obstante, la culpa de lo que ocurrió aquella vez no era de él. O eso al menos, era lo que creía.