Tenías que ser tú

.


Soy de las que pienso que la felicidad se encuentra en las pequeñas cosas, en esos minúsculos placeres que nos ofre-ce la vida y que demasiadas veces damos por sentado.

Podría poner ejemplos y tal, pero prefiero empezar con la historia de mi más sincera felicidad, la cual empezó con un simple helado de

~ 1. Vainilla ~


.

Otro odioso y caluroso jueves del mes más cálido del año en plena ola de calor. Por la tele dicen que ya llevamos dos meses sin ver una gota de lluvia y estamos a punto de batir un récord de temperatura. Estoy tan harta de este infierno que, si se pusiera a llover ahora mismo, saltaría por el balcón para celebrarlo. Odio el verano, sobretodo sin aire acondicionado, no recordaba lo que era vivir entre cuatro ardientes paredes, sudando a cada pequeño paso, siendo el centro de atención del ventilador. No me gusta.

Sin poder aguantar ni un minuto más en mi nuevo pisito, salgo en busca de un supermercado, o alguna tienda de ropa, o cualquier establecimiento por cutre que sea donde pueda respirar algo de aire invernal. No es la primera vez que lo hago, y viendo que el hombre del tiempo no me da buenas noticias, no será la última. Siento que me evaporo al salir cuando el sol me abofetea la cara sin piedad. Me preocupo seriamente por mi vida así que me apresuro en refugiarme en busca de la escasa sombra.

No parece haber muchos insensatos que se atrevan a desafiar el bochorno de la ciudad a las dos de la tarde, y estoy segura de que los pocos que corretean por allí tienen el mismísimo astuto plan que yo. Ahora estoy en una cuesta interminable y cada paso que doy es más lento, pesado y cansado que el anterior. No puedo evitar mirar hacia atrás para ver el corto recorrido que llevo, doy pena. Echo de menos vivir en casa de mi madre por los agradables y constantes veintitrés grados que tenía.

Maldigo el horario de las tiendas de ropa y sigo en busca de un refugio en el que burlar al malvado sol, que provoca unos dolorosos treinta y cuatro grados. No sé cómo los termómetros se atreven a seguir funcionando.

De repente, se deslumbra ante mis ojos una pequeña heladería que no había visto antes. No sé si la han montado en dos días o es que nunca he andado por esa calle, pero no podría haber aparecido en un mejor momento.

Me acerco como si hubiera encontrado agua en medio del desierto, e ignoro el hecho de que no hay nadie atendiendo para ponerme a elegir un sabor. La tienda no podría ser más pequeña, pero con ese par de metros de escaparate tenía más que suficiente. A los pocos segundos, pido socorro a riesgo de morir por insolación.

–¿Hola…?– no sé cuál elegir, y no quiero pedir el típico de vainilla para no aborrecerlo, por lo que decido pedir el comodín de la experta.

–¡Voy!– y de allí dentro aparece, ajetreada como poco, una chica de más o menos mi edad. Gorra blanca con el logotipo de la tienda, pelo rubio, corto y algo rizado, acalorada cuanto menos y con una simple camiseta azul claro –¿Sí?

–Sí– digo respondiendo tontamente a su pregunta –¿Qué sabor me recomiendas? Me gusta uno pero es que siempre cojo el mis—

–¡Vainilla!– me sorprende, más por decir ese sabor en concreto de los doce que hay que por no dejarme terminar la frase –Ese… es el que está más bueno, creo– sonrío, gritó más de lo necesario en el silencio de la calle.

–Vale, ponme ese entonces. Una bola.

–Claro– es abusivamente caro, pero sería capaz de pagar el triple por un puñado de cubitos de hielo.

Me fijo inevitablemente en cada mísero detalle mientras me lo prepara, lo hace con calma y con prisa a la vez, tratando de dar lo mejor de sí. No pretendo zafarme de su inexperiencia, pero analizo todos sus pasos en busca de errores.

Al terminar sólo puedo pensar en si será lo suficientemente frío y en si conseguirá no derretirse antes de llegar a mi estómago –Aquí lo tienes– dice dejando el cono en una plataforma destinada para ello –Son dos cincuenta.

–Voy– me apresuro en coger mi monedero pensando en que lo podría haber preparado en vez de quedarme expectante.

Se lo doy en mano cuando me fijo en que me mira de forma extraña. Detengo mis procesos para quedarme mirando sus ojos azules con una sensación muy extraña en mi pecho. Ni siquiera parpadeo, el mundo parece colapsar y esa chica me recuerda a alguien que quizás olvidé, alguien que revuelve mis neuronas, alguien que parece haber salido de mis sueños. Su ceño se frunce alineando sus finas cejas.

–E–eh…– salimos del trance tras unos segundos, y el mundo vuelve a girar. Estoy tan perpleja como avergonzada.

–Perdona, no sé qué me ha pasado– dice quitándose la gorra, acalorada, guardando rápidamente el dinero en la caja. Pierdo su mirada.

–No… tranquila…– respondo, haciendo un esfuerzo por aprisionar esa sensación, cogiendo mi helado como si fuera un tesoro.

Me han cimentado los pies, intento escarbar en mi mente, pero nada. Llevo viviendo aquí un par de semanas pero con lo pequeño que es el pueblo es probable que me hubiera cruzado con ella, aunque seguramente me acordaría, alguien con ese rostro no pasa desapercibida, y ¿a qué ha venido esa sens—?

–¿A–algo más?– alargo mis pensamientos sin responder, podría ser que se pareciera a alguien que conozca, o quizás… –Esto…– me doy prisa en prestar atención.

–¿E-eh?– había dicho algo pero ya no me acordaba de qué. Se ríe, ¡le hago gracia! y absurdamente, me río yo también.

–Decía que si quieres algo más– percibo una gota traicionera del helado en mi mano, y reacciono.

–Mierda– digo para mí misma –No, gracias– me relamo los dedos con cuidado para que no se me caiga la sagrada bola y me muevo un paso a la izquierda –A–adiós– vuelvo a quedarme atrapada mirándola unos segundos hasta que por fin soy capaz de mover mis piernas.

–Adiós…– ella también me observa extrañada, alargando el cuello, reforzando mi teoría. Finalmente me alejo con mi delicioso helado en mano.

No tengo ni la más remota marmota de qué me ocurrió, nunca había sentido algo así con una desconocida. Sigo escarbando en mis recuerdos y termino mi delicia de vainilla, demasiado rápido. Levanto los ojos y me sorprendo de lo mucho que he andado, el paseo se convirtió en una preocupante laguna mental.

Reacciono al ver un señor supermercado y me cuelo dispuesta a superar mi récord de comprar lo más barato que encuentre en el mayor tiempo posible.

Doy lentas vueltas por los pasillos como si navegara por mi mente, sin poder olvidar esa chica. Sin duda, la tenía que conocer de algo. Una parte de mí quiere volver para hablar con ella, pero mi instinto de supervivencia niega con la cabeza e impide que salga de ese supermercado.

Maldigo al todopoderoso sol.

~ oOoOo ~

Entretengo a los artículos durante una hora de delicia temperantil para terminar comprando un paquete de gomas para el pelo. Soy agarrada a más no poder, es una de mis virtudes o defectos, depende de cómo lo mires. La cajera me mira mal, creo que me ha pillado. Odio que me miren mal, y más cuando no están en mis zapatos.

Me dirijo inevitablemente hacia esa heladería al salir de allí, principalmente porque tengo que pasar por ahí para volver a casa, y recuerdo el largo camino que tengo que sufrir para ello. Al menos hace pendiente, me animo a mí misma. Termino sacando fuerzas divinas de algún sitio para ir hasta allí, aunque quizás sea porque quiero volver a verla. Me apetece echarle un vistazo detenidamente por si logro recordar algo y acabar con esta frustración.

Cuando finalmente aterrizo, más sofocada de lo que debería, hay otra chica, aparentemente mayor, más segura de sí misma.

–Buenas tardes~ ¿Le apetece un helado fresquito? Son caseros– doy un rápido vistazo por detrás de ella sin hacerle demasiado caso y termino yéndome con un 'no, gracias'. Esa chica de pelo castaño, liso, con coleta de caballo y la misma gorra, debía de ser su encargada.

Me detengo a dos tiendas de distancia, pensando en que podría preguntarle sobre la otra chica, pero no estoy segura de si es necesario rozar el acoso por algo así. Al final, decido recurrir a mi ingenioso sistema para resolver dilemas y saco una monedilla de mi bolso. Si sale cara, me voy a casa.

Lanzo el destino al aire y lo atrapo esperando ver el rostro del rey, pero la suerte se ríe de mí.

–Maldita sea…– me doy la vuelta con firmeza y me acerco.

–¿Te lo has repensado? Con este calor es— la corto con prisas antes de que termine comprando otro helado.

–¿Y la chica? ¿La rubia?– me mira extrañada por esa pregunta, y responde.

–Pues… su turno terminó, ¿por qué?

–Em… por nada, creo que la conozco y…– me avergüenzo al darme cuenta de lo estúpida que sueno, le echo la culpa a la suerte.

¬–¿No serás tú la del helado de vainilla?– tacho lo que había pensado y levanto la mirada de golpe.

–¡Sí! ¿Te ha dicho algo de mí? Es que creo que la conozco, pero no sé de qué– sonríe.

–Pues parece que estáis igual, también le suenas de algo. ¿Quieres que le deje un mensaje de tu parte?

–Sí, em… dile eso, que la conozco pero que no sé de qué y me estoy empezando a poner de los nervios.

–Entendido. Si quieres pasarte más mañana… empieza a las once.

–Sí, vale… Gracias– al final esa moneda acertó –Ah, ¿cómo se llama?

–Carla, Carla Guerrero– por desgracia, ese nombre me deja en blanco, ni siquiera conozco a nadie con ese apellido –¿Y tú?

–Tink, Tink Pérez– respondo, con el mismo tono.

–Bien, se lo diré cuando vuelva. ¿Un helado~?

–No, gracias… quizás mañana– me distancio y me quedo con el nombre de Carla grabado en mi cabeza. Ojalá hubiera alguna forma de encontrar más información de ella con sólo su nombre y su aspecto.

–Ah, por cierto– redirijo mi atención hacia ella. –Soy Gliss, un placer.

~ wWwWw ~

Siendo las cinco pasadas, vuelvo a casa donde me encuentro con mi querida gata, Fiona, que pasa de mí como de costumbre. Me siento en el sofá derrotada por la calurosa pateada que me había marcado y me pongo a pensar en un poco de todo. Concluyo que podría empezar por darme una ducha, pero me pesa el alma y soy incapaz de levantarme.

Me tumbo con mi cabeza orientada a la puerta corrediza, que da al balcón y pese a estar abierta de par en par, no sabe dejar entrar al aire. Vuelvo a pensar en Carla. ¿Por qué me sonará tanto? Me frustra tener la sensación que nos conocemos de algo, pero no sé de qué.

Me levanto agobiada y sedienta a por un refrescante vaso de agua, el cual bebo como si se acabara el mundo, y termino ganando a la pereza al decidir darme una ducha fría. Hace tanto calor que ni siquiera pienso en coger pantalones, ni camiseta, ni siquiera calcetines. Como las vistas de mi piso dan a la nada, no me preocupa demasiado ir semi-desnuda por casa, aunque tampoco me importaría demasiado.

Rozando el dolor por la temperatura del agua, recuerdo que mañana viene mi madre a traerme no sé qué ropa, excusa perfecta para llenar mi nevera con un surtido de sus más deliciosos manjares envueltos en fiambreras. Se me ocurre la idea de que ella quizás la conozca o sepa algo más que yo, porque sigo empeñada en que nos conocemos de algo y no pararé hasta averiguarlo.

Al salir, más fresca que un pingüino, enciendo el reproductor estéreo que me dio mi abuelo y me pongo la radio por pereza de buscar un CD. No tengo ni idea de qué suena, pero es tranquilo y me recuerda que me propuse terminar un libro de ingeniería estas vacaciones, por lo que voy a mi pequeña habitación a quitarle el polvo. De repente, buscando excusas para no leer ese tostón que tanto me recomendaron, recuerdo que no tengo nada pensado para la cena.

Esto de vivir sola tiene sus cosas, unas buenas y otras malas, y tener que hacerlo todo una misma es sin duda la peor. Tengo que acostumbrarme a ello. Llevo felizmente independizada apenas dos semanas y aún hay un montón de cosas que no tengo por la mano. Lo duro llegará cuando dentro de diez días se terminen mis vacaciones y tenga que volver al trabajo, eso sí que va a doler, pero prefiero no estresarme demasiado.

Me visto y llego al pequeño súper que tengo en la esquina. Me apaño con huevos, salchichas y una ensalada envasada. Lo sé, debería comer mejor y en unos años me arrepentiré de ello, pero tengo que disfrutar ahora que puedo. No soy de engordar ni crecer fácilmente, por lo que por el momento me mantengo con mi metro sesenta y mis sesenta y pocos kilos.

Vuelvo a casa y el tiempo parece que tenga prisa, hace un rato había terminado de comer y ya se está haciendo de noche.

Hago la colada, limpio un poco la cocina, preparo la cena, la devoro, limpio los platos, me siento en el sofá para encender la televisión y como por arte de magia, son pasadas las nueve. ¡Yo recordaba que el día tenía más horas!

Doy por terminado el día cuando empieza una película poco interesante y me voy a la cama, donde me espera Fiona. Reviso mentalmente que no me haya dejado nada por hacer mientras la acaricio, y tras hacer tics a casi todo, me dispongo a dormir.

Se me hace imposible no pensar en lo ocurrido, y si ya me cuesta dormir de por sí con ese calor, hoy voy a pasarme horas en la cama. Sigo frustrándome y re-frustrándome por tener esa terrible sensación, su rostro me lo dice, y sé que no es alguien más. No me podía estar volviendo loca por un alguien más. Es como si necesitara volver a estar con ella y resolver ese molesto misterio que corre por mis engranajes. Tengo que verla de nuevo, mañana, sin duda.

En el borde de quedarme dormida, más por agotamiento que por sueño, creo recordar algo; una imagen o ni siquiera eso, una borrosa escena en la que estoy con ella. Me empeño en pensar que no estoy delirando y me refresco en el baño, sin ganas de echarle un ojo al reloj. Ya más ligera y relajada, consigo conciliar el sueño de una vez por todas.

~ zZzZz ~

Son las dulces nueve y media de la mañana y me levanto con todo el tiempo del mundo. Echaré de menos esos momentos cuando tenga que volver al trabajo. Sigo desquiciándome por lo de ayer, pensé que tras dormir se me refrescaría la memoria, pero nada, su nombre sigue siendo un enigma.

Después de convertirme en persona al despertarme entera, decido llamar a mi madre antes de que lo haga ella, cual pistolera del oeste. No tarda ni dos segundos en responder y negociamos la hora de su llegada, a las cuatro. Hace apenas una semana que no nos vemos y ya empieza a estar preocupada por mi salud, amor de madres.

Le comento tema de Carla esperando que su gran base de datos me haga dar una palma en la frente, pero no me soluciona el cacao, un vago 'puede' no me sirve. Parloteamos un rato hasta que me veo obligada a cortarla porque dentro de unas horas nos íbamos a ver, y no estaba yo para gastar más saldo del móvil.

Tengo tiempo de sobra para dar un paseo, y con dar un paseo me refiero a ir de cabeza a la heladería, por lo que me preparo para la batalla, a las once empieza. Aún noto que hay algo entre nosotras dos, mi alma me lo susurra.

Llego, recuperando el aliento por mis prisas innecesarias, algo sacudida por el injusto calor que acecha a esa hora, y me encuentro con ella. Me extrañó que en pleno agosto no haya patadas por comprar helados, pero supongo que siendo viernes el resto de la humanidad está ocupada con su trabajo.

Me quedo mirándola y ese extraño sentimiento me aborda de nuevo, ahora con más intensidad. Tarda en cerciorarse de mi presencia, debía estar pululando por las nubes.

–¡Ah! ¡Tink!– me hace gracia que grite tanto.

–Hola… Ayer hablé con tu compañera.

–Sí, sí… ¿te acuerdas de qué nos conocemos?

–Pues no, y mira que lo he intentado con ganas, ¿tú sí?

–No… no sé, pero sé que nos hemos visto antes, ¿de dónde eres?

A partir de ahí, nos empezamos a conocer, haciendo malabares por encontrar alguna conexión entre nosotras. No conseguí mucho más que un buen arsenal de risas, un helado por cortesía de la casa y la cálida sensación de que estaba hablando con mi nueva mejor amiga, teníamos mucho en común.

Me invitó a entrar en ese cubículo para estar más fresca y terminé con un delantal, pasé de ingeniera mecánica a heladera y no puedo negar lo divertido que fue, atendí algunos clientes y todo. Por desgracia me tuve que despedir con disculpas porque mamá estaba al caer. Fuimos rápidas en darnos nuestros números de teléfonos.

No he resuelto el misterio de su conocido rostro, pero eso ha dejado de importarme de golpe, me había hecho su amiga y eso me ha hecho ver el mundo a mi favor. Ella es como un pastelito de miel que apetece a media tarde, no recuerdo a nadie más tierna, daba ganas de achucharla.

Le conté a mamá la montaña rusa en la que me había subido con toda mi alegría, hablando más de Carla que de mí. Lo cierto es que echaba de menos conocer gente nueva, la mayoría de mis amigos están demasiado lejos ahora que me he mudado y no he tenido muchas ocasiones de dar con nadie.

Se alegró por mí, y yo también, concluyo que tengo que aprovechar estos días para disfrutarlos al máximo.


~ xXxXx ~