Claim: Akashi Seijurou/Midorima Shintaro, Takao Kazunari/Midorima Shintaro.
Notas: Post-series.
Rating: T.
Género: Romance/Angst.
Tabla de retos: Básica.
Tema: 04. Antiguo.


Mal perdedor.

Empieza como una plática casual de ésas que tienen los amigos cuando se agotan los temas de conversación. Primero, intercambian los rumores que han escuchado, diseminados por el campus con la ligereza de la brisa, quién engañó a quién, cómo pasó y dónde, así como cuál fue el motivo de que todo saliera a la luz. Sí, al principio es una charla muy inocente, propia de unos chicos de secundaria que tratan de pasar la tarde sin aburrirse, pero pronto va derivando en algo más oscuro y complicado conforme cada uno va vertiendo su opinión sobre el tema del engaño.

—Entonces... —dice uno de ellos, jugueteando con su soda sin importarle manchar las cosas del cuarto de Takao, donde todos se han reunido después de clases para cotillear un poco—. ¿Ustedes qué creen que es peor? ¿El engaño en sí mismo o el pensar en otra persona?

—¡El engaño, sin duda! —afirma otro, repantigado cómodamente sobre la cama del joven y a su afirmación le siguen risitas y gritos de aprobación tan ruidosos que por un momento Takao teme que su madre suba a regañarlos, antes de acordarse que no hay nadie en casa salvo él y no lo habrá hasta el día siguiente—. Mira, puedes pensar en otra persona, ¿quién no lo ha hecho? Pero no vas y lo haces, ¿cierto? Pero hacerlo... Bueno, hacerlo ya es otra cosa.

—¡Es verdad! —dice otro y agita los puños con furia para demostrar su indignación—. Yo tenía una novia hace un tiempo y nunca la engañé. Pero sí veía a otras, ya sabes, en la calle. No hay que desaprovechar, ¿no? —el joven guiña el ojo con complicidad y en su intercambio de opiniones, todos pasan por alto a Takao, que ha permanecido callado escuchando sus historias con un dejo de fastidio y resignación.

—Vamos, Takao —el que ha sacado el tema a colación le da un codazo amistoso al muchacho, tratando de contagiarlo del espíritu festivo y un poco vengativo que hay en la habitación, sin duda atribuyendo su letargo a alguna mala experiencia—. ¿O tú qué opinas?

—Pienso que —empieza a decir, aunque se esfuerza por dibujar una sonrisa en su rostro para hacer pasar sus palabras por una broma, pues no quiere que el asunto sea realmente serio—, que el pensarlo es ya suficientemente malo.

—¿Por qué? —preguntan todos al unísono.

—¿No viene primero el pensamiento y luego el acto? Que lo piensen significa que algún día lo harán, ¿no? —sus palabras, sabias para un chico de catorce años, los dejan a todos anonadados y para romper la innecesaria tensión, Takao añade—: Por eso yo no tengo novia.

Y aunque todos lo felicitan (¡Bien dicho, Takao!) por su decisión, aunque él mismo no piensa mucho más en ello, sus palabras se convertirán en una tortura en años venideros.

.

Takao casi se ha olvidado de él, lo que sin duda constituye un sacrilegio ante los ojos de todos. El nombre, Akashi Seijurou, apenas despierta vagos recuerdos en su mente y no cobra verdadera importancia hasta la Copa de Invierno de su primer año en Shuutoku, cuando a la mención de Rakuzan y de su nuevo capitán, todos se ponen tensos y callados.

—¿Cómo es él? —pregunta el entrenador y hay cierta reverencia en la omisión de su nombre que lo hace sentir un tanto asqueado. Akashi Seijurou es sólo un chico de su edad, ¿por qué tanto alboroto?

—Akashi es... —por supuesto, la respuesta proviene de Shin-chan, su compañero de equipo en Teikou, el formidable y terrible Teikou, destructor de sueños—. Akashi es fuerte —dice tras una pausa, en la que se acomoda los lentes como para ocultar algo que nadie, salvo Takao puede descifrar—. Conozco sus habilidades, pero no puedo asegurar qué progresos ha hecho desde la última vez. Tiene gran capacidad de mando, puede leer los tiempos con precisión y no sólo eso, puede predecirlos y cambiarlos a su antojo.

Los miembros de Shuutoku están absortos con dicha información, asustados también por cómo contienen el aliento, emocionados ante la perspectiva de semejante rival en su camino hacia la victoria. Takao, sin embargo, apenas y hace caso a dichas palabras, lo que él ha captado no es el poderío de Akashi, que después tendrá que estudiar con exactitud para poder enfrentarlo, sino más bien las inflexiones en la voz de Shin-chan, las pausas, la manera en que pronuncia, el sentimiento detrás de aquella explicación. Y es la primera vez que Takao siente miedo desde sus últimos partidos contra Teikou en secundaria, miedo de Akashi Seijurou y de lo que puede hacer. Porque en la voz de Shin-chan hay añoranza y respeto, pero no olvido; la primera grieta en su relación.

—Cuento contigo, Shin-chan —se las arregla para decir, insertándose en la conversación en el momento adecuado para que nadie note su ausencia. Es bueno fingiendo después de todo—. Tú conoces a Akashi mejor que todos, así que si pasa algo, será tú culpa~

—No bromees, Takao —dice Shintaro y parece más serio que de costumbre, otro mal presagio. Takao ni siquiera se detiene a pensar si lo está imaginando o no, si es su paranoia o no, para él, ese momento de vacilación, ese tono cándido, constituye el primer paso del engaño.

Su convicción no declina tras el partido contra Rakuzan, cuando ve a Shin-chan acercarse a Akashi, la mano levantada en un amistoso saludo que nunca le ha dedicado a ningún rival, ni siquiera a Kuroko, que tanto lo ha cambiado. Para ellos, ha sido un partido de reencuentro, de memorias y reminiscencias de tiempos que él no quiere ni empezar a imaginar. ¿Para él? Para él también ha habido recuerdos, aunque duda que hayan sido tan felices como los que a ellos los impulsan, en una competencia amistosa pero fiera, a seguir intentándolo. Su último partido, ya olvidado, contra Teikou pasa bajos sus párpados pesados de lágrimas, puede ver el marcador triple brillando con sorna en la distancia y bajo él, el equipo de Teikou, donde capitán y vice-capitán se dan la mano. Shin-chan y Akashi, como en ese momento. Unidos más allá del simple basketball y una competencia, aunque ellos no lo vean así.

Piensa entonces que las cosas no pueden ir peor, nada puede salir peor tras ser destronados y obligados a competir por las sobras de un tercer lugar, pero está equivocado y lo sabe cuando ve las lágrimas de Shin-chan aflorar en sus ojos, resbalar por sus mejillas sin ningún tipo de gesto que lo impida, sin ocultarse como lo ha hecho con los demás en sus derrotas contra Seirin. Es el primer paso de la duda. El primer paso hacia el pasado también, porque Takao creía que Shin-chan era suyo, hasta que Akashi (ese Akashi olvidado, un mero chico como él), regresó.

¿O quizá nunca se fue?

.

—Shin-chan, has cambiado —dice Takao, cuando las figuras de Kuroko y Kagami se han convertido en siluetas en la distancia. Todos han cambiado en realidad, aunque él no podría afirmar si para bien o para mal—. Mira que darles consejos a esos dos. Pensé que no te caían bien.

—¿Quién dijo que me caían bien? —es la respuesta del de ojos verdes y aunque en cierta medida aún le parece adorable su faceta de tsundere, Takao tiene asuntos más importantes que atender.

—Escuché lo que decían.

—No me sorprende —afirma Shintaro, que todavía parece un poco avergonzado de haber ayudado a Kagami mencionándole de pasada el gran secreto de Akashi, lo que sin duda podría considerarse traición. Quizá debería comenzar a cuidarse, piensa, recordando lo poco estable que es Akashi en ciertos temas. Cuidarse antes de que despierte con unas tijeras (sus tijeras) clavadas en el ojo, dada la fascinación de Akashi con sacar ojos. Luego ríe ante lo absurdo de la idea, lo absurdo que es Akashi a veces y no sirve más que de confirmación para la siguiente pregunta de Takao.

—¿Vendrás a animarlo, entonces, Shin-chan? —Shintaro se pone rígido, algo que para el ojo bien entrenado de Takao (paranoico dirían otros) hace que pueda prescindir de cualquier respuesta que pueda darle—. Te dije que había escuchado.

—Eso lo dijo Kagami, no yo —lo corrige rápidamente, arreglándose los lentes. Oh, ¿por qué eres tan transparente a veces, Shin-chan?—. Por supuesto que no vendré, supongo que eso también lo escuchaste. Akashi no necesita que lo animen.

—Promételo —pide el de ojos azules y se permite tomarlo de la mano, dado que no hay nadie mirando.

—Lo prometo —dice Midorima, regresándole el apretón de manos y con él la esperanza de que no sean más que imaginaciones suyas. ¿Por qué debería de apoyarlo, después de todo? ¿Si perdieron ante él? ¿Si por su culpa perdieron?

Pero Shin-chan no cumple su promesa y Takao tampoco cumple la suya de creer en él cuando acude al partido de Seirin vs Rakuzan, sólo para encontrarlo ahí. Mal disfrazado, pero apoyando a Akashi.

.

Hace meses que Takao no ve a Shintaro, aunque la comunicación persiste mediante llamadas telefónicas, mensajes de texto y, cuando Shin-chan no está muy ocupado estudiando, chats mediante cámara web con ayuda de Skype. Normalmente, estoy sería un motivo de alarma, pasar tanto tiempo separados y sin alimentar el amor con algún gesto pequeño, un apretón de manos, una risa, una burla, pero Takao no está preocupado, porque si Shin-chan está tan ocupado con la escuela de Medicina como para no poder verlo, ¿por qué habría de tener tiempo para ver a Akashi?

De hecho, este tiempo que han pasado separados le ha ayudado a sentir cada vez más esperanza y olvidarse de los malos días, en los que la paranoia más que la razón, convertían cada gesto (o ausencia del mismo) en una aguda sospecha. De este modo, le es posible concentrarse en sus propios estudios, en su carrera como basketbolista que ha decidido seguir hasta sus últimas consecuencias y se aplica a ello con alegría y tranquilidad, saboreando cada entrenamiento, victoria o derrota, sabiéndose seguro de que, aprisionado en el campus donde estudia, Shin-chan no piensa en nada más que no sea la Medicina (y no él) y que no lo hará en los próximos años.

—Shin-chan —dice por teléfono una tarde, en la que se siente particularmente optimista, cuando el entrenamiento acaba y se encuentra caminando solo hacia casa, con el viento azotándolo por todas direcciones, tratando de arrebatarle el uniforme de color negro—. Te quiero.

—¿Qué mosca te ha picado? —responde la voz de Shintaro desde el otro lado, el equivalente a un "yo también te quiero" muy a su estilo. Takao ríe al imaginarlo con el rostro rojo como el de un tomate, inamovible a pesar de los años. Su objeto de la suerte debe de estar por allí cerca, entre una pila de libros sin empezar.

—Vamos, Shin-chan, ¿o me vas a decir que tú no me extrañas? —a Takao le encantaría estar a su lado para molestarlo un poco, acercarse peligrosamente hacia él poniéndose de puntillas, observar cómo el color rojo sube por su rostro como si de una olla a presión se tratase. Pero tiene que conformarse con los sonidos de reproche que el otro le dedica, como si estuviese diciendo cosas indecentes por teléfono (y ya lo ha hecho, por supuesto).

—Takao, por favor. Eso ya lo sabes —y de nuevo lo imagina, acomodándose los lentes con las manos vendadas, ahora no por sus lanzamientos precisos, sino más bien por el bienestar de sus dotes como cirujano. Una repetición de hábitos que sólo lo hacen extrañarlo más.

—Shin-chan, tú siempre tan brusco. Pero está bien, yo así te quiero —otra tos que delata su incomodidad, un gesto suficiente como para que Takao decida dejarlo en paz por el día—. Muy bien, te dejo entonces, Shin-chan, para que sumerjas la cabeza en uno de esos libros, que seguramente reciben más de tu atención que yo. ¡Adiós!

Shintaro está a punto de decir algo, no está muy seguro de qué, cuando se encuentra con el sonido vacío del teléfono como única respuesta. Durante un momento se queda pasmado mirando el aparato, hasta hace poco bastante inútil pues no necesitaba de llamar a nadie o ser contactado y ahora, una pieza vital de su relación.

—¿Quién era? —pregunta Akashi, que está sentado frente a él en la mesa de un café del campus y al que obviamente no le importa tomarse un poco de tiempo libre para visitarlo, incluso si su escuela queda en Kyoto.

—Takao —responde Shintaro con naturalidad, haciendo el teléfono a un lado; quiere terminar su café pronto, pues sabe que Akashi lo espera y Akashi es mucho más demandante que los libros que no leerá para la clase de mañana, las tareas que no va a hacer y el mismo Takao, cuyas muestras de afecto aún lo averguenzan un poco aún después de tantos años juntos.

—Oh. Dale mis saludos cuando lo veas, Shintaro.

Shintaro no responde a su broma y tampoco hace mención alguna cuando ambos se levantan de la mesa para encaminarse hacia los dormitorios. ¿Cuando lo vea? Qué broma tan absurda es esa, si Akashi sabe que no verá a Takao quizá hasta el próximo año.

.

¿Es que acaso no lo sabe? Ésa es la pregunta que carcome a Takao cuando Shintaro sale de la escuela de Medicina, un joven de veintiséis años cuyo único cambio manifiesto está en su porte digno y casi majestuoso de quien ha pasado 8 años con la cabeza metida en libros. Y es que con él también ha regresado el resto de la Generación de los Milagros, las reuniones nostálgicas de los años en secundaria y preparatoria; luego, Akashi Seijurou.

Es una posibilidad factible, piensa él, insomne, la noche anterior a su primer reunión como Generación. Es posible que Akashi no sepa que él y Shin-chan están saliendo y que, por ende, pueda sentirse con poder y en posesión de algo que no le pertenece. Pero luego su mente rebate el argumento con una facilidad que lo asusta y lo llena de más dudas, porque incluso si no lo supiera, Shin-chan debería de habérselo mencionado en alguna ocasión o el mismo Akashi (con su prodigioso Ojo del Emperador) haberlo visto en sus interacciones. En la manera en que se miran y Shin-chan se sonroja ante lo que llama el descaro de Takao. Si no lo sabe, es entonces que no le ha dicho y quizá sea esa la peor opción.

Es mejor que lo sepa, entonces. Porque así toda la culpa recae en él, tratando de robar algo que ya tiene dueño, algo que, aún entre las miles de dudas que viven en su cabeza, Shin-chan no ha tratado de terminar. Oh y su teoría resulta ser cierta al día siguiente, cuando todos se encuentran en el abarrotado Maji Burger por petición de Kagami, cuán cierta en verdad.

—Lo sabe —murmura por lo bajo cuando se encuentran cara a cara, de pronto ajenos al alboroto que están armando Aomine y Kagami, que quieren enmendar un poco los viejos tiempos con una partida de basketball. Al escucharlo, Shintaro se inclina hacia él con curiosidad, pero Takao sabe que sólo Akashi ha logrado escucharlo, puede verlo en su sonrisa burlona, una declaración de guerra.

—Shintaro, te estábamos esperando —dice Akashi tras un momento de silenciosa tensión, en la que sus ojos dorado y rojizo, se enfrentan con ferocidad a los azules de Takao—. Al parecer Daiki quiere revivir los viejos tiempos con un partido de basketball. Pienso, sin embargo, que eso no sería bueno, si te lastimas los dedos, ¿cómo podrás trabajar mañana? Pero dado que nos estamos poniendo sentimentales, ¿qué te parece una partida de shogi? Por los viejos tiempos, ya sabes.

—Me gustaría —dice Shintaro, tras echar un vistazo a la mesa donde se están sorteando los equipos y donde Kise está peleando con medio mundo por un lugar junto a 'Kurokocchi'. Como siempre, es como si Takao no existiera y así lo ve él cuando Shintaro ni siquiera le pide su opinión, otorgándole la victoria a Akashi sin siquiera considerarlo.

—Tengo una mesa reservada por aquí, si quieren venir...

De nuevo, hay un reto implícito en sus palabras. Si Takao se va, ¿quién sabe qué podría pasar? Pero si se queda, es seguro que tendrá que pasar la próxima hora o más mirándolos, analizando sus gestos y qué se oculta tras ellos. Oh, claro que Akashi Seijurou lo sabe, su Ojo es infalible después de todo, lo que Takao no puede descifrar es qué tantas de sus acciones puede ver en el futuro. Qué tanto se mueve conforme a sus planes, pues la sonrisa que se dibuja en sus labios cuando Takao decide unirse a la partida de shogi, deja demasiado a la imaginación.

.

La casa es hermosa, pintada de un tono azul claro que capta la luz natural dando la ilusión de que es más espaciosa, una metáfora del mundo entero al que están por zarpar juntos. Al principio, Takao pensaba que una casa era demasiado, que podía conformarse con un apartamento y poca cosa más, pero al mirarla, al recorrer sus pisos de madera brillantes por el sol, la perspectiva de su vida juntos no le puede parecer más maravillosa, más digna de una casa así de grande y por la cual, además Shin-chan ha tenido que trabajar bastante.

—¿Qué les parece? —pregunta la mujer de bienes raíces, que parece un tanto enfebrecida por las ganas de que la venta salga bien—. Hay un amplio espacio para la sala de estar y pueden instalar una biblioteca si así lo desean. En el patio trasero también hay espacio para un aro de basket, un jardín, un árbol o lo que ustedes gusten. En realidad, es una ganga.

—Lo es —confirma Takao, recorriendo cada rincón con ojo crítico, como visualizando los muebles que ocuparán cada espacio e incluso hasta las pequeñas marcas que con el tiempo se van a formar por el café derramado o su mal hábito de arrastrar los pies cuando tiene flojera—. De verdad me gusta, Shin-chan.

—Me alegra —sonríe Shintaro, que a sus 30 años no puede parecer más cansado y orgulloso de sí mismo al haber alcanzado el pináculo de la vida humana. Una carrera bien remunerada y que le satisface, una casa propia y la persona que ama—. Creo que la compra... —empieza a decir, dirigiéndose a la mujer, que luce tan feliz como si la casa fuese para ella, pero ambos son interrumpidos por Takao, que súbitamente se ha puesto serio y se ha detenido en medio de la habitación, los rayos de luz atravesándolo y en ellos pequeñas partículas de polvo que Shintaro apenas puede distinguir.

—Con una condición, Shin-chan —aunque ya suena un tanto ridículo que lo llame así, Shintaro no protesta como suele hacerlo, pues ha captado el tono terminante de Takao y aunque no sabe qué problema se avecina, algo le dice que será mucho peor que un apodo infantil—. Si vamos a vivir juntos, si vamos a comprar esta casa juntos, antes quiero pedir algo.

—¿Qué? —algo absurdo tal vez, como la vez en que bromeó pidiéndole que lo llamara Kazu-chan en medio de un grupo de amigos sólo para avergonzarlo un poco. Aunque por su mirada, vacía de pronto, quizá no sea algo tan inofensivo como eso.

—Deja de hablar con Akashi —para siempre, implican sus palabras. Una elección que le parece más absurda que todo lo que ha dicho desde que se conocen y que no tiene fundamentos.

—Takao...

—No. Esto es importante —tan importante que la mujer de bienes raíces huye espantada con la excusa de cerciorarse de la integridad del resto de la casa y que arranca un suspiro resignado de los labios de Shintaro—. ¿Cómo te sentirías si yo fuera demasiado amigable con uno de mis compañeros de equipo?

—Entiendo lo que dices —responde Shintaro, que ya está acostumbrado a que Takao se muestre un poco sensible ante el tema de Akashi, al que por supuesto no planea dejar de ver. Es su amigo desde que tenían 13 años, hace de eso 17 años ya. ¿Por qué habría de dejar de hablarle?

—Ese es el problema —la casa no se llena de gritos, como habría de esperarse de una discusión de pareja, pero es esa calma y frialdad las que marcan la seriedad del asunto—. Lo entiendes desde tu lógica, pero no te das cuenta de que estás dañándome con tus actos.

—No voy a prometerlo —dice el de ojos verdes con firmeza, esa resolución que llevó a Takao a enamorarse de él—. Siento que te duela mi relación con Akashi. Pero entre nosotros nunca ha habido algo más. Takao, estoy contigo, decidimos vivir juntos, ¿qué otra prueba quieres? Me indigna que pienses que soy desleal. Y si esa es tu condición, quizá debemos reconsiderar todo este asunto.

Ahora es él quien tiene el tono terminante, dolido pero decidido de quien establece una condición. Prácticamente es un todo o nada, porque después de todo, Shintaro ya se ha cansado de la misma discusión. Y eso logra asustar a Takao, cuyo pánico se mezcla con un toque de decepción y otro de enojo. Akashi Seijurou ha ganado de nuevo, en silencio, una batalla que Shin-chan ha luchado por él. Akashi Seijurou será una constante en sus vidas, ambos lo saben, aunque Shin-chan no se de cuenta de las consecuencias.

Podría dejarlo ahí, la opción está frente a él, materializada en un simple no en un ya no quiero seguir así, pero eso sería darle la victoria a Seijurou, una victoria que ha sido suya desde siempre pero que Takao no quiere ceder, así como tampoco quiere decir adiós. El ciclo se mantiene por su culpa, se mantendrá por su culpa porque decide seguir así y pide disculpas por su comportamiento. Pero es que, las palabras de sus amigos en la secundaria vienen a atormentarlo, atándolo con cadenas de plata a una relación que no hace más que dañarlo.

Es peor el acto en sí que el pensamiento.

Shin-chan nunca lo ha engañado, no que él sepa.

Pero, ¿qué hay del pensamiento?

Esa duda, la de un mal perdedor, será la que lo atormente por el resto de sus años, incluso después de haberse mudado juntos y pasar toda su vida así.

CONTINUARÁ...