Yo no soy la autora solo me dedico a la adaptación de las novelas que me gustan, si les cambio algunas cosas, pero ni la historia ni los personajes me Pertenecen, algunos de los personajes de esta historia son propiedad de Stephenie Meyer, el nombre de la historia original la publicaré al final. Que disfruten…

El entrante siempre es importante

Algunos hombres contaban ovejas para dormirse. Edward Cullen espiaba a la gente.

Mirando por las oscuras ventanas que daban a una zona desierta de South Beach, Miami, paseaba por uno de los salones vacíos del complejo hotelero que investigaba para su periódico. A las cuatro y media de la mañana, los últimos invitados del club nocturno del hotel acababan de salir, dejando una sorprendente quietud.

Edward rodeó una zona de asientos que había en una esquina del salón, buscando una forma de ocupar su mente en lo que para él eran las horas más inquietas del día. Nunca había sido capaz de dormirse antes de las seis de la mañana; prefería recorrer las calles de la ciudad en la que se encontrara, buscando su siguiente historia. Alguna intriga que diseccionar, algo sobre lo que cavilar y escribir.

Nueve de cada diez veces, desenterraba los temas que más le interesaban mediante la observación. Veía los detalles de una forma distinta a la del resto del mundo. Su forma de fijarse en cosas pequeñas y aparentemente insignificantes lo había ayudado a ganarse cierta fama como periodista de investigación.

Ese irritante hábito molestaba a la mayoría de la gente, pero lo había ayudado a conseguir un premio Pulitzer. Por molesto que resultase, seguía practicándolo, incluso en el caso de historias que no quería escribir.

Como la que lo ocupaba en ese momento.

Soltó un suspiro de frustración por la quietud que reinaba en el complejo hotelero más hedonista de South Beach y se detuvo a admirar los colores de un cuadro erótico. Era un sencillo dibujo de una amapola, que tenía un desconcertante parecido con unos genitales femeninos. Se dijo que cuando un hombre llevaba tanto tiempo como él sin practicar el sexo empezaba a ver genitales de mujer en cualquier sitio.

Maldijo, apartó la vista del cuadro, y pensó en buscar una salida y algo con lo que entretenerse en el paseo de South Beach. En ese momento, una voz de mujer captó su atención.

Quienquiera que cantase no tenía la mejor voz del mundo, pero la selección musical era buena. Estaba seguro de que no escucharía música de Sinatra en ninguna otra parte del paseo.

Además, no descubriría ningún dato sobre la historia que lo habían obligado a escribir sobre Club Paraíso si se marchaba. Era un encargo estúpido, más adecuado para un periodista de crónicas que para un investigador como él, pero era la venganza de su editora por un reportaje que había irritado al Servicio de Inteligencia Británico.

Pero ni un mes de artículos de porquería conseguiría que Edward dejase de escribir las historias que realmente hacía falta contar.

Recorrió los pasillos traseros de Club Paraíso, haciendo caso omiso de los carteles de Sólo personal del hotel, en busca de la voz cantarina. Podía utilizar como excusa que era primo lejano de una de las propietarias del complejo, dado que su tío había estado casado con la madre de Tanya Denali, una de las socias, en algún momento de su vida. Lo cierto era que toda su familia era una gran masa de gente divorciada, y no conocía a Tanya en persona. Pero ese parentesco lejano debería servir para justificar su presencia en la sección reservada a empleados del hotel.

El aroma a ajo y albahaca lo asaltó cuando llegaba a la cocina; su estómago se contrajo con aprobación. No sabía cuándo había comido por última vez. No solía comer cuando andaba por ahí espiando, pero el olor de la comida italiana le hizo reconsiderar esa costumbre.

Se detuvo ante la puerta de la que salía el increíble olor; la voz femenina lo atrajo con su canción de sirena. La curiosidad hizo que se acercara más. La dinámica interpretación de Sinatra, sin acompañamiento musical, junto con el olor que lo estaba haciendo salivar, lo empujó a conocer a la cantante. Además, el cuadro de la amapola había estimulado sus instintos.

Lo bueno de estar otra vez en Estados Unidos era la libertad de disfrutar del sexo casual, un placer que no se permitía en el extranjero. La reacción de su cuerpo al oír la voz de la mujer le hizo sospechar que no podría retrasar mucho más tiempo la satisfacción de sus deseos.

Silencioso y ágil, como era su costumbre, Edward empujó la puerta y entró en la habitación. Descubrió que sus esfuerzos por pasar desapercibido eran innecesarios.

La tumultuosa criatura que había en el centro de la cocina tenía una cuchara de madera en una mano y una manga pastelera en la otra y bailaba desde una encimera de granito hasta una cocina de ocho quemadores, llena de ollas humeantes.

Pequeña y morena, llevaba un sensual vestido rojo y daba saltitos mientras glaseaba unas galletas en una bandeja. Tenía la abundante cabellera recogida en una redecilla, pero algunos mechones se habían escapado y flotaban con su baile.

Posiblemente, la música de Sinatra nunca había sido objeto de una interpretación tan entusiasta. Estuvo a punto de aplaudir cuando la voz se apagó con los últimos acordes de la canción. Extraño, porque siempre había mantenido las distancias en sus expediciones de investigación nocturna. No sabía por qué sentía la necesidad de anunciar su presencia a esa belleza de ojos marrones.

Quizá tuviese que ver con el hecho de que la esbelta morena emanaba más intensidad física que muchos hombres del doble de su tamaño. O quizá con que su vestido era del mismo color que la provocativa amapola que había visto en el pasillo.

Nunca había visto a una mujer tan llena de vida; burbujeaba como el contenido de las ollas. Antes de que Edward se decidiera a anunciar su presencia, la mujer empezó a cantar Witcbcraft, mientras iba hasta la cocina haciendo piruetas. Metió la cuchara de madera en una de las ollas de hierro, la removió hacia la derecha y después hacia la izquierda y pasó a la olla siguiente. Por el olor, sólo podía ser salsa para espaguetis.

Observó a la mujer, hipnotizado. ¿Desde cuándo lo afectaban así las diosas hogareñas que bailaban descalzas y con una cuchara en la mano? Solían llamarle la atención las mujeres con una misión, dedicadas a una cruzada seria. La mujer que tenía ante sí parecía lo menos serio del mundo. Sobre todo cuando, después de remover la última olla, lamió la cuchara de madera y la tiró al fregadero.

Dejó de cantar lo suficiente para besarse la punta de los dedos, con el típico gesto italiano que significaba «delicioso». Él sintió el beso desde el otro extremo de la habitación.

Las superficies de acero inoxidable de la cocina industrial no conseguían que el espacio pareciese menos íntimo. Intrigado, Edward apoyó el hombro en una pared. Intentó no pensar en el artículo que tenía que escribir para recuperar su libertad periodística y se dijo que no importaría mezclar el trabajo con el placer por esa vez.

Necesitaba una aventura doméstica antes de embarcarse en su siguiente reportaje en el extranjero. Merecía la pena observar a ese cantarín pajarillo con delantal revolotear por la cocina. Quizá la morenita de ojos salvajes podría darle las primeras pistas para su artículo.

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Algunas mujeres gritaban aleluyas cuando las cosas les iban bien. Bella Swan prefería cantar temas de Sinatra. Repitió la última estrofa de la canción, simplemente para que durase un poco más. Sin duda eran buenos tiempos.

Después de demasiados años siendo vigilada, protegida y aislada de la vida por su familia, la jefa de cocina y socia propietaria de Club Paraíso por fin veía ante sí un poco de libertad. Una oportunidad fantástica.

Cruzó la cocina de nuevo, disfrutando de la fresca sensación de las baldosas cerámicas en los pies desnudos; una trasgresión que nunca se permitía en horas de trabajo, y que la obligaría a fregar el suelo antes de marcharse. Tarareando mientras buscaba la fruta que había comprado la mañana anterior, se lanzó a cantar The way you look tonight.

Sus dedos se cerraron sobre una granada. Sintió un borboteo en las venas, y pensamientos sensuales que invadieron su cabeza. Probar la deliciosa fruta sería el primero de los muchos placeres que se permitiría durante la semana siguiente.

Su hermano Jasper estaba de luna de miel y su hermano Emmett de viaje con el equipo de hockey al que entrenaba. Bella estaba libre de guardaespaldas protectores que intimidasen a sus pretendientes y les impidieran ponerle las manos encima.

Esa semana podía salir con quien quisiese y llegar al punto que deseara. Y eso iba a ser mucho. Los hombres incautos de South Beach debían estar prevenidos. Bella Swan iba de caza. Y tenía hambre.

Mientras el crítico culinario del Miami Herald no apareciese pronto y el club siguiera incrementando los beneficios, cosa probable ahora que se habían librado de los escándalos asociados al negocio, la vida prometía ser muy, muy buena.

Para celebrarlo, giró en redondo de puntillas, hasta que la falda de seda roja del vestido se alzó, mostrando sus muslos y su ropa interior, estilo Marilyn Monroe.

Delicioso.

Giró con más rapidez, para mantener la falda en el aire, disfrutando de ese primer atisbo de los placeres sensuales que pronto seguirían. Giró y giró hasta que... de reojo vio a un hombre sonriente, guapísimo.

Casi tropezó con la prisa por detenerse, los pies se le enredaron. En su cocina no solían aparecer hombres fantásticos por arte de magia.

Sobre todo porque solía tener a sus propios guardaespaldas a la entrada de cualquier habitación en la que estuviese. Se preguntó si sería así de fácil encontrar hombres maravillosos si no la rodeara una tropa de hermanos súper protectores.

Con el corazón desbocado, entre el baile y la sorpresa del recién llegado, Bella inspiró e intentó recuperar la compostura mientras pensaba qué decir.

—Siento desilusionarte si buscas un tentempié de última hora, pero la cocina está oficialmente cerrada.

No era exactamente el tipo de frase que decía en sus sueños cuando se encontraba con un hombre fantástico, pero estaba algo oxidada. En una época de su vida había sido bastante diabólica cuando conseguía escapar a la férrea vigilancia de su familia. Pero ese año había estado demasiado ocupada intentando sacar adelante Club Paraíso para dedicar energía a la caza de hombres.

El atractivo desconocido sonrió, sin cambiar su relajada postura.

—¿Oficialmente cerrada? ¿Significa eso que toda la actividad que veo es de naturaleza no oficial? parecía divertido por la idea.

Bella lo observó cuidadosamente, preguntándose si debía ofenderse o no. No sabía si esa mueca irónica significaba que estaba riéndose de su canción y de su baile.

Miró los sorprendentes ojos verdes en un rostro angular. Tenía el cabello cobrizo y despeinado como si acabará de tener sexo, su piel carecía del tono oliváceo que ella debía a su herencia italiana. Decidió que él debía de tener antepasados irlandeses. O quizá esos profundos ojos verdes le estaban haciendo imaginarse cosas.

Tenía un cuerpo largo y delgado, no tan musculoso como el de sus hermanos. Aun así, tenía aspecto de saber defenderse si hacía falta.

Llevaba unos pantalones caquis oscuros y una camiseta negra bajo una chaqueta desabrochada. Con los ojos expertos de mujer que había comprado docenas de zapatos para cuatro hermanos, Bella analizó los caros mocasines de piel, que habían recorrido muchos kilómetros. De hecho, todo en él, desde la esfera arañada del reloj de oro que llevaba, hasta las arrugas que rodeaban sus ojos, indicaba que había vivido mucho, aunque debía de tener poco más de treinta años.

El calor que despedían sus ojos verdes le garantizó que no se estaba riendo de ella. Sintió que un escalofrío la recorría de arriba abajo.

—De forma no oficial, estoy haciendo preparativos para mañana admitió ella. Llevó la granada a una encimera y se apartó un mechón de pelo suelto del ojo de un soplido. Se preguntó por qué tenía que oler a ajo justo cuando se encontraba con el hombre más intrigante que había visto en años. Soy Isabella Swan, la cocinera jefe, pero puedes llamarme Bella.

—Edward Cullen. Encantado de conocerte se enderezó y le ofreció la mano.

A ella le extrañó que no siguiera su pauta y le diera más información, pero lo olvidó con el contacto de sus dedos. Sintió una intensa calidez en la palma de la mano, y una chispa de fuerza de vital que le provocó un cosquilleo. Todo su cuerpo pareció despertarse.

—¿Siempre lo pasas tan bien cuando trabajas, Bella? soltó su mano demasiado pronto, y ella se sintió un poco sola sin el zumbido eléctrico de su contacto.

—No. Esta noche es especial porque estoy de celebración.

—Supongo que si te refieres a las cuatro de la mañana como «esta noche», eso significa que eres un ave nocturna que aún no se ha acostado, y no una madrugadora que se levanta antes del amanecer.

—Las mañanas son para dormir confirmó ella, aunque pensó que un hombre como Edward Cullen podría inspirar a una mujer a dedicar la mañana a otras cosas. Como, por ejemplo, a llevarse a desconocidos a la cama, quitarles la ropa y…

—Tengo que admitir que siento curiosidad Edward clavó en ella sus ojos verdes, escrutándola. ¿Qué estás celebrando exactamente?

Ella dio un paso hacia atrás y le hizo un gesto para que la siguiera.

—¿Por qué no te sientas y te lo cuento? Aunque la cocina esté cerrada, eso no significa que no pueda encontrar algo de comer para otra ave nocturna.

Él no la siguió de inmediato y Bella tuvo un momento de pánico. Edward Cullen era su pasaporte para una semana de delicias sensuales, y no tenía intención de dejarlo escapar fácilmente. El hombre había entrado en su guarida y eso indicaba cierto interés. Y no llevaba alianza.

Aunque una chica no podía contar con la ausencia de alianza como garantía. Bella lo había aprendido de la manera más dura la última vez que sus hermanos habían estado fuera de la ciudad, hacía más de un año.

—No me gustaría molestar dijo él, siguiéndola lentamente y observando la cocina. Pero hace tiempo que no recibo una oferta tan tentadora la miró en el mismo momento en que sus labios dijeron «tentadora».

Bella pensó que le iba a dar una taquicardia cuando llegaba a la mesa. Por desgracia, la pregunta de si estaba o no casado bailoteaba en su mente de forma irritante. Después del gran error que había cometido al acostarse con un hombre casado que aseguraba ser soltero, tenía la necesidad de aclarar la situación desde el principio. Agarró el respaldo de una silla y titubeó un momento.

—No es ninguna molestia, me apetece algo de compañía calló, dubitativa y nerviosa.

—¿Pero? Edward Cullen la miró con ojos pacientes. Su ritmo pausado hizo que ella se sintiera más a gusto que con su ruidosa y descarada familia, donde todos competían por hablar al mismo tiempo.

—Pero me gustaría asegurarme de que no estás casado ni nada de eso. ¿Lo estás? dijo las palabras tan rápido que probablemente él ni siquiera las había entendido. Casado, quiero decir.

Edward tuvo el detalle de no reírse. Si Emmett hubiera estado allí, habría estallado en carcajadas. Él se limitó a mirarla con sinceridad.

—No. Si tuviera esposa, no estaría paseando por los corredores de un hotel para solteros a estas horas.

Bella sintió alivio y un pinchazo de envidia al oírlo. Era una pena que la mayoría de los hombres no pensara así del matrimonio. El mujeriego con el que había tenido una aventura no había tenido ningún escrúpulo en disfrutar de los clubes de South Beach, a pesar de estar casado. Apartó de su mente ese oscuro período de su vida y volvió a centrarse en las posibilidades que ofrecía la oportuna llegada de Edward Cullen. Apartó la silla de la mesa y le indicó que se sentara.

—Entonces, Edward, siéntate mientras busco algo con lo que tentarte le lanzó una sonrisa coqueta y tarareó la melodía de The way you look tonight.

¿Qué comida se le daba a un hombre al que se quería seducir?

A Bella se le había presentado una gran oportunidad con el fantástico semental que había entrado en su cocina. Incluso tenía la posibilidad de guisar para él, y sus artes culinarias eran lo que más la hacían destacar en el mundo. Si no conseguía meter a ese hombre entre las sábanas, sólo podría culparse a sí misma.

La salsa de espaguetis que burbujeaba en el fogón era deliciosa, pero no sugería el mensaje adecuado. La granada que había sobre la encimera era una de las frutas más sensuales del mundo, pero sería complicada para un hombre que no tuviera experiencia comiéndola.

Siempre podía recurrir a su especialidad: la repostería erótica que había deslumbrado a todo South Beach desde la apertura del restaurante, unos meses antes. ¿Qué hombre podría resistirse a unas pastas ligeras con forma de pechos de mujer y rellenas de crema suave? No tardaría en derretirse en sus manos, y Bella recordaría cómo era un orgasmo provocado por un hombre.

Ya estaba husmeando en el frigorífico cuando oyó el movimiento de la silla. Lo miró de reojo mientras sacaba lo esencial. Parecía haberse puesto cómodo, girando la silla para mirarla y estirando las largas piernas ante sí. Bella reconoció el distintivo hábito masculino de ocupar el mayor espacio posible para controlar el entorno; sus cuatro hermanos eran expertos.

—¿Vas a darme una pista de lo que estás celebrando, o tendré que adivinarlo? apoyó el codo en la mesa y sus ojos verdes le lanzaron una mirada cálida e íntima.

—Nunca lo adivinarías ella metió la pasta en un horno a baja temperatura para templarla, mientras removía el glaseado de tono melocotón en un cuenco.

Bella miró su propia piel bronceada y, comparándola con el tono claro del glaseado, le añadió una pizca de marrón y amarillo. Si quería que él pensara en pechos, al menos lo haría pensar en el par correcto.

—No sé qué decir. Aunque soy muy buen adivino se rascó la mandíbula cuadrada. Una mujer que canta canciones de Sinatra, debe de estar pensando en un romance.

—¿Romance? ella dejó de remover. La palabra la puso nerviosa.

—Sí. Ya sabes, un hombre, una mujer y un montón de chispas... cruzó los tobillos con aire de disfrutar con las adivinanzas.

—Es posible que sí haya estado pensando en chispas, lo acepto lentamente, volvió a remover. Deseó volver a mirarlo mientras sacaba la pasta del horno; pero crear una obra maestra de repostería erótica exigía cierta concentración.

—Dices que sí a las chispas pero cuestionas el romance Edward pareció pensarlo un momento. Entonces digamos que estás celebrando una aventura salvaje y descontrolada. ¿Me voy acercando?

El tono profundo de su voz resonó en la cocina, provocando una tensión irresistible en Bella, mientras glaseaba la pasta y ponía unos pequeños trozos de guinda para simular los pezones.

—Te estás acercando su voz sonó ronca. Puso la pasta en una bandeja de plata y espolvoreó azúcar glaseada por el borde. Estaba celebrando la libertad de poder tener una aventura salvaje y descontrolada, porque los perros guardianes, mis hermanos, están lejos de South Beach este fin de semana se acercó a la mesa con la bandeja, bamboleando las caderas, esperando que no la considerase demasiado descarada.

—¿Tanto baile y cante por la libertad básica de poder tener un interludio sensual? Recorrió sus caderas con los ojos. Me provoca la imaginación pensar en cómo reaccionarías ante la realidad de un hombre que daría el brazo derecho por tener un encuentro de ese tipo contigo, Bella.

Ella se detuvo a su lado, a centímetros de sus piernas. Una oleada de calor le cosquilleó la piel. Pero cuando se inclinó hacia él para dejar la bandeja en la mesa, sintió una auténtica llamarada. Sus pechos se interpusieron ante los ojos de él, casi sintió su aliento.

O al menos, eso deseaba pensar.

—No tendrás que utilizar la imaginación mucho tiempo más se enderezó e inhaló bocanadas del cálido aire que había entre ellos. Sintió una necesidad abrumadora de pasarse la lengua por los labios. Sólo tienes que echarle un vistazo a lo que he preparado para ti para saber lo que haría para tentar a ese tipo de hombre.

Bueno mis niñas, quiero opiniones… les gusta la historia… me encantan las Bellas fatales…jejejeje, que les pareció¿?