Meliodas.

Acabábamos de darle fin a un día que a mi parecer había sido bastante agotador. Habíamos estado todo el día viajando, caminando por los rincones más recónditos intentando encontrar al último pecado, el orgullo, Escanor.

Por desgracia, ese día no hubo suerte y no conseguimos dar con él, por lo que cuando la luna ya se mostraba en su máximo esplendor, decidimos irnos a acostar y continuar la búsqueda al día siguiente.

Yo ya me encontraba acostada y arropada en mi correspondiente cama, sintiéndome cómoda por el calor que ésta me brindaba en comparación con el frío que hacía fuera de la taberna.

Esa noche me estaba costando conciliar el sueño. Me encontraba tumbada bocarriba mirando al techo con la manta tapándome hasta debajo de la nariz, dándole vueltas en mi cabeza a un asunto que últimamente me traía por el camino de la amargura, y es que, no podía parar de pensar en Meliodas, el chico del cual me había enamorado profundamente. A veces me preguntaba: "¿Por qué me he enamorado de él, si es un pervertido...?", pero luego empezaba a pensar en sus virtudes, en lo entregado que era, en lo mucho que se preocupaba por mí, en todas las veces que me protegió con su vida, en cómo me sonreía cada vez que me miraba... Y entendía perfectamente por qué había terminado cayendo por él. Porque es él. Es Meliodas.

Muchas de las veces que pensaba en él, me terminaba yendo por las ramas, y mis pensamientos pasaban de ser algo romántico a ser algo más erótico, porque aparte de estar enamorada de él, me ponía muy cachonda, ¿y cómo no hacerlo si tiene un cuerpo de infarto? Apreté mis piernas intentando evitar que el calor siguiera aumentando en la zona de mi entrepierna debido a las imágenes que se formaban en mi mente, así que decidí que era mejor dejar de pensar en eso e intentar conciliar el sueño de nuevo, a ver si esta vez lo conseguía.

Sentía que estaba a punto de caer dormida profundamente, sin embargo, fue justo en ese momento que escuché mi puerta abrirse. Yo me preguntaba quién querría entrar a mi habitación a estas horas, dando por hecho que ya todo el mundo debería estar dormido. Sin embargo, me di cuenta de que no podría ser otro que Meliodas, que supuse venía con intenciones de hacer cosas de adultos, qué oportuno es, ¿verdad? Y pude confirmarlo en el momento en el que se metió en la cama conmigo, se acercó demasiado a mí y empezó a acariciarme los muslos. Típico de él. Ante esto, suspiré, alejándome un poco de él para evitar que notara cualquier síntoma de mi nerviosismo, porque, ¿quién no se pondría nerviosa si el hombre al que amas se mete contigo en la cama y te empieza a acariciar? No lo sé, pero yo por lo menos, no puedo evitar que me lata el corazón a mil por hora.

- Meliodas, ¿qué haces aquí a estas horas? - pregunté, aun sabiendo lo que me iba a responder.

- Nada, simplemente quería estar contigo. - Incluso estando de espaldas a él, supe que había dicho eso con una sonrisa y desviando la mirada, como intentando ocultar sus intenciones, a pesar de que yo ya sabía perfectamente lo que pretendía.

- Vale, está bien, ¡pero no tienes por qué acariciarme las piernas! - Dije, muy nerviosa y avergonzada debido a la cercanía de Meliodas.

- Pero es que son muy suaves y firmes... - declaró con voz seductora. Con esa frase sacó a relucir sus verdaderas intenciones, y pasó a acariciar la parte interior de mi muslo suave y lentamente, provocando un pinchazo en mi entrepierna de la excitación y dejando salir por primera vez algo de flujo desde mi vagina que daba prueba de ésta.

- Meliodas...- suspiré, dejándome llevar ante la tentación que suponía Meliodas para mí, pero, aún estando nerviosa.

- Date la vuelta. – Dudé un poco ante su petición, pero terminé accediendo. Me di la vuelta y me puse cara a cara con Meliodas. Estaba mirándome fijamente con sus enormes ojos verdes, y al hacer contacto visual con él, mi ritmo cardíaco se aceleró, y es que, joder, le quería tanto, y a la vez, me ponía tan cachonda...

Pasados unos segundos, Meliodas empezó a acercarse a mí con los ojos entrecerrados, por lo que le seguí e hice lo mismo, acercándome a él poco a poco, con el corazón en un puño y mi ropa interior cada vez más húmeda, nuestras bocas terminaron chocando. Meliodas tomó la iniciativa y empezó a mover los labios y a introducir su lengua, de una forma lenta y paciente al principio, pero volviéndose ansiosa a medida que los segundos pasaban.

Al beso se añadió una mano de Meliodas, que recorría mi brazo llegando a mi hombro y luego bajando a mi clavícula, llegando a uno de mis pechos, que estaba deseoso de su atención. Lo acarició un poco por encima de la ropa hasta que no pudo aguantarlo más y, de forma rápida, metió la mano bajo mi vestido y mi sujetador, estrujando mi pecho derecho con fuerza y ansias. En ese momento cortamos el beso y nos quedamos mirando. Podía notar el deseo en su mirada, sus ojos brillaban bajo el efecto de la lujuria y la excitación.

La mano que masajeaba mi pecho agarró mi pezón fuertemente, creándome una sensación placentera a la vez que dolorosa, haciéndome soltar un quejido que hizo sonreír a Meliodas de forma seductora. A todo esto, yo seguía con los nervios a flor de piel, pero la excitación que estaba sintiendo anulaba todas mis inseguridades y nervios.

Mientras seguía pellizcando y estirando mi pezón, bajó su otra mano a mi palpitante entrepierna, y la introdujo por debajo de mi ropa interior, acariciando mi vulva superficialmente, sin llegar a abrir mis labios vaginales. Yo me mordí el labio, deseando sentir algo de estimulación en mi desesperada intimidad. Entonces Meliodas metió dos de sus dedos entre mis pliegues vaginales, acariciando de abajo a arriba, empapando así sus dedos de mis flujos y dirigiéndolos hacia mi hinchado clítoris para humedecerlo y empezar a estimular en círculos ese matojo de nervios, aportándome un placer indescriptible.

- Ahhh... - No pude contener un sonoro gemido al notar sus caricias en esa parte tan sensible de mi cuerpo. Cerré mis ojos con fuerza debido al placer, y Meliodas aprovechó ese momento para besarme fogosamente y con lujuria mientras seguía acariciando mi pecho y mi clítoris.

Cuanto cortamos el beso, abrí mis ojos un instante y miré abajo, encontrándome lo que ya esperaba: una erección bajo los pantalones de Meliodas. Aún así, su tamaño sí que me sorprendió, y a la vez, me excitó más de lo que ya estaba.

Queriendo poner algo de mi parte, levanté mi mano, dirigiéndola hasta su erecto pene y acariciándolo por encima del pantalón con ganas. Como respuesta a esto, Meliodas soltó un suspiro ronco, en señal de placer, y volvió a hacer contacto visual conmigo.

- Te gusta provocarme, ¿eh? – me preguntó Meliodas mientras subía una ceja y sonreía de lado. A continuación me puso de espaldas a la cama y se colocó encima de mí con sus brazos a cada lado de mi cabeza apoyando los codos en la cama.

En esta posición nuestras caderas se encontraban pegadas la una a la otra, por lo que nuestras entrepiernas hicieron contacto provocándome un gemido ahogado. Meliodas, notando mi reacción, decidió aumentar el contacto frotando su pene contra mi vagina a través de la ropa, notando como ésta se humedecía debido a mi excitación. Sin dejar de frotar nuestras intimidades, Meliodas se incorporó, quedando recto sentado encima de mí, y se quitó la parte de arriba de su ropa, dejando a la vista su muy atractivo y trabajado torso. Me mordí el labio ante la espléndida vista y una vez más, noté cómo mi excitación aumentaba. Meliodas metió las manos por debajo de mis caderas y me apretó las nalgas con fuerza, empujando hacia arriba para aumentar la fricción entre su pene y mi entrepierna. Cuanto más se frotaban nuestras intimidades, más se endurecía la erección de Meliodas y más se empapaba la ropa entre medias debido a mis flujos.

Cansado de el estorbo que suponía la ropa, Meliodas procedió a quitarme el pequeño vestido que usaba para dormir, y con él, mi ropa interior inferior, quedando completamente desnuda de cintura para abajo.

En ese momento Meliodas bajó su cuerpo, de manera que su cara quedaba frente a mi palpitante intimidad sin ninguna barrera de por medio. Sabiendo lo que Meliodas pretendía hacer, levanté uno de mis brazos para taparme los ojos con mi antebrazo y así entregarme completamente al placer. Sentí cómo algo carnoso y húmedo recorrió toda mi entrepierna de abajo a arriba, saboreando mis jugos. Después se detuvo en mi hinchado clítoris, rodeándolo con sus labios y succionando, haciéndome gemir alto. Siguió succionando mientras dirigía su mano a mi entrada, acariciándola superficialmente con uno de sus dedos, hasta que lo introdujo y empezó a acariciar suavemente mis paredes vaginales. Introdujo otro dedo, y empezó a hacer movimientos en forma de gancho, golpeando justo en mi punto G, y centrándose en esa zona, frotando y haciendo un vaivén. Mis piernas empezaron a temblar del inmenso placer que sentía. Todos mis músculos estaban en tensión y mi cabeza me daba vueltas, no podía pensar claramente por el orgasmo tan intenso que se aproximaba. Meliodas añadió otro dedo más y siguió estimulando fuertemente mi punto G mientras no dejaba de succionar mi palpitante clítoris. Estaba a punto de llegar al tan esperado orgasmo, no podía contener los gemidos que salían de mi garganta. Un par de segundos después, noté cómo los músculos de mis paredes vaginales se contrajeron alrededor de los dedos de Meliodas, y llegué por fin al potente orgasmo, soltando un gemido agudo y largo, mientras Meliodas no paraba de estimular ninguna de mis partes, alargando así el orgasmo lo máximo posible.

Una vez liberada toda la tensión acumulada en mi cuerpo, relajé todos mis músculos, quedando completamente apoyada en la cama, cansada y con la respiración acelerada. Cuando pude levantar la mirada, vi a Meliodas quitándose lo poco que le quedaba de ropa, dejando salir su erección, mostrándola en su máximo esplendor. Se acercó a mí y apoyó sus dos antebrazos en la cama, uno a cada lado de mi cabeza, y me besó mientras me quitaba el sujetador, dando así inicio al acto principal.

Llevó una mano a su erección, humedeciéndola un poco esparciendo su líquido pre seminal por toda su extensión. Guiándola aún con su mano, la acercó a mi intimidad, empezando a restregar su rosado glande contra mi clítoris, sintiéndome saturada con tanto placer después del orgasmo tan intenso que había tenido, pero aun así disfrutando de la sensación. Después de unos momentos estimulando mi clítoris, dirigió su pene a mi entrada, introduciendo muy levemente la punta. Alejó su mano de su erección y la apoyó a un lado de mi cabeza, sintiendo por fin cómo empezaba a introducir toda su longitud dentro de mí lentamente, soltando un suspiro largo y haciéndome soltar un par de quejidos.

- Ah... Meliodas, métela entera ya, por favor... - Le rogué, desesperada por sentir su duro miembro entero dentro de mí de una vez. Ante esto, él me sonrió de esa forma que me enamora tanto, haciendo que mi corazón diera un vuelco, y le abracé, pegando su pecho con el mío, queriendo sentirle lo máximo posible y así poder disfrutar aún más de este encuentro.

Su pene terminó de introducirse en mí de una estocada, a lo que solté un pequeño gritito, poniendo mis piernas alrededor de su cintura para sentirle más cerca y más profundo. Meliodas empezó con un vaivén lento, sacando casi del todo su erección, pero luego volviéndola a meter lenta y tortuosamente. Debido a la lentitud de sus movimientos, podía notar claramente cómo mis paredes vaginales se iban abriendo a medida que el miembro de Meliodas entraba, notando la rigidez de éste, sacándonos suspiros de placer a ambos.

Meliodas empezó a aumentar la velocidad poco a poco, de forma gradual. Una de sus manos empezó a acariciar uno de mis pechos y a pellizcar el pezón, mientras iniciaba un fogoso beso. Mis gemidos aumentaban cada vez más, ahogándose en el beso.

Una vez separamos nuestras bocas, Meliodas decidió cambiar de posición, y sin sacar su erección, me dio la vuelta poniéndome a cuatro patas. Siguió con el vaivén en esta posición, y apoyó su pecho en mi espalda. Estando así, él dejaba salir los suspiros de placer al lado de mi oído, lo que me hizo estremecer y aumentó aún más mi excitación.

Sin parar de penetrarme cada vez más fuerte, Meliodas dirigió una de sus manos a mi boca e introdujo dos dedos para que los humedeciera, y eso hice. Los succioné y los rodeé con mi lengua, dejándolos empapados en saliva. Cuando los sacó de mi boca, los dirigió a mi intimidad para acariciar mi necesitado clítoris, brindándome un placer insoportable y sintiéndome sobreestimulada. Mis gemidos estaban empezando a convertirse en gritos, no podía aguantarlo más, no me faltaba nada para explotar y llegar al clímax. Meliodas no detuvo sus estocadas ni sus caricias en ningún momento, al contrario, cada vez lo hacía con más empeño y fuerza, consiguiendo llegar a lo más profundo de mi ser, haciéndome sentir un placer indescriptible.

La presión en mi bajo abdomen cada vez aumentaba más, hasta que sentí cómo todo el placer era liberado, abriéndome paso a un increíble orgasmo, el segundo del día, que me hizo gritar y temblar. Un par de estocadas después y notando cómo mis paredes vaginales apretaban aún más su pene a causa de mi orgasmo, Meliodas se corrió, sin parar las estocadas ni un segundo, y soltando un gemido ronco como muestra del inmenso placer que estaba sintiendo.

Habiendo terminado ambos satisfechos, Meliodas salió de mí y nos tumbamos en la cama, agotados y respirando agitadamente. Nos pusimos cara a cara, y nos quedamos mirando fijamente.

- Meliodas... Te quiero. – No vi mejor momento para decírselo, necesitaba hacerlo. No percibía lo que acabábamos de hacer como un mero acto sexual sin sentimientos de por medio, por alguna razón sentía que él también me quería, que habíamos hecho el amor.

Ante mi declaración, él me sonrió, mostrando pura felicidad en su expresión, y soltando una pequeña risita.

- Yo también. – Concluimos el momento con un beso apasionado. Al separarnos, nos abrazamos, y así nos quedamos, con una sonrisa en la cara dispuestos a quedarnos dormidos después de haber compartido tan magnífico y placentero momento.