El reloj del bar HOMRA marcaba las ocho de la tarde, e Izumo Kusanagi había terminado de limpiar. Todo estaba listo para abrir el bar de su tío al día siguiente, como de costumbre. Kusanagi miró a su alrededor, sabiendo que ese bar en silencio y sin clientes también le agradaba. Mikoto Suoh estaba sentado a la barra con un café ya frío, tan callado como siempre. Pero hoy Kusanagi no estaba dispuesto a marcharse sin hablar con él. O más bien, sin conseguir que Suoh le dijera algo. Kusanagi sopesó las opciones que tenía para conseguirlo, pero sabía que su amigo no querría hablar del tema, así que empezó del modo menos agresivo que se le ocurrió.

–Parece que le importas mucho a ese crío.

Suoh levantó la vista y miró a Kusanagi arqueando una ceja. Ahora Kusanagi sabía que tenía su atención, pero que la perdería si empezaba a hacer preguntas.

–Creía que te perseguía todo el rato porque se había dado cuenta de lo fuerte que eres y quería tu protección, pero... hoy he visto que estaba equivocado.

–¿Admites tu derrota tan fácilmente? –se mofó Suoh–.

–Bueno –se rió Kusanagi –, lo cierto es que acerté de lleno en una cosa: el chico tiene agallas.

Suoh resopló y le dio la espalda a Kusanagi, y este supo que estaría esbozando una pequeña sonrisa que no quería compartir. También supo que podía olvidarse de dialogar con él, y que tendría que llevar la conversación de forma unilateral si quería sacar algo en claro.

–¿Sabes lo que me dijo cuando te fuiste? Que creía que podías llegar a ser un Rey, y que él sería tu súbdito – Kusanagi veía claramente la espalda de Suoh y cómo sus hombros se tensaron– ¿Crees que era por el golpe en la cabeza? ¿O es así siempre?

Ahora sí que estaba seguro de que Suoh se había reído. Kusanagi dedujo que, efectivamente, el chico ya se lo habría dicho varias veces. No solo tenía agallas, sino que además era terriblemente honesto... hasta el punto de resultar temerario. Y comparado con Suoh, saber qué estaría pensando en cada momento parecía una tarea fácil.

–Estuvimos hablando un rato cuando te fuiste. Parece que su padre ha desaparecido por un tiempo. Pero dice que lo hace a menudo y que no tenemos de qué preocuparnos – Kusanagi se dio media vuelta mientras recogía sus cosas–. Me alegro de que nos avisaran, la verdad.

Suoh asintió en silencio, y Kusanagi se sorprendió de recibir una respuesta, aunque fuera casi imperceptible. Las conversaciones con Suoh a veces eran como un peligroso juego de prueba y error. Un juego que solía durar poco, ya que llegaba un momento en que Kusanagi hacía la pregunta o el comentario que provocaba el abrupto fin de la conversación. A veces no entendía cuál había sido el detonante (otras veces estaba seguro de que simplemente Suoh se aburría), pero había aprendido a evitar las cuestiones personales y los consejos no deseados. Hablar de sus propios sentimientos no era terreno vedado, así que Kusanagi se armó de valor y prosiguió.

–La verdad es que el chico me ha caído bien. Le he invitado a venir al bar una vez le den el alta – Kusanagi esperó, nervioso, pero Suoh no dijo ni hizo nada, lo cual significaba que al menos no estaba en contra de su propuesta–. Dijo que sabiendo que podría verte todos los días cuando le dieran el alta, seguro que se recuperaba mucho antes. De verdad que te admira mucho, ¿eh?

Suoh se quedó en silencio mirando alguna de las botellas en exposición antes de levantarse y dirigirse al sofá. Kusanagi sabía reconocer las señales que Suoh enviaba cuando quería estar solo, así que recogió sus cosas y se dirigió hacia la puerta. Suoh se encargaría del resto.

–Mikoto, ¿puedo pedirte un favor?

Suoh no parecía estar de mal humor tras la conversación, tan solo algo más taciturno que de costumbre. Si quería estar solo para darle vueltas al asunto, Kusanagi le dejaría algo más en lo que pensar.

–Me gusta ese chico. Alguien así no debería sentirse solo nunca –Kusanagi miró a Suoh a los ojos–. Si algún día de estos no puedo ir a visitarlo al hospital, ¿podrías ir tú en mi lugar? Quiero que sepa que hay gente que se preocupa por él, aunque no seamos su familia.

Suoh asintió y cerró los ojos. Kusanagi abrió la puerta y se marchó antes de que pudiera cambiar de opinión.

Al día siguiente, no se sorprendió al ver que Suoh había faltado a clase y no se encontraba en la azotea donde solían reunirse a la hora de comer.