La venganza de Nojiko
Habían pasado ya 8 años desde entonces.
Una joven, con el pelo lila, recordaba aquel suceso como si hubiese sido el mismo día anterior, y fuera algo que nunca acabara dentro de su cabeza. Las imágenes se repetían una y otra vez hasta conseguir que la joven cerrara sus ojos de cansancio.
Ella había tenido una hermana mayor, Nami. Su pelo era lacio como, rojizo como una puesta de sol y de belleza incomparable. Agradable y siempre dispuesta a luchar por los demás, su vida había visto su fin el día en el que la cordura rompió los cables que formaban su mente y salieron disparados sin rumbo como un caballo salvaje. A pesar de la insistencia, nadie pudo hacer nada por ella. Sus ojos negros se humedecían. No podía evitar soltar alguna lágrima más por su querida hermana, a la que ya no volvería a ver.
Pero no solo era su hermana lo que recordaba. El suceso, las muertes, la decadencia de Silver City, la lenta y mortal decadencia de sus vecinos… gracias a eso, la gente del pueblo se vio obligada a trasladarse a otra ciudad, porque les era imposible seguir viviendo en (aquel lugar). Todo sucedió muy rápido. Después de la muerte de su hermana y de la marcha de Wild Punch, una profunda depresión asoló a los vecinos del lugar, dejándoles sin esperanzas para seguir luchando por nada. Los desgraciados de Wild Punch habían acabado con todo. Arrasado las cosechas, matado a los animales a sangre fría, destrozado y confiscado casas y propiedades privadas, privatizado el uso de armas, cerrando colegios y obligando a los niños a trabajar y maltratando mujeres, usándolas de sirvientas.
Por esto, los pocos que quedaban tuvieron que dedicar los siguientes 8 años a ser nómadas en busca de un lugar mejor. Aunque no siempre tenían suerte, claro. Wild Punch arrasaba por donde pasaba y en muchas de las ocasiones solo encontraban muerte y caos. Nojiko y su familia, la única que le quedaba, el antiguo Sheriff y doctor Law, Sanji y su anciana madre, se habían obligado a seguir el ritmo nómada con la esperanza de poder resurgir en un lejano páramo, lejos de las garras de Wild Punch. Cada 2 años declaraban campamento en algún rincón del estado y cuando recibían noticias o ya solo rumores de que la banda de pistoleros retumbaba cerca, sin dudarlo un segundo retomaban su viaje. Pero en una de las ocasiones, la madre de Nojiko se rindió. Andaban hacia su próximo destino, cuando una no muy afortunada neumonía sujetaba los pulmones de su madre con fuerza, apagando su vida poco a poco. Eran épocas de lluvia y frio, y la delicada salud de la mujer no pudo soportarlo. El resto de miembros de la "familia" no podía poner fin a su camino, así que, muy a pesar de los llantos e insistencia de la joven, los varones decidieron darle una muerte noble a quien había cuidado de ellos durante todo aquel tiempo, envolviendo su cuerpo en tela y dejándolo arder en un páramo desierto, hasta que el cielo decidiera consumir hasta el último trozo de su ser.
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Ahora, todo era distinto. Sanji y Nojiko eran más mayores, habían crecido y se desarrollaron como adultos más que responsables a sus cortas edades. El hombre de cabellos de oro dirigía su propio negocio, después de trasladar el de su viejo padre, ya muerto en Silver City. Y la joven de pelo lila sobrevivía haciendo trabajos que nadie quería hacer por toda la ciudad, cobrando unos míseros peniques que le ayudaban a llevar una vida normal. Eso no era mucho problema, ya que ambos vivían juntos en el negocio de Sanji, que era casa habitable en el piso superior.
Nojiko, ¿Estás bien?
La joven miró a Sanji, que se sentaba a su lado en una butaca de cuero desgastado. Al volver a la realidad, se percató de que unas delicadas y transparentes lágrimas caían por sus rosados pómulos y se las limpió en el acto, asintiendo con la cabeza. Su compañero la volvió a mirar antes de llevarse el vaso medio lleno de licor a la boca y volver su mirada al horizonte.
Solo… me estaba acordando de mi hermana, nada más.
Él asintió, algo preocupado.
Es pasado, ya lo sabes.
La muchacha volvió a asentir, melancólica. A pesar de haber asentido, por dentro su cabeza no hacía más que negárselo una y otra vez. Los pensamientos volaban por su mente a la velocidad del rayo, despertando un sentimiento de impotencia demasiado grande de aguantar durante tanto tiempo, tantos años.
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Si, ya sé que el título es cutre. Y si, esta va a ser la continuación de Historias del Salvaje Oeste #1.
