(Los personajes de esta historia no me pertenecen, ni las canciones mencionadas ect... Créditos a sus respectivos autores. )
-"¡Hoy es el día"-Se repetía la idol más famosa de Japón mentalmente mientras corría por los pasillos de la casa en dirección a la habitación de su peliañil favorito. Eran todavía las nueve de la mañana, y la casa todavía estaba amaneciendo. Empezaron a oírse los graves bostezos de Gakupo, la cafetera que Meiko había encendido comenzó a preparar un denso y delicioso café, el rubio Kagamine abrió la nevera para coger algo de leche, Gumi tarareaba una alegre canción mientras hacía la cama, para desagrado de Rin que le tiró una almohada y Luka, lenta pero bellamente, se maquillaba y preparaba para empezar un nuevo día. Cuándo Miku llegó a la habitación, abrió la puerta y con un sonoro:
-¡Buenos dias, Kaito-kun!-Le abrió las cortinas, lo que hizo que algunos rayos de sol penetraran en la habitación y molestaran al muchacho, que se tapó inmediatamente hasta la cabeza.
-¡Vamos, no seas vago! Hoy es tu cumpleaños, ¿recuerdas?-Rió y lo sacudió innumerables veces hasta que Kaito sacó la cabeza de la sabana y la miró, aún medio dormido.
-Ah…buenos días, Miku…vete a jugar con Rin, tengo sueño…-Dicho esto se volvió a tapar y se dio media vuelta. Miku frunció el ceño.
-Está bien…no te volveré a molestar…a no ser…que quieras el regalo que tenía preparado…-El muchacho se levantó rápidamente.
-¿¡Has dicho regalo?!-Le brillaron los ojos en dirección a la chica-¡Quiero ese regalo!
Ella río con ternura, contemplando el aspecto Kaito. Asi, despeinado y todavía en pijama, parecía un niño en la mañana de Navidad. Se levantó un momento, dejando a Kaito solo, y volvió con una caja blanca con un lazo turquesa a su alrededor. Se sentó al lado de la cama y se lo entregó. Él lo abrió con ansias y a gran velocidad, haciendo que pequeños trozos de papel volaran por la habitación. Dentro de la caja había una preciosa bufanda azul con cuadros negros y grises.
-Miku, es…preciosa…-La tomó entre sus manos y se la puso con una sonrisa-¡Muchísimas gracias!-
-No hay de que…al fin y al cabo es tu cumpleaños-Dijo ella algo cohibida por la mirada intensa del muchacho. Algunos pasos empezaron a sonar por el pasillo y rápidamente unos cabellos rubios aparecieron por la puerta. Eran de los Kagamine; no tenían ningún lazo de sangre pero aún así las personas que los conocían les parecía extraño, llevando el mismo apellido, que no fueran hermanos o primos.
-¡Kaito-oniisan, feliz cumpleaños!-La rubia se lanzó directamente a abrazarlo.
-Feliz cumpleaños, Kaito-san- El rubio, un poco más tranquilo, se sentó al otro lado de la cama, le sonrió y le dio algunas palmaditas en la espalda. Pronto la habitación se llenó de gente. Meiko y Gumi habían preparado en secreto una tarta para el cumpleañero (hecha de helado, por supuesto), la llevaron hasta allí y todos comieron un poco, Gakupo le regaló unos cupones para varios helados gratis y los Kagamine un peluche en forma de helado. Faltaba una persona, Luka. Abrió la puerta y entró dejando un rastro de perfume que todos aspiraron, un olor a rosas envolvió la habitación. Se acercó a Kaito y, dejando a un lado la mirada triste de Gakupo, lo besó en los labios.
-Feliz cumpleaños…cielo- Dijo. Todos las miraron, Miku y Gakupo al contemplar esa escena no pudieron evitar suspirar. Miku se esforzó en mostrar una sonrisa forzada, mientras que Gakupo se limitó a mirar al frente.
-Gracias, Luka-chan…-Dijo Kaito, algo sonrojado.
-Dejemos a los enamorados solos-Dijo Meiko levantándose, y empujando a Gumi con ella.
-¡P-pero Meiko-san, yo quería ver…!-No le dio tiempo a terminar la frase. Todos salieron de la habitación. Miku, con una mirada melancólica, echo un último vistazo a la habitación. Kaito y Luka habían empezado a salir hace más de cinco meses, Miku recordó el dolor que sintió cuándo Luka lo había besado, a su Kaito. El único chico con el que había compartido secretos y tenido un lazo muy fuerte se estaba rompiendo lentamente. Cada día tenía más tiempo para Luka y menos para ella. Eso la entristecía realmente y no sólo a ella. El pelimorado también se sentía desfallecer cada vez que su Luka se acercaba a él. Pero eso no iba a seguir así…
