=Ni bakugan ni sus personajes me pertenecen=


No puedo creerlo. Tengo ya casi doscientos años sirviendo exactamente a la misma familia, y siempre es lo mismo una y otra y otra vez. En realidad hacer la misma rutina, sufrir los mismos castigos, obedecer las mismas órdenes es demasiado molesto cayendo así en la monotonía. Aquí me presento ahora, yo me llamo Shun Kazami. Cabello negro y largo a mis hombros; mis ojos dorados los cuales ahora se encuentran opacos sin ninguna muestra de vida a diferencia de años atrás, mi piel es levemente morena y en general puedo aparentar tener entre veinte o veintiún años de edad cuando en realidad tengo aproximadamente veinticinco veces más de lo que parezco. Visto con un keikogi verde con bordes dorados mientras que mí hamaka es totalmente negra. Como podrán ver soy del todo normal exceptuando un par de detalles, tengo orejas y dos colas de gato.

Bueno… tal vez no sea del todo normal. Soy lo que mitológicamente se conoce como Nekomata. Sí, un ser de gran poder que está patéticamente obligado a ser el sirviente de una familia de gran prestigio. Todo esto ocurrido por haber establecido amistad con una sacerdotisa y estúpidamente enamorarme de ella. Me tendió una trampa y usando algún conjuro me encadenó a esta familia, joder, por lo visto en mi juventud fui demasiado estúpido.

— Shun, ven para acá —Me llamó una voz delgada. La conocía perfectamente bien. Era Anna Gehabich, mi actual dueña.

Me levanté de mi sofá, la única pertenencia mía además de mi ropa, para luego comenzar a caminar siguiendo el timbre de su voz. Sé que debería apresurarme pero en realidad solo vendrá algún que otro encargo sin valor. A diferencia de antes, ahora todo es pacífico, no hay guerras, la pobreza es casi nula, y en esta familia no hay nada de interés que no sea su fortuna. Anteriormente tenía un poco de emoción acompañando a algunos soldados en el campo de batalla, haciendo de guardián, o la mejor arma según la situación en que se estuviera. Pero ahora no soy más que un insignificante sirviente. Casi esclavo. Mi odio a quienes llevan este apellido no es por tenerme aquí. Varios por no decir que todos los humanos son de lo peor, me usaron para matar, causar tragedias, ganarme el odio de la gente con tal de dar reputación al apellido, incluso varios me usaron simplemente para complacer sus repulsivos deseos carnales. Casa generación es lo mismo, soy tratado peor que un objeto. Ya sea como arma o objeto de placer no puedo protestar sin recibir un insoportable castigo.

Entro por la puerta principal, desde hace un par de décadas por fin logré ganarme este derecho. Un olor de lavanda me impregna el olfato, no tengo nada en contra de esa esencia pero en grandes cantidades es demasiado sofocante, al menos para mí. Llego en frente de mi ama y sin poder dirigirle la palabra me arrodillo ante ella mientras bajo la cabeza. Sus cabellos son marrones al igual que sus ojos. Su piel blanca es verdaderamente suave al tacto, a pesar de ser una mujer adulta nadie puede negar la impotente belleza de esta fémina. Desprende una sensación de serenidad pero con una mirada que refleja perseverancia y a espaldas de la gente una mujer de lo más cruel.

— ¿Ocurre algo? —Me atrevo a preguntar de la manera más formal posible a pesar del rencor que por momentos le guardo.

Siento como se levanta de su asiento, y se acerca a mí. Sus dedos rozan mi quijada mientras con un leve empujón me levanta la cara, posiblemente debía de haberme sonrojado pero con tantas experiencias vividas ya no logro sentir afecto por nadie que no sea yo mismo. Eso de amar para luego ser apuñalado por la espalda por esa persona a la que consideraste especial no es para mí. Además no puedo darme el lujo de actuar de forma inapropiada, parece ser que me convocaron para algo de suma importancia pues varios políticos importantes están presentes en el mismo salón.

— En realidad sí. Verás, como sabes tuve la fortuna de poder ser tu ama pero cada cierto tiempo cambias de dueño siendo fiel a nuestra familia— En mi interior no puedo más que musitar un "por desgracia". En realidad no es que esté en esta situación por gusto propio— Pero eh llegado a la conclusión de que hay alguien que en estos momentos necesita más de ti. Yo partiré dentro de poco a la capital por motivos financieros, en cambio tú te quedarás aquí cuidando de mi pequeña hija, Alice —Esto no puede estar peor, ahora seré un niñero.

— Hola… —Musitó ella refugiándose detrás de las piernas de su madre.

Sus almendrados ojos marrones eran tan profundos como los de su progenitora, pero su cabellera era anaranjada y graciosamente ondulada. La textura de su piel era predecible, probablemente era sedosa. Su complexión era delgada y de cierta manera la veía demasiado frágil como para que Anna se atreviera a dejarla a mi cargo.

— ¿Por cuánto tiempo? —Sé que no puedo negarme así que en realidad lo que pretendo es saber por cuánto tiempo cambiaré pañales.

Anna le tendió la mano a su pequeña hija y ella se la tomó sin dudar. Con delicadeza la jaló hacia al frente de mí, ella no dejaba de verme con cierto temor o tal vez miedo. Después de todo no me afecta, al contrario, me enorgullece el saber que aún soy respetado de cierta forma.

— No lo sé, probablemente solo sean unos meses pero de igual forma ella será tu nueva ama. Así que todo el tiempo estará a tu cargo. Cuento contigo —Dijo antes de girarse mientras era seguida por los invitados.

No dije mucho, ni siquiera me presenté. A fin de cuentas ella debía saber mi nombre al haber sido sirviente de su madre y por desgracia no solo sirviente en el cuidado del lugar o como guardián. Yo me encaminé de vuelta a mi sofá, probablemente más tarde se pondría a ordenarme a diestra y siniestra. Al recostarme en él fue que sentí que me caía un suave bulto en el abdomen. Era una ¿almohada? Yo no tengo nada de eso, entonces ¿Por qué me da una?

— Amm ¿Quieres que la acomode en tu cama? —Pregunté algo confundido por su falta de palabras. Ella negó de inmediato.

— Esa es tuya, no tienes una. Con ella dormirás más cómodo— Su voz era suave y delicada. Realmente muy bonita.

La tomé en mis manos mientras la miraba detenidamente, quizás exagero al buscarle algún explosivo en su interior, no creo que una niña haga algo como eso y además no debería preocuparme. Se necesita más que un puñado de pólvora para poder matarme.

— Gracias —Murmuré casi forzadamente pero con educación. Ella a pesar que seguramente lo notó no evitó el esbozar una dulce sonrisa.

Por más que intentaba ponerme a dormir un rato ella no me apartaba la vista, parecía querer algo pero si le preguntaba era equivalente a estar de mandadero por el resto del dia. Me di media vuelta dándole la espalda, sé que fue grosero pero sencillamente no le veo sentido el tener que verla allí de pie si no me tiene ninguna orden que deba acatar. Para los humanos solo soy eso, una mascota prácticamente inmortal que posee cuerpo humano. Su sirviente… un juguete.

Por fin mis ojos comenzaban a cerrarse gracias a la pacífica sensación de tranquilidad. Pero de un momento otro sentí un peso a un lado mío. Ladeé mi cabeza algo desconcertado al ver a la pelinaranja acomodándose en el espacio tan pequeño que quedó del sofá. Al sentir mi mirada ella fijó sus ojos en los míos, con una risa más grande y confiada que la anterior.

— ¿Te molesta que me acomode aquí contigo? —Me preguntó con su voz aterciopelada.

— Tú me das órdenes y yo las obedezco. Si quieres estar aquí ordéname que me retiré del sofá… —Fui interrumpido por una especie de regaño.

— ¡No! Tú no eres una mascota, también tienes derecho a hacer lo que tú desees.

La miré fijamente. Examinando a cada segundo que mis oídos no me traicionaron y aquel comentario en el que me considera digno de tomar mis decisiones no fuese una cruel ilusión. Pero no tardé en percatarme que ella igual me miraba, sonrojada y con cierta duda en su expresión.

— Dije algo malo ¿Verdad? —Se disculpaba… claro, fui muy estúpido al creer que me daba algún valor.

— ¿Perdón? —Respondí sin pensar en mis palabras, cosa que realmente nunca me había pasado.

— Es que tienes una cara rara, ¿Por qué? ¿Dije algo malo? —Es extraña, no, más bien yo soy el extraño. Siempre eh detestado que me bombardeen con preguntas pero en estos momentos me causa alegría.

Negué en silencio, pero eso no le fue suficiente para dejar de mirarme con esos ojos de curiosidad pura. Tal vez porque era tan solo una niña, o porque había algo que quisiera preguntarme pero no se atrevía. Suspiré frustrado de no conocer la respuesta.

— ¿Por qué te sorprendiste hace un momento? —Sus mejillas estaban encendidas, yo tan solo le miré seriamente. ¿Qué se supone que le diga? No pienso responderle que es porque su familia me trata peor que un esclavo en ciertos momentos. No, en definitiva la dejaré traumada o me tacha de mentiroso, cuenta lo que yo le haya dicho a alguien más y termine con alguna tortura por difamar al apellido Gehabich.

— Por nada…

Mejor la ignoraré, ya debieron haberle dicho que si necesita algo tan solo debe ordenármelo. Me di nuevamente la vuelta dándole la espalda, seguramente si aburriría y terminaría por irse.

No sé cuánto tiempo logré dormirme, es muy extraño. Por lo general parezco sirviente todo el día y logro descansar un par de horas en la noche. De una u otra manera lo que puedo relajarme es mínimo. Repentinamente escucho como algo cae y se quiebra en el suelo, porcelana. Me quedan minutos antes de que me llamen para limpiar pero un recuerdo me salta a la cabeza.

— ¡Alice! —Me levanto a toda prisa, atravieso todos los pasillos empujando a los desdichados que se atraviesan en mi camino. Me saldrá caro el estar cuidando a esta niña.

Al llegar al comedor logro ver una pequeña multitud, la gran mayoría sirvientas. Lo único para destacar era un hombre delgado pero bien vestido, el encargado de la casa cuando la gran señora no se encuentra, en resumen, el que puede darme ordenes en estos precisos momentos. Miro una cabellera anaranjada algo alborotada, sin importarme que fuese una figura de importancia lo aparto de un empujón. Alice respiraba entrecortadamente del susto, su kimono blanco estaba salpicado de motas carmesí, se había cortado pero afortunadamente el sangrado fue detenido rápidamente debido a la atención médica.

Tan solo me vio y sus ojos se iluminaron, se levantó para caminar hacia mí pero fue interceptada en el trayecto.

— Tú la forzaste a que te obedeciera ¿No es así? —Dijo él. Su voz es odiosamente aguda y su complexión muy frágil, de un simple golpe y podría matarlo pero… no puedo en este momento. Aunque no entiendo por qué me señala de culpable no opongo alguna resistencia.

Cuando ví más atrás de ese escuálido hombre logré entender por qué me castigaban a mí. Un omelette un poco quemado estaba tirado en el suelo, con una especie de salsa tenía escrito tres letras de mi nombre, completar la palabra para hallar el "culpable" no era nada complejo. Sé que no le pedí nada a Alice, probablemente practicaba caligrafía con comida o algo así, no es que entienda del todo las conductas humanas. Nunca les presté atención.

— Así es, no quise levantarme y la obligué a hacerlo —La niña me miró con terror, no porque yo le causara miedo sino del miedo que tenía que algo me ocurriera.

Pasó lo que esperaba, me tomaron del cuello arrastrándome por media mansión. No puse ninguna resistencia, suficiente humillación estaba recibiendo nuevamente. Al llegar a una determinada habitación me arrojó al interior de ella, me colocó unas cadenas en mis muñecas como si algo como eso pudiera detenerme y finalmente cerró la resistente puerta. De ser totalmente libre me hubiera ido pero no es así, si me alejo cierta distancia de quien es mi amo yo moriré lentamente hasta entrar de nuevo en el área marcada.

Las horas pasan endemoniadamente lentas, hubiera preferido que me drogaran y me dejasen dormido hasta que llegara el rato que me dejaran salir nuevamente. Ya perdí la cuenta del rato que llevo aquí, probablemente medio día, lo peor es que tardarán en soltarme mínimo una semana. Las bisagras de la puerta de metal, la única que no es deslizable, rechinan. Mis orejas se contraen ante el cruel sonido que perfora mis tímpanos, estoy cansado de estar sin hacer nada pero aún puedo reclamar de tan fastidioso escándalo. Levanto el rostro para comenzar a decir algo pero me quedo sin palabras.

— ¿Estás bien, Shun? —Es Alice, en una de sus manos trae un vendaje ensuciado por el polvo. Se nota que tiene todos sus sentidos en alerta así que seguramente no llegó hasta aquí con la aprobación de su tutor temporal. Asiento sin decir nada pero con velocidad se tira a llorar sobre mi cuerpo, no dejo de verle interrogante.

— No tiene sentido que llores, además… ¿De qué demonios lloras? —Pregunto frustrado del berrinche infantil, seguramente le dolía la herida.

Sus ojos irritados de tantas lágrimas buscaron los míos. Se separó con cautela mientras se levantaba y de su bolso sacaba una plateada llave, me sobresalté, esas eran las llaves de estas molestas cadenas. Con un leve temblor en sus extremidades me soltó de esas ataduras de hierro, me froté las muñecas que tenían marcas de la presión ejercida.

— Gracias… —Musité

Mi mirada recayó en su mano herida, sé que puedo ayudarla con esa punzante molestia pero para empezar ella me metió en este problema.

— Discúlpame, es mi culpa que estés aquí —Muy cierto, ni me molestaré en negarlo— Como te ví dormido creí que podría hacerte algo de comer, parecías cansado y no quise molestarte, pero solo te busqué más problemas —Bufé internamente, ella en verdad se estaba disculpando y yo aquí de arrogante, tal vez esto es lo que tanto dicen de la pureza de una cría o niño humano.

— No te preocupes… —Le dije de lo más relajado y una sensación agradable me recorrió por unos instantes parte del cuerpo. Me miró fijamente.

— No te había visto sonreír —Soltó repentinamente, caí en cuenta que se me había escapado el esconder ese gesto. Siempre tengo una cara de póker por lo que ninguna emoción suele perdurar en mi rostro. Suspiré y no me esforcé por desvanecer el gesto, no veo motivo para hacerlo, ella acaba de hacerme reír y no de manera interesada.

Con un ademán pido su mano, ella me extiende la que no tiene ningún daño. Niego en silencio, al no saber que quería termino tomándosela yo. Al ver que hizo un gesto de dolor me propuse ser menos brusco, con mucho cuidado fui retirando el vendaje hasta lograr ver la cortada. Era claramente profunda y continuaba latente a que volviera a desangrarse.

Suspiro lentamente, acerco su mano a mi boca hasta lograr rozar su suave piel con mi lengua, aunque no quiera mis orejas se inclinan hacia atrás, odio eso, me veo demasiado sumiso casi como una mascota verdadera. Suelta un quejido, es posible que le esté ardiendo pero como buen gato puedo curar las heridas con mi saliva. Se fue cerrando con gran lentitud pero finalmente logré que sanara. Ella se revisaba constantemente y luego de eso me sonrió agradecida. Tomó mi mano tirándome de ella hacia el exterior, por lo visto esta es mi sentencia más corta que eh tenido.

— ¡Alice! ¿Qué haces con él aquí? —Maldita voz chillona, odio a ese tipo. Si no fuera porque estoy obligado a obedecer es que no lo eh matado. —No importa, vendrás conmigo a tu alcoba ya vendré por este animal para encerrarlo de nuevo —La jaló con fuerza de la muñeca.

— ¡No quiero! ¡Suéltame! —No paraba de forcejear.

Un perfecto vacío legal que puedo usar para mi propio beneficio, y de paso puedo devolverle el favor a esa niña. La tomo y con un pequeño jalón logro ponerla detrás de mí, el molesto hombre me ve con aires de soberbia. Se acercaba a mí dispuesto a hacerme lo que hizo para encerrarme pero con rapidez improvisé apuntando una pequeña navaja, que tomé desde la mañana, justo a su cuello.

— Te digo que bajes eso —Ordenó titubeante, reí sonoramente con cierta malicia en mí.

— Tú no eres mi dueño, ella no quiere irse contigo. Soy su mascota ¿No? Así que debo protegerla, si te le vuelves a acercar definitivamente estarás muerto —Gruñí con gran alegría, tenía tiempo deseando hacer eso.

Tan solo retiré el objeto punzocortante y corrió lejos de nuestra ubicación. Alice miraba incrédula la escena que había contemplado pero luego me sonrió con tristeza.

— Tú quieres irte ¿Verdad? —Me fue imposible negar mi mayor anhelación, asentí con la cabeza. Seguramente ella ya tenía en conocimiento que solo mi dueño puede liberarme, pero eso es a delimitada edad, más bien en su mayoría de edad, al menos aquí es a los diecisiete años. Me extendió su mano para luego reducirla a un solo dedo: el meñique. Le miré sin entender— Te prometo que te dejaré ir cuando pueda dejarte libre, hasta entonces ¿Podemos ser amigos? —Mi interior brincó de alegría.

Demasiado crédulo y encima soy consciente de ello. Dejándome emocionar por las palabras de una chiquilla que apenas está conociendo la vida. Bueno… tener esperanzas no mata a nadie. Me agacho para quedar a su altura y cierro la promesa al enlazar su dedo con el mío.

— Hasta entonces no dejaré que nada te pase —Musité divertido de esta peculiar promesa.


Hola, hola jeje. Al fin que aparezco ^^U Diría algo como ¡Feliz año nuevo! pero notará que son 25 días de retraso -.-U Odio los regresos a clases D: En fin, aquí con una mini historia de probablemente solo dos capis. Con una trama… para que negarlo… tan rara como su autora XD Y como pocas veces que lo hago poniéndome en el lugar de Shun, no sé… se me complica ver las cosas a como él las vería ^^U pero aquí hago la lucha :3

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Neko-Chan