Capitulo 1

Capitulo 1. Sentimientos helados, el nacer de la oscuridad.

El mundo sufrió una congelación terrible hace trescientos años, y la mayor parte de los humanos murieron, sobreviviendo solo algunos de ellos. Los supervivientes perdieron las ganas de vivir, aterrorizados por el invierno eterno y así la raza llego hasta casi la extinción. El mundo, antes tan ampliamente poblado por ellos, se dividió en tan solo cuatro ciudades en una misma península: La ciudad del Norte, Sur, Este y Oeste.

Dios, alarmado, envió a sus ángeles a la Tierra a ayudar a sus hijos, para ello, les doto de "calor". Es decir, el cuerpo de los ángeles desprendía un calor agradable que se extendía por la zona en donde él alado ser habitase.

Sucedió entonces algo que el mismísimo Dios no había previsto: muchos ángeles quedaron corrompidos por la maldad de los corazones humanos, absorbiéndola y haciéndola parte de ellos.

Se convirtieron en ángeles caídos, que odiaban a la humanidad y pretendían acabar hasta con la última persona. Al frente de ellos estaba un arcángel poderosísimo que había luchado contra el mismo Dios.

El resto de ángeles del mundo, viendo el peligro que acechaba a los humanos, comenzaron a instruirlos en la lucha divina, sobresaliendo entre todos ellos, dos tipos de "guerreros": las sacerdotisas y los caballeros.

Así dieron comienzo las batallas entre "ángeles (humanos y ángeles.) y demonios (ángeles caídos y sirvientes)".

Ciudad del Norte

Kagome estaba aterrorizada ante la sola idea de que aquello les estuviera pasando. Se oían las maderas de los sitiadores chocar contra las puertas de roble. La poderosa ciudad del Norte estaba siendo atacada por aquellos malditos demonios, y estaban apunto de penetrar en la "capilla" principal, en donde se encontraba su "fuente de calor".

Pero era normal, teniendo en cuenta que el maldito arcángel caído los dirigía.

Volteo rápido para ver como y donde se encontraba el ángel.

Había un chico vestido con un traje de batalla blanco, una larga cabellera plateada y...orejas de perro en una esquina del habitáculo, mirando tranquilamente los temblores de las puertas. Ella se aproximo a él. Como siempre, noto como si la temperatura alrededor subiera unos grados, lo cual era agradable.

-Inuyasha, ¿estas bien?

-Tranquila, sacerdotisa, la cercanía de ellos no me ha afectado.

-Inuyasha...

-Venga, Kagome, relájate. Los escuadrones del Sur y el Oeste no tardaran en llegar.

-Claro, como llegaron al Este en su momento, ¿no?

La voluntad del ángel flaqueo. Lo del Este había sido una masacre. Los demonios estaban ganando mucho terreno y su ejército había aumentado considerablemente, al punto de lanzar un ataque a la Ciudad del Este y destruirla por completo. No hubo supervivientes y los ángeles de aquella zona, Kagura, Rin y Kohaku, habían desaparecido. Cuando el resto de ciudades acudió en su ayuda, ya no había nada que salvar, ni siquiera quedaba piedra sobre piedra.

-No te desanimes, desde entonces estamos mucho más en contacto y alerta que antes y lo sabes bien, no permitiremos que eso se repita de nuevo.

-Ojala que no, no quiero morir sin haber visto antes la muerte de "ese".

-La verdad, yo tampoco.

"Ese" era como nombraban a el arcángel que los dirigía, por miedo, desprecio o cualquier otro motivo, siempre evitaban pronunciar su nombre.

Kagome echo otro vistazo a la sala donde estaban. Ellos dos se encontraban en un extremo derecho de la parte trasera del lugar, junto con los otros dos ángeles de la ciudad, Shippô y Miroku, varios caballeros estaban esperando frente a la puerta, entre ellos reconoció a su amiga Sango, a prudente distancia de ellos había diez o doce más y después mucho más rezagados había sacerdotes y sacerdotisas dispuestos a disparar sus arcos, lo que le recordó a Kagome que ella debía hacer lo mismo, y, tomando una flecha, tenso su arco. Para después dirigirse corriendo a donde se encontraban las sacerdotisas y situarse.

De vez en cuando, echaba miradas a su hermana Kikyô, Alta sacerdotisa del Norte, que era quien debía dar la orden de disparar.

La puerta comenzaba a dar claros signos de derrota, cuando se escucharon las grandes trompetas del Oeste y el Sur, ¡aleluya! Estaban salvados, eso, claro, si "ese" no acababa con todos.

La puerta cedió, dejando visible el Caos que reinaba fuera. Las sacerdotisas tensaban sus arcos y disparaban sin cesar, los sacerdotes luchaban contra las bestias aladas, los y las guerreros, luchaban contra los demonios y varios ángeles caídos allí presentes. Los guerreros y sacerdotes del interior de la Capilla salieron para ayudar.

La sangre de los demonios corría a mares por la ciudad, pero muy pocos humanos morían, pues sabían muy bien que si lo hacía, su especie se extinguiría, de manera que luchaban con la desesperación de aquel que defiende lo último que le queda.

De repente, alguien entro en la Capilla principal y todas las sacerdotisas se prepararon para disparar. Cuando el polvo generado por las batalla de fuera se disperso un poco, se quedaron de piedra.

Sesshômaru, arcángel caído y señor de los demonios, se encontraba allí frente a ellos. Con su típico atuendo de guerrero celestial, pero negro. Inuyasha solo lo miro despectivamente antes de comentar.

-¿Sabes, hermanito? El negro no te favorece nada.

El otro se enfado, momento en el cual Kikyô considero prudente dar la señal y un mar de flechas espirituales fueron directas a Sesshômaru, que se limito a hacer un gesto con su mano, formándose un campo de energía a su alrededor que reenvió las flechas a sus propietarias en el lado izquierdo de la sala.

Kikyô cayó al suelo, como el resto de las sacerdotisas, atravesada por su propia flecha y otra más. Muchas de ellas hacían claros gestos de dolor, de forma que se podía predecir que no todas habían muerto.

Kagome, en cambio, se salvo de aquel destino. Kikyô había atraído la flecha que estaba dirigida a ella con su propia energía, salvándole la vida. Sintió deseos de llorar, pero los reprimió, se había educado para el dolor y debía mantenerlo a raya por si necesitaba hacer pleno uso de sus poderes.

-Vaya, Inuyasha, tus amiguitas son muy débiles.

Inuyasha ya no reía, podía sentir a quienes de ellas había segado la vida y, para su desgracia, Kikyô había muerto. Y él la amaba.

-Maldito Sesshômaru.

Kagome se alarmo muchísimo al ver como una luz mortecina comenzaba a cubrir el corazón de Inuyasha y, le pareció que el calor comenzaba a descender.

Aquello solo podía significar algo: Inuyasha estaba siendo corrompido por sus propios sentimientos...

Sesshômaru parecía terriblemente complacido. Sin duda, ese había sido su plan desde el comienzo...

-¡Inuyasha!

Este la miro, con unos ojos entre dorado y rojizo. Miro a Kagome, la chica más dulce que había conocido jamás, ahí, en medio de los cuerpos de las sacerdotisas muertas, y se dijo que aun tenía algo que proteger y por lo que vivir. Su "transformación" se detuvo y Sesshômaru chasqueo los dientes, frustrado.

El ángel y sus dos compañeros corrieron hacia Kagome y se pusieron frente a ella. Sesshômaru lanzo una bola de energía hacia ellos, que los ángeles no tardaron en repeler con una barrera de energía espiritual.

Entonces, llegaron nuevos visitantes a la Capilla. Tras Sesshômaru surgieron Naraku y Onigumo, ángeles caídos. Y para sorpresa de todos, pero en especial de esos tres, del suelo surgieron tres pares de alas blancas, que al poco se impulsaron, apareciendo Kagura, Rin y Kohaku.

-¡¡Pero si estabais muertos!!

Kagura rió.

-Ni lo sueñes, nos escondimos en vuestras sombras hasta pisar territorio seguro, matasteis a todos los nuestros y no hay cosa que más deseemos que la venganza.

Kagome suspiro, ya podía ser todo lo arcángel que quisiera, pero si son seis ángeles en contra, por mucho poder que se tenga, no es suficiente.

Ellos parecieron entenderlo e iniciaron la retirada, que les costo cara. Los caballeros habían acabado con todos los demonios y se dirigieron a la Capilla, mientras que varios sacerdotes seguían ocupados con las bestias.

Al frente, para alivio de Kagome, iban Sango y Kôga, un amigo de Oeste, que, con todo su valor, comenzó a luchar cara a cara con Sesshômaru.

Inuyasha se aparto de la sacerdotisa y se dispuso a ayudar a Kôga, desenvainando su katana, Colmillo de Hierro Celestial.

Naraku y Onigumo estaban siendo presionados por Kohaku, Rin y el resto de guerreros, a los que se les sumaron los sacerdotes. Las sacerdotisas de las otras ciudades corrieron en ayuda de las heridas del Norte.

En un momento, llegaron aun más refuerzos, pero de modo diferente.

Los ángeles habían decidido capturar a Sesshômaru y era imposible que este lograra escapar. Llegaron cuatro ángeles más: del Sur, Kirara y Midoriko, y del Oeste llegaron Tsubaki y Kaede.

En un descuido, Naraku y Onigumo lograron escapar. Finalmente, los ángeles crearon una gran y potente barrera alrededor de Sesshômaru, lanzado su "Corriente Divina" y dejándolo sin fuerzas e inconsciente.