Renuncia: todo de Sui Ishida.

Aviso: Este fanfiction participa en el "Reto Temático: Recuerdos" perteneciente al foro Anteiku: la cafetería para los fans de Tokyo Ghoul.

N/A: podría hacer una tesis de lo que es Haise (y por qué lo amo tanto), but– mejor un drabble. Spoilers, sí, coherencia, no.


Acepta sin objeciones desconocer veinte años. (Ya que antes, en algún lugar, él se opuso a su destino y éste se lo terminó tragando y Sasaki no lo sabe pero a su vez sí y prefiere ser arrastrado por la corriente —de personas, de fragancias, de ruidos— antes que repetir la historia).

Aunque cada engranaje de vueltas y termine donde empezó de forma accidental.

Incluso si lo corroe la ansiedad de confesarle a Arima de que intuye que antaño luchó contra alguien que se parece mucho-poco a él y este lo atravesó con una quinqué, juzgándolo cuan poderosa deidad que le prepara el viaje al Averno; no lo dice. Así como no cuestiona por qué en su primer encuentro Suzuya le regaló —devolvió— un fajo de billetes y unas cuantas monedas con tanta familiaridad pese a ser desconocidos, o debido a qué Akira le dedica esas miradas inescrutables (no es él, no es él, no es…).

Sasaki sólo calla y se limita a cumplir órdenes y ríe y es el muchacho perfecto y responsable que muestra buena disposición a todo —siempre tocándose el mentón, de esa forma—. Y conoce cada librería de ese distrito de memoria, pese a que varias no las ha visitado jamás.

Le inquieren cómo sabe, y él carece de una respuesta y se limita a mostrar una expresión avergonzada.

(—Es mi nariz de kagune, ¿s-sabéis? poseo buen gusto para los libros).

«Ella me lo inculcó

¿ella quién?».

Y entrecierra los párpados y casi palpa su presencia, sonriéndole con elegancia y descaro. La Diosa de la Calamidad que comió su carne (y amor) e insatisfecha hizo un nido dentro de sus entrañas, las de ese alguien que no es él —Ka-ne-ki-kun—. No la conoce pero cree que podría adorarla, en otros tiempos, otra piel.

Es lo mismo con muchas cosas que desconoce por ser creado tardíamente y defectuoso.

Cuando observa la figura de un conejo y le apetece seguirlo (a un país repleto de pesadillas). Las flores se marchitan y no tiene a quién enseñarle a leer. La comida gourmet sabe rancia y el Sol no brilla más, aunque siga en el firmamento —hay un regusto salado entre sus dientes, oye al agua correr asustada por las cloacas y su luz yace fundida—. Las cuentas que involucran el número mil le fallan y ciertas veces escucha cien patas rotas de insecto arrastrándose en su oído, susurrando.

(—Déjame, déjame volver).

Y es todo tan real, tan vívido, que puede mirarlo a través de un ojo. Notando que a su alrededor nada está completo, ni siquiera él mismo.

Aún con todo eso, ignorancia que se oxida, Haise sigue viviendo igual. Y está bien, sí, bien. Porque aunque la muerte no puede tenerlo y la vida no lo quiere y en el tablero de ajedrez del mundo es una pieza perdida de dominó–

Allí donde todo es blanco y negro, él es una —media— sonrisa en escala de grises.

Existe en un cuerpo que alberga tres almas (un solo corazón).