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La pena de las pinturas

HorrescoReferens

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– ¡Evans!

Ese era el incesante grito que no la dejaba, adonde fuera que fuese.

No sabía cómo, pero Potter sabía siempre adónde estaba, y, como siempre, sabía cuál era la mejor forma de acabar con lo poco que le quedaba de su cordura. La estaba volviendo loca. Pero no en el sentido que Potter deseaba, pensó Lily.

Hacía poco que amanecía el segundo día de septiembre, y ya, Lily Evans trataba de escapar de aquél que compartía el cargo de Premio Anual con ella. Cuando se había enterado, el shock casi se llevaba lo poco que quedaba de ella.

Y ahora corría escaleras arriba.

Insultó en voz alta, ya había llegado al séptimo piso, y a menos que se dirigiera a alguna de las torres, no había manera de escapar su destino mediante el ascenso. Los pasillos de ese piso estaban desiertos, y el silencio, poco característico de un primer día de clases, llenaba el aire. Los ojos de los personajes de las pinturas la seguían, sentía el leve murmullo.

James Potter se había ganado con honores el lugar de "persona más insoportable del mundo". No podía verlo, su sonrisa torcida, su cuerpo de jugador de Quidditch, sus ojos indescifrables detrás de los anteojos. Todo en él lo volvía detestable.

Lily no sabía demasiado de los pasadizos secretos del castillo. Había escuchado que algunos cuadros se abrían al escuchar cierta contraseña. En un intento desesperado trató de convencerse a sí misma de hablarle al viejo de la armadura del cuadro del final del pasillo. ¿Qué habría de decirle? ¿"Disculpe, señor de la armadura, ¿sabe dónde puedo esconderme?"? Era ridículo.

– Parecería que necesita ayuda, joven.

La voz que pronunció esas palabras pertenecía a una señora de mediana edad retratada en un gran cuadro cuyo marco dorado relucía. Lily la miró alzando las cejas.

– Mi nombre es Lady Sofronia de Chateau-Danglars, veo que me encontré con la nueva Premio Anual. ¿De qué huye usted? –le preguntó la dama con refinados ademanes.

– James Potter, el otro Premio Anual, no me deja en paz. Busco un lugar donde esconderme hasta que sea hora de asistir a mi primera clase de séptimo año –repuso Lily de un tirón, casi sin respirar.

– ¿Ve esa pared? Debe caminar tres veces frente a ella, deseando un lugar para esconderte –fue el críptico consejo de Lady Sofronia.

Lily dudó de su honestidad. Sabía por experiencia propia que no todos los habitantes de Hogwarts eran tan amigables como Sir Nicholas, Peeves siendo un caso ejemplar. Asumió que no perdía nada con intentarlo, ya que esperar a que Potter la encontrase parada o caminando era lo mismo.

Pasó caminando una vez frente a las piedras grisáceas de la pared, dos veces, tres. Esa última vez, una puerta se materializó frente a sus ojos. Sin pensarlo dos veces, entró.

El cuarto en el que se encontró estaba todo camuflado. Mientras caminaba en él, se topó con una silla, la cual no podía ver claramente, ya que era del exacto color del suelo. Sobre una mesa también disimulada, se encontraban unos cuantos libros. El arte de desaparecer, Cien hechizos desvanecedores y cómo usarlos, Invisibilidad: ¿un reto?, Guía para el que se escapa y ¿Quién necesita la confrontación?, eran algunos títulos.

James Potter no podría encontrarla ahí.

Miró la hora, todavía faltaba media hora para la clase de Transformaciones. Optó por descansar un rato, tanta corrida hacía que le faltase el aire.

Una voz la sobresaltó.

– ¿Lily? ¿Desde cuándo conocés la Sala Multipropósito?

– ¿Desde que hasta las pinturas y los fantasmas sienten pena por mí?

– ¿Pena?

– ¿Quién no sentiría pena por una chica que es perseguida por James Potter? Creo que hasta un dementor me ayudaría. Sienten pena.

– Como vos digas, pero yo diría que están celosos.

James sonrió una de sus famosas sonrisas arrogantes, y Lily, bueno, Lily no pudo evitar darle un empujón y reírse.