Prólogo.
La habitación era iluminada débilmente sólo por dos velas, los amplios estantes llenos de libros que adornaban las paredes se veían lúgubres ante la escasa luminosidad. Un leve sonido se escuchó a modo de llamado y después de un instante la puerta se abrió chirriando levemente.
-Señor, ¿ha decidido que hará?
-Aún no Stuart, aún no.
-Yo creo, mi señor. Que lo mejor sería intentar establecer relaciones con la muchacha. Ganar su confianza y luego…
-¿Luego atacarla por la espalda? Lo pensé, créeme que lo pensé pero no sé si me siento listo.
-Debe recordar las palabras de su padre, mi señor.
"El amor sólo te llevará a la perdición, hijo" Recordó el joven automáticamente a la mención de su padre.
-Es cierto, mi padre nunca se equivocaba. Y ese siempre fue su lema, el amor sólo lleva a la perdición.
Tras unos segundos de silencio que parecían interminables para el expectante servidor, el aludido continuó con palabras llenas de decisión.
-Stuart, por favor dispón las cosas para viajar en los próximos días, cuanto antes mejor y prepara los trámites para ingresar al mismo curso que ella.
Una sonrisa maliciosa se esbozó en los labios del fiel servidor.
-Como ordene, mi señor.- Será un placer, pensó.
Ajeno a las intenciones de su ayudante, él pensaba fríamente cómo llevaría a cabo su sus planes e imaginando todas las cosas de las que sería capaz en cuanto tuviera en sus manos la llave de la vida como él llamaba al mágico báculo que deseaba.
