Prólogo
-Ya no puedo escuchar tu voz… Padre… ¿Qué ocurrió? ¿Por qué ahora tú eres el que me abandona…? Dios… cuál es tu propósito en esto… Házmelo saber… Padre…-
El día está nublado, tanto que las luces de la ciudad se han encendido, no tardará en llover, y hoy es el día en que enterrare a mi padre… Llevó el vestido negro que mi mayordomo Vincent, mando pedir de París, es hermoso, lástima que lo use para algo tan sombrío, igual a mi padre le gustaba el color negro…
-Por aquí Señorita Collingwood – Dijo el mayordomo de edad madura, mientras le abría las puertas principales, a fuera le espera un auto negro, lujoso, y seis hombres vestidos de traje negro con gafas le esperan el línea como soldados, el chofer joven le abre la puerta, ella entra y después le siguen sus hombres trajeados. El auto arranca, encaminándose a donde será el entierro del Señor Collingwood.
-Trece años estuvimos juntos padre… y no fue suficiente, al igual que con mamá… Ahora debes estar con ella, sé que nos volveremos a encontrar, pero aun no es mi turno… - Pensó la chica pelirroja mientras veía a través del cristal de la ventana.
Pocos minutos pasaron para que el auto se detuviera, de repente comenzó a llover levemente, el chofer salió, no sin antes sacar el paraguas para cubrir a la joven señorita de la lluvia. Los hombres que le acompañaban salieron detrás de ella, protegiéndola, uno de sus guardias le entregó el paraguas ella lo tomó con ambas manos, y tomó un respiro fresco, se acomodó el sombrero en negro que traía, y su vestido negro que le llegaba debajo de las rodillas se lo arregló poco, traía unas pantimedias color gris, y unos zapatos negros, y un pequeño abrigo con un moño en rojo oscuro en medio, y su cabello lo sostenía a la mitad por un listón negro, soltó el aire que había tomado, y dio un paso, y otro más…
Camino por el sendero color tierra, y pasó algunas tumbas de familiares fallecidos, eran parte de la famosa familia Collingwood. Antes de llegar a donde estaba el ataúd de su padre, un grupo pequeño de reporteros se amontonaron gritando:
-¡Señorita Collingwood! ¡¿Qué siente al ser la única heredera de toda una compañía?! –
-¿Podría decirnos cómo se siente ahora? –
-¡Unas fotografía para el periódico! –
-¿Quién diseño su vestido? -
La chica se perturbó, y se molestó, frunció el ceño diciendo fríamente. – Sin comentarios. – Tres de sus hombres, se separaron para alejarla de los amarillistas, ella en realidad se puso a pensar en esas dichosas preguntas, pues ahora que su padre había fallecido y no tenía otro familiar más cercano, ella debía tomar el control de la compañía más famosa en Europa, Estados Unidos, y parte de Japón, la empresa manufactura de beyblades "Collingblade".
Llegó finalmente a una silla, cerca del agujero en el cual enterrarían a su padre, igual que a su madre hace ocho años. Con el paraguas en mano, y el sombrero que traía una especie de velo negro, se cubrió para que no le viesen llorar, y mucho menos que le tomaran fotografías. Había un techado, más bien una pequeña carpa que encubría lo suficiente, era lluvia ligera pero aun así molestaba.
El pastor salió en escena, con biblia en mano, y todos los presentes, amigos de la familia, se pusieron de pie. El hombre de edad madura, con gran y potente voz, abrió sus biblia y leyó un pasaje bíblico:
Salmo 91
El que habita al abrigo del Altísimo
Morará bajo la sombra del Omnipotente.
2 Diré yo a Jehová: Esperanza mía, y castillo mío;
Mi Dios, en quien confiaré.
3 Él te librará del lazo del cazador,
De la peste destructora.
4 Con sus plumas te cubrirá,
Y debajo de sus alas estarás seguro;
Escudo y adarga es su verdad.
5 No temerás el terror nocturno,
Ni saeta que vuele de día,
6 Ni pestilencia que ande en oscuridad,
Ni mortandad que en medio del día destruya.
7 Caerán a tu lado mil,
Y diez mil a tu diestra;
Mas a ti no llegará.
8 Ciertamente con tus ojos mirarás
Y verás la recompensa de los impíos.
9 Porque has puesto a Jehová, que es mi esperanza,
Al Altísimo por tu habitación,
10 No te sobrevendrá mal,
Ni plaga tocará tu morada.
11 Pues a sus ángeles mandará acerca de ti,
Que te guarden en todos tus caminos.
12 En las manos te llevarán,
Para que tu pie no tropiece en piedra.
13 Sobre el león y el áspid pisarás;
Hollarás al cachorro del león y al dragón.
14 Por cuanto en mí ha puesto su amor, yo también lo libraré;
Le pondré en alto, por cuanto ha conocido mi nombre.
15 Me invocará, y yo le responderé;
Con él estaré yo en la angustia;
Lo libraré y le glorificaré.
16 Lo saciaré de larga vida,
Y le mostraré mi salvación.
-Al fin y al cabo… qué es la muerte… Es solo un principio, un privilegio para acercarnos más al Señor. Xavier Collingwood, está ahora con nuestro padre celestial. Amén… -
-Amén…- Se escuchó al unísono por parte de todos los presentes. La chica sentada, veía el ataúd color negro, con una cruz dorada dibujada a los lados, veía como las gotas de lluvia que le alcanzaban se escurrían y se esparcían por todo el contorno de dicha ataúd. De repente notó que ya era la hora de decir el último adiós a su padre terrenal.
Se puso de pie para acercarse un poco, y tomo una rosa color carmín, de uno de los arreglos que provenían de la familia, para ponerla sobre el ramo de flores blancas que adornaba la ennegrecida caja. Sonrió debajo de ese velo, y soltó un par de lágrimas, la caja bajo lentamente, ella se quedó de pie viendo cómo iba descendiendo… Las personas se acercaron a arrojar una flor, y un puño de tierra, y uno que otro le daba el pésame a la chica, la cual ni siquiera respondía.
Una vez que los hombres del cementerio empezaron a enterrar y acomodar las flores, y arreglos, pocas personas se quedaron ahí, la chica pelirroja no se movió ni un centímetro, hasta que una persona de su misma estatura, tal vez un poco más alto se acercó colocándose a un costado, acomodando una rosa roja junto a las demás.
Ella giró sus ojos a el chico pelirrojo, y se sorprendió al reconocerlo, éste se dio la media vuelta y le miro diciendo – Vidaxir… -
-T-tala…- Dijo ella entrecortado por la impresión, y le notó la vestimenta, que constaba de un traje negro en su totalidad, una camisa blanca y una corbata en rojo.
Un hombre de edad madura de cabellos violeta, se acercó a donde ellos, diciendo – Mi más sentido pésame, Señorita Collingwood. –
-Señor Boris Balkov… Hasta usted está aquí…- Decía aun conmocionada.
-Es mi deber estar al pendiente de usted, y además el pequeño Tala insistió en venir, pues es un momento muy delicado para usted ahora.- Dijo en un tono afligido el hombre ruso.
-S-sí… Así es…- Contestó entrecortado debido a que había forzado su garganta para no llorar.
-Ya es hora de retirarnos, Señorita – Dijo uno de los hombre de negro, acercándose por detrás.
-Cierto…- Respondió ella, pensó un momento -Uhmm… ¿Tienen dónde hospedarse esta noche? -
-Ah… en realidad planeábamos regresar a Rusia… y más yo, no puedo dejar a mis muchachos… Pero Tala puede quedarse si lo necesita… -
-Si no le molesta a usted… preferiría que se quedará por lo menos esta noche…-
-Bien, pues después de todo están comprometidos, por mí no hay ningún problema.- Dijo Boris tomando al chico de los hombros y entregándoselo. –Puede quedarse el tiempo que sea necesario. – Agregó al final con una leve sonrisa.
-Pero… Boris…- Pareció replicar el chico pelirrojo – ¿Qué hay del…?-
-No te preocupes, Tala. – Interrumpió, y se acercó a él, se puso en cuclillas, llevando sus manos a los hombres del chico. -Eso no es importante ahora, debes encargarte de tu prometida. –
Tala se extrañó un poco con lo que le dijo Boris, y sin chistar ni decir más nada respondió asentando con la cabeza – Sí, tiene toda la razón…-
-Gracias Señor Balkov. – Interrumpió la chica agradecida - Que tenga un buen viaje. –
-Sí. – Se incorporó del suelo, y se enderezó diciendo - Cuídese mucho, Señorita Collingwood. – se alejó despidiéndose, y al subir en un auto blanco, volteó a mirar a la joven pareja.
-Hora de irnos – Dijo Tala seriamente causándole un sobresaltó a la chica Collingwood.
-Sí… - El chico ruso le tomo el paraguas para cubrirla él mismo como gesto de caballerosidad. Y subieron al auto juntos.
Una vez que llegaron a la mansión de la chica, ambos jóvenes se encontraban en la enorme sala de estar, tomando un poco té que la sirvienta había servido en una vajilla muy elegante.
-Sé que no debería preguntar… pero no puedo evitar mi curiosidad. –
-¿Qué ocurre? – Cuestionó Vidaxir, dejando la taza en la mesita de vidrio que tenía frente suyo, y le miró intrigada.
Tala dejo a un lado la taza, se puso de pie, esto puso perpleja a la chica, que abrió sus ojos. El chico ruso se acercó poco a poco, ella le siguió con la mirada y éste sentó a un lado, muy cerca diciendo
-Sé que debes estar devastada por dentro… y yo… sólo quiero saber si ¿estás bien?- Dijo en un tono afligido el chico ruso, tanto que la chica se conmovió:
-Ah… Es eso…- Miro al frente, para luego agachar su cabeza, Tala le notó, ella respondió – Es obvio lo que siento en estos momentos, estoy bien, pero me siento triste…- Se abrazó a sí misma, intentó no liberar el sollozo, pues sus ojos se humedecieron nuevamente. –Lo voy a extrañar… Los voy a… a e-extrañar…-
Tala se puso de pie, e inmediatamente le abrazó, hizo que la chica se sobresaltará, no esperaba una reacción de afecto por parte de él, pues en realidad se habían visto muy pocas veces como para que ya le tuviese confianza.
-T-tala – Decía ella entre el pecho del chico, pudo escuchar incluso sus latidos y percibir el aroma de su colonia para caballero. –G-gracias…- Tala escuchó el agradecimiento por parte de la chica, e inmediatamente le soltó, dando un par de pasos hacia atrás. Vidaxir le miró, y notó la expresión en su rostro, parecía como si estuviese asustado. – ¿Dije algo malo? – Preguntó triste. A lo que Tala respondió – No, no, para nada…- Dio la media vuelta, dándole la espalda, Tala parecía preocupado, y llevó su mano derecha a las sienes.
Han pasado dos días, y el chico Ivanov siguió en Londres, a lado de la chica Collingwood, ambos están en el jardín, charlando. El día está poco soleado, están a principios de otoño, vestimenta de Tala consta en un típico traje color café, con pantalones cortos, camisa blanca, sin corbata, solo con las ligas que acompañan el pantalón, y zapatos en café oscuro. Mientras Vidaxir trae puesto un lindo vestido que le cubre hasta los pies, color dorado, con un toque de café, y su cabello rojizo lo traía recogido en su totalidad, formando una "cebolla".
-Sí, es la primera vez que como algo tan dulce como esto. – Decía el chico en un tono emocionado al ver tan delicioso postre que les fue servido hace unos minutos. Era como un pastel de chocolate y a un lado un poco de nieve de vainilla. – ¿Cómo dices que se llama? – Preguntó viendo a la chica Collingwood que apenas se llevaba un bocado a la boca, ella respondió.
-Se llama, Sticky Toffee. Es muy delicioso. No me sorprende el que no lo conozcas ya que es más tradicional de Inglaterra. –
-Oh…- Expresó Tala. –De hecho… sin duda alguna se ve exquisito y lo sabe. –
Sonrió la chica levemente tal cual dama de la alta sociedad, y siguió comiendo su postre, Tala observó el suyo y algo pasó por su mente.
-Gracias por pasar estos días conmigo. – Dijo la chica Collingwood agradecida.
Tala volteó a verle diciendo – No tienes porqué agradecer, es normal que lo haya hecho. –
-Mmh… Sí, pero no quiero quitarte más tu tiempo. Ya te reserve un boleto de avión para que regreses a Rusia. –
Tala se impresionó, abriendo sus ojos, le miró nuevamente y no evitó preguntar – ¿Te aburriste de mí, o qué? – Dijo en un tono serio, Vidaxir le dio un sorbo a su taza de té y respondió sin haberse intimidado – Es solo que me voy a ocupar en la compañía, no te veré dentro de un tiempo, es todo.- Dijo serena la chica. Tala se tranquilizó, pero de igual forma se levantó de la mesa haciendo ruido con la silla, y se retiró inconforme. La chica Collingwood, volteó a un costado y cerró sus ojos soltando un suspiro, tomó de nuevo la taza de té para terminarlo y seguir al pelirrojo.
-Tala…- Dijo ella al entrar en la habitación del chico, pero no estaba ahí. Salió y se encamino a uno de los pasillos. – ¡Vincent, Vincent! – El mayordomo apareció frente a la chica diciendo:
-¿Me llamo, Señorita? –
-Ahm… A Tala… no está en su habitación. –
-Oh… él joven Ivanov, se encuentra afuera entrenando con su beyblade. –
-¿En serio? Qué rápido, ni siquiera le note cuando fue hacia allá… - Pensó un segundo – Gracias, Vincent. –
-Para servirle, Señorita. –
La chica salió de nueva cuenta de la casona y se dirigió a una parte del jardín, era un pequeño edificio de dos pisos, el cual nadie lo usaba, pero era especial para entrenar el deporte del beyblade, teniendo un gran bowl clásico para poder iniciar. El chico Ivanov estaba a un lado del tazón, lanzando su beyblade el cual giró alrededor del tazón, la chica suspiro de alivio, y subió los escalones llamándole – Aquí estas, Tala…-
-Sí, qué sucede – Dijo de mala gana el muchacho.
Vidaxir le notó su enojo, e ignorando aquello dijo – Ya tienes mucho practicando este deporte…-
-Sí, es mi vida…- respondió.
-Qué fuerte respuesta… - Pensó ella. –Amm… Tala…-
-¿Qué? –
-Quieres algo más difícil –
-¿Huh? Como qué… -
La chica bajo de las escaleras, y se acercó a un panel de control, donde había ciertos botones y palancas, presiono unos, haciendo que el tazón temblara y sobre él Tala. De debajo salió un montón de pilares al estilo romano, Vidaxir volteó gritando – Se supone que debes derribarlos, así tu beyblade se hará más resistente. –
Tala dijo – Ya lo es, mi adorado Wolborg puede con lo que sea. –
-¿Estás seguro de lo que dices?- Dijo la chica seriamente, para presionar otros botones apareciendo unos beyblades de la marca de su compañía.
-¡Je! Esto es pan comido, Vidaxir –
-Anda…- Dijo la chica confiada, acercándose poco a poco al tazón – Quiero ver cómo lo haces.-
-Bien… -
Los pilares eran más gruesos de lo que parecían, y los otros tres beyblades acorralaron al de Tala, éste dibujo una sonrisa macabra en el rostro, confiado dijo. –Mira esto…- Se enderezó gritando a todo pulmón – ¡Vamos, Wolborg! ¡Novae Rooog! –
Vidaxir se asombró, pudo divisar a la perfección la bestia bit del chico, conocido como Wolborg pero antes vio a la dama de blanco ella dijo en voz baja – ¿Winterin…?-
-¡Gaaaaah! ¡Ja, ja, ja!–
El frío se sintió en el tazón de beyblade, y justo donde estaba Wolborg el suelo se congelo, y junto a él los tres beyblades de la chica. Tala mando a destruirlos, causando que se destrozaran por el congelamiento, los pedazos inservibles en su totalidad cayeron al redor del tazón.
Vidaxir quedó sorprendida, era la primera vez que veía a su prometido jugar, y más le llamo la atención el verlo desahogarse a su manera, parecía ya más tranquilo.
-¿Qué tal, eh? – Dijo Tala con cierta emoción, y una sonrisa de victoria.
Vidaxir rodeó el plato, dirigiéndose hacia Tala diciendo – Nada mal, me sorprendiste. – Se cruzó de brazos pegándolos a su cuerpo.
-¡Hmp!- Exclamó el chico con la sonrisa en su rostro, le dio la espalda de nuevo a la chica y bajo, Vidaxir volteó al pequeño desorden que se hizo, sacó un celular de entre su vestido, presionó un botón, y se escuchó la marcación, sonó una vez y una voz conocida respondió:
-¿Si, Señorita Collingwood? –
-Vincent, hay que limpiar el estadio.-
-Ahora mismo mandaré al equipo de limpieza.-
-Gracias. – Colgó la llamada, y lo volvió a introducir en su bolsillo.
Espero unos cinco minutos y el mayordomo junto a los de limpieza, llegaron.
-Ya tenía mucho que no venía para acá, Señorita Collingwood – Dijo el mayordomo, Vincent, acercándose a la joven.
-Lo sé… De hecho, me trae muchos recuerdos…-
-Entiendo. – Sonrió el hombre.
-¿Y Tala? –
-El joven, ahora está tomando una ducha.-
-¡Listo, Señorita! – Grito un joven de vestimenta azul celeste, ya habían terminado de limpiar.
-Sí, gracias. –
El pequeño grupo de chicos se retiró, y la chica Collingwood se colocó a un lado del tazón y junto a ella su mayordomo el cual sacó una caja negra, y la abrió, por dentro era de terciopelo rojo. –Aquí tiene.- Dijo el hombre.
-Lo trajiste.- Volteó su mirada la chica, poco sorprendida.
-Para eso me llamó también…- Sonrió el mayordomo.
-¡Je! Gracias… - Se acercó a la caja y llevó sus manos hasta sostener lo que contenía. Solo esbozó una sonrisa como si recordase algo bueno.
Al día siguiente en el aeropuerto de Londres:
-Bien, me voy…- Decía el chico ruso.
-Lo sé, muchas gracias por todo…- Hizo una ligera pausa para enfatizar algo mas - …Yuriy…-
Tala se estremeció al escucharle decir su nombre en un tono ruso, hasta pareció que lo doblego por un momento haciendo que incluso se sintiera un poco distinto. –Ah…- Expresó el chico atontado.
-Bueno, ya es hora. Nos volveremos a ver. – Sonrió la chica, sus hombres le protegían desde atrás y su mayordomo le acompañaba.
-S-sí… Lo sé.-
-Cuídate mucho, y hazte más fuerte. No dejes que Boris te consuma. –
Tala prestó atención a aquellas palabras, y puso una cara de extrañez, la chica lo notó pero no dijo nada solo pronunció – Adiós – Se dio la media vuelta dejando al chico para abordar el avión que lo llevaría a Rusia.
Dentro del avión, el chico Ivanov veía a través de la ventana, meditando acerca de algo que le causaba incertidumbre.
-¿Por qué me hace dudar? Y además, a pesar de que estamos comprometidos por obligación, me atrae, y Boris dijo que no era necesario que sintiera algo por ella, pero no puedo evitar este sentimiento…-
La chica salía del edificio escuchando el sonido de los aviones despegar, miro al cielo viendo la marca que dejan al surcar el firmamento y dijo – Lo siento, pero realmente me tardaré en encontrarte. Hasta entonces… Cuídate…-
El auto lujoso la esperaba y el chofer le abrió la puerta, entró y de inmediato arrancó, sus hombres no entraron con ella ni siquiera su mayordomo Vincent, el chofer se quitó el sombrero y sonrió viendo por el espejo a la chica sola en la parte de atrás.
-Rayos…- Expresó poco asustada.
Fin del prólogo.
Notas del Autor: ¡Hola Amigos! Aquí pasando con un nuevo Fic, y sí ya sé que no he terminado muchos otros, lo intentaré pero las cosas se tardan y yo también, me inspiro en uno o en otro, y así. Gracias por leer este comienzo de mi fic de Beyblade (obvio) Saludos y bendiciones y mi agradecimiento personal a DeyaRedfield por terminar de inspirarme nwn.
