Prólogo

La isla de la Jauría de Lobos...

La mujer contempló, desde los altos ventanales de su castillo, la vasta extensión de terreno que se alzaba ante ella. Ese día, llovía, y el agua se deslizaba en turbias cortinas sobre la ladera en la que se asentaba la fortaleza. Podía escuchar el aullido cambiante del viento, un titán que desplazaba con salvajismo las copas de los árboles y, a lo lejos, creaba poderosas olas marinas que se estrellaban en la costa para morir en la arena. El cielo gris, íntegramente cubierto de nubes tormentosas, ocultaba una luna que ese día no deseaba salir, por temor a la furia de los elementos que esa noche se desataba sin piedad.

La desconocida, una estatua de mármol en la majestuosa habitación a oscuras, parecía no respirar siquiera. Con un único y breve gesto, alzó una de sus gráciles manos para limpiar el vaho que la lluvia había dejado en la ventana. Escrutó la oscuridad con sus ojos del color del ámbar. Ningún humano normal hubiera podido advertir algo en la oscuridad y la tempestad que asolaba el exterior.

Pero ella no era una mujer normal.

Con un suspiro de exasperación, la extraña se alejó de la ventana y comenzó a vagar, con pasos presurosos, alrededor de la estancia. Sus brazos descansaban cruzados sobre el pecho, y mantenía el ceño fruncido en ademán pensativo. Sin darse cuenta, acabó por detenerse frente a un alto y recargado espejo que colgaba en la fría pared de piedra, y contempló su reflejo mientras continuaba sumida en sus reflexiones. La imagen que le devolvía el objeto era la de una mujer joven, alta y cuyo cuerpo resultaba una exótica paradoja entre la elegancia y la fortaleza: dotada de un busto delgado y grácil, bajo la piel de un profundo tono broncíneo se adivinaban unos músculos definidos y atléticos. El color oscuro de su cuerpo contrastaba intensamente con su atuendo, pulcro y blanco, y con el cabello, rubio y salpicado de fulgores argénteos. Era atractiva, y se la hubiera podido considerar hermosa de no ser por el brillo gélido que invadía sus ojos dorados.

La mujer torció los labios de forma irónica al percatarse, por primera vez tras varios segundos, de que se estaba contemplando a sí misma. Su disfraz era perfecto, y ningún humano al verla sería capaz de adivinar lo que era en realidad… a no ser que dicha criatura fuera extremadamente perspicaz y adivinara, no sin asombro, que raras veces los humanos poseían características tan extrañas, tales como el color de sus ojos o el brillo de su pelo. Por ese y otros motivos Xellas Metallium no solía aventurarse al mundo físico, tan plagado de humanos como si de un virus se tratara, a no ser que la ocasión lo requiriera realmente.

Y esta era una de esas ocasiones, se dijo, soltando una breve carcajada al meditar y repasar sus planes por decimoquinta vez.

─ Se os ve contenta, mi señora.

La voz masculina y engañosamente suave provocó un respingo en el cuerpo de Xellas. No obstante, no se volvió, pues la imagen del recién llegado se materializó justo a su espalda, y el espejo le proporcionaba una espléndida panorámica del individuo. La figura, tan elegante como la de la propia Xellas, permanecía rezagada en las sombras, pero los penetrantes ojos de la fémina eran capaces de captar hasta el más mínimo detalle. El hombre, semioculto bajo una larga capa negra, era un poco más alto que ella, y cruzaba sus manos enguantadas sobre el regazo de manera apacible. Entre sus brazos descansaba un báculo de madera, y el tenue resplandor de la esfera roja situada en el centro del objeto iluminaba débilmente unas pálidas facciones, sobre las cuales caía el cabello violáceo, largo hasta los hombros. Del rostro sólo se adivinaba una sutil sonrisa ambigua, expresión habitual en la enigmática criatura.

Sin duda un simple mortal se habría quedado impresionado ante una aparición semejante si se encontrara envuelto en las penumbras del castillo, pero Xellas se limitó a fruncir el ceño, y sus ojos relampaguearon con furia. Muy propio de él, surgir de la nada cuando nadie, ni siquiera ella, se lo espera.

─ Hola Xellos ─ saludó la mujer con una voz desapasionada, áspera. Xellos se limitó a acentuar su sonrisa y ensayó una grácil reverencia ante su ama, situando su mano derecha en el pecho al tiempo que se inclinaba con delicadeza. Cualquier otro siervo mazoku se hubiera encogido de terror ante una bienvenida similar por parte de su señor, pero Xellos era diferente, pensó Xellas, no sin cierto orgullo.

─ Saludos, mi ama ─ dijo el demonio, esta vez arrodillándose en el suelo, como correspondía a su condición de sirviente ─. Confío en que os encontréis bien.

─ Sabes muy bien cómo me encuentro ─ gruñó Xellas, con un peligroso tono en su seductora voz ─. Has tardado demasiado, Xellos, y en estos momentos el tiempo es un don muy preciado, incluso para nosotros.

─ Os pido disculpas ─ dijo él. Pronunció estas palabras con un tono respetuoso y sumiso, pero en ningún momento su voz tembló, ni evidenció muestras de temor. La perpetua sonrisa enigmática continuaba adornando su rostro ─. Pero os alegrará saber que he cumplido mi misión con éxito.

La furia de Xellas dio paso a una temblorosa excitación. Sus ojos se abrieron al tiempo que sus labios dibujaban una ávida sonrisa. Fue en ese momento cuando, de manera inconsciente, apartó sus ojos del espejo y giró de perfil, para clavar la mirada en la auténtica presencia de Xellos.

─ Cuéntamelo todo ─ le incitó, sin molestarse en ocultar el temblor de expectación en su voz, y recorriendo distraídamente con sus dedos las formas curvilíneas que adornaban el espejo ─. ¿Conseguiste encontrarlo?. ¿Mis suposiciones eran acertadas?

─ Conseguí encontrarlo, en efecto ─ dijo Xellos, con una encantadora despreocupación pintada en su voz ─. Aunque, por supuesto, no permití que el mortal me viera a mí. Pero su esencia oscura fue fácil de descubrir… o al menos para mí, porque todo el mundo, incluido él mismo, parece ajeno a ella.

─ ¿Tuviste problemas? ─ inquirió Xellas, presa de una agitación incontenible ─. ¿Encontraste algún rastro de los siervos de Dynast?. ¿O de Dolphin?

─ Mi señora, cuando os dije que "todo el mundo parece ajeno" ─ dijo con calma Xellos, transformando su sonrisa en una mueca de cortés diversión ─ me refería también al Señor de los Hielos y a la Señora del Mar Profundo.

─ Excelente… ─ musitó Xellas, más para sí misma que para su fiel general. Seguidamente, reanudó su paseo por la estancia, situando pensativa el dedo meñique en sus labios carnosos y entreabriéndolos de manera inconsciente. Xellos permaneció pacientemente arrodillado en el suelo, esperando órdenes.

Finalmente, Xellas se detuvo y observó a Xellos con expresión severa.

─ Tenemos ventaja ─ dijo entonces ─, pero no podemos confiarnos. Que Dolphin y Dynast no hayan actuado todavía no significa que no estén al corriente. Tengo la sensación de que no hacen más que esperar, dispuestos a lanzarse al ataque en cualquier momento, como dos tigres hambrientos agazapados en la espesura…

Xellas se acercó con lentitud a su siervo. Xellos no se movió, e incluso los mechones de su cabello lavanda parecían estáticos. Xellas se situó frente a él, tan sólo a unos centímetros del sacerdote.

─ Ya sabes lo que tienes que hacer ─ susurró la mujer con una voz sensual ─, y, o mi afirmación es poderosamente errónea, o tu intrigante mente ya ha forjado un plan.

Xellos alzó levemente la cabeza. Su cáustica expresión era suficiente respuesta, pese a que sus ojos permanecían en sombras. No obstante, Xellas quería ver esos ojos, cerciorarse del todo para eliminar sus dudas. Su mano suave acarició la mejilla de Xellos, apartando con el pulgar los flequillos de su frente hasta llegar a la barbilla, y allí, con delicadeza pero firmemente, alzó el rostro de su siervo. Clavó sus ojos ambarinos en las pupilas de Xellos, ahora visibles, y que más bien se asemejaban a dos gélidos trozos de amatista, carentes de cualquier atisbo de emoción o pensamiento: los ojos de Xellos jamás mostraban lo que ocultaban. La ausencia de miedo o inseguridad, unida a la tranquilidad con la que Xellos sostenía la mirada de su ama, constituían una buena señal.

Satisfecha, Xellas esbozó una leve sonrisa.

─ No me decepciones ─ advirtió.

─ Mi señora… ─ comenzó Xellos, cerrando sus ojos y componiendo la más pura expresión de inocencia ─ ¿Alguna vez lo he hecho?

· · ·

Esa misma noche, horas más tarde, Xellas volvía a encontrarse sola. Aburrida ante la soledad de un mundo que detestaba, y que más bien deseaba contemplar destruido y fusionado con el caos, la mujer atravesó la estancia, abrió la puerta de la misma, atravesó el umbral y, de inmediato, se encontró caminando sobre las escaleras de la entrada principal, en el exterior. Teniendo en cuenta que la habitación se encontraba a más de cien metros sobre el suelo, esta acción resultaría harto desconcertante para ojos ajenos, pero no para ella: el castillo no era más que una ilusión creada por su mente y su poder, y su propia voluntad dictaba, cuando le convenía, la estructura arquitectónica del edificio.

Xellas caminó rauda por el terreno mojado, ignorando el viento furioso que revolvía su cabello y las gruesas gotas de lluvia que salpicaban su rostro y su cuerpo, adhiriendo la fina tela de su vestido blanco a las perfectas formas femeninas que ocultaba. El mazoku se detuvo, por fin, sobre una de las laderas más altas de la isla. Fascinada ante la caótica tormenta, depositó con movimientos lánguidos las manos sobre sus caderas. Segundos más tarde, Xellas comenzó a reír, en un regocijo cruel que se podría considerar como la manifestación de alegría de un demonio. Su potente voz se fundía con los furiosos truenos que retumbaban sobre ella.

─ Pronto ─ susurró al oscuro cielo ─, muy pronto…

La forma femenina de Xellas se difuminó poco a poco, su piel se convirtió en una alfombra de pelambre gris y sus risas se transformaron lentamente en rugidos. Dos alas negras crecieron en su espalda, ahora lomo, y las agitó al tiempo que una cicatriz surcaba de repente uno de sus ojos amarillos.

Xellas, el lobo, aulló con satisfacción a la luna que se ocultaba, y a lo lejos, las distintas manadas, sus fieles sirvientes, se unieron al lóbrego canto. El Ama de las Bestias se alzó en las tinieblas, altiva, majestuosa.

En su territorio, en la Isla de la Jauría de Lobos…

Continuará...


Aclaraciones del autor:

He aquí el comienzo de mi fanfic, el cual no espero alargar mucho. Desde el principio decidí que quería comenzar la trama en la piel del Ama de las Bestias; la escena siempre me la imaginé en un hipotético castillo situado en Wolf Pack Island (la Isla de la Jauría de Lobos), pero realmente, en esta isla lo único que hay es uno de los puntos de anclaje de la Barrera. Así pues, para relatar mi idea sin salirme de la autenticidad de las novelas, me inventé lo de la ilusión momentánea creada por Xellas, y considero lógico que su "base" condicional en el Plano Físico se encuentre en este territorio.

En lo referente al aspecto de Xellas, lo he hecho según el retrato físico que me había forjado de ella, y que es una mezcla de varias imágenes, entre las que se cuenta el opening y el final de Slayers Try, ciertos fanarts y la única ilustración oficial de las novelas. Digamos que hice una especie de mezcolanza de todo para forjar la imagen tomada por la mazoku. La imagen lobuna que adopta al final del prólogo SÍ es oficial: Xellas posee realmente esa forma, aunque nadie sabe con certeza si se trata de su presencia espiritual o de su forma monstruosa.

Otra cosa: soy muy consciente de que los mazoku no tienen sexo, así que el hecho de que Xellos se dirija a su amo con el tratamiento de "señora" puede quedar un poco extraño… Pero realmente, aunque no tenga sexo, siempre he pensado en ella como una mujer, del mismo modo que soy incapaz de imaginarme a Xellos con otra forma que no sea la de un hombre, así que decidí dejarlo así por simple cuestión de costumbre y estética de la narración.

No hay mucho más que añadir… Sólo espero que el comienzo os haya gustado y que os suceda lo mismo con los capítulos venideros.

¡Saludos!

Neyade Tinúviel
Druida Gris, Zahorí y Aprendiz de Mago.