Prologo
¿Alguna vez han tenido la sensación de que todo su mundo se derrumba? Pues yo sí, y no hay mejor expresión que esa para decir que de un día para otro todo quedó patas arriba y no lo supe hasta que fue demasiado tarde. Era pequeña, hay que considerar eso, y tampoco es que compartieran conmigo cada secreto familiar, y fue precisamente ese secreto, el primero y único que hasta ahora me contaron, el que torció todo. Mi forma de ver el mundo, a mi familia, incluso a mí misma, cambió. Para una niña de diez años enterarse de que su familia posee un gen hereditario que les permite usar algún tipo de magia es como vivir en un cuento de hadas, pero a medida que va creciendo y alcanza la pre adolescencia se da cuenta de que más que algo hermoso y mágico es algo desafortunado e ilógico. Luego de pasar los trece años sin poder hacer amigos, sin poder entablar una relación más o menos duradera, empieza a preguntarse el porqué de su desgracia, de su soledad, de su confinamiento. "Es hasta que aprendas a controlarlo" día tras día, cada vez que preguntaba, me daban la misma respuesta.
Una vez, mientras todos dormían, logré colarme por la ventana de una de las habitaciones ¿Qué aprendí esa noche? Mi abuela puede dar un miedo de muerte cuando está enojada. Sin duda es alguien de muy mal carácter, he vivido con ella toda mi vida y puedo asegurarles que no ha cambiado ni un poco.
Tengo muchas más anécdotas, pero creo me estoy yendo por las ramas.
Días de estudio en casa, de entrenamiento y aislada de la sociedad. Siempre la misma rutina cada día durante tres años, y que empezó bien me contaron de qué venía todo eso.
Un día, sin previo aviso, dejaron que saliera; solo fueron unas compras con mi hermana, pero para mí fue como redescubrir el mundo. No pasó mucho tiempo para que dejara atrás mis días confinada en las cuatro paredes. Todo sucedía tan rápido, primero dentro de mi cuarto, y unas horas después paseando por las calles del centro de Tokio. Supongo que decidieron que era hora de que me integrara al mundo. Mejor tarde que nunca, como suelen decir. Me inscribieron en una escuela que, según ellos, era una de las mejores. Creo que no lo he mencionado antes, pero mi familia está entre esas tantas bien acomodadas económicamente ya que mis padres son empresarios bastante influyentes.
El nombre "Misa Kurotani" se podía leer en la planilla de inscripción; lo leía una y otra vez y, si bien permanecía callada como me habían enseñado, por dentro estaba realmente emocionada de por fin poder hacer amigos y demás, como había leído tantas veces en diferentes novelas. Hay una expresión que se ajusta perfectamente a esa situación, "es más fácil decirlo que hacerlo", si no mal recuerdo. Supongo que para una persona que había estado tanto tiempo lejos del mundo no podía ser todo tan sencillo; pasaban los días, pasaron meses. Nada. Luego, ocurrió algo que hasta ese momento no me atrevía ni siquiera a soñar. Para una chica que solo habla con su familia desde hace varios años, que la primera persona que se acercó e intentó realmente quedarse con ella fuera un chico apuesto y amable no era para nada preocupante, incluso me sentía feliz y aliviada.
Imaginen mi frustración, mi decepción, cuando me enteré de que ese chico no era quien decía ser.
Para empezar, ni siquiera era humano, tampoco se había acercado a mí para hacer de amigos ni nada parecido, la realidad estaba muy lejos de ser esa. Resultó ser que mi poder era buscado por varios seres, entre ellos un grupo de demonios del cual él formaba parte. Mi familia me protegió, fui engañada y a causa de eso me volví vulnerable; todos salieron lastimados por mi culpa y mi abuelo, la persona que más me demostró aprecio desde que tengo memoria, lo hizo a costa de su propia vida. Pudimos con ellos, pero solo era cuestión de tiempo para que regresaran, por lo que tuvimos que marcharnos de ahí. Mis padres pidieron que los trasladaran a otro país. Estados Unidos, España, Francia, México, todos tenían su cupo lleno. Debíamos irnos lejos, y la única opción por el momento era un país de América del Sur llamado Argentina. No pasaron ni tres días para que nos fuéramos de Japón.
Ahora que estoy aquí no puedo permitirme que algo como eso suceda de nuevo, mi familia cuidó de mí y ahora yo debo cuidar de ellos. Me volveré más fuerte, sin importar cuanto cueste, y juro por mi vida que la próxima vez que vea a esa persona y a sus amigos, les devolveré la moneda con creces.
