Soy una persona a la que le cuesta mucho tener ideas originales, casi todo lo que escribo está basado en otras cosas. En esta ocasión, está basado en el juego de Four Leaf Studio: Katawa Shoujo.

La pareja principal es Rivaille x Eren. Sin embargo, se desarrollan parejas secundarias a lo largo de la historia como Jean x Armin.

(Iré editando aquí para avisar de parejas secundarias conforme vayan sucediendo. Por ahora, ¡espero que disfruten de la historia!)


La nieve era una de las cosas más extrañas que podías ver en Shingashina. Apenas nevaba un par de días al año, normalmente a mitad de febrero, y cuando lo hacía nunca hacía la temperatura suficiente como para que cuajara. Antes de tocar el suelo, los cristales de nieve ya se habían derretido y dejaban solo un rastro similar a la lluvia en el suelo.

Sin embargo, aquél año estaba siendo especialmente frío. La gente tenía que salir a la calle con manga ropa, chaqueta y chaquetón incluso a principios de diciembre, algo especialmente raro en una ciudad que parecía vivir en un microclima de eterna tranquilidad durante todos los días del año.

El cielo había estado especialmente nublado durante la semana anterior a Nochebuena, cuando los villancicos en la puerta de tu casa y los saludos navideños con los vecinos se hacían parte de tu día a día, aún si solamente salieras a la esquina de tu casa a comprar el pan.

Como si fuera sacado de un cuento infantil, la mañana de Navidad, la ciudad amaneció con más cantidad de nieve sobre las aceras de lo que la mayoría de los adultos recordaba haber visto nunca en las calles. Los niños salieron a la calle incluso antes de abrir sus regalos, y antes de que fueran las diez de la mañana, ya había muñecos de nieve delante de todas las casas, y niños lanzándose bolas de nieve los unos a los otros.

-¡Vamos, Mikasa! ¡La nieve se va a derretir si no nos damos prisa!

A unos pasos de mí, mamá me lanzó una de esas miradas que siempre lanzaba, en las que no sabía diferenciar si estaba reprochándome ser demasiado infantil, o disfrutando de que, por una vez, me emocionara salir de casa.

-Ni Mikasa ni tú vais a ir a ninguna parte hasta que no estéis completamente abrigados –La bufanda a cuadros dio una tercera vuelta alrededor del cuello de Mikasa- ¡Mira qué frío! Vas a volver corriendo a casa si no te pones otra chaqueta, Eren.

-¡Estoy bien, mamá!

Aunque mi chaquetón y mis guantes no eran nada comparados con las tres capas de abrigos, bufadas, chaquetas y calcetines que Mikasa estaba llevando ahora mismo. De los dos, ella siempre había sido la que tenía la salud más fuerte. Pero yo era el que más me resistía cuando mamá intentaba ponerme más abrigos de los que un ser humano podría soportar llevar antes de derretirse de calor en Siberia.

-Bien, creo que así estás bien –Con una sonrisa digna de un artista que contempla su obra maestra, mamá se incorporó un poco para mirar a Mikasa. Aunque casi superaba a nuestra madre en altura, ahora mismo se veía mucho más pequeña e inofensiva de lo que normalmente parecía. Aunque cuando se giró hacia mí, sus ojos aún se veían como siempre entre el cabello despeinado por el gorro y la bufanda- ¡Eren! –Esta vez su llamada me hizo mirar hacia mamá- Si tienes frío ven a por algo de abrigo, y no te metas en líos. Mikasa, cuida de él.

-Sí –Mikasa asintió con un movimiento de la cabeza. Luego se giró hacia mí. Después de que avanzara un poco, volví a mirar a mamá.

-¡Divertíos!

Con la visión de su cálida sonrisa, tomé el pomo de la puerta y salí con Mikasa hacia la nieve.

En cuanto puse un pie fuera de casa, sentí mi corazón latir con emoción. Los copos de nieve cayendo y amontonándose sobre mí, los niños jugando con la nieve, varios de mis vecinos y compañeros de escuela haciendo bolas de nieve, varias niñas haciendo ángeles en el suelo… Era como haber salido de esa pequeña población que difícilmente podía llamarse pueblo y haber entrado en un cuento de navidad. Una casa no muy lejos de la nuestra incluso había empezado a poner villancicos para aumentar el espíritu navideño.

-¡Vamos, Mikasa!

Sin dudarlo un momento, tomé su mano y salí corriendo del portal de casa, donde mamá nos despidió moviendo la mano. Podía escuchar el sonido de la nieve aplastándose bajo nuestros pies, y no pasó mucho tiempo antes de que casi volvieran a cubrirse. Aquello era posiblemente la experiencia más mágica que había vivido en toda mi vida.

-Eren, ¿estás bien? ¿No tienes frío? –Fue entonces cuando me di cuenta de que seguía agarrando la mano de Mikasa. La solté rápidamente, avergonzado por lo infantil que debía haber parecido.

-¿Tú también? ¡Estoy bien! –Negué con la cabeza- Más importante, ¡mira toda esta nieve! ¿Alguna vez habías visto tanta nieve junta?

Posiblemente sí, supuse. Ya que antes de que viniese a vivir con nosotros, Mikasa vivía mucho más cerca de las montañas, en uno de esos lugares donde estos escenarios no resultan nada extraños en los días de invierno. Sin embargo no dijo nada, ya fuera porque hacía demasiado tiempo de aquello, o porque simplemente no tenía nada que decir.

Por mi parte, yo seguía entusiasmado.

Puede que no fuera el tipo de persona más social del mundo. De hecho, la única persona que tenía para disfrutar aquél día de nieve por primera vez en la vida era mi hermana adoptiva. Pero la visión de la nieve delante de mis ojos se sentía como si me hubiera transportado a un mundo completamente nuevo, hasta el extremo de que no me habría importado unirme a los chicos que estaban creando fuertes de nieve a un par de casas de distancia de mí, los mismos que usualmente se metían conmigo y huían cuando Mikasa aparecía en mi rescate.

Aunque aproveché la extraña situación para socializar con otra gente. Al fin y al cabo, seguía siendo yo mismo. En lugar de ello, arrastré a Mikasa detrás de mí para hacer un muñeco de nieve. Mientras estábamos terminando la cabeza, hice una bolita entre mis manos. Después de media hora bajo la nieve, comenzaba a sentir los dedos más fríos debajo de mis finos guantes. Pero no tenía planeado volver a casa a por unos más abrigados, especialmente después de haber visto a mamá asomarse de vez en cuando por la ventana para comprobar que estábamos bien.

En lugar de eso, apreté la bola de nieve hasta que estuvo lo suficientemente consistente como para poder rodar sobre mis manos, y se le lancé a Mikasa a la espalda. Lo primero que recibí por su parte fue una mirada que hacía que toda la mañana pareciera cálida como una tarde en mitad del verano. Aunque antes de que pudiera darme cuenta, una bolsa de nieve dio contra mi pecho con tal fuerza que me tiró al suelo.

En ese momento, al caer a la nieve que amortiguó el golpe, sentí un dolor agudo en el pecho. Me llevé una mano inconscientemente a la fuente del dolor, pero antes de que pudiera darme cuenta de que Mikasa me miraba preocupada por haberme hecho daño, la sensación había desaparecido. Sonreí y me puse en pie.

-¡Estoy bien, estoy bien! –Dije mientras me quitaba la nieve que se había quedado pegada en la parte de atrás del pantalón. Mi hermana sonrió y suspiró, liberando su preocupación constante por mí, a la que ya estaba más que acostumbrado- Más importante, ¿cuándo has aprendido a lanzar así de fuerte?

Antes de que le diera tiempo a responder, me agaché y volví a formar una bola y a lanzársela, esta vez apuntando a la misma zona en la que ella me había dado antes. Pude ver como fruncía el ceño bajo el gorro y recogía la nieve de su pecho. Me lanzó una mirada fija, aunque pude notar el destello de una sonrisa antes de empezar a correr para esquivar sus golpes.

De repente, el dolor en el corazón volvió a llegar, con más fuerza. Me hizo caer de rodillas al suelo, esparciendo la bola que estaba haciendo sobre la ropa. Llevé ambas manos sobre mi pecho, como si eso fuera a hacer que se desvaneciera.

-¿Eren?

La cabeza empezaba a darme vueltas cuando escuché a Mikasa llamar mi nombre. El corazón había empezado a latir con fuerza incesante. Como si deseara salir de mi pecho y fundirse con la nieve.

-¿¡Eren!?

Escuché pasos corriendo en mi dirección antes de darme cuenta de que había caído al suelo. Los niños a mi alrededor seguían jugando, pero podía oír a alguien acercase rápidamente hacia mí. Para cuando Mikasa estuvo a mi lado, había cerrado los ojos. El dolor y los rápidos y fuertes latidos me hacían hecho apretar mi mano contra la chaqueta hasta el punto de que dolía.

Entonces, antes de que pudiera llamar a alguien o buscar ayuda, mi corazón cesó de repente.

Todo a mi alrededor se convirtió en oscuridad. Una oscuridad superior a la sensación de tener los ojos cerrados. Algo mucho más intenso, más vacío a cualquier oscuridad que nunca hubiera experimentado.

Las manos de Mikasa sujetándome fueron lo último que pude sentir antes de perder la consciencia.


Después de mi ataque al corazón, pasé cuatro meses en la misma habitación.

Los primeros días fueron los más extraños. Me despertaba en mitad del día, hablaba un poco con mis padres, y luego volvía a dormir durante horas. O minutos. O un día entero. Odiaba mirar a mi lado y comprobar que estaba conectado a una cantidad enfermiza de aparatitos que emitían luces, sonidos y números que se apilaban sin ningún sentido.

Durante el primer mes, la mesita de noche estaba siempre adornada con flores y tarjetitas, enviadas por mis compañeros de clase. Posiblemente en algún movimiento por parte del delegado de clase, ya que sabía que no tenía a nadie lo suficientemente cercano en la escuela, o en toda la ciudad, como para realmente preocuparse de que me recuperase. Incluso recibía visitas de vez en cuando, en las que mis compañeros me preguntaban cómo me sentía. La mayor parte de esas visitas, de cualquier manera, terminaban teniendo que levantarme la camisa y enseñando la cicatriz que me había dejado una operación que había sucedido mientras seguía inconsciente.

Eventualmente, las postales y las visitas dejaron de llegar. No me lo tomé como nada personal, desde luego. Al fin y al cabo, todos en la clase tenían cosas más importantes de las que preocuparse que mi salud o mi recuperación.

Las únicas personas que me visitaban todos los días era mi familia. A veces papá no podía por motivos del trabajo, o a veces mamá tenía que encargarse de otros asuntos. Pero Mikasa estuvo conmigo casi sin falta. Incluso en los días en los que tenía que estudiar, traía los libros y estudiaba sentada en silencio en el taburete o en la cama que permaneció vacía al lado de mí durante toda mi estancia.

Sus visitas eran lo único que realmente me ayudaban a diferenciar un día de otro. Si Mikasa se quedaba dormida, era fin de semana. Si venían los tres, posiblemente era un día de fiesta. Y si no venía nadie, era un día corriente, como cualquier otro.

Durante el tiempo que estuve ingresado, siempre repetía la misma pregunta al cardiólogo. Y la respuesta nunca era clara. "Pronto, no te preocupes"; "Antes de que puedas darte cuenta"; "Cuando mejores un poco más".

Mi padre fue el que se encargó de decirme lo que me pasaba, traduciendo las complicadas palabras de los médicos. Al parecer, sufría de una enfermedad crónica del corazón que afectaba el ritmo cardíaco. No comprendí demasiado la explicación, pero quedó claro el hecho de que mi ataque podría haber resultado fatal. Los médicos estaban sorprendidos de que hubiera vivido diecisiete años sin ningún otro ataque o problema.

Por supuesto, no existía una cura.

A veces llegué a pensar si no hubiera sido mejor que simplemente hubiera muerto durante mi ataque. Aunque en cuanto veía la preocupación reflejada en los ojos de mi madre, me daba cuenta de lo egoísta de ese pensamiento y volvía a vivir los días sin ninguna motivación.

No podía realmente hacer nada más que quedarme en mi habitación, leyendo los libros que Mikasa o las enfermeras me traían de la pequeña biblioteca del hospital. Ese era realmente mi único pasatiempo. Ver la televisión simplemente me hacía sentir más alejado del mundo exterior, y tampoco es que la calidad del monitor de mi habitación se prestase para ver algo sin interrupciones. Cuando me levantaba de la cama, solamente era para comprobar que todavía recordaba cómo caminar por la habitación.

Finalmente, cuatro meses después de mi episodio cardíaco, mi familia y el cardiólogo que se ocupaba de mi aparecieron con "buenas noticias".

-Tenemos buenas noticias, Eren –El médico esbozó una gran sonrisa. Tenía una lista en la mano. Detrás de él, mi familia parecía vestida elegantemente para la ocasión. Mi madre sonreía con esperanza, mi padre me miraba con lo más similar a una sonrisa que sabía poner. Solamente Mikasa parecía extrañamente apagada- Tu corazón es mucho más fuerte que cuando llegaste. Puedes volver a casa.

Mis ojos se abrieron con ilusión. Intenté decir algo, pero nada salió de mi boca. No importaba, porque iba a salir de ahí. Los interminables días en aquél sitio iban a terminar, y yo iba a poder regresar a mi vida normal y corriente.

-Sin embargo… Tus padres y yo hemos decidido que será mejor que no vuelvas a tu antiguo instituto. Y pude ver que Mikasa apartaba la mirada de la conversación.

Esta vez la ilusión fue reemplazada por confusión.

-¿¡Qué!? –Mi grito se escuchó claramente por toda la habitación. Sin darme cuenta, me había incorporado con tanta rapidez que mi cabeza ahora daba vueltas. Me llevé una mano a la frente, intentando recuperarme.

-Tranquilízate, Eren –Fue lo que escuché decir a mi padre.

¿Que me tranquilizara? Pensé que podría volver a mi vida normal, sin problemas, sin ataques al corazón, y sin tener que ser escolarizado en casa. Puede que no tuviera amigos, o que la única persona con la que podía hablar durante más de cinco minutos fuera Mikasa, o que no fuera exactamente el mejor alumno o el que más asistía a clase. Pero eso no significaba que quisiera desaparecer y no volver.

El médico miró a mis padres alzando las cejas, y ellos suspiraron.

-Eren... –Ese era el tono que usaba mi madre cuando quería tranquilizarme. Especialmente, cuando sabía que estaba enfadado por algo y no tenía razón.

-Verás, Eren… -Esta vez fue el doctor quien continuó hablando- Es verdad que tu corazón está más fuerte que cuando tuviste el ataque. Pero no está lo suficientemente fuerte. Y debemos prevenir cualquier posibilidad de otro ataque. Lo entiendes, ¿verdad? –Avanzó un par de pasos y dejó sobre mis manos la lista que llevaba en la mano. No la miré hasta que no terminó de hablar- Así que para ello, tendrías que tomar algunos medicamentos…

Fue entonces cuando mi vista se dirigió a la hoja de papel que tenía entre mis dedos. Cientos de palabras que jamás había visto se apilaban frente a mis ojos. Algunas de ellas incluso dudaba que existieran de verdad. Era una lista tan larga que nubló mi mente y se convirtió en nada más que un cúmulo de letras negras apiladas unas sobre las otras.

¿Todo esto, todos los días, durante el resto de mi vida?

-Sé que es algo largo, pero debes tener en cuenta que tu situación puede evolucionar, y continuamente se están desarrollando nuevos medicamentos. No sería extraño ver que la lista disminuye con los años.

Sentí mis manos temblar. En un intento desesperado, alcé la cabeza para ver a mi padre. Él también era doctor. Si había alguna otra manera, él interrumpiría ahora, en el último momento, como solía hacer.

Pero se mantuvo en silencio.

Mi mirada se dirigió ahora a Mikasa, que había estado alejada desde que entró a la habitación. Al notar mi mirada, se encogió y dejó de mirarme. Parecía como si aquello le estuviera doliendo a ella en lugar de a mí.

-Como comprenderás, tus medicamentos y tu situación no te dejarían estar en una escuela como la que estabas antes con normalidad –La voz del doctor prosiguió, pero ya no me molestaba en escucharle.

-Tu padre y yo estamos demasiado ocupados como para escolarizarte en casa –Pude sentir el dolor que a mi madre le producía decir esas palabras. Pero al mismo tiempo, también noté un poco de esperanza en su voz- Es por eso que hemos estado viendo posibilidades, y…

-Hemos decidido que sería mejor para ti que vayas a Sina –Mi padre dijo la primera frase aquella mañana- Es una escuela para chicos con dificultades como tú. Tiene su propia residencia, un equipo médico las veinticuatro horas del día, y no está a más de quince minutos de un hospital muy importante en la zona.

Noté como la boca se abría y se quedaba colgando por sus palabras. No iba a volver a mi vida anterior. No iba a ser escolarizado en casa. Iba a ser metido en un internado para gente discapacitada, en quién sabe qué lugar.

Sonaba como simplemente quisieran deshacerse de mí ahora que me había convertido en una molestia.

-¿¡Queréis internarme!? –De nuevo, mi grito me hizo marearme. Estaba chillando más de lo que había hablado en los últimos cuatro meses- ¡No, ni hablar! ¡No pienso ir!

-Eren, por favor…

-Es por tu propio bien, Eren. Sina es como cualquier otra escuela normal, solo que además podrás hacer lo que quieras sin tener que preocuparte.

¡Y una mierda! Si fuera como cualquier escuela normal, no habrías mencionado el hospital o el servicio médico como atractivos adicionales.

-Conozco a varias personas que han logrado cosas importantes graduándose de Sina. Incluso atletas olímpicos.

-Un colega de la universidad trabaja ahí, así que aprovechamos para ir. Estamos seguros de que te gustaría, y te acostumbrarías enseguida.

La conversación se había convertido en una especie de diálogo entre el doctor y mi padre. Ni siquiera me molestaba en escucharles. Mamá y Mikasa no podían simplemente estar de acuerdo con ello. Ellas no podían dejar que me encerraran como a un bicho raro sin cambiar su expresión.

-¡Mamá…! –Casi imploré que añadiese algo, que dijese algo.

Pero en su lugar, solo se encogió de hombros y me dirigió una de sus miradas. De esas que siempre me hacían sentir culpable horas después por ser un estúpido. Y estaba seguro de que esta tendría la misma eficacia en esta ocasión.

Pero no podía rendirme. Tenía que haber otra solución, estaba seguro de que existía otra solución.

-¡Mikasa…!

Aún si esa situación suponía llamar al rescate a mi hermana mayor, como si fuera un niño.

Por primera vez desde que habíamos empezado la conversación, Mikasa me miró y habló.

-Eren –Su tono sonaba monótono como de costumbre. Pero había algo en su mirada que se me clavó en el corazón como un puñal- Escucha a mamá y a papá. Tienen razón.

Incluso Mikasa se ponía de su parte. Mikasa, quien siempre había estado ahí protegiéndome. Mikasa, a quien no le importaba llegar a extremos ridículos para que no me pasara nada. Mikasa, que simplemente seguía lo que mamá siempre le pedía, que cuidara de mí.

Sentí mi corazón detenerse. Aunque esta vez no por un ataque cardíaco, ni por esa enfermedad cuyo nombre no quería ni podía recordar. Esta vez, era por la dura sensación de chocar con la realidad.

Estaba enfermo. No tenía cura. Y tenía que ser internado junto con otros niños enfermos como yo.

Apreté los dientes y bajé la mirada al suelo. Simplemente no había nada que pudiera hacer. No tenía elección.

-Hay varios días de visitas de familia, así que podremos ir a visitarte cuando tengamos días libres. También puedes llamarnos cuando quieras.

Asentí ligeramente con la cabeza ante las palabras de mi madre, desesperada por cambiar la expresión de mi rostro.

A estas alturas, ya no había nada que pudiera hacer más que bajar la mirada y asentir robóticamente.

Durante cuatro meses, había estado viviendo en un estado que difícilmente podía considerarse vida. Pero ahora, sentía que habían tomado lo poco que quedaba de mí y me lo hubieran quitado sin pararse a preguntarse si realmente me importaría.

Por primera vez en cuatro meses, ahora estaba realmente cansado.