Crossover Merlín/SN, no Wincest, no slash, tan OB como yo...

Descargo de responsabilidades: Ni Sobrenatural ni Merlín son de mi propiedad, pa que nos vamos a engañar, y por supuesto no gano nada con esto salvo el pasar el rato.

Excalibur, LA ESPADA DE MIGUEL


Prólogo

"el extraño guerrero"

La luna llena iluminaba el campo de batalla dónde los dos caballeros luchaban a muerte en el círculo formado por la guardia de uno de ellos.

En una finta, el caballero de la armadura plateada perdió su casco y dejó al descubierto el rostro agotado y crispado del príncipe heredero de Camelot. Un hilo de sangre brotaba del arañazo del cuello, que la espada de su oponente le había hecho al arrancarle la protección de la cabeza.

Arturo jadeaba tratando de que el aire llenara sus pulmones. Su rival le dio un segundo de respiro. Llevaba la armadura oscura de los engendros de Morgause aunque su estilo de lucha era un tanto particular. Sujetaba la espada no con las dos manos sino con una sola, golpeando con la empuñadura y defendiéndose con la ancha hoja sobre el antebrazo. El joven príncipe estaba asombrado por la eficacia de aquella nueva modalidad de lucha.

La guardia del heredero de Camelot los observaba en silencio. Junto a ellos un muchacho moreno y desgarbado asistía impotente a la desigual batalla. El caballero oscuro daba cuartel al príncipe, ya había puesto fuera de combate a cuatro de los miembros de la guardia, aunque había respetado sus vidas. Por ello el joven Pendragón le había retado ofreciéndole paso franco si vencía.

Arturo volvió a sujetar su enorme espada y embistió al extraño que lo esquivó hábilmente. Se revolvió lanzando una estocada que el otro paró con esa curiosa forma de sujetar la espada. El príncipe se exasperaba por momentos, el golpe, con la potencia que había empleado, debía de haber obligado a su rival a soltar el arma y sin embargo seguía frente a él alerta. Podía sentir la mirada del desconocido evaluando cómo atacar. Nunca había tenido un rival tan formidable… ni la misma Morgause era comparable al guerrero que tenía enfrente.

Volvió a atacar y esta vez el desconocido pudo desarmarle golpeándole con la empuñadura en la muñeca tras esquivar su arma, nuevamente. El príncipe rodó hasta llegar a su espada temiendo el golpe de gracia en cualquier momento, pero su rival parecía más preocupado por los hombres que lo rodeaban que por él mismo. Se sintió ofendido.

- Soy el príncipe Arturo de Camelot, y por mi honor no debéis temer que mis hombres intervengan en esta lucha – volvió a sentir la mirada del extraño sobre él, le pareció escuchar "no me jodas"

Totalmente desconcertado, Arturo se lanzó de nuevo contra su rival volviendo a perder su espada en el envite y cayendo al suelo tan largo como una soga. Se dio la vuelta tan rápido como pudo, y se supo vencido.

- Peleáis bien señor, jamás vi a nadie luchar como vos – era sincero, y su honor le impelía a afrontar la muerte con orgullo – cuando me matéis, mis hombres os dejarán ir.

- Coge tu espada chico.

El muchacho desgarbado, vestido como un campesino recogió la espada de su señor y corrió a dársela. Después de varias horas luchando con honor y bravura el caballero oscuro pareció cambiar de opinión. Sujetó al muchacho y le puso su arma al cuello.

- Dejad que me vaya, o lo mato aquí mismo

- No necesitáis escudaros en un campesino señor, soltad a mi criado.

- Quitaos de en medio

El príncipe ordenó a sus hombres que bajaran sus armas. Este Merlín, siempre metiéndose en líos. El caballero desconocido retrocedió lentamente sujetándose al muchacho con fuerza.

Se internaron en el bosque alejándose de los caballeros de Camelot. Cuando su captor los hubo perdido de vista soltó a Merlín.

- Vete chaval

El muchacho, sorprendido no se movió de dónde el guerrero le había dejado. Éste, envainó su espada y echó a andar hacia el bosque, no lo había perdido de vista cuando vio que vacilaba una sola vez y caía al suelo como muerto.

El joven campesino se acercó al caído cuidadosamente, como si temiese una trampa. No se movía. Se arrodilló junto a él y pudo ver cómo una mancha de sangre se formaba bajo un costado. Le dio la vuelta y le quitó el casco. El guerrero era un hombre muy extraño, de una belleza indiscutible. Rasgos delicados aunque bien definidos, rubio, pecoso. Una mueca dolorida crispaba su rostro inconsciente.

Arturo y sus hombres llegaron cuando, tras quitarle el peto de la armadura, localizaba la herida que había hecho caer al extraño guerrero. El príncipe observó sorprendido la flecha partida que atravesaba el costado izquierdo de quien había sido su rival.

- ¿Quién le ha disparado?

- Nadie le ha disparado Sire – Sir Garret era sincero, aquel guerrero había derrotado a sus hombres y a él mismo con una flecha clavada.

El extraño reaccionó y al verlos allí gruñó "Oh, mierda". Se incorporó trabajosamente hasta quedar sentado rodeado por las espadas de la guardia Real de Camelot. Con un gesto de hastío echó mano a la empuñadura de la suya.

- No os mováis señor, y salvaréis vuestra vida – ordenó el príncipe

- Mi vida no vale una mierda, chico.

- Habéis luchado con honor, rendíos y os trataremos con respeto

- Con respeto… suena bien – el extraño se levantó trabajosamente, tambaleándose a causa de la aparatosa herida, dejó caer su espada envainada al suelo – me rindo

Los soldados lo ataron y lo subieron al carromato de los víveres. El chico que había tomado como rehén subió con él. Lo observaba con gran extrañeza, jamás había visto a nadie como aquél guerrero de apariencia delicada que había derrotado a los mejores caballeros del reino incluido Arturo.

Mientras uno de los soldados vigilaba con el arco a punto, ayudó al extraño a terminar de despojarse de la armadura. Llevaba unas vestimentas extrañas, las calzas estaban rajadas por las rodillas pero se aseguró de que no tenía ninguna herida ahí. Llevaba un jubón negro de tacto finísimo y una camisa azul abierta sobre el mismo, ambos agujereados. El costado estaba vendado con algo elástico, la herida podría ser perfectamente del día anterior, alguien había tratado de curarla a toda prisa.

Limpió la sangre y extrajo la flecha sintiendo cómo el hombre se crispaba y contenía la respiración tratando de controlar el dolor. Cuando terminó oyó reír amargamente al prisionero "Joder, si que están metidos en sus papeles esta panda de pirados"

- ¿Cómo se siente señor?

- Como si me hubiesen clavado una flecha y después me hubiesen tenido unas cuantas horas peleando con ella en mi costado…

- Sois valiente – el joven mago sentía cada vez más admiración por el hombre herido

- Valiente… - repitió éste pensativo – si no te importa chico, intentaré echarme una cabezada.

El extraño cayó en un sopor inquieto, la fiebre enrojecía su rostro y lo perlaba de sudor, probablemente tenía la herida infectada, si no hacía nada moriría pronto. Se aseguró de que nadie le podía ver y recitó un breve hechizo de cicatrización.

Arturo acercó su caballo al carromato. El prisionero se quejaba en sueños como si intentase liberarse de sus ataduras, como si algo lo atacara. Merlín trataba de aliviarlo mojándole la frente con un paño húmedo sin conseguir nada.

- ¿quién será? ¿Tú que crees Merlín?

- No lo se señor, no se parece a nadie que hayamos visto nunca, y mirad sus vestimentas… De seguro no pertenece al reino de vuestro padre.

- Sólo espero que no sea ningún mago, no me gustaría tener que matarle, se ha comportado con valor a pesar de intentar raptarte…

- Cuando nos alejamos me dejó ir sin más.

- Extraño

Tras varias horas de camino llegaron a la ciudad-fortaleza. La gente asistía a la llegada del extraño con temor, pues no sabían qué clase de ser podía ser, a fin de cuentas había vestido una armadura de la temible Morgause, la última sacerdotisa de la antigua religión.

El prisionero fue encerrado aún sin sentido en una de las celdas que se usaban para la nobleza, en lugar de en las típicas jaulas de las mazmorras. Lo desataron pero uno de sus pies fue encadenado al jergón de hierro dónde le dejaron descansar.

- ¿Estás seguro de que no es un mago? – Uther Pendragón, el duro e implacable rey de Camelot había acudido a las mazmorras a inspeccionar al guerrero que había puesto en evidencia a su hijo - ¿y cómo te venció con esa herida tan grave?

- Debíais haberle visto luchar padre, jamás vi a nadie pelear así.

Con un grito de terror, el prisionero se incorporó en el camastro sin saber que era observado. Se pasó las manos por el rostro como tratando de borrar la pesadilla de su mente. Un nuevo "Oh, mierda" se escapó de sus labios cuando vio la argolla que sujetaba su tobillo.

El soberano de la ciudad entró escoltado por su hijo y seis guardas más en la mazmorra. Y el extraño se levantó del camastro, si iban a atacarle de nuevo opondría resistencia, analizó a cada uno de los hombres que tenía enfrente y sus posibilidades de poder huir en ese mismo instante. Eran bastante escasas.

- ¿Quién sois guerrero? ¿A quién servís? ¿hablad?

- No sirvo a nadie – una enigmática sonrisa se dibujó en los labios del prisionero – ni siquiera a mí mismo

- ¿Qué órdenes tenéis de Morgause?

- Morgause, esa debe ser la mujer que me trajo aquí, supongo… ¿una rubia madurita y atractiva? – el extraño guerrero se rascó la coronilla desconcertado – esto parece un remake de "Un Yanqui en la Corte del Rey Arturo"

- Contestad al Rey, extraño – El rubio príncipe se acercó al herido desenvainando la espada y poniéndosela en el pecho – no deseo haceros daño, pero no toleraré que faltéis al respeto al Rey de Camelot

- No trabajo para nadie chico, ni siquiera debía estar aquí, no se porqué lo estoy

- No me llaméis chico, soy el hijo del Rey

El extraño guerrero pareció de repente muy cansado, se sujetó el costado sentándose en el jergón y apoyó la espalda en la fría roca de la pared. Puede que ese fuera su castigo, el exilio de lo que hasta entonces había sido su vida. Tampoco es que fuera un castigo muy impresionante, había tenido unas cuantas experiencias bastante peores. ¿Qué podían hacerle aquellos seres medievales? ¿Matarle? A esas alturas de su vida casi sería más un premio que un castigo.

- Me llamo Dean Winchester, vengo… no… alguien me sacó de mi mundo y me dejó en mitad del bosque dónde unos tipos vestidos con armaduras negras me atacaron. Me defendí como pude y conseguí escapar con una de esas armaduras. Después os encontré a vosotros y tuve que volver a defenderme… Eso es todo – el gesto de hastío y cansancio se hizo evidente para los ocho hombres que lo observaban sin saber que pensar - ¿y ahora qué? ¿me mataréis?

- ¿deseáis morir? – el joven príncipe envainando su espada, decidió creerle

- Tampoco se perdería nada.


Adam siguió a su hermano sin que éste sospechara que el Winchester más joven iba tras él. La humanidad entera debía aquella segunda oportunidad a sus hermanos, los malditos ángeles debían a sus hermanos el poder conservar el cielo. Hasta los demonios debían su existencia al par de hombres que eran incapaces de enfrentarse cara a cara después de lo ocurrido.

Sam se había detenido al borde de un sendero, un viejo y seco árbol, se pudría al sol. Atada a una rama a más de tres metros del suelo un cabo de cuerda se balanceaba sin nada en su otro extremo.

Comenzó a golpear el tronco con los puños, lenta, metódicamente, una dos… veinte… cincuenta… el tronco manchado con la sangre de sus nudillos comenzó a crujir. Adam salió de su escondite.

- Déjalo Sam

Pero el castaño con los ojos secos y enrojecidos y los labios firmemente apretados continuó aporreando el tronco del árbol seco.

- Sam, esto no sirve para nada

Su enorme y poderoso hermano se derrumbó cayendo de rodillas y llorando como un crío. Nadie sabía lo que había ocurrido entre los Winchester mayores. Ninguno había dicho nada. De repente, un día, cuando todo había acabado ya, todo lo que había ocurrido estalló en forma de brutal pelea.

El viejo y él habían asistido al rápido deterioro de la relación de sus hermanos. Cómo ni se hablaban, ni se miraban, cómo eludían hablar de lo ocurrido. Sam se había vuelto aún más huraño y Dean era como una sombra diluida y sin voluntad del cazador que fuera alguna vez.

Después el rubio se había marchado. Sin despedirse. Ni siquiera se había llevado el coche que Sam no había vuelto a tocar ni a permitir que nadie tocase.

Dejó que se desahogara un poco más. Después lo ayudó a levantarse, el gigantón volvió al desguace tambaleándose. Adam no tenía nada más que aquellos desconocidos.

Ahora ¿qué debía hacer? ¿Buscar a un hermano que no había podido superar lo ocurrido? ¿Ayudar al otro que se consideraba el único responsable de un Apocalipsis ahora neutralizado? Ellos eran lo único que tenía y ni siquiera le habían tenido en cuenta una sola vez a pesar de jugarse el tipo para salvar su alma y devolverle la vida.

En el tronco del árbol seco, medio borrados por la sangre y los golpes, los nombres de sus hermanos grabados hacía más de veinte años con caligrafía infantil le contaban que a fin de cuentas el Winchester más joven no formaba parte de aquella familia. No, todavía.