La soga.
Sin fines de lucro.
:::
/;/
:::
Encendió el primer cigarrillo de la mañana antes de abrir las cortinas para espiar el desolado exterior. Con cierto desasosiego contempló la escarcha acumulada en la entrada de su hogar cubriendo buena parte del jardín, matando el césped de por si arruinado que decoraba su hogar. Ya desanimado por la forma en que comenzó su día apagó presionándola contra la ventana y la arrojó al suelo, recordando que dentro de poco tendría que arreglar la luz del pórtico y reparar el marco de la puerta para que el viento no se colase. Se puso de pie haciendo caso omiso de la sensación de vértigo que lo poseían cada nuevo amanecer y se dirigió al baño, ignorando por completo la silueta ennegrecida que colgaba desde el techo de su cuarto y que se mecía lentamente sobre la cama, contemplando con evidente tristeza al hombre que había extraviado su camino.
No encendió las luces del pasillo, conocía el camino como la palma de su mano.
Al llegar al tocador examinó su rostro, tenía una pequeña cortada en la barbilla gracias a una pelea con su anterior casero, ojeras por las horas que pasaba de noche tratando de conciliar el sueño y un tono nada sano en sus mejillas. El hombre que se veía a si mismo en la superficie del cristal era apenas una sombra del Lincoln al que recordaba, pero ya había pasado tanto tiempo desde la última vez que viese a ese Lincoln que bien podría estar hablando de mundos completamente opuestos.
Ahogó el pánico con una bocanada de aire, después, se enjuagó el rostro con agua helada para desvanecer a los demonios del sueño.
El hombre del espejo se marchó, y el Lincoln que permaneció detrás estuvo al fin listo para enfrentar otro día.
En aquella vieja casa suburbana que era demasiado grande para alguien que vivía solo pasaba sus días repitiendo una rutina inútil, escribiendo frases sin sentido que al cabo de un rato terminaban en la chimenea alimentando las brasas siempre moribundas del hogar. En la vieja casa olvidada por el tiempo se desenvolvía en ese ejercicio nauseabundo que era su existencia.
Estaba harto de vivir allí.
Se sentó a leer el periódico y recortó algunos cupones, luego, se dio una ducha rápida y vistió su traje de dos piezas. Terminó como de costumbre cerca de las seis treinta y al cabo de media hora más condujo hasta el centro de la ciudad.
Trabajo seis horas completas llenando sellos y estampillas, almorzó en un restaurante cercano y volvió a trabajar por cuatro horas más.
Volvió a casa a la misma hora de siempre, aparcó el auto en la entrada y se encerró detrás de la pesada puerta de nogal que aseguró con una combinación de pestillos y candados.
Leyó por media hora y vio algo de televisión, estaban dando repeticiones del bote del amor, un programa soso que solía disfrutar en su niñez pero que en el presente apenas lograba captar su interés.
Llegada cierta hora apagó el televisor y subió al segundo piso, allí, entró al baño y examinó nuevamente su rostro.
El hombre del espejo le sonrió de forma macabra, apuntando con el indice izquierdo al parche de bellos blancos que decoraba su rostro como cada tarde desde que cumpliese los diecisiete años. Lincoln cogió algo de jabón, lo empapó y comenzó a esparcir la mezcla sobre su barbilla, después buscó una navaja en el gabinete tras el espejo y comenzó a rasurarse. Finiquitó la tarea con una pizca de colonia, quemando los pequeños cortes que a veces decoraban su mentón.
El hombre del espejo no sonreía más.
La desconección aparente entre uno y otro tuvo lugar al igual que el día anterior, vencido por sus demonios, se dejó llevar por la gravedad y plantó ambos pies firmes sobre el felpudo del baño.
El hombre del espejo se despidió como cada noche y le anunció que lo vería al día siguiente, indicando que tendría tiempo para expulsar el veneno que llenaba sus entrañas.
–Odio que esta casa sea tan grande, odio los cuartos vacíos–
Se enjuagó el rostro una y otra vez, el animal humano en su interior le mordía los talones rogando que pronto perdiese el control y destrozase algo, aquella ansiedad latente en su pecho comenzó a manifestarse en otro ataque de ira que tuvo que ahogar, so pena acabase nuevamente encerrado en su cuarto después de partir una puerta o reventar una ventana, contando las horas hasta el amanecer.
–Odio que todo este en silencio–, murmuró, –No debería ser así–
Vio su muñeca imaginando que el dichoso reloj de Lisa seguía allí.
Pero el reloj nunca existió, todo el mundo lo sabía.
El reloj era un invento de su mente al que no podía dejar ir.
A los once años lo encontraron medio muerto en su habitación, apenas consciente de lo que sucedía a su alrededor. Alguien le había dado una paliza, alguien lo arrastró adentro de la casa, hasta su habitación y lo dejó tirado junto a una soga que colgaba del techo.
Y Lincoln no tenía ni la menor idea de quién era, ni por qué lo había hecho.
A partir de ese momento cayó en una espiral de la que creía no haber salido, en especial porque lo que le hicieron debió haber arruinado algo dentro de su cabeza, algo importante.
Pasó mucho tiempo en un estado deplorable, el chico Loud que parecía conocerlo todo y que estaba convencido de no pertenecer a esa realidad. Lincoln aprendió muy temprano que no era nadie, y que fuese lo que fuese que estuviese buscando en ese pueblo ya no existía.
No había un reloj en su muñeca porque tal cosa era imposible, tan imposible como sus recuerdos de otra vida.
–Odio mi maldito trabajo, odio a los hijos de perra de la oficina, odio al asqueroso anciano que vive al lado y al bastardo de la tienda, odio a los imbéciles de la casa de junto por no rentar el maldito lugar y dejarlo para los mapaches–
Sin siquiera darse cuenta había comenzado a golpear el fregadero. Su cepillo de dientes, el hilo dental y cualquier otra cosa en su superficie fueron a dar al piso.
–¿Por qué sigo aquí, esperando?–
De un momento a otro comenzó a escuchar a alguien golpeando la puerta del tocador, fue entonces que sus puños fueron contra el espejo que se partió a la mitad, para luego arrancarlo de cuajo y lanzarlo a la bañera.
Estaba enfermo de todo, trece años y contando, trece años y contando, ¡cada día y cada maldita hora esperando!
Trece años y contando… ¿por cuánto tiempo más se quedaría allí?
El dolor en sus nudillos enmudeció en cierta medida el estallido en su corazón al escucharlas subir por la escalera y tocar a la puerta del baño.
En trece malditos años no había logrado aceptar que ellas ya no existían y solo podía preguntarse por cuánto tiempo más sería capaz de aguantar.
Las paredes estaban impregnadas por la peste del tabaco y la humedad, odiaba ambas esencias, odiaba lo difícil que era suprimir aquellos recuerdos que no deberían de existir. Como una cadena, cada mancha en las paredes y el suelo, cada clavo y clavija habían logrado atar su corazón a una propiedad derruida, sepultando al hombre bajo el peso terrible que era la ausencia de cualquier otra alma. Allí, en esa casa habitada por fantasmas de la que no se podía desprender y que estaba seguro se convertiría en su tumba.
La puerta seguía resonando y ahora escuchaba gente paseándose en el pasillo.
–¿Cuánto más vas a tardarte?–, escuchó decir a alguien con marcado aburrimiento.
Lincoln le dio un puñetazo al muro amoldando la fundación de yeso a la forma de su mano, la violencia era una enfermedad diaria que lo empujaba de regreso a la recriminación.
No podía estar escuchando voces nuevamente, no había nadie allá afuera.
–¿Estas bien hermanito?, ¿necesitas ayuda?–
Esa de allá afuera no era Leni, porque Leni no existía, Leni era un fragmento de su imaginación, la vergüenza que lo arrastraba a pedir perdón cuando hablaba consigo mismo.
–¿Linky?–
–¡CALLATE!–
Definitivamente no era Leni llorando del otro lado, ni Lori resoplando molesta, ni Luna ni Luan ni ninguna otra persona.
–Bro…–
Pateó la bañera y la puerta, la azotó al abrirla y buscó en todas direcciones, con la mirada desenfocada y la convicción de que no le quedaba mucho para quebrarse por completo mientras que las voces de sus hermanas se difuminaban en la nada.
–Perdón hermanita, ¿sigues allí verdad?, Leni, Luna… por favor dime que sigues aquí, dime que no te has ido–
Quería rogarles por su perdón, es que a veces… a veces se sentía tan frustrado que decía cosas que en realidad no sentía, cosas que de otro modo jamas se atrevería a mencionar.
Las amaba tanto, eran su mundo, su todo y no quería que ellas lo odiaran, no podría vivir de ese modo.
¿Por qué no lo escuchaban?, ¿por qué se habían ido?
–Cualquiera… al menos debe quedar una…–
Fue de habitación en habitación buscándolas, pero cada recamara estaba deshabitada, tal y como se había cerciorado la noche anterior antes de ir a dormir.
Aquella tumba de madera y mortero jugaba con su cerebro, haciendo que la silueta en su habitación se meciese de forma violenta y errática hasta detenerse de golpe.
Nuevamente estaba solo.
–No hay nadie–, se lamentó Lincoln mientras bajaba por la escalera para recoger la pala, la escoba y una bolsa de basura.
Volvió al segundo piso cabizbajo, se trataba del tercer espejo que había perdido en el año, si seguía así tendría que considerar seriamente el conseguir una lamina de aluminio pulida para usarla en lugar del cristal, o quizás comprar un espejo de mejor calidad.
Para cuando terminó de sacar los trozos de espejo de la bañera ya pasaba de medianoche, se quitó el traje y arrojó su camisa al cesto de ropa sucia, dentro de un par de días tocaba bajar al sótano a encargarse de eso, pero por mientras, se enfocaría en dormir.
Al igual que otras noches, cruzó ambas manos debajo de su cabeza y cerró los ojos firmemente, dejando a un lado de la cama la cajetilla de cigarrillos y el encendedor además de un vaso con agua por si empezaba a ahogarse.
La silueta negra del techo giró lentamente para encontrarlo, y hasta el amanecer, se quedó flotando sobre el cuerpo cansado de Lincoln Loud.
Trece años antes.
–Lo siento Lincoln, uno de los dos tiene que quedarse–
En un abrir y cerrar de ojos sus oídos se inflamaron mientras que un agudo dolor en su temple lo puso de rodillas, alguien le había partido la cara con una pesada piedra antes de robar sus cosas y dejarlo por muerto en medio de la calle.
La oscuridad fue el inicio.
Apenas logró abrir un ojo para darse cuenta de que sus muñecas estaban inmovilizadas y llenas de agujas, estaba mareado y tenía la boca seca. Apenas podía comprender lo que sucedía a su alrededor.
No tardó mucho en volver a dormir.
Para cuando recobró la consciencia descubrió que lo habían encontrado en casa y que al parecer, lo habían asaltado. También descubrió que la policía llevaba buscándolo desde hacia un tiempo luego de que se fugase de la casa de tía Ruth, y aunque seguía sin comprender qué diantres hacía viviendo con ella no tuvo tiempo para hacer más preguntas, porque entonces una enfermera entró en la habitación y le informó a los oficiales que ya se había acabado su tiempo y que necesitaban dejarlo dormir.
Quiso protestar, pero tenía la boca tan seca que no pudo hacer mucho más que guardar silencio mientras su consciencia se desvanecía.
Al cabo de un par de semanas vino el siguiente golpe, al descubrir de que el motivo por el cual ninguna de sus hermanas ni sus padres habían aparecido para visitarlo se debía a que estaban muertos.
No lo creyó en un principio porque no era posible. Lincoln estaba completamente seguro de que le estaban mintiendo, incluso… incluso cuando lo llevaron a ver la casa. No estaba completamente calcinada como temía, pero el trazo de las flamas sobre la madera era evidente, las ventanas habían estallado producto del calor dejando en los marcos chamuscados grandes marcas negruzcas que se extendían por los muros y hasta el tejado parcialmente derruido.
De eso tampoco recordaba mucho, salvo el haber gritado hasta que alguien lo sujetó del cuello de su camisa y el sueño volvió a reclamarlo en un pinchazo.
El resto del tiempo que demoró su recuperación estuvo compuesto de conversaciones que apenas entendía, todo esto mientras se rendía frente a la pesadilla que era su nueva vida.
–Sigue sin responder, ¿crees que fue demasiado?–
–Ya se acostumbrará. Por ahora, esto es todo lo que podemos hacer–
El goteo incesante de una sonda, el pitido enloquecedor de las maquinas y los sollozos fantasmales de los otros chicos perturbados que se hallaban detrás de los delgados muros que componían su prisión. No solo experimentaba una suerte de desconección general entre sus recuerdos y el mundo consciente, sino que además, se estaba deslizando de forma lenta y segura en una forma siniestra de auto castigo. Llegó a creer por bastante tiempo que había hecho algo especialmente perverso y que por eso se hallaba allí, que merecía estar encerrado y sufriendo porque de otro modo no se explicaba el que sus hermanas y sus padres estuviesen muertos.
Nada tenía sentido.
–Pobre chico, el perder a toda su familia lo quebró por completo–
Trató de ahogar las voces de los enfermeros tarareando una canción, pero el esfuerzo fue inútil. No había modo de silenciar esa tragedia.
Estaba tan cansado de todo, incluso con el tratamiento de por medio creía estar más allá de toda ayuda posible.
–Fue toda una tragedia lo de la familia Loud, y pensar que él se salvo por accidente. Imagina que hubiese estado adentro con el resto–
Lincoln sonrió al escuchar eso, ¿qué tan malo hubiese sido?, sabía que su familia no había sufrido. Todos se quedaron dormidos producto de las emanaciones tóxicas de modo que el fuego ni siquiera los incomodó. No sonaba tan terrible cuando lo ponía así, aunque luego recordaba que Lily era apenas una bebé y a veces le costaba quedarse dormida, o que Lisa se quedaba hasta tarde sin que sus padres lo supiesen para completar algún experimento.
Que Lana o Lola perderían el tiempo discutiendo por alguna tontería antes de ir a buscarlo como intermediario.
O que Lucy le estaría leyendo poemas a Edwing.
Lynn lo acosaría para divertirse un rato a sus expensas, al igual que Luan con esas bromas que a veces se le salían de control
Luna le cantaría una nueva canción, y charlarían de esto o aquello.
Leni lo buscaría para decirle que lo quería, porque Leni no necesitaba excusas para hacer esa clase de cosas y Lori… incluso Lori aparecería de vez en cuando para preguntar como estaba…
Y ya no las vería, a ninguna de ellas.
Abrió los ojos a la misma hora de siempre, saltó de la cama y corrió al baño a vomitar.
Nuevamente despertó en el infierno, mientras que la silueta del techo se mecía inconforme una vez más.
:::
:::
:::
