REENCUENTRO
Para escribir esta historia me base en una canción de mi cantante favorito Luis Eduardo Aute, llamada las cuatro y diez, espero la pueden escuchar a mí me encanta.
Candy, caminaba por las calles de Chicago sola, contemplando a las personas, cuando llegó a su restaurante favorito, un pequeño y cálido lugar en el que ya se había hecho cliente frecuente.
— ¡señora, es un placer verla!— dijo Sam— ¿la mesa de siempre?
— Sí, por favor— contestó con una sonrisa y caminó hacia SU mesa, cuando vio que un caballero de cabello castaño estaba sentado ahí.
— ¡oh, lo siento señora!, su mesa está ocupada— dijo Sam preocupado.
— No se preocupe, deme la del frente, en ella también hay una bonita vista del lugar— dijo regalándole una sonrisa para que no se preocupara por una insignificancia.
— está bien señora. Por aquí— cuando Candy caminó unos pasos más y paso junto a la que debía haber sido su mesa escuchó una voz—
— ¡Candy!— dijo un hombre, ella se giró para ver quién la llamaba con tanta sorpresa, ¡imposible! era él, aquel hombre al que amó con toda su alma, aquel hombre por el que sacrificó su felicidad.
— ¿Terry?— dijo con la voz entre cortada, aún no podía creer lo que veían sus ojos, él se levantó, caminó unos pasos y quedó parado frente a ella, tomó su mano y la besó con delicadeza.
— Así es Candy, ¡qué maravillosa coincidencia!— exclamó con un brillo especial en los ojos.
— Coincidencia…— repitió Candy, no podía decir nada, su mente se había paralizado por completo al igual que su boca.
— ¿Vienes sola?— preguntó el hijo del duque, ella asintió, ya que no podía hacer otra cosa.
— Te invito a comer, si aceptas, claro— dijo implorando por una respuesta afirmativa.
— encantada— respondió con una sonrisa angelical— Sam, esta vez comeré con el señor.
— sí, señora, en seguida la atenderán— dijo cortésmente.
Terry ofreció la silla a Candy para que tomara asiento, ella lo hizo aún con una sonrisa en el rostro. Cuando ya estaban sentados nada salía de sus bocas. Ambos ordenaron la comida y se dispusieron a esperar el servicio, hasta que él habló:
— ¿cómo has estado?—
— Muy bien, gracias— fue lo único que respondió—
— Me alegro— y un silencio se creó en aquel lugar.
— ¿Qué haces en Chicago?— preguntó ella.
— estoy de gira, una nueva obra, esta es la segunda ciudad que visitamos— contestó él.
— Y como siempre tienes el protagónico— afirmó ella
—No, esta vez ni siquiera actuó, soy el director de la obra— contestó emocionado.
— ¿en serio?, vaya es magnífico, aunque nunca dijiste que te interesara dirigir.
— Debo admitir que no es mi pasión, pero Susana me convenció hace varios años, y mi madre también me ha ayudado, sin mencionar a Robert—
— Susana, ¿cómo está?— preguntó la rubia un poco tensa.
— ¿no te has enterado?, Susana murió hace tres años— contestó serio, pero no triste.
— Lo siento, no sabía nada— dijo apenada.
— no te preocupes, estaba muy débil, una terrible pulmonía acabó con su vida— y una vez más se hizo el silencio. Llegó un camarero con la sopa y comenzaron a comer.
— A Kate no le gustan las zanahorias— dijo Candy moviendo con la cuchara la verdura.
— ¿Tu hija?— preguntó Terry.
— así es, la más pequeña, cada vez que ve una zanahoria en su plato, deja de comer, no entiendo por qué— dijo Candy sonriendo al hablar de su pequeña hija.
— No la culpo, a mí tampoco me gustan— dijo Terry y ambos rieron, hasta que ella se atrevió a preguntar o más bien a afirmar:
— Tienes hijos—
— Sí, dos pequeños rebeldes, mira— dijo sacando del interior de su saco una fotografía— esta foto es muy fea, mira mi cara, el más pequeño acababa de nacer.
Candy tomó la fotografía y vio a un niño de unos cuatro o cinco años muy parecido a Terry y al mismo actor que sostenía en brazos a un pequeño recién nacido.
— Son muy lindos— dijo devolviéndole la fotografía.
— sí, recuerdo que ella no quiso salir en la foto, decía que no se veía presentable y que no quería que la recordáramos toda ojerosa—
— me lo imagino, Annie, cuando nació su hijo, tampoco quiso que le tomaran una foto ¡qué pena que me vean así! Dijo imitando a su mejor amiga y ambos rieron por las ocurrencias de las mujeres.
— pero háblame de ti Candy, ¿cómo te ha ido?—
— ¿de mí?, vaya, pues no hay mucho que contar, tengo dos pequeñas, Kate y Helen que es la mayor, tiene nueve años, y yo pues, ¡ah!, ahora soy "la maestra Candy"— dijo riendo
— ¡Maestra!— dijo sorprendido.
— sí, ¿recuerdas en hospital en el que estudié para enfermera?— Terry asintió, cómo no recordarlo— pues hace algunos años muchas personas querían estudiar ahí pero ya no había lugares disponibles, esto fue después de la guerra, todos querían ayudar en algo, así que el Hospital hizo un trato con los Andry y abrieron más instalaciones, y mi antigua profesora Mary Jane me pidió que apoyara con la educación y también con el hospital, así que me convertí en maestra— relató la rubia.
— vaya, debes ser muy buena, no como en el San Pablo que las maestras eran más brujas que monjas— dijo Terry divertido.
— ja, ja, no eran brujas, solo "duras". Y no, no soy como ellas, de hecho me enorgullece decir que he sacado a buenos estudiantes adelante— dijo segura de que estaba haciendo un bien.
— Seguro que sí, me alegro mucho por ti Candy, en verdad— dijo tomando su mano que descansaba sobre la mesa.
Ante este contacto Candy se estremeció y sentimientos que creía olvidados regresaron súbitamente.
— ¿Les traigo el postre?— dijo el camarero situándose frente a la mesa que ocupaban.
— ¿Quieres helado o prefieres un café?— dijo Terry separando su mano de la de ella.
— un café por favor— respondió sin mirarlo a la cara.
— dos tazas de café, por favor— ordenó al camarero—
— En seguida señor— dijo el camarero dando media vuelta. Dos minutos después regresó con la orden. Ambos tomaron el líquido y después de terminarlo se dieron cuenta que su tiempo se acababa, otra vez.
— Espero que puedas ir a la obra, el viernes es la primera función— invitó él.
— me encantaría, tal vez lleve a Helen, le llama la atención el teatro— respondió pensando en su pequeña.
— Tiene muy buen gusto— sonrió con un dejo de melancolía, lo que daría por tener una familia al lado de Su Pecosa como todavía la llamaba en su mente.
— La cuenta por favor— señaló al camarero, resignado a separarse una vez más del amor de su vida.
Pagó y salieron juntos del lugar, Candy dijo que se iría en un taxi, el cual Terry pidió y cuando llegó el momento de la despedida, tomó su mano y la besó una vez más.
— te amo— dijo sin temor. Ella antes de subir al carruaje suspiró y dijo:
— yo también— subió al coche y otra vez se separó del único hombre al que había amado.
