Descargo de responsabilidad: Skip Beat no me pertenece.

A petición popular…

Pero (quizás) no es lo que esperan…


EL TRABAJO DE UNA MÁNAGER

Aki Shoko lo había intentado todo. Le había escondido las revistas, los periódicos… Apagaba la tele en cuanto entraba en la habitación… Evitaba los pasillos de estudios donde pudiera haber carteles o recortes de prensa… Supervisaba atentamente los guiones de las entrevistas para que no hubiera sorpresas desagradables… Había dado instrucciones estrictas al personal de Akatoki de no mentar jamás ciertos nombres… Había desactivado el sistema de alerta de noticias del móvil de Sho, borrando las palabras clave pertinentes, a saber: Kyoko / Tsuruga… Había hecho lo imposible.

Pero de alguna manera, no sabía cómo, Sho se había enterado. Sabía que Kyoko se había casado esa mañana. La había obligado a ir con él, y tras los cristales tintados de la limusina, habían visto cómo una radiante Kyoko entraba en la iglesia vestida de novia.

Ahora estaba sentado en el sillón, con los brazos detrás de la cabeza, y los pies apoyados en la mesa de café. Desde esta distancia casi podía oírlo pensar 'Hizuri… Hizuri… Hizuri…' o bien '¿Quién será el bastardo que se ha casado con Kyoko?', o alguna otra variante sobre el mismo tema.

Y allí lo dejó, rumiando, mientras fue a prepararse un té. Mala idea.

Al volver, lo encontró sentado en el sillón con el móvil en la mano y catatónico. Inmóvil. Congelado. Corrió a arrancarle el teléfono. Maldita sea, no le había quitado internet, mierda. Mierda. En la pequeña pantalla se veía una página de Google, con una búsqueda:

Kyoko Kyouko Hizuri

Y el primero de todos en la lista de resultados obtenidos decía:

La boda de Kyouko con Tsuruga Ren, el hijo perdido de Hizuri Kuu

Y vio todos los colores que pasaron por su cara. De blanco a rojo, pasando por todos los colores intermedios. Y cuando llegó a rojo carmesí, sencillamente explotó.

No dijo nada. Ni una sola palabra.

Pero levantó la mesa de café y la estrelló contra la pared.

Rompió el cristal de la vitrina donde estaban sus trofeos y galardones, y los fue lanzando hasta hacerse pedazos contra las paredes. Uno detrás de otro.

Arrancó todos sus discos de oro y platino de la pared que más o menos quedaba intacta, y los destrozó con sus propias manos. Uno por uno. Metódicamente.

No. No había dicho nada. Ni una palabra.

Ella se mantenía semioculta tras el quicio de la puerta, relativamente a salvo. Vio cómo Sho se miraba las manos ensangrentadas, y se dejaba caer de rodillas al suelo, con los hombros hundidos, y la cabeza caída sin fuerzas sobre el pecho. Oyó como su respiración se volvía más fuerte, temiendo el rugido que sabía que vendría. Pero no. Lo que salió fue un gemido entrecortado, profundo y desgarrado. Su torso empezó a estremecerse. Sí. Fuwa Sho estaba llorando.

Vencido. Derrotado. Destrozado. Roto.

Más tarde recogería los pedazos del hombre que una vez fue Fuwa Sho. Pero aún no…

Al fin y al cabo, ese es el trabajo de una mánager.