Dos voces

Era la mía la primera que oía al despertar. La suave y la tranquila, aquella que recibía por las mañanas a mi abuela cuando volvía de hacer los mandados. Esa voz tan pacifica que parecía soñadora, la que mi jefe conocía.

Era mi voz la que parecía estar somnolienta, tan sosegada. Inquebrantable ante el odio que hay en las calles. Esta voz, mi voz, parecía querer a quien se dirigía. Mis interlocutores se sentían amados, bendecidos de tal bella melodía que era un "Buen día" en las mañanas, y un simple "nos vemos" por la noche.

Esa era mi voz. La que tanto quise, la que era parte de mi ser.

Luego estaba la segunda, la última que escucha al dormir. Pertenecía a la bestia de mi interior, el dolor y la maldad la habían creado, era tan rasposa y gutural. Era la que desentonaba con el alrededor, la que recibía las almas de los que morirían en momentos.

Tan despierta, inmaculada, como un león hambriento y dispuesto a atacar, a morder, en cuestión de segundos. La corrupción la envolvía, se fortalecía con el odio a su alrededor y crecía con el miedo de las personas. Era mortal, para quienes no la obedecían; era mortal para quien la escuche.

Era la voz, del ser dentro de mi cuerpo. Que habita en mi mente, que me controla cuando quiere como un títere. Si yo no puedo soportar esa voz ¿Quién lo hará?

No puedo destruirla, no puedo liberarla. Callarla, es callarme a mí. No puedo vivir sin esa voz retumbando mis pensares, ni puedo vivir con ella.

Por eso, acepte que tengo una voz para amar; y otra para odiar.


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