Disclaimer: Nada de esto es mío.

Notas: para el reto temático de octubre (Regulus Arcturus Black) de La Noble y Ancestral Casa de los Black.

Notas 2: totalmente raro y probablemente experimental. Si explota no es culpa mía.

Inexorable

Cinco segundos.

La aguja pequeña del reloj muggle se acerca peligrosamente a las doce. Quedan segundos apenas para medianoche, y Regulus Arcturus Black cree que va a morirse. Se encoge sobre sí mismo y escucha los gritos detrás de la puerta; la voz de madre suena ronca, suena triste y dolida y vieja. También es cruel. La de Sirius, en cambio, está llena de fuerza.

Regulus quiere llorar.

Va a cumplir quince años. Quedan

cuatro segundos

y tendrá quince años, y nadie parece notarlo. No habrá regalos este año, está seguro; no habrá fiesta ni habrá tarta y, podría jurar, no habrá Sirius. Madre no quiere creérselo, pero Regulus le conoce. Ha visto esa mirada otras veces, esa cabezonería tan Black –el día antes de marcharse a Hogwarts por primera vez, por ejemplo–, y sabe que en algún momento va a cerrar la puerta, su hermano, y dejará de serlo.

Va a dejarle solo.

Dice que quiere huir, que quiere vivir su vida, que le están asfixiando. Dice que no les entiende, no te entiendo, Regulus; tú eres mejor que esto, y no se para a pensar en que, a lo mejor, él no quiere serlo. A lo mejor no soy un rebelde sin causa, Sirius, a lo mejor soy un buen chico, un buen hijo, a lo mejor no me apetece colgarme a la espalda de un gafotas presumido y bajarles los pantalones a la gente. A lo mejor sí es verdad que soy mejor que todo eso.

Tres segundos.

Había momentos en que casi parecían quererse de verdad, se recuerda. Había momentos en que eran una familia como las demás, en que padre se reía y madre hacía la vista gorda, y Sirius era un buen hermano mayor y no le miraba como ahora, como estos días. Hacían planes para cuando estuvieran en Hogwarts, decidían el nombre de esa lechuza que pensaban compartir –no porque no pudieran comprar otra, sino porque sería más divertido cuidarla entre los dos, se decían– y se reían pensando en las bromas que les gastarían a las primas.

Era casi perfecto, piensa, recuerda; era casi perfecto hasta que llegó el maldito Sombrero y las decepciones. Hubo Howlers, ese año, y malditas fueran las Casas y maldito el tío Cygnus, que les miraba por encima del hombro como si lo hubiera sabido todo este tiempo, como si lo de Sirius fuera una enfermedad incurable, se le ocurría a Regulus. Es un Gryffindor, no un maldito squib, solía mascullar padre; tardó años en dejar de hacerlo.

Dos segundos

y el universo deja de girar por un instante, y a Regulus se le para el corazón. La puerta se cierra de golpe, justo como sabía que iba a pasar, se recuerda, y quiere llorar y chillar y correr detrás de ese chico –ese hombre– que una vez fue su hermano. Aprieta los puños, se levanta de la cama. Queda

un segundo

apenas. Puede oír los pasos de madre por las escaleras, el llanto ahogado y el murmullo ininteligible que surge de sus labios. Bajará al tapiz de un momento a otro, piensa. Bajará el tapiz y quemará a Sirius, y entonces

(Feliz cumpleaños)

serás hijo único, heredero; estarás solo, Regulus Black.