Buenas, aquí estoy con otro fanfic. Es el primero que hago sobre este fandom (que por cierto, Battlestar Galactica es algo así como la mejor serie del mundo) y sobre la pareja, así que no esperéis mucho. En parte me gusta cómo me ha quedado, y por otra lo odio. A ver qué opináis vosotros...

Disclaimer: Oh, venga. Nos lo sabemos; nada es mío salvo la trama.



SPACE DEMENTIA

01. Cylon

Kara solía ser la mejor piloto de la Galactica, aunque aquellos tiempos eran tan lejanos que parecían irreales. Durante los primeros días de su encierro había rezado, algunas veces en voz baja, otras gritando, pero los señores de Kobol no respondieron nunca.

Y ella jamás había tenido demasiada paciencia.

Pinchó la verdura con el tenedor y se obligó a comer, masticando despacio, con la vista fija en el plato, casi ausente. Leoben la miraba; siempre la miraba y ella sentía sus ojos sobre sí, pero cuando le devolvía las miradas no veía nada en ellos. Solo una extraña fascinación que la repelía, que la asustaba y la desquiciaba al mismo tiempo, porque ésta se alzaba incluso por encima de la muerte. Lo había matado una vez… y otra, e incluso otra después de esa, pero él volvía y seguía mirándola de esa forma, como… Como si realmente la quisiera. Kara no quería el amor de un cylon –si es que eso lograba ser posible y no un mal chiste–; a ella le bastaba con volver a casa.

—Eres preciosa –musitó él de repente, sin sonreír.

Kara asintió vagamente, notando el labio inferior tembloroso. Estaba tan lejos del espacio y de su vida. Los nombres de aquellos que había dejado atrás seguían ahí, siempre en su cabeza, por suerte; la mantenía cuerda, serena. Los recordaba absolutamente a todos: los vivos y los muertos, desde Chuckles hasta Lee.

Sobrevive por ellos, se decía.

—¿No te gusta la comida? –interrumpió Leoben de nuevo.

Kara se sobresaltó y los nombres se desdibujaron. No alzó la vista. Notaba el cubierto temblando en su mano así que lo dejó a un lado. Las lágrimas le picaban en los ojos. Bebió algo de agua; el vaso también vibraba entre sus dedos. Siguió sujetándolo.

—Sí –respondió con un hilo de voz, el codo apoyado en la mesa y el vaso temblando tanto que el agua se derramó sobre la mesa. La rabia ardiendo en la garganta y más abajo, en el corazón que apenas sentía–. Me gusta mucho.

Por un momento no pasó nada más. Kara era la mejor piloto de la Galactica cuando todavía había una nave que pilotar y la libertad para hacerlo. Hubiera suplicado por volver a la oscuridad cálida de su hogar. Solía ser impulsiva también, una eternidad antes, una Kara Thrace que bebía mucho y vivía incluso más. Todavía estoy aquí, exclamó aquella Kara en su mente, cansada pero presente. Puedo seguir luchando muchísimo más, puedo seguir.

Así que no dudó aunque estuviera llorando; no dudó en levantarse gritando, pisando fuerte el suelo, volcando la mesa con una mano en el proceso porque Starbuck siempre había hecho las cosas a lo grande y no iba a dejar de hacerlas ahora que nada había que perder. Y chilló –nada de palabras, un grito de agonía, de frustración, de odio– y le lanzó el puto vaso de agua que todavía sujetaba con la otra mano a la cara, donde se destrozó contra su mejilla y un hilillo de sangre brotó.

No debería sangrar, pensó con absurda lucidez.

La cabeza le daba vueltas mientras seguía gritando y entonces se oyó a sí misma: déjame salir, déjame marchar, yo no pertenezco a esto, déjame, déjame, déjame.

—Dímelo –susurró Leoben, todavía sentado en la silla como si nada hubiera pasado–. Dime las palabras.

Kara se balanceó sobre sí misma, sollozando, los dientes apretados, furiosa. Esperaba que se levantara y que hiciera algo. Que se hartara de ella y la matara, tanto le daba. Cualquier cosa era mejor que aquello.

—Dilo, Kara –continuó él, levantándose de golpe, y avanzó hacia ella hasta casi rozarla.

—Que te jodan –espetó entre dientes–. ¡Muérete! –añadió después, temblando.

—Puedo morir las veces que quieras –contestó–. Volveré y seguiré esperándote.

—¡No, joder, no! Ya basta –le bramó, golpeándolo en el pecho con el puño cerrado, el brazo puro músculo y nervio–. ¡Ya basta! ¡YA BASTA!

Y a cada grito la exasperación la golpeaba, y de pronto ya no tuvo fuerzas y donde hubo lágrimas y rabia solo quedaron lágrimas. Retrocedió un paso y otro, y luego otro, y otro, hasta que su espalda tocó la pared y pudo resbalar por ella.

Leoben se acuclilló frente a ella, mirándola. Siempre mirándola (más tarde le sujetó las muñecas, apartándole las manos de la cara, y la besó en la comisura de los labios con una lentitud tan exasperante como aquel encierro).